lunes, 19 de enero de 2015

Efecto llamada


   Uno se pregunta como nadie puede esperar que el espectador se tome en serio una película en la que Rachel McAdams hace de aguerrida abogada roja que dedica su tiempo a lidiar con los problemas de los inmigrantes ilegales que solicitan asilo político en Alemania (ya de por sí una razón plausible para que a la Germanía se le agolpen en la frontera toneladas de demandantes de la nacionalidad alemana), aunque sean tan cool como el checheno que le cae en suerte. Tampoco se entiende que se ponga a Willem Dafoe (aunque Von Triers lo haya convertido en un calzonazos habitual) de banquero acostumbrado a lidiar con mafiosos rusos a los que blanquea dinero, y que se derrumbe en cuanto el jefecillo de una sección del espionaje bávaro de tres al cuarto le sopla en el cogote. Y ya puestos, ¿cómo es que ese jefecillo, Philip Seymour Hoffman, no se da cuenta de que, en poniendo a Robin Wright vestida con trajes masculinos como jefaza de la CIA, o sea, como la súper diosa que manda de verdad, ésta se lo va a merendar en cuanto tenga oportunidad y el guionista se lo permita, cosa que el espectador adivina desde la primera vez que salen juntos en pantalla? Ya puestos, Anton Corbijn podría haber pergeñado una divertida comedia en la que la proliferación de agencias de seguridad occidentales provoca que estas se den de tortas por localizar y detener a cualquier persona a la que de una manera mínimamente convincente se le pueda colgar el sambenito de radical islámico simplemente para justificar su existencia y su presupuesto; pero nada, se ve que siempre es más fácil empaquetar soserías previsibles como El hombre más buscado.

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