He estado buscando (y no he encontrado) la cita de Rayuela en la que se habla de una novela de Morelli compuesta por una sola frase repetida indefinidamente: en un momento dado, un error o un ligero cambio en la frase abre una posibilidad de libertad en el lector, como una ventana abierta en un muro (como no he encontrado el texto cito lo que recuerdo).
Esa novela, como todo el mundo recuerda, reaparece escrita por Jack Torrance en El resplandor, si bien aquí a su autor no le vale la admiración de un grupo de intelectuales perroflautas exiliados en París, sino un hostión con un bate de baseball por parte de su mujer, poco amiga, por lo visto, de la modernidad literaria. Si bien la frase que el bueno de Jack había escrito era siempre la misma (algo acerca de lo tonto que se vuelve un niño que juega poco y trabaja mucho, supongo que un refrán anglosajón), en cada página estaba organizada tipográficamente de manera diferente, lo que le daba un aire de mucha vanguardia oulipiana. Y en la primera de las cuartillas había un error, que es lo que hizo que me acordara de la novela de Cortázar.
A esas alturas de la peli hasta la mujer se da cuenta de que su marido está como un cencerro, algo que el espectador sabe desde los títulos de crédito; vamos, desde que aparece el nombre de Jack Nicholson, que aquí se marca una de las interpretaciones más desmelenadamente histriónicas de la historia del cine en el papel de un escritor psicótico al que no se le ocurre otra cosa que encerrarse en un inmenso hotel aislado por la nieve y repleto de fanrtasmas partidarios de la violencia de género como forma de convivencia familiar para curarse de sus crisis de creatividad. Lo más raro de este escritor, en cualquier caso, es que no se lleva libros para leer, y que no se le ocurre otra cosa que montar su despacho en un salón inmenso que es encrucijada de paso, con lo que su mujer y su hijo pasan a menudo por allí.
Jack Torrance escribe con máquina de escribir, y en el making of se ve a Kubrik escribir el guión con una máquina similar, si no es que es la misma, aunque tampoco hay que hilar tan fino para imaginarse lo que al director inglés le debió de molar en una novela que contaba la historia de un creador bloqueado que se volvía loco encerrado en un casoplón inmenso; lo que yo me preguntaba al terminar de verla es lo que pensaría su mujer cuando la vio: lo más sensato hubiera sido hacer la maleta ese mismo día y pirarse de la mansión de la que Kubrik no salía.
De El resplandor se recuerdan escenas (y muchas), pero la historia no tiene ni pies ni cabeza, que en eso anticipa todo el cine de terror asiático de los últimos tiempos, todo repleto de sustos arbitrarios, explicados al final por el socorrido recurso al delirio del narrador (o a que está muerto, que se ha impuesto la peculiar idea de que los muertos son incapaces de hilvanar una historia articuladamente). Aquí la cosa na pasa a mayores porque tampoco el guión se mete en muchos berenjenales.Mención aparte merece el asesor musical: para mi sorpresa, la banda sonora está formada por piezas preexistentes (Bartok, Penderecki y Ligeti, si hacemos caso a los rótulos) que ponen los pelos de punta al espectador.