Cuando Robert Wise murió poco antes de que el Festival de San Sebastián comenzara la retrospectiva que le había organizado pillamos a Bertrand Tavernier a la salida de algún acto y le pedimos de sopetón que nos hiciera una semblanza del cineasta. Yo sabía que el director francés era un enciclopedista de la historia del cine, pero no estaba preparado para la deslumbrante disertación improvisada en la que citó sin equivocarse decenas de títulos, ergarzados en un preciso discurso que giraba en torno a la idea de que Wise era un director brillante e infravalorado que había innovado en todos los géneros que había tocado.
Me acordé de esa entrevista (bueno, monólogo más bien) viendo Sangre sobre la luna, estupendo western del que no sabía nada hasta una reciente tarde de fiebre en que me la tropecé en filmin. Tiene un comienzo espectacular, con una estampida casi onírica que está a punto de llevarse por delante al bueno de Robert Mitchum. Al poco nos encontramos con un desafío fálico en el que el mismo Mitchum se las ve con quién será su antagonista Barbara Bel Geddes.
El desarrollo del film es un complejo entrecruzamiento de historias que permitirán desenredar este conflicto, aunque Barbara demostrará ser una chica muy moderna y depondrá el rifle muy avanzada la peli.
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