sábado, 27 de junio de 2009

The visitor


Tras haberse especializado en sacar más que petróleo de la distribución de documentales como Ayurveda, Y tú que sabes? o Eso es ritmo (aunque pinchara con dos de los mejores, Grizzlie man y Retorno a Normandía), Karma lleva una exitosa temporada con su cuidadosísima selección de ficciones, de la que The visitor es su buque insignia, una película indie de manual que lleva meses en cartel y que ayer me decidí a ver para descansar de esta semana laboral en la que ando preparando uno de las galas más absurdas del absurdo mundo de las galas, la de los premios ATV, que sólo el sancta sanctorum de los iniciados sabe que se refiere a una cosa llamada Academia de la Televisión, evidente parodia de esa parodia que es la Academia de Cine.


The visitor se ve muy bien, pero tiene bastantes carencias, o unas pocas bastante gordas; es muy previsible, y sobre todo fracasa (casi por voluntad propia) en su retrato de la otreidad. El protagonista es un zombie emocional, un profesor universitario por encima de los cncuenta que evita compulsivamente la proximidad de cualquier atisbo de subjetividad ajena (echa a un alumno de su despacho en cuanto éste le insinúa que tiene problems personales) y que gasta su tiempo en comer solo, en aparentar que escribe un libro y en practicar al piano, instrumento para el que manifiestamente está muy poco dotado. Pone en sus clases sobre economía en el Tercer Mundo tan poco entusiasmo como en todo lo demás. Su vida cambia cuando se tropieza en un apartamento que posee en Nueva York y al que nunca va a una pareja de okupas de esos países subdesarrollados de los que habla en conferencias que repite como un papagallo pero de los que en realidad no sabe nada, protegido en ese mundo de wasps y edificios inmaculadamente aislados que, según el film, es el de las uiversidades y fundaciones norteamericanas.


Tras ese primer choque algo traumático con tercermundistas de carne y hueso, Tom McCarthy comete el error garrafal (desde mi punto de vista, claro) de ceder el punto de vista a éstos, con lo que el espectador no tiene posibilidad identificarse con la zozobra del profesor. Y lo que sabemos de la chica senegalesa y, sobre todo del chico sirio, es que no son inmigrantes ilegales que tienen que sobrevivir en la inhóspita y despiadada sociedad norteamericana post 11/s, si no ángeles enviados desde el cielo frankcapriano para sacar al bueno de Walter Vale, el profe, del autismo sentimental en el que le sumió la muerte de su esposa. Total, que no hay enigma en el Otro, en seguida descubrimos que es un espejo donde brillan las mejores virtudes olvidadas por Occidente, la bondad, la confianza, la lealtad, y que han de venir a redescubrírnoslas, deletreando su sintaxis desde párvulos, de la misma manera que no es el sofisticado piano lo que conviene al muy intelectual Walter: para volver a aprender a vivir hay que empezar por lo más primario, los latidos del corazón y el ritmo de los pasos, o lo que es lo mismo, un ancestral tambor africano que se toca en taparrabos (bueno, calzoncillos) y con los pies desnudos. Como toda iniciación tiene un precio, el joven pasará un calvario que permitirá a profesor comportarse como el padre que parece ser que no fue para su hijo, al que tiene convenientemente lejos. En premio recibirá como don a una princesa, la guapísima madre del joven, que desde su primera aparición adivinamos destinada a reverdecer apagados fuegos sentimentales.


El otro días me vi Casa de lava, un Costa primitivo o un Costa antes de que Costa fuera Costa, aunque es una película en la que aparecen en germen propuestas que desarollará posteriormente. Aquí también hay un occidental (una enfermera portuguesa) que aterriza en una comunidad ajena, Cabo Verde (años más tarde Costa se iría a filmar a los caboverdianos a Portugal, pero antes fue a verlos a su tierra natal, que tal como la muestra es el paradigma de la aridez). Aquí ocurre al revés, no sólo la comunidad caboverdiana resulta opaca, tirando a impenetrable (salvo en el deseo que todos tiene de pirarse de allí, cosa bastante comprensible), si no que Costa mantiene tal distancia con su protagonista, la que podría articular el punto de vista del espectador, que hace que se frustren las hipótesis que uno se formula acerca de su comportamineto, y en general el film: no sabemos si esto es una peli de fantasmas en la que la chica y el muerto viviente al que acompaña aterrizan en un espacio donde habitan los muertos, o si vamos a ver un relato romántico de amores imposibles en el trópico, o simplemente la enfermera aprovecha su estancia para hacer turismo sexual; según sea la secuencia se puede optar por una línea argumental u otra.


Si The visitor es un relato de iniciación clásico (con sus variantes "modernas", como que sea el hijo el que deba enseñar al padre), Casa de lava pertenece a ese extenso grupo de obras contemporáneas en las que el protagonista no aprende nada, ya sea porque no hay nada que aprender, o que enseñar, o porque la comunicación es imposible.


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