miércoles, 24 de junio de 2009

Mes petites amoureuses


Según cuentan los viejos del lugar, La maman et la putain fue un exitazo de crítica y público que debió de pillar a todos desprevenidos: dura más de tres horas, está hecha con cuatro duros y Jean Pierre Leaud no para de hablar. En España no se llegó a estrenar, y creo que tampoco está editada en dvd, aunque cada cierto tiempo la pasan en la Filmoteca para que los mitómanos repitan y las nuevas generaciones se sorprendan de como fue el post mayo 68 (bastante desolador sentimentalmente).
El caso es que por primera vez en su vida Eustache se vio con pasta para rodar, y por lo que vi el domingo la empleó, un tanto bressionanamente, en restar más que en sumar: si bien llena de figurantes alguna localización, como la iglesia y el colegio, más parece haber invertido el dinero en reservarse lugares públicos por donde mover a sus actores y figurantes. La película fue un fracaso, e imagino que decepcionó a los que esperaban la segunda parte de La maman...
Mes petites amoureuses debe de ser autobiográfica, y está compuesta por pequeños cuadros que retratan la vida de un chico que entra en la adolescencia de la mano de una madre distante y antipática, demasiado pintada, un poco como las madres de Truffaut, que anda liada con un inmigrante español que trabaja en el campo, y al que el chico intenta reciclar en padre infructuosamente. Todo ello en una ciudad de provincias, que es francesa pero podría ser española perfectamente, un infierno después de conocer el paraíso en el campo de manos de una abuela especialmente cariñosa.
El caso es que nuestro aprendiz de adulto es expulsado de ese paraíso campestre, en el que reinaba sobre sus compañeros de juegos, ante los que aparecía como mediador ante los misterios de la vida, y pasa a convertirse en torpe aprendiz de todo, de mecánico y de seductor, resultando un tanto pusilánime especialmente en el ámbito laboral. Eso le obliga a pasar de ser maestro a ser discípulo, ya no descubre lo asombroso de la existencia a sus compañeros de juego, tienen que ser otros los que lo guíen por los misterios del sexo y el capitalismo. Como es de rigor, las figuras paternas brillan por su mediocridad, y sus éxitos y fracasos en todos los ámbitos están marcados por la medianía.
Eustache no articula ningún suspense alrededor de su película, el protagonista se va hundiendo poco a poco en ese ambiente espeso que le prepara su familia, en el que parece que va a axfisiarse, y del que escapa in extremis al final de la temporada y del film, de regreso al campo, a su abuela y a sus amigos; el tiempo no ha pasado en balde y nuestro adolescente pondrá en práctica lo poco que ha aprendido de las chicas de manera razonablemente torpe y exitosa, probablemente en la última oportunidad que tendrá de entregarse a la felicidad sin culpa de la infancia.

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