lunes, 10 de septiembre de 2012

Soluciones para Grecia



Ya que la van a echar de Europa ¿por qué no se la entregan de nuevo a los turcos?

domingo, 9 de septiembre de 2012

Cine moderno y ausencia de sentido



Tengo la impresión de haber vivido oscilaciones extremas en la valoración de Antonioni, desde la idolatría extrema hasta la defenestración en bloque de su obra, fruto de esa desastrosa corriente crítica que en los 90 encumbró como valor absoluto la gratificación imaginaria del espectador, o al menos de su lado más adolescente (lo que solemos llamar la toma de la crítica institucional por el frikerío). Parece que los últimos años han supuesto una revalorización de su obra, a lo que no será ajeno el hecho de que se ha editado en buenas ediciones y ha encontrado nuevos espectadores, y que sus películas tienen (en general) valores ya perdidos, como impecables puestas en escena, y una dotación presupuestaria que hoy sería inimaginable para esos mismos guiones.

Toda esta introducción para hablar de La noche, antaño considerada como una película que había envejecido mucho, sabe Dios por qué. Tiene una secuencia inicial de caerse de espaldas, en la que el matrimonio protagonista visita a un amigo moribundo, y en la que se cuentan muchas cosas interesantes y se sugieren muchas más todavía más interesantes (por ejemplo, a Antonioni le basta con mostrar la entrada de la madre del enfermo en la habitación para que el espectador se dé cuenta de que éste va a morir pronto, y que toda su vida fue fiel al amor no correspondido por Lidia, la protagonista del film). A partir de este encuentro traumático con la muerte, Lidia y Giovanni, los protagonistas de La noche, inician una deriva por separado que les llevan a varios encuentros que no acaban de articular ningún sentido, o ningún relato donde pueda inscribirse el deseo o el amor.

En cualquier caso, esta entrada muestra un ejemplo de como el cine moderno trabaja a partir de la destrucción del sentido del relato clásico a partir de una secuencia concreta, aquella en que Lidia deja a su marido firmando libros (es escritor en trance de hacerse famoso) y se marcha sola a vagabundear por unos arrabales en la afueras de Milán (que luego averiguaremos que algo tienen que ver con el inicio de su relación). Allí se tropieza con una pelea entre jóvenes, de la que desconocemos la causa. La pelea remite, obviamente, al torneo propio de los relatos míticos en los que el Rey otorgaba la mano de la princesa al vencedor. Y, efectivamente, aunque la pelea barriobajera tiene un origen desconocido, el que Lidia asista a ella entre horrorizada y fascinada la va tiñendo de esa característica, ser un duelo por la Dama (si bien extremadamente devaluado, claro está). De hecho, el vencedor se yerguerá lascivamente ante ella y se le ofrecerá como obsceno falo, momento en que Lidia, tan directamente interpelada, saldrá huyendo y acabará llamando a su marido. Encontramos aquí de manera excelsa una característica habitual de los textos modernos, la imposibilidad de construir relatos y la deriva hacia la ausencia de sentido, sin que por otra parte puedan dejar de remitirse a los elementos con los que se construían los textos clásicos, si bien devaluados de mil maneras diferentes.


La discípula de la diosa castradora



Dredd es una película que presenta ese futuro cinematográfico en el que las ciudades tienen doscientos millones de habitantes, todos mendigos salvo los que viven en la torre de los multimillonarios. Está basada en un cómic, supongo que de culto, dado que todos lo son en cuanto de adaptan a la pantalla, que ya conoció una versión hace casi 20 años con Stallone, considerada un fiasco aunque según el IMDB ingresó más que lo que costó. En esta ocasión a Pete Travis no le han dado demasiado (relativamente), y la peli luce un look de serie B que no le viene mal, mientras que el tono carpenteriano que flota en el ambiente hace que Dredd sea un producto tirando a simpático.

Y solventado el problema de la presentación, vamos a lo que nos interesa, que es mostrar que Dredd es un ejemplar tan perfecto de relato de iniciación femenina contemporáneo que casi parece construido para este blog. Tras la presentación de rigor del supuesto protagonista (Dredd) con la convencional secuencia de persecuciones, disparos y explosiones, entramos en materia, que no es otra que el trayecto de Anderson, una joven que tiene que enfrentarse a "su primera vez". Anderson es una jovencísima aspirante a ese especie de agente psicótico que son los jueces en el universo del film (de hecho, los aspirantes son reclutados entre huérfanos que no han cumplido los nueve años, o sea, entre sujetos en los que no ha habido posibilidad de construir un inconsciente). Algo deficiente en su instrucción, sus descomunales dotes telepáticas hace que se haga la vista gorda y se la ponga a prueba, con el Dredd de marras de tutor.

Y así comienza la experiencia del encuentro con lo Real de Anderson, con una figura paterna completamente psicótica a su lado, que se dirige siempre a ella como rookie (nunca con su nombre), y que la única interpelación que hace a Anderson como cuerpo sexuado es para decirle que se guarde una bala por si los malos consiguen secuestrarla (traducido: el único horizonte que le muestra para su goce es uno exclusivamente aniquilador). Por el camino detienen a uno de los malotes que, en el otro extremo, se dedicará a interpelar a Anderson como objeto de deseo, pero exclusivamente como objeto excrementicio: desde que averigua que lee la mente, se imagina todo tipo de escenas vejatorias y violaciones para agredirla. Pero lo mejor de todo es que el laberinto en el que los protagonistas se meten está regido por una reina/diosa completamente salvaje, que exige brutales sacrificios (su presentación en el film es la exigencia de que despellejen y tiren desde el piso cuatrocientos de la pirámide donde habita a unos prisioneros) y de la que se nos informa que es una ex-prostituta que, literalmente, "le arrancó la polla de un mordisco a su chulo".

Si bien los jueces está educados para que nada haga mella en su subjetividad, descubriremos que esta imagen brutal de la castración a hecho mella en ella, y que la utilizará en una pugna "psicológica" con el rehén, una escena que la película desaprovecha completamente. Y ya está, el desenlace del entuerto es predecible, pero por el camino nos encontramos con la vía que los textos contemporáneos describen para la mujer, padres locos, madres salvajes, goce siniestro.


sábado, 8 de septiembre de 2012

Antígona



¿Qué nombre brilla por su ausencia en este título: Die Antigone des Sophokles nach der Hölderlinschen Übertragung für die Bühne bearbeitet von Brecht 1948 (Suhrkamp Verlag)?
Pues claro, Heidegger, traductor de Holderlin al nazi y adicto a los seminarios sobre los griegos. La traducción que Holderlin hizo de la Antígona de Sófocles es una de las que más ríos de tinta ha hecho correr en la historia de la literatura; tomada a choteo en su época. el círculo de sus admiradores no ha hecho más que crecer, todos pirrados por las extrañas lecturas que el poeta hizo del original (entre otras cosas, porque partió de una edición de la tragedia bastante deficiente). Que yo sepa, la traducción no está traducida al español, con lo que la edición de Intermedio de esta película de Straub & Huillet, extraordinariamente subtitulada (a partir de los subtítulos franceses de Huillet), debería saludarse como un acontecimiento literario de nuestras letras.
En cualquier caso, supongo que las enormes variaciones que esta versión tiene sobre la tragedia de Sófocles se deben a Bretch, al que imagino encantado de desheideggerizar a la dupla Sófocles/Holerlin por la curiosa vía de shakespearizarlos: aquí la espiral de locura en la que se mete Creonte no es tanto fruto de su desafío a las leyes de dioses ancestrales como a su afán de rapiña capitalista (ya que no es Tebas la que es atacada por Argos, sino Creonte el agresor que invade Argos para hacerse con su cobre). Para el que no conozca esta hermosa película recomendamos la previa lectura (quiero decir relectura, se da por hecho que todos los lectores de este blog conocen la tragedia griega, referencia constante por estos pagos) de la obra de Sófocles.

Holmes & Holmes



Dedico las tardes a verme con mi hija un episodio de la entretenida (y muy manierista) serie de la BBC en la que Sherlock Holmes habita nuestro siglo XXI, y me he visto la extraña película de Garci en la que el Watson menos british de la historia del cine cae rendido ante las bondades del cocido madrileño y del desayuno con porras durante una visita que la pareja realiza a España para intentar averiguar por qué Jack el Destripador (Juanito el Charcutero en su versión cañí) se ha trasladado a los madriles para continuar sus prácticas salvajes de anatomía (por no hablar de un Holmes reconvertido en humanista capaz de citar a hispanistas como Richard Ford).

A mí los relatos de Conan Doyle me parecen un rollo, y frecuento poco sus variaciones audiovisuales, aunque no me cuesta entender la adicción que esa máquina semiótica con patas crea entre sus adeptos y es fácil vaticinar que al personaje le quedan muchos años de vida.