domingo, 11 de enero de 2009

Por la tarde, Escuela de Natación

Jaroslav Hasek y Kafka nacieron en Praga el mismo año (1883), y murieron de tubercolosis con una diferencia de meses. Imagino que no se conocieron; ahora que estoy leyendo Las aventuras del buen soldado Svejk he mirado en el índice onomástico de la edición de Galaxia Gutenberg de los diarios de Kafka y no aparece el nombre de su colega. También me ha entrado la curiosidad por ver como refleja el inicio de la Primera Guerrra Mundial y me he encontrado con esta entrada:
2 de agosto Alemania declara la guerra a Rusia.- Por la tarde, Escuela de Natación.
(tres o cuatro días antes ya Austria había hecho lo propio con Serbia, cosa que ni siquiera anota).
En una nota el editor se apresura a comentar que este pasaje suele ser interpretado como muestra de la indiferencia de Kaka por los acontecimientos de la Gran Guerra (...); pero lo cierto es que Kafka valoró en muchos otros contextos la tragedia histórica que significaba la contienda europea,
sin que se entienda muy bien la necesidad de salvar la cara del escritor. En cierta manera, el hecho de que se fuera a nadar (cosa que le debía de encantar, visto el espacio que le dedica en los diarios) cuando estaba iniciándose la contienda es un signo de sinceridad: si hubiera llenado sus cuadernos de cháchara retórica acerca de la angustia que le provocaba la situación internacional probablemente no lo leeríamos. En otra estupenda entrada pocos días antes, comenta que la movilización de sus cuñados le permitirá estar solo, para acabar reconociendo que estar solo "comporta únicamente castigos". Por lo que he leído, en aquellas fechas a Kafka le preocupaban las dificultades para escribir (el principal leit motif de estos cuadernos), dificultades que se limitaban al ámbito de la ficción, porque cartas escribía a porrillo (¿para cuando el volumen de la correspondencia prometido por Galaxia Gutemberg?), y su reciente ruptura con Felice, que le debió de dejar para el arrastre.
Siempre me ha hecho gracia la condescendencia con que todo comentarista de Kafka trata a Max Brod, como si éste hubiera sido un imbécil, aunque fuera el que se dedicó a publicar la obra de su amigo, al que debía de admirar; el pobre no tiene la culpa de que los manuscritos de Kafka sean considerados hoy día poco menos que como una revelación divina, en la que cada coma tiene una importancia metafísica, y hasta sus listas de la compra sean editadas en ediciones facsímiles. El caso es que la literatura secundaria que se ha generado a su alrededor es de una pretencisidad bastante estomgante, en una escalada que ya parece imparable; comparados con ella, los propios textos resultan una bocanada de aire fresco: por alguna razón, se suele pasar por alto lo divertidos que son a menudo, con esos narradores delirantes obsesionados hasta la locura con topos, manuscritos absurdos o demenciales máquinas de tortura, enfrascados en empresas absorbentes que no tienen ni pies ni cabeza (incluso la archifamosa parábola de la Ley no deja de ser una especie de chiste); sin ánimo de ser presuntuoso creo que alguien que no se ríe leyéndolo no es un buen lector de Kafka, y que el comentario de Max Brod acerca de que se le saltaban las lágrimas de tanto reírse leyendo a Walser (que resula alguien más hermético y elusivo, y desde luego más marciano que Kafka, por mucho que al pobre también le esté cayendo encima su buena dosis de exégesis académica) es una buena indicación de cómo le hubiera gustado ser leído.

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