jueves, 12 de abril de 2012

Vértigo y mirada



Leo en el folleto involuntariamente hilarante que acompaña a la edición en dvd "de coleccionista" de El mayor espectáculo del mundo que en su día causó escándalo el Óscar que ganó a la mejor película en el 52, compitiendo con El hombre tranquilo, High noon, Cautivos del mal, y que su mala fama se arrastra hasta hoy, e incluso aparece en esas listas absurdas de las diez peores películas ganadoras de óscares, listas que supongo elaboradas por mendrugos, analfabetos y fans de Mourinho. La chica que pergeña el disparatado folleto, y de la que piadosamente omitiremos el nombre (más que nada porque no lo tengo a mano y no lo recuerdo), se disculpa, dice que el film de DeMille no es tan malo, que es bastante entretenido y que hasta a Spielberg le gustó mucho cuando lo vio de niño.

DeMille tenía fama de capullo, y aquí traza un autorretrato idealizado en la figura de ese director de circo omnipresente y extremadamente eficaz. Película-manifiesto en el que el director se escuda en el homenaje al circo para exponer una rabiosa y brillante defensa del cine como un arte popular anclado en la mitología nacional, The great show on earth explica como el cine es el arte de la mirada, y especialmente de la mirada sobre la mujer: cuando Holly desafía a Sebastian para ver quien es capaz de concitar más interés en el público, está claro quién va a ganar la ordalía: una mujer atractiva en el filo del abismo es algo irresistible, comparado con ella el trapecista no es más que un hombre a punto de hacer el ridículo.

En un film postclásico no hay duda de que quién caería al vacío hubiera sido la mujer, incapaces los hombres que la rodean de sujetarla en su goce; aquí la escena clave es aquella en que Holly se entrega a la pulsión autista de las volterates sin fin, y Brad se sobrepone a la fascinación y la protege contra ella misma: esa cuerda a punto de romperse es la metáfora exacta de los peligros que acechan al sujeto cuando no hay una red simbólica que lo acoja. La caída de Sebastian tiene un sentido completamente diferente, representa la inscripción en el film de la castración simbólica, el proceso por el que el sujeto abandona sus delirios de omnipotencia y se somete a la Ley (aquí tiene gracia que sea la Ley de la Gravedad). Si el accidente de Sebastian tiene que ver con las alturas y la caída, con lo aéreo, en el caso de Brad es el peso del circo el que, literalmente, lo aplasta. Opuesto de Sebastian, aquí es su incapacidad de desligarse de sus obligaciones lo que está a punto de acabar con él. Figuras complementarias, Sebastian acompaña al sujeto femenino en su ascesión a las alturas (del goce), mientras que Brad, siempre pegado al suelo, está presto a recogerla. Será cuando las dos caras del sujeto masculino (en su relación con el femenino) se fundan, en la escena de la transfusión de sangre, cuando la madeja sentimental del film pueda desenredarse, y el espectador suspire nostálgico por un tiempo en que los guiones eran tan precisos y los realizadores tan competentes.

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