domingo, 25 de enero de 2009

300


300 entradas lleva ya este blog, y la entrada 300 no va a estar dedicada a la película de Snyder, que no he visto, ni al cómic, que me pareció ampuloso y ridículo (con lo que me ahorré la película, claro), ni siquiera a Herodoto, cuya narración de la batalla de las Termópilas he leído un montón de veces (son muy pocas páginas) porque la primera vez que la leí (debido a que Proust lo cita a mansalva, por ejemplo la anécdota de que Jerjes mandó azotar el mar) se me quedó grabada la respuesta que da el general espartano cuando le comentan que los arqueros persas son tan numerosos que sus flechas oscurecerán el sol:
-“Mucho mejor, así podremos combatir a la sombra”.

Esta entrada va a estar dedicada a mi sábado cinéfilo-familiar. Por la mañana me llevé a mi hijo pequeño (Víctor, 9 años) a ver Bolt. Era la primera vez que iba a ver una película en v.o.subt, y pasó la prueba con nota. Si no estoy mal enterado, Bolt es la primera película de animación de Disney realizada tras el desembarco de Lasseter en la cumbre, cosa que diría que se nota (para bien). Resulta ideal para ilustrar el concepto freudiano del principio de realidad: un perro vive en un plató de televisión convencido de que las aventuras que vive con su dueña y los superpoderes que ostenta su personaje son reales. Un cambio en la estructura narrativa de los capítulos hace que escape de su caverna platónica para buscar a su dueña; el delirio de omnipotencia choca, obviamente, con las características del mundo real, y tras unos divertidísimos gags (como el de la amenaza que sufre con un trozo de poliexpán, al que culpa de la pérdida de sus superpoderes) en que pretende sustentar ese delirio con una construcción también delirante, debe acomodarse al principio de realidad, para lo que tendrá de figura iniciática a una gata callejera. Como se ve, el punto de partida es el de infinidad de relatos contemporáneos, en los que el choque entre la fusión imaginaria con la imago primordial (habitualmente la madre, aquí la niña que es su dueña, en cualquier caso una figura femenina) y la brutal aspereza del mundo real hace que el prota acabe en un psiquiátrico; pero Lasseter parece empeñado en resucitar él solito lo que denominamos un relato clásico o simbólico: aquél en el que hay una vía de supervivencia para el sujeto tras la caída del delirio imaginario a través de una tarea simbólica, tarea que va marcada ya por las características de lo real, o sea, el dolor (y la muerte, en su caso, que no es éste). Bolt me gustó más de lo que esperaba (no esperaba mucho, también es cierto); tal vez esté lejos de las mejores pelis de Pixar, pero incluso cierta tensión en el interior de la película (parece destinada a un público bastante infantil, pero da la impresión de que por el camino ha ido adquiriendo una estructura más compleja: Víctor me preguntó un par de veces en qué plano de realidad nos encontrábamos en ese momento) juega a su favor.

Por la tarde me llevé a mis hijos adolescentes a ver La clase, pero como esto ya se me está haciendo largo lo contaré en otra entrada.

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