sábado, 4 de diciembre de 2010

El león crucificado


Caundo Raúl Ruiz me comentó en la entrevista que le hice en San Sebastián que estaba preparando una adaptación de Salambó me habló de dos imágenes muy poderosas que aparecían en el libro. La primera es la de un león crucificado, que posteriormente da paso a todo un campo lleno de cruces. Yo no había leído la novela de Flaubert entonces (cosa que, por supuesto, no le conté al director chileno), y ayer me encontré con ese fragmento, de un hiperrealismo alucinatorio.

Era un león atado a una cruz por las cuatro patas como un criminal. Su enorme morro le caía sobre el pecho, y sus dos patas delanteras, medio ocultas bajo su espesa melena, estaban ampliamente abiertas como las dos alas de un ave. Las costillas se le marcaban una a una bajo su piel tensa; las patas de atrás, clavadas una contra la otra, levantaban un poco; y una sangre negra, que corría sobre su pelaje, había acumulado estalactitas en la punta de la cola, que colgaba completamente recta a lo largo de la cruz. Los soldados se divirtieron a su alrededor; le llamaban cónsul y ciudadano romano y le tiraron piedras a los ojos, para espantar las moscas.

Cien pasos más adelante aparecieron otros dos, después una larga fila de cruces que sostenían leones. Algunos llevaban tanto tiempo muertos que de ellos no quedaba contra la madera más que restos de sus esqueletos; otros, medio corroídos, retorcían el morro haciendo una horrible mueca; los había enormes, el árbol de la cruz cedía bajo su peso y se balanceaban al viento, mientras que sobre su cabeza bandadas de cuervos revoloteaban en el aire sin parar.

(Manejo la edición de Cátedra, traducción de Germán Palacios)

Aparte del carácter impresionante de por sí de la imagen de un león clavado en una cruz, para el lector occidental el referente obvio es el de Cristo, subrayado por la actitud de mofa de los soldados, que sin embargo no podían saber, en ese momento, que su desprecio prefiguraría el de los soldados romanos en el monte del calvario pocos siglos después. Flaubert juega aquí con un dato que su lector tiene, pero no sus personajes, y a la inversa: la actitud de los soldados muestra que para ellos esa imagen era reconocible, mientras que para el lector flaubertiano es inesperada. Sólo a continuación el escritor da la clave "verosímil" para entender esa imaginería: los leones crucificados funcionan como "espantaleones" medio mágicos de los agricultores de la zona.

Es sabido que Flaubert se documentó hasta la exasperación para escribir Salambó, que abunda en descripciones detalladas de, por ejemplo, el tipo de piedras que componen los collares con que se adornan muchos de los personajes; así que supongo que se encontró con este dato del trato poco respetuoso con los derechos universales de los leones africanos que tenían los lugareños cartagineses de la época (si bien tampoco es de descartar que en aquellos tiempos bárbaros también los leones se entregaran a actividades poco pacíficas con rebaños y pastores, que hay que ser consecuente y condenar toda la violencia allá donde se manifieste), y no perdiera tiempo en aprovecharla.

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