miércoles, 25 de enero de 2012

La vejez como no lugar


No recuerdo si las residencias para la tercera edad tenían el pedigrí suficiente como estar en el listado de los No-places de la contemporaneidad que se pusieron de moda hace unos años. En la estimable Arrugas el centro de internamiento de viejos (otra forma de llamarlas, para no repetirme) donde tiene lugar la acción aparece como una mezcla de hotel, hospital y campo de concentración, aparte de ciertas referencias cultas a Dante, como la repetición infernal de las rutinas o ese piso superior que es un círculo del infierno habitado completamente por la locura, y que en la película es el único horizonte de futuro que aguarda a los protagonistas (no hay capilla ni lugar que nombre lo sagrado, lo más parecido a un ritual es la comunión laica de los medicamentos diarios).

El tema fuerte de Arrugas es la ausencia de un Texto para la vejez en nuestra sociedad: evacuado definitivamente (salvo en la publicidad) el carácter venerable de la ancianidad, nuestros mayores se convierten en poco más que cuerpos excrementicios con los que no se sabe qué hacer. Los habitantes de la residencia se entregan a sus delirios imaginarios para no sucumbir a la desesperación. Miguel, el ambiguo héroe de la narración, estafa a los residentes alentando sus fantasías como forma de goce (suavemente) obsceno (la pregunta que se hace el espectador es: ¿para qué les roba el dinero, si no lo puede utilizar para nada? La respuesta puede ser que, como en el psicoanálisis, los billetes le permiten mantener la distancia y no sucumbir él mismo al delirio). Su salto al verdadero compromiso pasa por involucrarse en las narraciones de sus compañeros de cautiverio asistido.

Arrugas se ve bastante bien, aunque a uno se le ocurren varias maneras en que podría ser mejor: Hay un gran fundido que hace desaparecer a los compañeros de mesa de Emilio, el protagonista conductor, aquejado de Alzheimer, y que nos hace participar de ese proceso de psicotización en el que la realidad se deshace a cada momento, pero la enunciación prefiere la legibilidad del punto de vista del "sano" Miguel.


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