lunes, 9 de febrero de 2015

Rosas y Claveles

Para Gerardo Sánchez, devoto de El hombre tranquilo


Así luce el salón de los Thorton justo después de que Mary Kate lo acondicione a su gusto con los muebles que le corresponden por su dote, tan contenta ella que no puede menos que romper a cantar, aunque a estas alturas todavía le falta por conseguir la segunda parte de la misma, la crematística, que será la que le permita sentirse dueña de toda la casa (esto es, del lecho conyugal). En la composición destaca ese gran centro floral compuesto por claveles rojos, una elección significativa si tenemos en cuenta que las flores que han estado presentes durante todo el film han sido las rosas, desde la llegada de Sean a Innisfree identificadas con la figura materna. Con razón su mujer se muestra tan suspicaz cuando lo pilla plantando rosas en el huerto, en vez de nabos y patatas: nada puede temer más la ex-Danaher que un marido enganchado imaginariamente a la casa materna, tan fascinado por ese objeto absoluto de deseo que se venga abajo cuando descubra que esa mujer que le ha cautivado es una mujer real y (sobre todo) sexualmente deseante. De ahí que toda la trama del film gire en torno al enorme trabajo que Mary Kate Danaher/Thorton se toma para "entregarse" de una forma apropiada, para lo cual cuenta con la colaboración de un entramado social y simbólico enormemente denso, hasta el punto de que para el emigrante norteamericano que vuelve a casa resulte casi incomprensible. Pero ella sabe que parte de ese trabajo consiste en encarnar la sombra de esa imago materna, lo que queda denotado en ese ramo "domesticado" (así mismo encuadrado en la chimenea que alberga el fuego del hogar necesario para que la casa sobreviva, si bien anotando la posibilidad de que se expanda hasta un punto arrasador) que recuerda a la madre y a la vez marca la diferencia con ella, anunciando que el sujeto sobrevivirá al encuentro con su objeto de deseo.

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