viernes, 13 de marzo de 2009

Rocas y vírgenes


El otro día me vi de madrugada (la única hora a la que hay monitores libres en mi casa) Picnic en Hanging Rock, que no está mal, y que por esas casualidades de la vida de los cinéfilos lectores coincidió con la lectura de Pasaje a la India. En ambas obras aparece una imagen idéntica: una joven, confrontada a una roca, sale corriendo presa de un ataque de histeria. En la película australiana es una anécdota secundaria: Hanging Rock es una especia de numen que acepta a algunas personas y a otras rechaza, y lo que cuenta en la peli es el caso de las que son "aceptadas": las dos jóvenes angelicales y la aparentemente severa Mrs: Graw, que desaparecen en el interior de la roca. En Pasaje a La India el estallido histérico de Mrs. Quested tiene desastrosas consecuencias para todos los que la rodean, y prácticamente para el Imperio Británico al completo. Peter Weir filma con evidente fascinación a sus jóvenes internadas, y en especial a Miranda, esa Albertina angelical que concita deseo y celos entre todas las que le rodean, desde su desclasada compañera de cuarto hasta la despiadada directora del Instituto, con ese hipertrofiado moño hitchcockchiano que va desintegrándose junto con su imperio escolar. Forster no se molesta en disimular su desprecio por el personal femenino anglo-indio que se topó en su estancia en La India. Transparentemente reflejado en el profesor Fielding, que elige el bando del enemigo nativo, el escritor narra una pasión más o menos imposible, la de el citado Fielding y el médico musulmán Aziz, entre los que acaba interponiéndose la crisis que estalla entre las comunidades a raíz de la falsa (o histérica) acusación de agresión sexual de Mrs. Quested a manos del médico. Aunque Adela recordará que cuando entró en la cueva pensaba en que no amaba a su prometido, el pensamiento anterior, y que no vuelve a emerger en ella, es la idea de que Aziz era atractivo físicamente. Al reconocer que, en realidad, lo que provocó su estallido fue una alucinación fantasmática, la protagonista hace emerger el fantasma de la sexualidad (y el goce) interracial, fantasma que atormenta a todas las civilizaciones, como se puede comprobar en el Bhagavad Gita o en Centauros del desierto.
La roca, en ambos casos, hace referencia a lo real inhumano, explícitamente sexual; de las cuevas de Marabar se nos dirá que "son anteriores a la aparición de los dioses sobre la tierra", de Hanging Rock que es una formación extremadamente joven "apenas un millón de años", por lo que a su aire siniestro se une una especie de atractivo telúrico y sagrado. Tanto las jóvenes de la película australiana como la Adela de Forster viven una experiencia iniciática, fatalmente fallida en el caso de la inglesa (como muestra el desprecio con el que la trata su madre simbólica, Mrs. Moore, tras el fracaso de la confrontación con su inconsciente, nombrado por el eco de la cueva), ambigua en el caso de las doncellas: indudablemente, la chica que huye aterrorizada ante la llamada de la roca no está a la altura de la prueba, ¿pero qué pensar de la que sobrevive, y a la que sus compañeras interrogan histéricamente?¿y las que desaparecen, y no retornan al mundo de los vivos para compartir su experiencia? Hanging Rock es ambigua al respecto, se guarda muy mucho de decirnos si la experiencia vivida cae del lado de lo siniestro o de lo sublime, aunque lo peor le cae a las que se quedan.

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