martes, 31 de marzo de 2009

Cine en casa IV


Boy meets girl fue la primera película que dirigió Leos Carax; no la había visto desde que se estrenó en el Alphaville, el tropezarme con Pola X me ha dado ganas de revisitarme su filmografía, que puede verse tranquilamente en un día (también me he puesto con el Pierre o las ambigüedades de Melville, vamos, que estoy inmerso en el universo Carax).
Boy meets girl reivindica el narcisismo adolescente y hace de la pretenciosidad del principiante bandera estilística. Hay algo desafiante en la manera en que acumula citas y monólogos, y en la voluntad de originalidad. Todo lo que no tenga que ver con el mundo sentimental de los protagonistas que deambulan por la noche parisina aplastados por diversos fracasos sentimentales está radicalmente excluido de la película: ni sociología, ni política, ni historia: la sensibilidad a flor de piel del protagonista, Dennis Lavant, alter ego transparente del director.
Aunque el mimetismo godardiano en la escena de la fiesta, por poner un ejemplo, puede llevar al sonrojo al espectador, la apuesta global sale bien: la película tiene escenas estupendas (como el encuentro del título), algunas las recordaba perfectamente de mi primera visión (Alex escribiendo en una cabina el texto que le va a recitar por teléfono a la chica que acaba de conocer). Para estas vacaciones me queda comprobar si Mauvais sang y, sobre todo, Los amantes del Pont-neuf, su obra magna y megalómana, han envejecido bien.

El cine en casa III


Siguiendo infinidad de recomendaciones me he iniciado en la visión de Los Soprano, serie que ha generado una competición de ditirambos que no se sabe donde va a acabar. El personaje central, Tony Soprano, tiene que enfrentarse a las dificultades de ser un honrado mafioso hoy en día a la altura de sus gloriosos ancestros ; el tema de la serie es como hacer un film de género hoy en día a la altura de sus sublimes precedentes. El personaje opta por la opción mafiosamente incorrecta de acudir a una terapeuta, lo que facilita mucho las cosas a la hora de articular la narración. La serie asume gozosamente todo el pasado cinéfilo del cine negro y lo asume por activa y por pasiva: mediante cita directa y mediante los personajes, que se saben representando un rol mediático y casi estrellas populares, y que tienen a los personajes de las películas como su principal referente (cosa que parece que es cierta; todas las declaraciones sobre el mundo de la mafia hablan de la devoción de sus miembros por la película de Coppola y Vito Corleone). La longitud de una serie le permite adoptar un punto de vista enciclopédico, donde no sólo cabe el cine negro post-Padrino si no que incluye el cine negro de los 40 y Kitano.
Total, que aprovechando que mi hija se quería ver El Padrino me senté a verla un rato. Siempre la he visto en cine, pero mantiene su contundencia en la pantalla pequeña. El dvd permite parar y repetir escenas. Para no ir muy lejos, veamos el magistral comienzo. Hay una habitación a oscuras en la que sólo hay hombres, pero sólo se habla de mujeres, en concreto de hijas. Un hombre desgrana una letanía de quejas: siempre creyó en la democracia, la justicia, la igualdad, los valores de la democracia americana. Todo eso se derrumba cuando su hija es agredida. Los valores laicos muestran su debilidad para hacer frente a lo real. En ese momento se recurren a los dioses atávicos, los de la sangre y los sacrificios; es el momento en que la película nos muestra el rostro de Marlon Brando, el dios patriarcal que preside el mundo del film. Por supuesto, Vito Corleone no cree en la igualdad; como buena deidad veterotestamentaria exige sumisión y obediencia: evidentemente, no entiende la venganza como un intercambio crematístico: la sangre es algo bastante anterior al dinero. En oposición a esa hija que es brutalmente golpeada está la propia hija de Don Vito, que está celebrando su boda en ese momento, aunque esa agresión infligida a una joven virgen acabará contaminando también a esa Corleone que parece destinada a un feliz encuentro con el sexo, o prefigurando su futuro.
Puestas al lado una de otra, Los Soprano no aguanta la comparación con la película de Coppola, si bien hay que reconocer que ni siquiera lo intenta: la serie trata con infinito respeto a sus mayores, una opción que se ha demostrado más que exitosa.

domingo, 29 de marzo de 2009

Solaris


Una buena copia de Solaris en la Filmoteca, casi diría que demasiado; yo la recordaba con menos nitidez, la que pasaron ayer tenía la precisión de las remasterizaciones digitales. Claro que hacía décadas que no la veía, y a lo mejor el problema era de la memoria, o de la proyección.

Para ser una película relativamente ardua (dura casi tres horas, y tiene los habituales empantanamientos narrativos de Tarkovski) sorprende descubrir la influencia que ha tenido en el cine de ciencia-ficción posterior: junto con su hermana gemela Stalker fijaron para siempre jamás el paisaje de la alta tecnología infalible junto con el deterioro post industrial y los detritus personales y subjetivos. Desde entonces en todas las estaciones espaciales conviven superordenadores con basura y fotos de familia.

Soderberg se cargó en su apreciable remake toda la parte de la angustia metafísica (y su mofa) que tan característica es del director ruso, para quedarse con la historia de amor imposible entre Kris y su objeto de deseo delirante. No recordaba yo que Tarkovski fuera tan fiel a esa parte de la novela, y le sale también una historia trágica y preciosa. Lo otro que Soderberg suprime es la progresiva viscosidad incestuosa que adquiere esa obsesión en el film (y que creo que recordar que tampoco está en la novela de Lem): en un soberbio plano-secuencia onírico marca de la casa (que creo que Tarkovski importa de Mizoguchi) Hary, la mujer que regresa de entre los muertos, se metamorfosea en la madre del protagonista, muy similar físicamente, aunque más distante y fascinante (si cabe).

Como no estoy puesto en la biografía de Tarkovski ni en sus vicisitudes laborales, para mí es un misterio como pudo montar estas películas en la Unión Soviética. Stalker y Solaris cuentan prácticamente la misma historia, la imposible aproximación a un espacio (el planeta "pensante" Solaris, la Zona) donde parece ser que algo de lo sagrado se manifiesta, algo que "sabe" y puede dar respuesta a un anhelo del alma humana. Sin embargo, la principal función de los exploradores es destruirlo (siempre hay científicos de por medio, y un científico en una peli de Tarkovski es malo por definición). Infaliblemente aparecen extraños giros grotescos cuando parece que nos aproximamos a una epifanía, como si el propio director se mostrara avergonzado de sus debilidades espirituales (el caso más terrible ocurre al final de Sacrificio, cuando irrumpen los loqueros para llevarse al protagonista). Aunque el caso más sorprendente es el de Andrei Rubliov, una superproducción que hoy sería imposible rodar (por cuestiones económicas), y que es una de las cintas más conservadoras de la historia del cine, con ese canto nacional-cristiano al nacimiento de la Santa Madre Rusia a través de la mirada del pintor de iconos más importante de la historia, con abundantes citas de San Pablo y con una representación de la Pasión de Cristo que mete porque sí, o para que se vea el paralelismo entre el padecimiento del Salvador y el de Rusia.

Por alguna razón, pensaba que las ínfulas de gran creador de Tarkovski habrían hecho envejecer la película, pero sus planos majestuosos mantienen un poder hipnótico que hace que ver Solaris en pantalla grande sea una experiencia sensorial total.


martes, 24 de marzo de 2009

Cine en casa II


Con Pola X Leos Carax consiguió cargarse definitivamente su carrera, tras el intento fallido de la carísima Los amantes del Pont Neuf. Hace un año o dos volvió a dar señales de vida con un mediometraje en un film colectivo, pero no sé si tendrá continuidad la cosa.
Pola X ni siquiera llegó a las pantallas españolas; cuando se estrenó en Cannes recuerdo que se recibió con especial inquina por parte de la prensa francesa, que no debía de tener especial simpatía por el director. Vista hoy, no se entiende demasiado esa fobia: desde luego que tiene bastantes fallos, pero a ratos resulta apasionante, y tiene ese aura muy de Romanticismo, del artista que necesita que su gesto artístico tenga peso y que alguien le confiera densidad a su vida (no desde luego esa madre hiper incestuosa, papel para el que la Deneuve parece que ha nacido).
Pola X comienza con unas imágenes hipnóticas, un cementerio es bombardeado, saltan las lápidas por doquier, todo ello rodado en un blanco y negro onírico. En seguida pasamos a un castillo de cuento de hadas (una de las referencias más evidentes del film es Hasel y Gretel, aparte del Pierre melvilliano, en el que está basado), donde el rubísimo Guillame Depardieu va a buscar a su prima/novia/amiga de la infancia. Escritor de éxito fulgurante, un fantasma salido de ese cementerio viene a cambiar su vida: una hermanastra que le persigue desde Bosnia, una presencia algo siniestra que es el legado de un padre algo ambiguo, héroe y canalla, ya muerto al comienzo del film. Pierre/Depardieu deja todo para irse a vivir con este espectro y convertirse en un clochard chic y atormentado, esperando que el sufrimiento dé peso a sus palabras y ser capaz de proteger a las vidas de las que se hace cargo. Por el camino caen en una casa de okupas intelectuales, a medio camino entre La Fura dels Baus y la secta anarcofascista de El club de la lucha, y donde aparece alguien del orden de una figura paterna, cuyas palabras (que nos escuchamos) parecen encontrar eco en el alma de nuestro atribulado protagonista.
No hace falta ser un lince para ver adonde van a parar los esfuerzos de Pierre, pero el camino está lleno de momentos hermosos y ridículos; y el intento de Carax por convertirse en artista adulto y dejar atrás su universo adolescente y hermoso acaba en un fracaso (profesional) similar.




En la primera mitad de la década se hicieron una serie de películas de "desierto" relativamente parecidas: Gerry (Gus Van Sant), The Brown Bunny (Vincent Gallo) y Tweenty Nine Palms, de Bruno Dumont, que no había visto. En las tres el desierto es el lugar de lo que podemos llamar una epifanía siniestra.

Aquí hay una pareja que se pasa el día de localizaciones en pasajes de solados mientras intentan dialogar en idiomas diferentes. La chica no para de demandar si el chico la ama, y como respuesta encuentra embates eróticos un tanto agresivos, como corresponde al universo Dumont, donde abunda el sexo compulsivo y bastante explícito. Tan refinada visualmente como es habitual, a mí me decepcionó algo, y más teniendo en cuenta que el director la rodó tras la que me parece su obra maestra hasta la fecha, L'humanité.

En cualquier caso, es reconocible ese mundo que parece no haber pasado por la castración simbólica, y por lo tanto habitado por todo tipo de pulsiones (y también por la gracia, como en el caso del santo simple de L'humanité y el bressoniano final de Flanders).

domingo, 15 de marzo de 2009

Cine en casa I

Para mis compañeras de blog, que no habrán visto ninguna de estas películas.


Paul ama a sus hijos pero no sabe comportarse como padre ni como marido.

(Carátula del dvd El nacimiento del amor, editada por Intermedio)

No suelo ver películas en casa, porque mis hijos monopolizan la televisión, y yo soy un espectador de cine a la antigua usanza: necesito tranquilidad, silencio y obscuridad para sentarme a ver un dvd, pero he empezado a esquilmar la videoteca del Instituto Francés, y tras un fallido intento de ver algo en el cine un sábado por la tarde me he dado un atracón de sesión doméstica bastante interesante.

Ya había visto El nacimiento del amor, pero me apetecía repetir; me levanté a las cinco de la mañana para asegurarme de que nadie competiría por la tele, pero en esto que mi mujer se desveló, leyó la carátula del dvd y la frase de arriba, decidió que era una descripción exacta de mi persona y se sentó a verla conmigo. Estaba convencido de que pronto saldría de su error y de que al cuarto de hora se cansaría. Pero no: se la tragó entera, con ojos como platos, completamente convencida de que veía nuestra vida en una pantalla (de hecho luego hablábamos, no de los personajes, si no de ella y yo en la pantalla).

Lo último que se me había pasado por la cabeza es que yo pudiera ser un personaje de Garrel, con esas pulsiones autodestructivas que los habitan y esa cara de palo atormentado que tienen todos; aunque realmente lo más extraño a mi vida de esta peli es la escena en que el hijo llama a gritos a su padre cuando éste se pira/huye de su hogar familiar: tuvimos que reconocer los dos que si nos fuéramos, nuestro hijo mayor no movería el culo del sillón ni apartaría la mirada del ordenador por tan poca cosa.

Además de Lou Castel, que hace de Garrel en la peli, sale Jean-Pierre Leaud interpretando a un intelectual que parece importado del universo Rohmer, el típico merluzo que no para de hablar para ocultar su indolencia, aunque transplantado al mundo Garrel, o sea, con cara más que seria todo el rato. Si lo señalo es porque (algo inaudito en Garrel) tras perder a su chica consigue recuperarla; como tampoco nadie muere de sobredosis ni se suicida, casi la podemos considerar una peli optimista: total, ideal para iniciarse con este director.

Cuando mis compañeras iban con trenzas a EGB, Godard montó un escándalo considerable con esta adaptación a nuestra época del mito de la Virgen María. Las proyecciones en el Alphaville estaban custodiados por la policía, y siempre había gente rezando el rosario en la acera de enfrente y amenazas de bombas en los pases. Es un misterio el por qué al calvinista de Godard le dio por filmar este relato megacatólico, pero en aquel tiempo las páginas se llenaron de ataques y, sobre todo, defensas del filme, con un nutrido grupo de imbéciles que, en estos casos, acaban diciendo que la peli es un rollo (quiero decir que no son imbéciles porque les aburra, si no porque en una discusión de este tipo no es la experiencia subjetiva lo que cuenta).
En realidad, lo que la peli narra es el asombro de una chica que se queda embarazada, que vive el acontecimiento como algo absoluto y cósmico, y que le produce todo tipo de temores y anhelos. Si resulta hoy escandalosa es porque aparece un personaje (al final resulta un poco farsante, pero bueno) enunciando lo que ahora llamamos diseño inteligente; la defensa de la castidad que aparece convierte a Benedicto XVI en un libertino.
Que yo sepa, Godard no ha hecho nunca una película de época. En nuestros días, José trabaja de taxista, y María lleva la gasolinera de su padre y juega al baloncesto. El arcángel Gabriel está mayor y algo gagá, se le olvidan las frases que debe pronunciar, y para eso le acompaña una niña, supongo que un ángel becario. Es una especie de clown, personaje que solía interpretar el propio Godard, aunque aquí no podía porque el arcángel tenía que ser algo mamporrero, y el enclenque del director no daba como para apalizar a San José cada vez que intentaba meterle mano a María. Como en todos los filmes de Godard, aquí hay citas a porrillo; como ya han pasado dos milenios de cristiandad (aunque, claro, Cristo todavía no ha venido al mundo) tiene donde elegir. Lo más cargante resulta la banda sonora: trozos de Bach que irrumpen constantemente, un poco a la buena de Dios. También hay profusión de desnudos de las jolies femmes que en esa época poblaban sus películas, aunque formaban parte del paisaje, ya que da la impresión de que le encantaba filmar todo: bosques, ciudades, edificios, mujeres.
Y aunque no se suele citar, acompañando al Je vous salue hay un mediometraje de Anne Marie Meiville, El libro de María, que yo recordaba estupendo y, efectivamente, lo es.

viernes, 13 de marzo de 2009

Tichy en Ivorypress


"Fakes of works by Miroslav Tichy are starting to appear on the market. There seems to be one or several imitators in the Czech Republic producing these falsifications, including false signiture of Tichy. The works appear through different chanels on auctions but also in galleries. The seller is usually anonymous claiming to have acquired the works from Tichy or his neighbours. Sometimes minor quality originals from Tichy's laboratory are "upgraded" by adding a frame."
(de la página de inicio del sitio "oficial" de Tichy)


Leí la historia de Tichy en un artículo en el País hace unos años, un estudiante de Arte en la Checoslovaquia de mediados de siglo que fue aplastado por la subida al poder de los comunistas, y que tras años de peregrinaje por cárceles y manicomios (distinción algo inane en la época del estalinismo) acabó de vagabundo entregado a la fotografía compulsiva de mujeres en su pueblo natal. Según se cuenta, durante décadas salía todos los días a la calle con cámaras artesanales y deterioradas y hacía mogollón de fotos, de las que revelaba las mejores. Imagino que, con el paso del tiempo, todas las mujeres le conocerían: las fotos están tiradas de cerca, y rara vez se muestra un gesto de desagrado o inquietud; debía de ser una especie de loco inofensivo (alguna joven agraciada posa manifiestamente feliz). Tichy saltó al estrellato del arte contemporáneo, tan ávido de rarezas auténticas, con tanto gilipollas de pacotilla como anda suelto, en cuanto un amigo de la familia descubrió el tesoro escondido y lo sacó de paseo. El éxito fue inmediato, y más cuando se descubrió que Tichy no era un fake si no un marginal comme il faut (nunca se ha tomado la molestia de ir a sus exposiciones, y parece ser que sigue viviendo en su agujero de siempre).
El caso es que leí en el blog de Fernández Mallo que había una expo de Tichy en la librería/galería megapija que los Foster han abierto en Madrid, atendida por jóvenes tan megacool y megapijos como el local, aunque a la hora de comprar unas postales en la galería marcaban 9'80 €, y al subir a la librería el precio había ascendido a 12, sin otra explicación por parte de la chica que atendía la tienda (y que tras solicitar el importe se puso a hablar por teléfono con el volumen y el desparpajo del que está solo en un espacio privado con un chico al que lamentaba no poder acompañar a un concierto porque esa noche tenía un compromiso i-ne-lu-di-ble con una amiga que celebraba su cumpleaños) que un error a la hora de imprimir los carteles de los precios, error que en una carnicería o en la panadería del barrio hubiera provocado un motín, pero que en ambiente tan refinado me tragué, por si infringía alguna sagrada norma del universo del arte contemporáneo.


La exposición tiene decenas de fotos y alguno de los improbables cachivaches con los que las hacía, y se proyecta un vídeo que no vi, pero que imagino que es el de Tarzán retirado. Aunque es difícil describir lo que hace tan atractivamente misteriosas esas fotos, está claro que el fotógrafo buscaba algo (algo así como el fulgor imaginario del deseo; ya sé que suena bastante pretencioso) en esa serie compulsiva de fotos casi azarosas, y cuando lo encontraba positivaba el negativo. El carácter defectuoso y deteriorado de los procesos técnicos hace que las fotos adquieran un tinte fantasmático; sorprendentemente, las mujeres recobran un aura entre romántico y evanescente, transmutadas de triviales amas de casa en auténticas ninfas cotidianas y felizmente inaccesibles; la verdad es que salí con la impresión de que había visto el diario de un ser sorprendente, un voyeur feliz, agradecido de que a su alrededor pulularan seres tan encantados y encantadores.

Rocas y vírgenes


El otro día me vi de madrugada (la única hora a la que hay monitores libres en mi casa) Picnic en Hanging Rock, que no está mal, y que por esas casualidades de la vida de los cinéfilos lectores coincidió con la lectura de Pasaje a la India. En ambas obras aparece una imagen idéntica: una joven, confrontada a una roca, sale corriendo presa de un ataque de histeria. En la película australiana es una anécdota secundaria: Hanging Rock es una especia de numen que acepta a algunas personas y a otras rechaza, y lo que cuenta en la peli es el caso de las que son "aceptadas": las dos jóvenes angelicales y la aparentemente severa Mrs: Graw, que desaparecen en el interior de la roca. En Pasaje a La India el estallido histérico de Mrs. Quested tiene desastrosas consecuencias para todos los que la rodean, y prácticamente para el Imperio Británico al completo. Peter Weir filma con evidente fascinación a sus jóvenes internadas, y en especial a Miranda, esa Albertina angelical que concita deseo y celos entre todas las que le rodean, desde su desclasada compañera de cuarto hasta la despiadada directora del Instituto, con ese hipertrofiado moño hitchcockchiano que va desintegrándose junto con su imperio escolar. Forster no se molesta en disimular su desprecio por el personal femenino anglo-indio que se topó en su estancia en La India. Transparentemente reflejado en el profesor Fielding, que elige el bando del enemigo nativo, el escritor narra una pasión más o menos imposible, la de el citado Fielding y el médico musulmán Aziz, entre los que acaba interponiéndose la crisis que estalla entre las comunidades a raíz de la falsa (o histérica) acusación de agresión sexual de Mrs. Quested a manos del médico. Aunque Adela recordará que cuando entró en la cueva pensaba en que no amaba a su prometido, el pensamiento anterior, y que no vuelve a emerger en ella, es la idea de que Aziz era atractivo físicamente. Al reconocer que, en realidad, lo que provocó su estallido fue una alucinación fantasmática, la protagonista hace emerger el fantasma de la sexualidad (y el goce) interracial, fantasma que atormenta a todas las civilizaciones, como se puede comprobar en el Bhagavad Gita o en Centauros del desierto.
La roca, en ambos casos, hace referencia a lo real inhumano, explícitamente sexual; de las cuevas de Marabar se nos dirá que "son anteriores a la aparición de los dioses sobre la tierra", de Hanging Rock que es una formación extremadamente joven "apenas un millón de años", por lo que a su aire siniestro se une una especie de atractivo telúrico y sagrado. Tanto las jóvenes de la película australiana como la Adela de Forster viven una experiencia iniciática, fatalmente fallida en el caso de la inglesa (como muestra el desprecio con el que la trata su madre simbólica, Mrs. Moore, tras el fracaso de la confrontación con su inconsciente, nombrado por el eco de la cueva), ambigua en el caso de las doncellas: indudablemente, la chica que huye aterrorizada ante la llamada de la roca no está a la altura de la prueba, ¿pero qué pensar de la que sobrevive, y a la que sus compañeras interrogan histéricamente?¿y las que desaparecen, y no retornan al mundo de los vivos para compartir su experiencia? Hanging Rock es ambigua al respecto, se guarda muy mucho de decirnos si la experiencia vivida cae del lado de lo siniestro o de lo sublime, aunque lo peor le cae a las que se quedan.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Día perdido en la Televisión Pública

Soy un hombre cauto,
estoy acostumbrado a los días
y temo los milagros no previstos en el programa

(Chagall, José Watanabe)

El sábado me tocó currar en Informe Semanal, lo que implicaba pasar un montón de horas en Torrespaña, a la espera de que surgiera algún acontecimiento, aunque la esperanza más bien era que no pasara nada y nadase en el tedio más absoluto, que fue lo que pasó (o sea, nada); y así conocí horas interminables de navegar por internet, que ocupé básicamente en verme toda la temporada actual de Muchachada Nui, leer un montón de blogs de los habituales y de la nueva generación de escritores españoles (aunque Agustín Fernández Mallo y Vicente Luis Mora tienen mi edad), con lo que por la tarde ya me consideraba un experto en la materia, quedarme fascinado con el rostro de Leire en el videoclip de La oreja de Van Gogh Inmortal, canción que mi hija oye a todas horas en casa y que se ha convertido en el himno del hogar merced el verso que dice "Tengo tantas cosas y ninguna está en su sitio", que es exactamente lo que nos ocurre, y ver el partido de fútbol Madrid-Atlético en una señal sin comentarista, lo que resultaba bastante raro, acostumbrados como estamos a que cuarenta expertos te expliquen lo que estás viendo. Aunque el fútbol no me llama mucho la atención y no aguanto un partido entero, soy colchonero fundamentalista, y nada me gusta más que ver al Madrid morder el polvo, sobre todo en la liga de campeones (esto lo escribo cuando el Liverpool ya le ha pasado por encima, pero la humillación ha sido tan grande que resulta hasta de mal gusto manifestar contento); pero estaba convencido de que, como siempre, acabaría ganando el Madrid (a pesar de que, viendo el partido, parecía imposible que metieran un gol).
Total, que tras trece horas trabajando, había descubierto cosas tan inútiles y fascinantes como que el McDonalds de la Plaza de España de Zaragoza, al que Manuel Vilas ha dedicado un poema bastante desolador, había cerrado; que en la librería que los Foster han abierto en Madrid (bueno, creo que es esa) hay una exposición de Tichy, ese homeless checo que hacía fotos a las mujeres con cámaras hechas con cajas de galletas (y que parece un personaje inventado por el universo Nocilla); que Leire salió de una especie de Operación Triunfo de Cuatro (mi hija se mofó largamente de mí por desconocer este hecho, que fue publicitado hasta la saciedad); y que la delantera del Atlético es bastante mejor que la del Madrid, pero que no se atrevió a rematar al adevrsario, abismada ante el vértigo de lo imposible.

lunes, 9 de marzo de 2009

Manifiesto por un relato de aventuras contemporáneo

"Como era de esperar, igual podía tratarse del mapa de un tesoro como del plano de unos grandes almacenes o del dibujo de un loco."

(La mitad sombría, Flavia Company)

sábado, 7 de marzo de 2009

Esperando a Desplechin


Parece que por fin estrenan Un cuento de Navidad, a final de marzo, la primera película de Desplechin que alguien se atreve a sacar en pantalla grande en nuestro país (lo hace Alta); no sé si el resto tiene distribución en dvd. Anuncian una visita relámpago del director para la tarde del 9 y la mañana del 10, o sea, la semana que viene. No sé si hay muchas demandas de entrevistas; por lo que he leído a lo largo de estos años los críticos españoles de la prensa diaria, que es lo que leen los distribuidores, han sido bastante despiadados con su cine, con el inefable Boyero a la cabeza.
Total, que para celebrar el acontecimiento me ví La vie des morts, un mediometraje que se considera el inicio de su carrera, y donde está ya todo él: el retrato de la comunidad, la llegada del intruso, la proliferación de vías narrativas que se abren en cualquier dirección, la casa familiar...
El mediometraje tiene su gracia porque lo que vemos es una familia de espíritus que se reúnen para esperar la llegada al reino de los muertos de un familiar que se ha volado la cabeza. Por supuesto, los espíritus son exactamente igual a los vivos, y repiten sus mismos ritos: comen, duermen, fuman, hasta tienen la regla; y como toda familia que se precie se reúne por jerarquías: los jóvenes con los jóvenes, los hombres con los hombres y las mujeres por su lado.
Lo único que se echa en falta en La vie... es Almaric, que en el universo Desplechin hace siempre de clown, y que se incorporaría a la compañía de actores en Comme je me suis disputé... (y que si está en ésta que estrenan).
A mí Un cuento de Navidad me encantó, y dado que no creo que tenga muchos apoyos mediáticos ni publicitarios desde aquí animo, animo a los pocos lectores del blog a que se acerquen a verla.

domingo, 1 de marzo de 2009

Shackleton y Forster




Prácticamente el mismo día en que llevé a mi hijo pequeño a ver la exposición sobre la expedición de Shackleton empecé a releerme Pasaje a la India, lectura que andaba a la vista en la mesilla de noche desde el ciclo de Lean en la Filmo. La verdad es que la expo la quería ver yo, aficionado al género de las expediciones polares desde que leí El último lugar sobre la tierra, de un tal Huntford, uno de los libros más apasionantes que he leído nunca (y que me recomendó Gasset, por cierto, de lo que estaba muy orgulloso), y que cuenta en 800 páginas la pugna entre el arrogante, pusilánime y bastante incompetente Scott (que tuvo el detalle de morirse en el intento, con lo que sus compatriotas se apresuraron a erigirlo en héroe imperial) y el eficaz, industrioso, inteligente y maníaco-depresivo Admunsen, que se llevó la gloria de la carrera hacia el Polo Sur para los nórdicos en general y para la recientemente independizada Noruega en particular.




Si pongo las dos cosas juntas es porque ambas se refieren al Imperio Británico en el primer tercio de siglo, cuando estaba aparentemente en su apogeo pero ya anunciaba su próximo y rapidísimo declive. La exposición es muy didáctica (está llena de vídeos sobre la Antártida y cachivaches para que jueguen los niños), pero resulta deslumbrante por las fotos de Hurley, el fotógrafo australiano embarcado en la expedición para, entre otras cosas, costear los gastos de la misma mediante la venta de los derechos de las imágenes. Shakleton y sus compañeros se quedaron atrapados entre placas de hileo durante una burrada de meses, justo en el momento en que comenzaba la Primera Guerra Mundial y a nadie se le ocurría mandar un equipo a buscarlos. Primero aguantaron en el barco, y cuando las placas heladas lo reventaron tuvieron que improvisar un par de campamentos, hasta que pudieron fletar las barcas y alcanzar, tras semanas de remo, una isla inhóspita, desde la que Shakleton y los mejores marineros se lanzaron a alta mar a buscar una base de balleneros, que milagrosamente encontraron. Uno se imagina lo que tiene que ser estar día tras día perdido en un desierto infinito de hielo, sin demasiadas esperanzas de salir de allí, pero las fotos de Hurley lo documenta: la disciplina del barco, las cenas en equipo, las labores de limpieza, los partidos de fútbol... Todos los tripulantes volvieron con vida, algunos para morir al poco tiempo en la contienda europea. Pero uno tiene la impresión de que Shackleton fracasó por razones similares a las de Scott, esa arrogancia tan british que les hacía creer que la naturaleza se plegaría a las virtudes imperiales: tenacidad, valentía, patriotismo...

Forster, que pasó tiempo en la India y que pertenece a esa inagotable galería de viajeros ingleses excéntricos y curiosos (con el añadido políticamente correcto de ser homosexual), debía de detestar a sus compatriotas: el desprecio que manifiesta en Pasaje a la India por ellos está a punto de hacer zozobrar la novela en algunos puntos (aunque tiene gracia su misoginia, impensable en nuestros días), de tan furioso que debía ponerse al escribir (y recordar). Como gesto realmente subversivo, entre la panoplia de puntos de vista destaca el que concede a la comunidad musulmana a través de Aziz, uno de sus protagonistas. Forster se rebela contra el imaginario occidental de la India misteriosa e impenetrable, y se adentra con seguridad en las tensiones interétnicas que azotaban (bueno, y azotan) a la comunidad indígena, mientras los ingleses regían con olímpica frialdad el inmenso país. Tal vez es con intenciones satíricas que hace decir a algún funcionario que, sin ellos, los indios se matarían entre ellos, aunque el tiempo ha acabado dándole la razón, si bien buena parte de culpa recayó en la desastrosa gestión que de la descolonización hizo la metrópoli (como en Próximo Oriente, donde la principal preocupación parece haber sido dejar las cosas lo peor posible para que se les achara de menos). Forster se mueve bien entre las comunidades del Libro, pero no se treve con el hinduísmo, que le debía de parecer un tanto marciano, y al que trata alternativamente con recochineo y temerosa reverencia, a través sobre todo del profesor Godbole, impenetrable y ridículo, idiota e inmarcesiblemente sabio, todo ello en el mismo párrafo, si hace falta.