Viendo treinta años después The deer hunter y Heaven's gate prácticamente seguidas resulta raro que la primera fuera un exitazo que todavía mantiene un nivel bastante alto de aceptación popular, y la segunda un estruendoso fracaso que arruinó varias cosas, empezando por la carrera de Cimino, al que da la impresión de que le dieron toda la pasta que quiso para poder hundirlo más a gusto.
El cazador cuenta la historia de unos obreros (esto es, norteamericanos que trabajan en fábricas, lo aclaro para las nuevas generaciones, que podrían pensar que se enfrentan a un film de ciencia-ficción en el que extraterrestres hacen cosas raras en espacios infernales incomprensibles) que se entregan a rituales populares como tomar cerveza, jugar al billar, celebrar una boda bastante peculiar o irse de caza. A ratos aquello parece una versión yanqui de Antonioni, con secuencias largas en las que no acaba de pasar nada: ni la boda transmite sensación de comunidad (incluso nos enteramos de que la novia está embarazada, pero no del marido), ni la partida de caza tiene nada que ver con un rito de camaradería masculina. Aparentemente hay dos hombres enamorados de la misma mujer, pero los dos salen disparados hacia Vietnam, donde descubren que el vértigo de la pulsión de muerte tiene mucho más interés que los devaneos con el sexo femenino: cuando uno de ellos consigue volver, la pobre Meryl Streep se tiene que meter en su cama a empujones, para que al final Robert de Niro se vuelva a Saigón, en medio del fregado de la retirada norteamericana, para descubrir que su compañero del alma es incapaz de abandonar los espacios demoníacos en los anda enredado,
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