domingo, 9 de septiembre de 2012

Cine moderno y ausencia de sentido



Tengo la impresión de haber vivido oscilaciones extremas en la valoración de Antonioni, desde la idolatría extrema hasta la defenestración en bloque de su obra, fruto de esa desastrosa corriente crítica que en los 90 encumbró como valor absoluto la gratificación imaginaria del espectador, o al menos de su lado más adolescente (lo que solemos llamar la toma de la crítica institucional por el frikerío). Parece que los últimos años han supuesto una revalorización de su obra, a lo que no será ajeno el hecho de que se ha editado en buenas ediciones y ha encontrado nuevos espectadores, y que sus películas tienen (en general) valores ya perdidos, como impecables puestas en escena, y una dotación presupuestaria que hoy sería inimaginable para esos mismos guiones.

Toda esta introducción para hablar de La noche, antaño considerada como una película que había envejecido mucho, sabe Dios por qué. Tiene una secuencia inicial de caerse de espaldas, en la que el matrimonio protagonista visita a un amigo moribundo, y en la que se cuentan muchas cosas interesantes y se sugieren muchas más todavía más interesantes (por ejemplo, a Antonioni le basta con mostrar la entrada de la madre del enfermo en la habitación para que el espectador se dé cuenta de que éste va a morir pronto, y que toda su vida fue fiel al amor no correspondido por Lidia, la protagonista del film). A partir de este encuentro traumático con la muerte, Lidia y Giovanni, los protagonistas de La noche, inician una deriva por separado que les llevan a varios encuentros que no acaban de articular ningún sentido, o ningún relato donde pueda inscribirse el deseo o el amor.

En cualquier caso, esta entrada muestra un ejemplo de como el cine moderno trabaja a partir de la destrucción del sentido del relato clásico a partir de una secuencia concreta, aquella en que Lidia deja a su marido firmando libros (es escritor en trance de hacerse famoso) y se marcha sola a vagabundear por unos arrabales en la afueras de Milán (que luego averiguaremos que algo tienen que ver con el inicio de su relación). Allí se tropieza con una pelea entre jóvenes, de la que desconocemos la causa. La pelea remite, obviamente, al torneo propio de los relatos míticos en los que el Rey otorgaba la mano de la princesa al vencedor. Y, efectivamente, aunque la pelea barriobajera tiene un origen desconocido, el que Lidia asista a ella entre horrorizada y fascinada la va tiñendo de esa característica, ser un duelo por la Dama (si bien extremadamente devaluado, claro está). De hecho, el vencedor se yerguerá lascivamente ante ella y se le ofrecerá como obsceno falo, momento en que Lidia, tan directamente interpelada, saldrá huyendo y acabará llamando a su marido. Encontramos aquí de manera excelsa una característica habitual de los textos modernos, la imposibilidad de construir relatos y la deriva hacia la ausencia de sentido, sin que por otra parte puedan dejar de remitirse a los elementos con los que se construían los textos clásicos, si bien devaluados de mil maneras diferentes.


2 comentarios:

Sergio Sánchez dijo...

Durante un tiempo se dijo, y se sigue diciendo, de todo el cine europeo de los 60 y los 70, que "ha envejecido". Así, sin más. Servía igual para Fassbinder, Antonioni, Godard, Visconti o quien fuera. Algo que puedo entender más o menos si uno fue espectador en esa época y se volviera a encontrar con esas pelis 30 años después. Aunque uno sospechaba que quien lanzaba ese juicio indiscriminadamente, en caso de haber sido espectador en los 60 ya lo pensaba entonces, supongo que como reacción a la idolatría extrema.

Mi generación, que éramos adolescentes en los 90, no idolatramos a Antonioni desde el principio. Hombre, nos ha hecho falta curtir la mirada un poco para gustarnos como se merece, curtirla mucho menos de lo que se supone, y que las pelis se editen, claro, que "La aventura" apareció en dvd hace muy pocos años.

abbascontadas dijo...

El problema, creo yo, es la facilidad con la que coletillas así se incrustan en el discurso cultural, con lo que se evita tener que poner al día las opiniones.
También es un misterio lo que va a aguantar mejor el paso de los tiempos, aunque mi experiencia es que las refinadas puestas en escena aguantan bastante bien, mientras que el descuido formal suele quedar anticuado, aunque la cámara en mano parece que regresa cíclicamente.