domingo, 7 de septiembre de 2008

Johnson & Boswell



La edición que ha publicado El Acantilado de la tan celebérrima como marciana Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, bastaría como prueba de que vivimos la edad de oro de la edición en nuestro país. Se trata de una traducción de la obra completa, con todo tipo de notas, introducciones, variantes y demás (que dudo yo que haya muchas otras en otras lenguas): casi dos mil páginas de minuciosa descripción de la vida del doctor Johnson, un curioso erudito inglés de (al parecer) bastante importancia en la historia cultural de su país, importancia que se pierde al pasar fronteras: se encargó de la primera edición crítica, o anotada, de las obras completas de Shakespeare (la misma editorial acaba de publicar lo que debe de ser el prólogo o estudio introductorio), y también escribió uno de los primeros diccionarios modernos de su lengua. Su fama posterior se la debe a este desmesurado proyecto, en el que el disoluto Boswell se metió de joven, cuando conoció a la eminencia gris y se convirtió en su más o menos inseparable discípulo. Como decía, creo que el doctor Johnson es bastante popular en el ámbito anglosajón (Chesterton lo cita a menudo, y de una manera que implica que es una presencia importante en los ambientes cultos), pero parece que la figura que empieza a resplandecer es la del propio Boswell, al que poco menos que se tenía por alguien con suerte que tuvo la buena idea de apuntar lo que Johnson le decía en sus paseos. He visto que se ha publicado otro tochazo en el que se cuenta la vida de Boswell, y sobre todo como llevó a cabo la tarea de escribir la que se considera de manera un tanto convencional la mejor biografía jamás escrita. Boswell, cuando no se iba de putas o andaba borracho, le daba la paliza a todo el que hubiera tenido la más mínima relación con Johnson o con algún amigo del mismo para confirmar cualquier nimio detalle, recopiló listas de la compra, cuantas de papelería o notas escolares y se quemó las pestañas para buscar cualquier papelucho del grafómano indolente que parece que era su biografiado. El resultado, para un lector de hoy en día (bueno, para mí, vamos), es demencial, hipnótico, a ratos desternillante, y muchas veces apasionante. La, para mi gusto, extraordinaria traducción de Martínez-Lage mantiene la extrañeza arcaica del estilo original (supongo, claro, porque no tengo ningún ejemplar en inglés), que va muy bien con el mundo vagamente incomprensible que se retrata. De tan minucioso como se quiere la descrpción, no surge una comprensión cabal de Samuel Johnson, sino una miríada de impresiones desconcertantemente incompatibles (¿era Johnson un lector compulsivo pero desatento, o un estudioso aplicado y paciente?¿era refinado en el trato, o un mostrenco tirando a grosero? Pues por lo que se ve, dependía del día y de la hora, igual que era indolente y maníaco depresivo, a la vez que tenía una fuerza de voluntad y una capacidad de trabajo rayanas con lo mítico), de la misma manera que uno no puede dejar de percibir que por debajo de la admiración sin límites que Boswell profesa por su objeto de estudio subyacen corrientes de sentimiento bastante más rencorosas.
Como decía, ahora las corrientes de favor soplan en favor del durante siglos postergado Boswell, a raíz de la aparición de su diario, durante mucho tiempo bajo llave por su contenido más o menos escandaloso. En España se publicó hace pocos años un extracto, y efectivamente, en todas las páginas que hojeé acababa en una taberna o en un burdel, aunque también tomaba el té con gente respetable y leía libros a mansalva.
El Acantilado ha publicado otras obras capitales de este mismo carácter "transversal", también de manera íntegra, como Las memorias de ultratumba, de Chateubriand, o Las conversaciones con Goethe, de Eckermann (o los ensayos de Montaigne), todos por encima de las mil páginas, proyectos que parecerían suicidas a priori, pero que han conocido un sorprendente éxito (todos llevan varias reimpresiones), y el colmo de los colmos sería que se atrevieran con las Memorias de Saint-Simon, probablemente el monumento literario más friqui de la historia de la humanidad.

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