martes, 31 de enero de 2012

The descendants


La única película de Alexander Payne que había visto era una en que Paul Giamatti, escritor y enólogo, se iba de viaje con un cretino. Me pareció un rollo, aunque para mi estupor encantó a amigos cuyo gusto estimo. No esperaba demasiado de este film oscarizable, pero no está mal. Posee la curiosa característica de que sus mejores planos son el primero y el último. La película se abre con un primer plano de un rostro femenino entregado a una especie de goce autista. La mujer está practicando el esquí acuático, el plano se mantiene lo suficiente para que resulte inquietante. Tras irse a negro, la pantalla nos descubre a esa mujer convertida en un vegetal, tendida en la cama de un hospital. No hay que ser un genio para adivinar que esa mezcla de goce comnpulsivo y postura yacente anuncian la aparición de una posición masculina insuficiente, la de George Clooney (el marido), que se dedica durante la parte central a peregrinar acompañado de sus hijas en busca de la clave de ese deseo de su esposa que a él le excluía, encarnado en un amante en el que Clooney anhela y teme encontrar un saber en clave sobre el goce femenino, si bien The descendants insinúa primero y muestra después que el objeto de deseo de la bella (y eterna) durmiente es un merluzo considerable que nada sabía, y nada quería saber, de demandas femeninas; desde luego un príncipe azul de pacotilla que nunca se acercará a darle ese beso que pudiera despertarla.

El punto interesante de la película es que esa peregrinación ocurre en el mismo lugar donde se encuentra la tierra de los ancestros míticos del personaje, que comparte la posesión de unos paradisíacos espacios con una estirpe venida a menos que desea deshacerse de ese suelo sagrado para embolsarse unos beneficios más que pingües: The descendants liga la incomprensión del protagonista (y de todos los personajes masculinos) respecto a los anhelos de su mujer con esa desconexión con los antepasados, aquí, curiosamente, no tanto el Nombre del Padre como el de la Madre, esa antepasada que pertenecía a la nobleza real y que transgredió el orden social al enamorarse de un blanco, un pecado original que dio lugar a la aparición de la civilización occidental en el archipiélago hawaiano, iniciando un proceso irreversible de desacralización que culminaría con la venta de la última playa virgen de las islas.

Es imposible no ver esa tierra ancestral como el legado de la enorme tradición cinematográfica, el espacio de los maestros cuya obra resulta inalcanzable, pero de la que resulta igualmente letal desligarse totalmente, lo que podría explicar esa pátina de melancolía que recorre todo el film, como si Payne fuera consciente de que nunca podrá codearse con los grandes del pasado. Y al final nos quedamos sin saber si la fantasmática protagonista de la cinta era una deidad inalcanzable para los pobres afanes masculinos de nuestros días o una frívola inmadura y consentida, sin que necesariamente ambas posibilidades sean excluyentes.

4 comentarios:

Jesús Cortés dijo...

A mí me pareció realmente buena, bien hecha, divertida y con una calma expositiva que se agradece.
Algo tiene del cine de John Sayles, Paul Newman o Robert Mulligan.

abbascontadas dijo...

Aparte de melancólica, me parece muy inteligente, por ejemplo en la manera en que evita tópicos sobre redenciones familiares.
A mí me chirría el personaje del chaval, creo que se le va la mano en la presentación del personaje, y el plano final eleva el poso que deja el film, sin que moleste el punto de alarde que tiene (como una pequeña firma autoral que se permite tras el encomiable tono de discreción elegante que tiene el conjunto)

Sergio Sánchez dijo...

Sí, la de "Entre copas" a mi también me pareció un rollo, igual que a "A propósito de Schmidt". La única que me divertía era "Election". A ver si ésta eleva la desfavorable media personal que tengo con este director

abbascontadas dijo...

Esta está bien. De Election me han comentado maravillas, pero gente muy pro Payne.