miércoles, 30 de diciembre de 2015

Relecturas

Uno de los descubrimientos cinematográficos del año ha sido el de David Robert Mitchell, un director que pasados los 40 tiene el detalle de haber realizado sólo dos películas, con lo que su filmografía te la ventilas en una tarde, que prácticamente es lo que hice yo. The myth of the American sleepover & It follows son prácticamente la misma película, adolescentes que pasean en formato panorámico un tedio que no acierta a decir su nombre por las calles de barrios residenciales que se transforman sin darte cuenta en zonas arrasadas y abandonadas, y una curiosa y discreta ausencia de adultos. Como no conozco Estados Unidos no sé si se trata de geografías reales o de metáforas sobre el hundimiento moral de la cultura urbana, o las dos cosas. 
It follows rescribe el argumento de La ronda: aquí es una especie de maldición lo que se transmite por vía sexual, una cosa asesina que persigue infatigablemente al último copulador de una cadena que no se sabe donde comenzó: si la sífilis era la enfermedad de transmisión sexual de la Viena de principio de siglo, en nuestros días es la psicosis lo que pasa de cuerpo a cuerpo a través del sexo. 

La celebérrima House of cards invierte/reactualiza el comienzo de Macbeth: aquí la bruja anuncia al protagonista que no va a ser rey (en este caso, Secretario de Estado), lo que dispara su ira y, sobre todo, la de su mujer, en estos primeros episodios (dirigidos por Fincher) una helada Lady Macbeth que vuelca toda su pulsión en su afán de poder. Como es sabido, los Macbeth no follan, que eso sería desperdiciar energías en chorradas; por eso la serie pierde todo su interés en cuanto Kevin Spacey se mete en la cama del patito feo (momento en que la abandoné para siempre); además, y sin que sirva de precedente, en España tenemos un casting muy apañadito para el remake cañí que nos procura en directo el Psoe día sí día también. 

martes, 29 de diciembre de 2015

The galaxy around the corner

  Dos películas recientes que muestran relaciones entre personas maduras me han provocado bastante vergüenza ajena (al parecer, un sentimiento tan español que, según me comentó un amigo, en inglés se conoce como Spanish shame): Un paseo por el bosque y el enésimo episodio de La guerra de las galaxias, cuyas escenas dialogadas entre Han Solo y la princesa/general Leia pueden contarse entre lo más bochornoso que se haya perpetrado en esta década.
  
Es un misterio esta incompetencia de nuestros jóvenes directores parta rodar a sus mayores, aunque alguien podría argüir (con razón) que tampoco saben rodar un bosque. Pero bueno, igual los chicos son de ciudad, y nunca se han molestado en ver una peli de Mizoguchi o de Renoir, pero cabe imaginar que tienen padres, tíos, abuelos.                                                                                                             

miércoles, 7 de octubre de 2015

Pulsión y cultura

   La primera escena se abre con un gran plano general de una ciudad desierta por la que avanza, minúscula, una chica en bicicleta. Al poco la veremos perseguida por una considerable jauría de perros enloquecidos. En el primer plano descubrimos que la joven es prácticamente una niña, aunque unos zapatos de tacón ancho nos indica que hace ya sus pinitos en el mundo de los adultos. Así que uno se imagina que la película irá de las dificultades de una adolescente para encarar las pulsiones sexuales de esa edad difícil, y hasta aventura la presencia (en el mejor de los casos) de algún padre obsceno...y acierta, claro. Hay que decir que el padre es simplemente un pobre hombre, alguien incapaz de concitar respeto desde el momento en que la madre lo desprecia abiertamente (le deja la hija mientras ella se va de vacaciones con otro hombre), y así es difícil que una hija de 13 años se tome en serio nada de lo que diga.



   El abandono de la infancia viene plasmado en el periplo del perro de la chica, que pasa de ser una presencia amorosa a convertirse en una fuerza psicopática merced a una trayectoria que no deja de ser un remake gore de La dama y el vagabundo; sin alejarnos del universo disney podemos decir que White God cuenta la misma historia de Inside/out, la dificultad para madurar de nuestros hijos (hijas, en este caso) dado el devastador paisaje simbólico con el que se encuentran para afrontar el encontronazo con el cuerpo sexuado con la llegada de la pubertad, si bien va de suyo que la peli de Mundruczó (que ya hizo algo parecido en su anterior película, Semillas de maldad, con un vástago varón) es bastante más siniestra que la de Pixar, que por algo estamos hablando de un autor europeo del Este, donde parece obligatorio unas considerables dosis de miserabilismo para colocarse en el competido panorama de la cinefilia cosmopolita. 

miércoles, 30 de septiembre de 2015

San Sebastián: la modernidad era esto

Un par de películas vistas en San Sebastián sirven para hablar de ese concepto etéreo que es la modernidad cinematográfica: H story, de Nobuhiro Suwa, y Un día perfecto para volar, de Marc Recha. 


La primera está construido con las ruinas del intento de un director de cine japonés (sí, un tal Nobuhiro Suwa, interpretado por el mismo Nobuhiro que dirige el film) por rodar un remake de Hiroshima, mon amour con...Beatrica Dalle, una loca que garantiza el fracaso de cualquier proyecto, aunque tal vez las razones haya que buscarlas en que Suwa (los dos, el real y el de la ficción) hayan nacido en Hiroshima. Incomprensible si no se conoce el film de Resnais/Duras, H story propone un juego en espejo en el que el film que se intenta rodar se va a la porra pero Beatrice Dalle acaba viviendo una versión entre descabalada y chanante de la peripecia de su personaje, con un lío con uno de los actores que no sabe ni papa de francés o inglés, con lo que los dos acaban deambulando por Hiroshima sin poder comunicarse. Suwa intentaría algo parecido en su siguiente película, la más conseguida Una pareja perfecta, en que se lleva Viaje por Italia a la Francia de nuestros días, si bien en ambos casos, al margen del sincero homenaje, le salen dos obras bastante más aburridas que los originales.


Un día perfecto para volar sólo se entiende por esa tontería que les entra a los hombres que deciden ser padres a los cuarenta y tantos y acaban embobados con sus hijos, pensando que el resto del universo va a caer rendido ante las genialidades del vástago. A pesar de durar sólo 70 minutos no recuerdo haber vivido mayor deserción en una sala de cine, el público se levantaba en manadas que se marchaban hablando en voz alta, decenas de personas que como un resorte, cada cinco minutos, enfilaban la salida de la sala del Kursaal. Aquí partimos de esa emblemática escena en que un padre cuenta un cuento a su hijo. La modernidad estriba en la exacerbada extensión de la escena, que ocupa todo el metraje, y en lo deslavazado del relato contado, una cosa con gigantes, arañas venenosas y cuevas que no se articula en nada con sentido. Hasta la figura paterna se desdobla, primero encarnada en Sergi (Sergi López), una especie de ángel de la guarda moderno (va disfrazado de parapentista), porteriormente transmutado en Marc Recha, el verdadero padre de la criatura, su hijo Roc. Como todos los que fuimos a la sala vimos la peli entre cabazadas adujimos diferentes razones para la metamorfosis, razones que probablemente aparezcan en ese texto clave para comprender cualquier film contemporáneo: la sinopsis de la nota de prensa. 

martes, 1 de septiembre de 2015

Los hijos perdidos



Como la Filmoteca da vacaciones al personal en agosto y no tiene infraestructura para organizar ciclos o subtitular películas dedica las tardes de agosto a las reposiciones, con lo que los asiduos nos dedicamos a repetir cosas que nos gustaron o a repescar alguna que dejamos ir en su día por pereza o desconocimiento. Generalmente uno descubre que hizo bien dejando pasar ese trozo de celuloide, y como agosto es un mes en el que no se tiene mucho que hacer, tampoco lamenta malgastar un par de horas en la sala oscura. 

El caso de Prisoners es algo distinto: todo el mundo parecía haberla visto, y guardar buen recuerdo de ella..., pero nadie recordaba el argumento (me ha pasado con tres personas). Yo la seguí con interés, y me quedé desconcertado cuando vi que no había descubierto lo que resulta obvio (aquí spoiler total):

que la mala es la madre, y eso que la película no deja de emitir señales hacia ese punto, con todas las carencias imaginables en el campo de la figura del padre, lo que indefectiblemente señala un punto: figura materna loca a la vista.

En este sentido el comienzo es extraordinario: aquí la magnitud de la palabra/función paterna está extremadamente marcada: tras el rezo del padrenuestro vemos a un padre guiando a su hijo en su primera experiencia con un arma de fuego. Más tarde, en el coche, ese mismo padre transmite a ese mismo hijo la que considera la enseñanza más importante recibida de su propio padre. Y, sin embargo, algo raro pasa, algo siniestro circula en esa palabra, en el discurso paterno, tal vez la señalada presencia del cervatillo abatido, una presencia sublime al comienzo que deviene resto excrementicio a causa de la violencia masculina, tal vez el tinte paranoico de la instrucción que pasa de padres a hijos en esa familia.

Esas fallas de la figura paterna se irán haciendo visibles a lo largo de la película (que transcurre significativamente, aunque no se haga hincapié en ello, en un ambiente de fundamentalismo cristiano): descubriremos que ese primer padre que transmitió a su hijo tan memorable enseñanza se suicidó, que el policía que protagoniza la trama (interpretado por Jake Gyllenhaal, lo cual quiere decir que está loco) es huérfano, que uno de los sacerdotes que ejerció de padre para él era un abusador...

Al final queda un paisaje arrasado en el que la madre impone la no ley del odio a Dios y, en consecuencia, se secuestran niños para romper la cadena simbólica e impedir la donación de una palabra paterna (que, en cualquier caso, estaba ya habitada desde el principio por la locura).

sábado, 29 de agosto de 2015

El policía y la diosa



   Drive causó sensación en su pase en Cannes, lo que se explica porque en realidad la mayoría de los periodistas allí acreditados están lejos de ser esos refinadísimos cinéfilos que muchos se imaginan; y agradecen cualquier película de género con una estética pinturera que les permita entregarse a un disfrute primario con coartada intelectual.

   Todo el mundo dio por hecho que Winding Refn repetiría, y como suele suceder en estos casos, Only God forgives fue recibida con bastante animadversión, tal vez estimulada por el hecho de que el bueno de Nicolas se pasó el festival colgado del brazo de Jodorowsky, al que dedica la película y al que presentó en el pase de La danza de la realidad en la Quincena de Realizadores (y ahora recuerdo que entrevisté a los dos; preguntado el lacónico danés por el charlatán chileno me contestó que para él era Dios -lo mismo que me dijo Lisandro Alonso sobre Maradona, que hay que ver qué deidades más curiosas se gastan los directores de cine-). Aunque tal vez los prejuicios sean míos, porque el recibimiento de Jodorowsky tras la proyección fue apoteósico, a pesar de las (comprensibles) risas que el personal se echó en algunos momentos del pase (también confieso que si bien pasé bastante vergüenza ajena en muchos momentos, en otros la valentía y el atrevimientos de lo que intentaba me dejaron con la boca abierta).

   Only God forgives muestra a dos hermanos que viven en Tailandia del tráfico de drogas con los combates de boxeo de tapadera, aunque lo importante es que son incapaces de afrontar un encuentro sexual con una mujer: uno es un psicópata que las asesina y el otro es un autista voyeur que mira como se masturban; todo queda explicado en cuanto aparece la madre, una desatada Kristin Scott Thomas que se lo debió pasar pipa interpretando a un monstruo bastante alejado de las refinadas criaturas a las que suele encarnar. Esta madre es tan brutalmente aniquiladora que intuimos que ese policía aparentemente bonachón pero que se entrega a una violencia extrema es una proyección de la mente de Ryan Gossling, que se imagina a una especie de figura paterna que haga frente a la insoportable invasión del cuerpo materno, cuyos mandatos son órdenes que nadie osa incumplir (cuando ella cuenta que fue su hijo el que mató al padre, entendemos inmediatamente de quién partió la orden).

   Lo más sorprendente del film es que finalmente la diosa invulnerable, el aniquilador objeto primordial, es abatido por esa encarnación de cierta ley paterna que, si bien se entrega a una violencia tan intensa como su oponente femenino, respeta cierto orden patriarcal: de su destrucción salva a los hijos, mientras que ella sueña con el apocalipsis total. 

Cuando John y Tsui coincidieron en las américas


   1997 conoció una soterrada competición entre dos figuras señeras del cine de Hong Kong, John Woo y Tsui Hark, por ver cual de los dos hacía la película más desaforadamente demencial del año y, probablemente, de la década, aprovechando que estaban en Estados Unidos y sus compatriotas no ven cine de ese país.


  Double team y Face/off configuran un programa doble que de por sí podría resucitar los cines de barrio, en este caso bajo el lema Abandonad toda esperanza de verosimilitud los que entréis aquí, porque los que perpetraron los guiones se propusieron extirpar concienzudamente cualquier atisbo de racionalidad, lo que no quita que uno siga los periplos de la trama sin mayor problema. En este aspecto, todo hay que decirlo, la de Tsui Hark con Van Damme y Dennis Rodman le da sopas con honda a la de John Woo, en la que unos desatados John Travolta y Nicolas Cage no pueden competir en marcianidad con el otro casting, que por si fuera poco incorpora de malvadísimo al mismísimo Mickey Roorke, aunque en cuanto a prestigio crítico Double team no puede hacer nada frente a la aparición de Face/off en el top ten de (nada más y nada menos) Cahiers du cinema, en compañía, por cierto, de Kitano, Hou Hsiao Hsien, Imamura, Tsai Ming Liang, Kiarostami y Wong Kar wai, que se ve que la (prestigiosa, como dicen siempre los periodistas que no la leen) revista estaba tomada esos años por hordas asiatófilas.

   Uno tiene la sensación de que parten de un mismo esquema que hubiera tenido dos desarrollos; en las dos muere un niño al principio, los dos villanos son malvadísimos terroristas buscados por todos los servicios de inteligencia del mundo (lo que no les impide pasearse por Roma y Nueva York sin mayores problemas), los dos héroes acaban encerrados en un fortín insular exclusivamente masculino del que deben escapar para afrontar al malo y salvar a su familia, las dos son variaciones del Doctor Jeckyll y Mr Hyde, más explícitamente Face/off, en las que el policía monógamo se proyecta en una figura demoníaca que es pura pulsión sin ninguna atadura a la ley. 

martes, 18 de agosto de 2015

Un afgano entre los pinos

   
Hay que tener narices para poner a Vincent Gallo a hacer de afgano pateándose las montañas polacas llenas de nieve mientras le persiguen los becarios de la OTAN en un remake del primer Rambo. Como esta es una peli arty, de las que van a festivales y ganan premios, el afgano no tira helicópteros a pedradas (lo que no deja de ser una pena) y se conforma con rebanar el pescuezo a los leñadores con la motosierra de trabajo. Dado que el pobre no tiene las habilidades suficientes para cazar jabalíes con un palo se tiene que conformar con compartir la leche materna con un lactante, una imagen que pretenderá transmitir, supongo, la regresión ética a lo prehumano del prota, que en cualquier caso empieza su periplo haciendo volar por los aires a unos soldadetes de paseo por el desierto. Ese retorno a la identificación primordial con la madre no augura nada bueno, y cuando el infeliz es acogido por una leñadora sordomuda (¡Emmanuelle Seigner!) que le despoja de su pistola ya sabemos que el héroe (y la película) tienen los minutos contados.

No llegarás a Castellón

Hay algo (o mucho) ridículo en la inquietante historia de la cancelación de la actuación de un cantante norteamericano en un festival de reggae en Benicassim por negarse a  someterse al chantaje de la dirección, que le exigía que se manifestara públicamente a favor de un estado palestino para poder subir al escenario. Para empezar, el nombre del sarao, Rototom Sunsplash, disuasorio para cualquier persona con un mínimo de buen gusto. Para continuar, las descripciones que se hacen del festival de música, que se ve que es poca cosa, y es calificado por el inquisidor Ignasi García (también portavoz de Compromís per Castelló) como "un espacio de reflexión, transformación, paz y tolerancia".

Como allí donde hay canallas uno puede estar seguro de que habrá mamarrachos, un cantante venezolano que responde al nombre de Baroni One Time ha comentado que "es el pueblo soberano el que ha pedido que no esté ese artista en el cartel", en lo que uno no sabe qué admirar más, si la idiocia o la infamia de la frase; y como la ignominia no viene nunca sola, nos enteramos de que participa en una sección denominada La república bolivariana de Venezuela presente en Rototom Sunsplash, supongo que para dar clases de tolerancia y derechos humanos.

Y así todo, se ve que es asunto espinoso porque nadie se moja, el director de un programa de Radio 3 se descuelga diciendo que le interesa más el artista que sustituye al norteamericano, de lo que uno deduce que ha sobrevivido a todos los escollos y arrecifes que se ha encontrado en su carrera a base de jesuitismo. 

sábado, 15 de agosto de 2015

El padre y el sexo

   


   Las dos últimas películas que me he visto en sala grande comienzan en el mismo momento, el de la muerte del padre del joven protagonista al que seguiremos la pista a lo largo del metraje. Siendo muy diferentes Mala sangre y Les combattants (y las diferencias juegan casi todas a favor del film de Carax) las dos ponen en escena la enormes dificultades del héroe huérfano por tener un encuentro sexual medio en condiciones con su objeto de deseo, si bien  en el primer caso lo podemos achacar a lo inverosímilmente hermosísima que sale Juliette Binoche, mientras que el problema con la Madeleine de la peli de Thomas Cailley es que se niega en redondo a participar en una dialéctica de lo masculino y lo femenino que permita ese encuentro, todo el rato vestida de soldado, igual que su enamorado, lo que puede resultar muy moderno pero sólo lleva a que el encontronazo erótico haga que la náusea invada su cuerpo y el apocalipsis haga lo propio con el mundo.


viernes, 14 de agosto de 2015

Octubre en verano



   Me he encontrado con un par de curiosas referencias a Octubre este verano, la más evidente (e irritante) en Inside out, para mí la gran decepción del año, que no entiendo la ola que desde todas las instancias críticas se le ha hecho. Y que el desmoronamiento del imaginario familiar que en forma de escultura estalinista tenía la chiquilla protagonista remita al descalabro de la estatua del zar sólo empeora las cosas, una cita pedante para hacer cosquillas al público adulto cultivado.



   Caso opuesto es el de The long gray line, película descomunal, extraordinaria, magistral, que cualquier epíteto ditirámbico se queda corto para alabar las innúmeras virtudes de una obra realizada en la época de plenitud creativa del primus inter pares de los escasos directores que habitan el olimpo. Aquí ni hay cita ni referencia, que Ford claramente fusila (sin ganas de que se note) el momento en que Eisenstein cañonea el Palacio de Invierno (para obtener como respuesta un leve tintineo de las lámparas de cristal) a la hora de mostrar la alegría por el fin de la primera guerra mundial, aunque aquí los cañonazos encuentran eco no en la casa/templo de la madre primordial sino en la iglesia (y por lo tanto espacio de la palabra patriarcal) de West Point.




jueves, 13 de agosto de 2015

La orden trapiellense



    Procuro no leer los diarios de Trapiello en el metro porque alguna vez me ha ocurrido encontrarme con uno de esos pasajes hilarantes marca de la casa y no puedo parar de reírme y se me saltan las lágrimas y no es cosa que se te quede el vagón entero mirando, con esa cara de amargados que se nos pone a todos en el metro que parece que ofendes con tu alegría, y todavía recuerdo cuando me tuve que bajar del vagón años ha en plena lectura del ya mítico viaje a Toledo acompañando a Pere Gimferrer (que parece ser que nunca se lo ha perdonado, aunque el resto de la humanidad se lo agradezcamos profusamente).

   El caso es que hacía tiempo (esto es, varios años) que no leía ninguno, y con el impulso que me ha dado el volver a trabajar con Juan Antonio Tirado, que lo conoce y lo ha entrevistado a propósito de su traducción del Quijote, abrí Siete moderno, tomo correspondiente a 1998, y ya ha sido un no parar, devorando El jardín de la pólvora (1999) y a punto de empezar La cosa en sí, y me pilló en el metro el día que A.T. fue a la Academia de San Fernando como miembro del comité o jurado que decidía las becas para la Academia de Roma, y que es lo más divertido que he leído en años, en concreto desde la última vez que me sumergí en esos diarios.  



miércoles, 12 de agosto de 2015

Poesía y confeti


   En la entrada del diario de Zenobia Camprubí del 11 de marzo de 1937 encontramos una descripción del curioso modo de trabajo de Juan Ramón Jiménez, si bien, si atendemos a las propias palabras del poeta, era un trabajo de pareja: esa misma mañana, según Zenobia, JRJ se muestra muy contento y comenta: "Esto es lo único que vale la pena, este trabajo que hacemos juntos".

   El poeta corrige sobre el manuscrito y dicta a su mujer; vuelve a trabajar sobre la copia a máquina, más clara, "y a menudo dicta una tercera vez". A Zenobia le gustan los manuscritos de su marido y le gustaría conservarlos, "pero mientras va dictando tacha las palabras una a una" y al final rompe el papel en pedacitos "con deleite, como si fuera un trabajador quitando el andamio", en lo que se adivina, además del deleite, la meticulosidad y atención con la que acometería la acción, por no hablar del cuidado que pondría el muy pulcro Juan Ramón en tirar hasta el último trocito de papel a la basura; y no deja de ser curioso que escritor tan obsesionado con la presentación de su Obra se mostrase tan desapegado con sus originales.

martes, 11 de agosto de 2015

El último machote

   
   Resulta casi enternecedora la incompetencia de Peter Jackson para filmar la otreidad, ya sean pobres de la época de la depresión, ya sea una tribu de salvajes formada por lo que parece un agregado de familias desestructuradas. En todos los casos la impericia se disimula con toneladas de presupuesto y de aparatosidad, amén de un premioso metraje que uno se salta con el mando a distancia. Tampoco voy a hablar de la peli, de la que apenas habré visto un cuarto; no es impensable que cuando el primate y su chica vuelvan a Nueva York la cosa mejore, no he tenido paciencia para averiguarlo. Pero hasta en los textos más insospechados se encuentra uno con fragmentos aprovechables (sí, hasta en un film perpetrado por Jackson), y aquí tenemos el momento en que ese falo pulsional que es King Kong se divierte abatiendo a Naomi Watts con la punta del dedo hasta que la chica se pone firme y erecta y al gorila grande le entra una furia destructora que no es más que el reverso del descubrimiento de su insospechada impotencia ante la fascinante imago primordial, y el resto no es más que esperar a que sucumba como ofrenda sacrificial ante el altar de la diosa invulnerable.

viernes, 7 de agosto de 2015

La ley del deseo (conyugal)

   

   
   Hay una secuencia descomunal en El mundo sigue en la que la protagonista, Eloísa, se viste de maciza y se deja caer por el bar donde trabaja el pusilánime de su marido para que todos los clientes (así como los espectadores) se la coman con los ojos, única manera, intuimos, de activar el alicaído deseo conyugal. Y, efectivamente, ese primario mecanismo da resultado y poco después asistimos en el domicilio del matrimonio a uno de los encontronazos sexuales más ásperos e incómodos de la historia del cine español, una escena de una violencia bastante insoportable.


   Me acordé de la película de Fernán Gómez viendo F for fake en la filmo, en concreto el momento en el que Welles monta imágenes de Oja Kodar (o más bien de su exigua minifalda) paseándose lánguidamente por la calle alternando con numerosísimas imágenes de varones siguiéndola con la mirada, imágenes captadas, si hemos de creer a su director (que directamente se presenta como un estafador y un mentiroso, lo que hace que uno ponga en cuarentena todas sus afirmaciones) con cámaras escondidas.



   Dando por bueno lo que dice, uno se pregunta por las razones que llevan a un director de cine a plantar a su amada en medio de una horda de machotes con la intención de filmar las miradas en las que se manifiesta el surgimiento instantáneo del deseo, y lo único que se me ocurre es que era la única manera de que se despertase, por mímesis, su propio deseo. La escena tiene poco que ver con el grueso de la película, las andanzas de un famoso falsificador de cuadros y de su biógrafo, otro mistificador de cuidado (con los que Welles, obviamente, se siente muy identificado, aunque la distancia le permita mantener el tono jocoso a lo largo del film, sin que por otra parte sea difícil percibir la desesperación que circula por debajo), pero rima con la última parte, un relato de ficción bastante bonito en el que el que queda atrapado por la fascinación provocada por los andares de Oja ya no son vulgares automovilistas, sino nada más y nada menos que Picasso, que transforma ese sentimiento en lienzos. Y aunque se nos dice que esa parte es ficción, también podría haber sido cierta.


   Desconozco completamente como fueron las relaciones del director con Oja Kodar, pero a partir de este film puedo imaginar que no la hizo feliz, de la misma manera que La dama de Shangai basta para adivinar lo desgraciada que Rita Hayworth tuvo que ser junto a Welles.     

viernes, 31 de julio de 2015

The lady vanishes


   Es curioso que a La aventura no se le reconozca la misma valentía que a Psicosis por hacer desaparecer a la que es designada como protagonista a la media hora de comenzar el metraje. A tiempo pasado es fácil dar por hecho que Monica Vitti se hará con el protagonismo en el film, pero los primeros espectadores debieron de imaginar que seguirían las andanzas de la adusta Lea Massari. 


   
   La película comienza con uno de los mejores diálogos de la historia del cine, un diálogo que resume todas las carencias de la posición masculina en la modernidad. Aquí el padre de Anna, la chica que desaparecerá posteriormente, diplomático de profesión, reconoce que en su trabajo la verdad está prohibida (¿sería en ese caso un profesional de la mentira?), pero que quiere ser sincero, verdadero, con su hija. Pero ¿cuál es esa verdad que transmite a su hija? Pues... que es incapaz de ejercer de padre (en este caso, que no puede impedir que pase una semana de vacaciones con su amante, al que imaginamos que reputa de indigno, lo que la peli confirmará). Y cuando la hija le replica que hay una verdad que necesita saber, él se escaquea, a pesar de la palpable angustia que hay en la demanda de ella (si bien no se explicita, resulta obvio que su interrogación tiene que ver con el deseo de la madre, marcadamente ausente de la topografía familiar). Como despedida, el padre lanza una profecía/maldición:
- Él nunca se casará contigo. A lo que Anna contesta que es ella la que no quiere casarse con él.


No hace falta esperar mucho para averiguar que, efectivamente, el objeto de deseo de Anna es un merluzo, y que si bien tiene un innegable magnetismo falla irremisiblemente en el campo de la palabra, lo que aflorará una y otra vez a lo largo de la película. Infatigable fascinador de mujeres, acaba sumiéndolas en la angustia por la inanidad de un discurso del que la verdad parece excluida, en un registro tal vez diferente pero que hace eco con las palabras del padre.


Y en ese extraño y potencialmente siniestro encuentro sexual que antecede al viaje a la isla volcánica encontramos otro paralelismo con la secuencia inicial de Psicosis, aquella en la que Marion anhelaba por parte de su amante un compromiso en el campo de la palabra que nunca llegaría.

miércoles, 29 de julio de 2015

Clooney en Italia

   
The american parece hecha para dar la razón a Godard cuando dice que es imposible seguir haciendo películas en las que pones a una estrella a interpretar a un personaje y que aquello te lo puedas creer. Simplemente, no funciona. Una steadi sigue a Clooney deambulando por un empinado pueblo italiano, y aquello tiene un pase; ahora, que nos traguemos que Clooney es un asesino a sueldo y un luthier que hace armas de encargo, eso es harina de otro costal. El director, Anton Corbijn, es holandés, y como buen calvinista debe de encontrar pintorescos a los curas católicos y a las putas mediterráneas, pero un espectador español no se los cree. A los cinco minutos sabemos quien quiere matar a Jack, y si Jack no lo adivina es porque va poco al cine y no sabe que en cualquier film moderno detrás de una figura paterna siempre hay un criminal, y que si éste le dirige hacia una mujer no será porque le guíe hacia su objeto de deseo (de hecho, lo normal es que el padre compita con el sujeto protagonista por el mismo objeto y que se lo birle); aquí, obviamente, la dama en cuestión es la encargada de aniquilarle, lo que ese alma de cántaro es el último en descubrir, cuando resulta obvio desde que le dictan la tarea de cederle el falo y descubrimos que la chica podría trabajar de modelo entre disparo y disparo, con lo letales e invulnerables que son las doncellas fálicas.



martes, 28 de julio de 2015

Relatos desmadejados


   Se podría decir que un texto contemporáneo tiene los mismos componentes que un relato clásico, pero desordenados. El otro día me veía Cloverfield (Monstruoso en España), enésima variación sobre el tema de San Jorge y el dragón, con princesa raptada por el susodicho dragón a cuyo rescate acude el valeroso caballero mientras el bicho se carga Nueva York, aparatosa escenografía apocalíptica que poco añade a la narración pero sí algunos ceros al presupuesto. 


   Como podemos colegir a partir de esta celebérrima ilustración del asunto, el dragón no es más que el lado "oscuro" (más bien deseante) de esa imago fascinante de la mujer, que se diría que se ha puesto sus mejores galas para ser raptada por lo que más parece animal de compañía que bestia amenazadora (para ella). Para allegarse a la lánguida damisela el bueno de San Jorge debe demostrar que es capaz de afrontar la (monstruosa) demanda femenina de goce, para lo que cuenta con esa enhiesta lanza cuyo referente tampoco hay que ser un lince para imaginar.


   En Cloverfield, sin embargo, el acceso al cuerpo femenino ha tenido acceso antes de ninguna prueba que el héroe haya afrontado, y éste ha salido de allí escopetado (tanto, que se larga a Japón, que probablemente no se puede ir más lejos). La dama se presenta en su fiesta de despedida a presentar las comprensibles quejas, pero esto es lo que hay, o lo que no hay: ni lanza, ni falo, ni nada. Es salir despechada la princesa por la puerta y hacer acto de presencia el dragón, o más bien la dragona, que todos estos monstruos modernos son madres solteras que sueltan huevos por todas partes sin que se vean machos por ningún lado. Claro, con estos caballeros de pacotilla los dragones se entregan a su natural vocación aniquiladora sin prácticamente oposición, y así andan las urbes modernas en nuestras pantallas, destruidas una semana sí y otra también. 

jueves, 18 de junio de 2015

El vampiro como sueperhéroe


Esta peli tan cool viene a ser la versión indie de Crepúsculo: se invierten los roles y el vampiro con sentimientos es la chica, el cambio de sexo tiene sus contrapartidas políticamente correctas: se acabaron los vampiros despiadados, fieles solo a sus pulsiones-ahora las víctimas son varones heterosexuales rijosillos, por lo que se merecen su destino. Para cortejar a una vampiro solo se necesita tratarla como a una heroína de Disney de las de antes, y por supuesto renunciar a ese resto excrementicio que es el padre: una vez desaparecida figura tan obscena, cualquier chico tierno puede vivir su love story con una lánguida dama de dientes largos.

jueves, 11 de junio de 2015

Modestas reflexiones 25 años después


   Cuento de primavera, el primero de los cuentos de las cuatro estaciones que Rohmer realizó allá por los 90, acaba de cumplir 25 años (por lo menos su estreno en España). Lo único que permite adivinar que nos encontramos con una película "de cierta edad" es la ausencia de móviles y las televisiones de tubo, y algún que otro pantalón de la protagonista. Los interiores son perfectamente transportables a nuestros días, tal vez porque la industria editorial francesa es bastante conservadora y mantiene diseños y tipografía durante décadas (las librerías repletas de libros son los principales decorados de Cuento de primavera, cuyos protagonistas son satélites del elefancíaco entramado de la cultura francesa). Otro rasgo extratextual propio de otros tiempos es la brevísima relación de personal que aparece en los títulos de crédito. Sabido es lo que a Rohmer le gustaban los equipos pequeños, pero aún así llama la atención visto desde una época en la que hasta en las pelis grabadas con un iPhone leemos tiradas inverosímiles de participantes.

   Cuento de primavera posee la habitual estructura perversa "blanca" de las películas de su autor. En el centro de la trama encontramos a Jeanne, una profesora de filosofía de 30 años que se ve desconcertantemente mangoneada por una jovencita, Natacha, que la celestinea para emparejarla con su padre, con cuya novia mantiene una relación de celosa competencia bastante incestuosa (incestuosilla, que las palabras fuertes no van con las historias rohmerianas). Natacha, el personaje más joven, vendría a inscribir en el texto la figura del director, aquel que hace evolucionar la narración de acuerdo con sus deseos mediante la manipulación de la información y la dosificación de la misma, mientras que Jeanne vendría a devolvernos la imagen del espectador, aquel que se deja engañar una vez que su deseo queda atrapado en la red que teje la ficción.


   Mención aparte merece Anne Teyssède, la actriz que interpreta a Jeanne (uno de los personajes más simpáticos e inteligentes del universo Rohmer), cuya belleza se va imponiendo poco a poco al espectador hasta convertirse en el centro absoluto del film, a pesar de (o gracias a) que prácticamente no toma ninguna decisión y parece plegarse siempre a las peticiones ajenas, lo que la convierte casi en una homeless aunque posea varios espacios a su disposición. De hecho, la única elección voluntaria tiene lugar al final y supone el cierre del espacio ficcional al abandonar el universo en el que se ha metido casi sin quererlo.

Un breve surfeo por la red me lleva a descubrir que la actriz abandonó la interpretación poco después de participar en esta película (le alcanzó para aparecer en un telefilm) por motivos "de salud" (wikipedia); en una grabación de 2013 ella misma hace referencia a sus "problemas psicológicos"; discreto, abandono las pesquisas.

Hace 25 años tenía yo pocos más años que las protagonistas más jóvenes del film; hoy los he sobrepasado a todos, ellos congelados en la edad de la ficción y yo rozando los 50; comparto la distancia con la que el septuagenario Rohmer contempla los conflictos, probablemente la fascinación que siento por Anne Teyssèdre sea también un eco de la que él sintió.


martes, 9 de junio de 2015

Eventos y cine digital

   

   El viernes pasado Víctor Erice le daba palique a Pedro Costa en la cafetería de la filmoteca española minutos antes del pase de Cavalo Dinheiro, que inauguraba Filmadrid. Es difícil saber cuantas personas del público que abarrotaba la sala conocían la obra previa de Costa, o al menos Juventude en marcha, el film en el que hacía su aparición Ventura desplazando a Vanda del centro de su filmografía (de manera similar es probable que Vitalina, la aparición más fulgurante de Cavalo..., se haga con un puesto central en el futuro). Es un tipo de público que se ve habitualmente en estos pases-evento, inauguraciones de festivales, pre-estrenos en la cineteca...

   Cuando Víctor Erice presentó Centro histórico en la Cineteca puso como ejemplo del estado de la exhibición en España el que fuera la primera vez que una obra de Costa tuviera distribución comercial en nuestro país, un comentario algo extraño viniendo de uno de esos directores que (como el propio Costa o Godard) han abandonado una más o menos confortable (o al menos asentada) posición en la industria para trabajar en condiciones bastante modestas, fuera de parámetros industriales y aprovechando las ventajas de los formatos digitales para disfrutar del verdadero lujo asiático del mundo del cine: el tiempo.

miércoles, 3 de junio de 2015

La pasión abrasadora de la cinefilia

Sobre Vértigo y The searchers se podría decir que no son las mejores películas de sus directores, pero sí que son las mejores de la historia del cine (o por lo menos del cine norteamericano): podemos encontrar filmes (todavía) mejores en la filmografía de Ford y Hitchcock, pero su omnipresente influencia en el cine posterior las convierte retrospectivamente en las obras clave para entender el cine contemporáneo ( lo que no deja de ser curioso teniendo en cuenta lo opuestas que son).

Viene esto al caso porque en la filmoteca han pasado Obsession, película que por el 76 pergeñaron un par de treinteañeros (Brian de Palma en la dirección y Paul Schrader en el guión) y por la que corre desaforada una admiración sin límite ni medida por el director inglés. De entrada, la película parte de la premisa de que el espectador sabe que lo que está viendo es una relectura de Vértigo, lo que permite que éste se identifique con el punto de vista del protagonista, completamente fascinado por la resurrección de su objeto absoluto de deseo, a la vez que su memoria cinéfila le indique que lo que ve es una puesta en escena fraudulenta del fantasma primordial (se puede decir que Obsessión es una película manierista "honesta", que confirma las hipótesis sensatas que cualquier espectador con un mínimo de pedigree elabora sobre el film).

Para nada estamos ante un juego intelectual de referencias para connaiseurs: Brian de Palma pretende poner en escena (y reproducir) la fascinación absoluta que le producen las películas de su maestro: la explosión en la que arde la mujer de Courtland no es sólo el goce que aniquila a la mujer cuando el hombre falla, también es la del espectador enfrentado a una obra sublime que le arrebata; es esa ignición la que se quiere poner en escena...infructuosamente. Finalmente nos encontramos con el viejo/moderno tema en el arte contemporáneo de la imposibilidad de estar a la altura de "los viejos maestros" (Godard).

La sorpresa que nos depara Obsession en su final también es intertextual: acostumbrado a un tránsito durante hora y media por el universo hitchcockiano, el espectador se topa de repente en la última escena con la reedición del encuentro de Ethan Edwards con Debbie, un cambio de rumbo que a mí me dejó deslumbrado pero que, a tenor de los comentarios que se oyeron en la sala cuando se encendieron las luces, sumió a muchos en el desconcierto.

domingo, 24 de mayo de 2015

Quiniela

Mi vaticinio es que la cosa se va a decidir entre dos grupos: chinos e italianos se van a repartir los dos premios gardos: si le cae la Palma a Jia Zhang Ke (mi peli favorita) Moretti o Sorrentino pillarían Gran jurado, si uno de los dos italianos se lleva la palma lo del jurado se lo rifarían los dos chinos.

Mi apuesta sería Palma para Mountains may depart y Gran premio del jurado para Mia madre, pero igual los que pillan son Tha assassin y Youth.

Causas justas

Uno de los tópicos más persistentes en Cannes los últimos años es el referido a la poca (o nula) presencia de directoras en la sección a competición. Este año la inauguración corría a cargo de una mujer (Emmanuelle Bercot), y Maiwenn y Valerie Donzelli optan a la Palma de oro, si bien cualquier premio medianamente importante haría que la prensa quemara el Palais: sobre su condición femenina se ha impuesta la de francesa, y toda la crítica internacional se ha puesto de acuerdo en poner a caer de un burro la selección gala un poco a bulto. Yo no he visto ninguna, por lo que no puedo derramar mi sabiduría sobre cuestión tan inane; me he visto en la quincena L'ombre des femmes y Trois souvenirs de jeunesse (Garrel y Desplechin, para entendernos) y las dos me han gustado mucho.

Pero a lo que iba: un espónsor recién llegado al festival, Kering, que entre sus múltiples marcas tiene a Gucci (para que sepamos de qué hablamos), ha montado unas publicitadas jornadas sobre mujer y cine con invitados/as de mucho postín en la terraza más lujosa del más lujoso hotel que hay en la Croissette, el Majestic, una obscenidad que contamina las supuestas bondades de tan loable aspiración (lo poco que han gustado las propuestas femeninas en el certamen no ha animado a que la polémica haya prosperado; finalmente lo que incendió las redes fue la no del todo confirmada noticia de que a las mujeres que iban con zapatos planos no las estaban dejando acceder a la alfombra roja).


Entre visillos


  1. Esta mañana me he visto Carol, una de las favoritas aquí, que comparte con The assassin varias cosas, desde un preciosismo que raya con lo enfermizo hasta una reflexión sobre las relaciones de las imágenes del presente con sus referentes del pasado, si bien el hecho de que no tenga ni idea de como era la moda y la pintura en la China provinciana del siglo IX me incapacita para juzgar el trabajo del departamento de arte de la peli de Hou Hsiao Hsien (que, para entendernos, es como un guión de Tsui Hark rodado por Oliveira).
  2. La de Todd Haynes tiene la ventaja de que todos conocemos bastante iconografía de los años 50 en Norteamérica, o la desventaja, porque a mí el evidente esfuerzo de reconstrucción me distancia un poco de lo que veo, por no hablar de esa pátina de qualité que es marca de la casa de los Weinstein.
  3. En su haber cuenta con un desarrollo muy interesante de como el deseo articula la mirada: Theresa (Rooney Mara) es una fotógrafa amateur que pega un salto cualitativo en su trabajo cuando "aprende" a mirar gracias a la fascinación que siente por Carol (Cate Balnchet). Esta educación estética es la parte más lograda de la película.
  4. No conozco la novela de Highsmith, pero el film deja traslucir un odio feroz al orden fálico (odio atemperado en la peli, que no deja de ser un producto con aspiraciones comerciales) con una serie de hombres manifiestamente incapaces de concitar el deseo femenino, mientras que la mirada de Theresa construye una Carol fascinante, una deidad helada e inalcanzable (el personaje de Cate Blanchet resulta bastante menos atractivo cuando la cámara no articula el punto de vista de Theresa, una muestra de que estamos ante un buen director)

viernes, 22 de mayo de 2015

Cálculo errado

Hablo de oídas, porque no la he visto, pero parece ser que los esfuerzos continuados de Garpar Noé por llamar la atención con Love se acabaron en cuanto se pasó la peli. Sí, hay sexo explícito, pero que en Cannes alguien pretenda epatar poniendo en pantalla un trío de personajes que follan, toman drogas, beben y se van de fiesta es desconcertante, teniendo en cuenta que es la vida que lleva la mitad de los asistentes al festival; sólo falta que se vean tres pelis al día para completar el cuadro. Aquí lo que le mola al personal son historias exóticas de madres que luchan por sus hijos y padres ejemplares que cumplen lo que prometen, a ser posible si son inmigrantes pobres o habitan en el tercer mundo: pijos que se desayunan rayas y se meten en la cama de culquiera es lo que uno está harto de cruzarse por la calle.

Los orientales fieles

Apichatpong, Jia Zhang Ke y Hou Hsiao Hsien construyen las películas que han presentado este año en Cannes alrededor de actrices a las que han ido filmando a lo largo de los años: Jenjira Pongpas, Zhao Tao y Shu Qi respectivamente. En justa correspondencia, las dos primeras prácticamente sólo han trabajado con sus mentores; Shu Qi, por el contrario, es una super estrella que le ha dado a todo en esta vida; tal vez por eso su deambular por los decorados de The assassin no provoquen el estremecimiento que sin duda desea su director.

Viendo la de Hou Hsiao Hsien dos hipótesis sobre su génesis barruntaba mi mente:
a) HHH veía Kill Bill y decidía hacer un remako con SQ
b) SQ veía Kill Bill y exigía a HHH que le montara algo parecido "o se acaba lo nuestro", suponiendo que hubiera algo entre ellos, claro.

Creo que Shu Qi pierde en la comparación con Uma Thurman; hay algo forzado en esa presencia negra fantasmática que se mueve entre telas por los corredores de una mansión donde se cuecen conjuras sin fin en una de esas provincias chinas donde tienen lugar estas historias de espadachines, aunque uno sabe desde el principio que sólo son de temer las que monta la matriarca, que los hombres son unos panolis, regla número uno cuando la protagonista del film es una doncella fálica (la crítica aquí se ha puesto como loca a citar los sospechosos habituales, que si Bressones y Tarkovskys; por no ir tan lejos podíamos hablar de la Charlize Theron de Mad Max, que hace un papel parecido y muestra parecido interés por preservar del peligro a las mujeres embarazadas, destino de la doncella fálica, excluida del comercio sexual por exigencias del guión).

miércoles, 20 de mayo de 2015

Infidelidades

Los cuernos que se ponen los protagonistas de la estupenda L'ombre des femmes no son nada comparados con los que le ha puesto Garrel a Chodolenko con Carriére, al que se ha llevado de guinista para esta peli, y se nota, lo que no quiere decir que sea ni para bien ni para mal. En los Cahiers viene una entrevista curiosa en que cuenta que hace las pelis más cortas ahora básicamente para ahorrar presupuesto, aunque también aspiraría a emular Une partie de  campagne, aunque no le duela reconocer que ni por asomo ha alcanzado esas cumbres.

Jia hace turismo

Por obligaciones profesionales me he metido a ver Mountains may depart, la película que Jia Zhang Ke presentaba en Cannes el mismo día que Sorrentino hacía lo propio con Youth, lo que tiene su gracia porque según el catélogo el italiano nació un día después que el chino (31 y 30 de mayo de 1970 respectivamente), y el destino me ha recompensado con la película más hermosa presentada a competición que haya visto hasta ahora, lo que tampoco es decir mucho.

Película sobre la (improbable) supervivencia de las tradiciones familiares en la era del capitalismo financiero y la imagen digital, que de las dos cosas se trata en el film, nuestro admirado chino se ha marcado un viaje para rodar la tercera parte del film (situada en 2025) en Australia, tierra donde conviven chinos que han olvidado el chino y canadienses que han olvidado los modales. De lo que no hay rastro es de Europa, que probablemente no tarde tanto en caer completamente en la inanidad.

Ellas bailan solas

En las tres últimas películas que he visto en Cannes (Les deux amis, Louis Garrel; Youth, Sorrentino y Mountains may depart, de Jia Zhang Ke) aparece un imagen similar, una mujer que baila sola en el encuadre, entregándose en solitario a un goce que, antaño, solía ser compartido. Y, efectivamente, las tres películas marcan un déficit o una ausencia en la posición masculina, cada una en su (más o menos previsible) estilo.

Hospital man

No parece que Cemetery of splendeur haya decepcionado a los talibanes de Apichatpong, a pesar de que es una película que durante una parte considerable de su metraje se puede medio entender, aunque a la salida de su visionado haya discrepancias acerca del status de realidad que tienen sus distintas secuencias (mi mujer, que no va nunca al cine, y que piensa que la peli es el pitorreo de un místico, sostiene que sólo el último plano se ancla en el mundo real y que el resto pertenece al mundo imaginal o intermedio), por no hablar de lo divertida que a ratos resulta.

Pero vayamos al tajo: de entrada, Cemetery of splendeur es un film que se carga un festival, porque está tan por encima de cualquier otra cosa que oscurece el resto de lo visto por aquí (sí, yo también soy un talibán del tailandés). Apicha cambia de actores fetiches y deja aparcado a Tong, aunque se trae a su novio/antagonista de Tropical malady, Keng, que aquí le pasa el nombre a otro personaje, una medium que hace de Virgilio de Jenjira Ponglas, protagonista absoluta del film, a la que lo mismo le vende unas cremas que la lleva por un parque que en su día fue un palacio en el que se vivían batallas sacadas de un libreto de Shakespeare o del cine de masas oriental, si bien los numerosísimos productores que aparecen en los títulos de crédito pueden estar tranquilos: sólo vemos un parque (eso sí, maravillosamente fotografiado), que los fastuosos decorados simplemente son descritos por esa hada de ese mundo entre los mundos que es el espacio en el que tienen lugar los relatos de Apichatpong.

¿Qué más? Por descontado, hay un hospital, donde yacen los ya famosos soldados que duermen un sueño eterno (a veces se levantan para dar paseos con sus familiares, pero tampoco está muy claro en qué parte de la realidad ocurre esto, y además luego se vuelven a dormir en los sitios más insospechados), un hospital que al principio es bastante realista hasta que colocan unos neones que lo convierten en un espacio completamente fantasmático, hay diosas hermosas que se aparecen en vaqueros para sus epifanías de andar por casa y hasta comparten los cacahuetes de sus devotas para explicar las cosas que ocurren detrás de lo que vemos, escenas de aerobic en la calles, niños jugando al fútbol, parques poblados por algo que deben de ser como los ángeles de la mitología budista que se dedican a jugar a cambiarse de sitio (para no aburrirse, será).

Después del runrún acerca de la decepcionante selección de cine francés a competición (la prensa internacional ni la tiene en cuenta, aunque a la francesa le mosquea que sea tan floja), lo más comentado en los mentideros cool es el escándalo de haber descendido de división a esta obra maestra absoluta, aunque Apichatpong parecía muy contento en la presentación de Cemetery de estar en Un certain regard ("con el cine más fresco que se proyecta"), teniendo en cuenta lo aburridilla que está resultando la sección competitiva no le falta razón.

domingo, 17 de mayo de 2015

Los patriarcas del desierto

Hay un personaje en Mad Max que encarna literalmente al padre de la horda de Tótem y tabú, Inmortal Joe, el dueño del agua y de las mujeres que, cosas de la modernidad, es un desecho excrementicio que necesita todo tipo de prótesis para mostrarse en público con toda la grotesca grandeza que marca la estética un tanto bizarra de la película de George Miller. Para someter a sus hijos/vasallos no necesita de la fuerza, le basta con una narrativa de la inmolación que tiene fascinados a sus chavales, una especie de monjes budistas permanentemente alucinados. 

Miller me contó que el guión estaba escrito en 1999, antes del 11-S y de la extensión planetaria del ritual del terrorismo suicida, y que esas figuras estaban más bien basadas en los kamikazes japoneses, pero "que siempre ha habido hombres maduros que han sabido convencer a los jóvenes para que mueran por ellos".

Si en el último Freud emerge la figura de Moisés como el antagonista heroico del padre de la horda en un nivel teórico, aquí es Imperator Furiosa la que se enfrenta al tirano incestuoso y se lanza a su particular travesía a través del desierto en busca de la tierra prometida (la tierra de sus ancestros) como guía del pueblo elegido, el fascinante grupo de mujeres que compone el harén del padre, que como buen faraón se lanza en furiosa persecución de la tribu traidora.

Como Ethan Edwards, Furiosa se sacrifica por una comunidad en la que no puede intergrarse: imposibilitada para la maternidad (ese brazo amputado indica una castración radical en el orden de lo femenino), su tarea consiste en devolver el carácter sagrado al cuerpo de la mujer, devenido mero mecanismo de reproducción del patriarca loco.

Podríamos emparejar Mad Max con Es difícil ser un Dios, una película concebida por las misma fechas y que también ha tardado más de una decena de años en ver la luz, y que participa de esa fascinación sensorial por el espectáculo de la aniquilación de los relatos que conforman la cultura occidental.

El espacio central

Me contaba Alberto Bermejo que Nanni Moretti , cuando estuvo en Valladolid presentando Habemus papa, le dijo, a propósito de Piccoli, que le gustaban los actores que no desaparecían dentro de sus personajes, aquellos a los que seguías viendo debajo del rol interpretado. Margherita, la relizadora que protagoniza Mia madre, se pasa la película repitiendo este mantra a sus actores, ante el desconcierto de estos, para acabar confesando que nunca ha sabido el significado de estas palabras. 

Moretti tiene ya más de 60 años; para su etapa de madurez parece haber decidido desplazarse del centro del cuadro y dejar este a otros actores, a Margerita Buy, a Michel Piccoli, a John Turturro, de la misma manera que ha decidido no imponerse sobre sus criaturas, sino acompañarlas. Mia madre confirma que cuando los directores limian de cine y de ego sus obras permiten que en ellas entre la vida, un proceso de aprendizaje que suele llevar toda la existencia.

viernes, 15 de mayo de 2015

Panorama desde Cannes

Una pequeña introducción antes de empezar a desgranar películas y anécdotas individualmente, ahora que ya estamos con velocidad de crucero bien instalados. 

Hasta este momento me he visto cuatro filmes, el mejor el de Garrel y el más rollo el de Lanthimos, como siempre lastrado por sus falsas premisas de partida (aquí un futuro en el que la soltería está penalizada, cuando es la atomización social la tendencia que más mola al capitalismo actual). Mad Max y Kore-Eda comparten un insospechado punto de partida, la fascinación de la mirada masculina por los grupos femeninos cerrados, si bien aquí se acaban todos los parecidos.

jueves, 30 de abril de 2015

La espada y la botella

   
Hacia el final de Flores de equinoccio nos encontramos una célebre y larga secuencia en la que un grupo de amigos se reúne para hablar de los problemas que dan las hijas casaderas y (sobre todo) para emborracharse a gusto. En un momento dado Chisu Ryu se arranca a cantar una canción épica basada en una legendaria escena del imaginario samurai, en la que un jovencísimo Kusunoki Masatsura deja este breve poema en la pared de Nyoirindo:

Tengo la sensación
de que no regresaré,
así que entre los nombres
de los que han de morir por el arco
inscribo el mío


La canción, que según los subtítulos de la edición de A contracorriente se llama, inverosímilmente, El pino, reza así (más o menos, versión libre a partir de varias traducciones):

Las palabras de mi padre están grabados en el corazón,
las doctrinas del emperador son familiares al oído.
Diez años esperaron los corazones más impetuosos;
hoy nos lanzamos sobre el enemigo por la causa del emperador.

Un juramento nos compromete como hombres para luchar y morir,
los 143 compañeros de armas tienen el mismo corazón, 
dispuestos a morir a manos del arco enemigo hasta conseguir la victoria.

En la muerte los héroes alcanzan la gloria inmortal,
mientras que los cobardes sufren una vergüenza eterna;
con la punta de nuestras flechas en vez de plumas
escribimos nuestra historia.

El filo de la espada brilla en el sol poniente,
avanzamos con paso unísono contra el enemigo acechante
hasta descargar el golpe definitivo.

Dado que es improbable que a ese grupo de carrozas japoneses les dijeran nada las batallitas feudales del Japón del siglo XIV, hay que entender que este himno heroico formaba parte del corpus emocional de su juventud, que coincide con la era del Japón militarista e hipernacionalista de los años 30.









Es notable el efecto que el arrobado canto de Chisu Ryu provoca en sus ensimismados oyentes, encerrados en una especie de melancolía que los aísla de los demás. Sin embargo, un elemento escenográfico omnipresente denuncia como mera autocompasión la nostalgia por tiempos pasados (desmintiendo, de paso, creo yo, el conocido mantra del apego de Ozu por "los viejos buenos tiempos" que supuestamente habita sus películas): esas botellas de cerveza y de sake que se erigen como parodias del falo, donde antaño se enarbolaban fieles y aguerridas espadas. El hecho de que Masatsura Kusunoki muriera con 22 años podría señalar que Ozu para nada participa de esa ética guerrera, y que considera más valiosa una sociedad que permite que los hombres asistan a las bodas de sus hijas adultas, sin duda una cuestión mucho más peliaguda que liarse a mamporros con el clan vecino.

miércoles, 29 de abril de 2015

Los hijos muertos



   Un judío guatemalteco anda perdido por Harlem buscando el edificio donde una mujer toca jazz todos los domingos desde la muerte de su hijo cuando otra mujer (la piel de su rostro era de un negro profundo y perfecto y a lo mejor aun terso) se le acerca para guiarle hasta su destino. La anécdota probablemente sea cierta, y Eduardo Halfon diera con la casa donde Marjorie Eliot vive e interpreta jazz (el 555 de Edgecombe Avenue) desde 1992 gracias a una piadosa guía, pero la tonalidad del relato (Sobrevivir los domingos, aparecido en el número de Quimera de marzo y de próxima publicación en Libros del Asteroide) tiene algo de fantastique: los conocimientos que la acompañante va desgranando durante el paseo la van tiñendo de un aura angelical, confirmada por el hecho de que vive en el mismo edificio que Marjorie: cuando lo deja en la antesala del concierto ella sigue "hasta el último piso"; la despedida en que juntan sus manos "cada cual en su lado de las puertas" sugiere órdenes de realidad diferentes.


   Otra de las razones para esta interpretación "maravillosa" (aunque el cuento nunca abandone las coordenadas realistas) es el recuerdo que despierta en el lector de uno de los relatos más conocidos de Kipling, El jardinero, en el que Helen Turrell pierde a su hijo natural (al que siempre ha hecho pasar socialmente por su sobrino) en la Primera Guerra Mundial; cuando visita el cementerio donde está su tumba se siente abrumada ante su inmensidad e incapaz de encontrar sus restos, por lo que pregunta a un jardinero por su ubicación. Éste le pide que lo siga. 

"Venga conmigo-dijo-. Le mostraré donde está su hijo"

La fuerza devastadora y heroica de una madre por su hijo muerto (Halfon) ha provocado un milagro, pero Helen Turrell no será consciente de ello. 





   

martes, 28 de abril de 2015

El cordero en la ola



A estas alturas todos habrán leído la brillante entrevista que Gonzalo Garcés le hacía a Houellebecq en el Babelia del pasado sábado, en la que, entre otras cosas, decía "la misa en sí misma es muy convincente; es una de las cosas más perfectas que conozco". La tarde anterior había asistido a una misa que comenzó con esta asombrosa declaración por parte del sacerdote:

- Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.

La cita es del Apocalipsis, según descubrí después, y tras comienzo tan poderoso me pasé el resto de la celebración pensando en las razones del cristianismo para convertir "la parte maldita" (Bataille), el resto sagrado/excrementicio del sacrificio, en el elemento divino de la nueva religión. 




Pero recientemente me había encontrado con un cordero degollado en un entorno bastante diferente, en Still the water, la película de Naomi Kawase que parece que ha encontrado su público en España. Aquí se trata de la filiación de una estirpe de chamanes femeninos y la transmisión (y aceptación) de sus saberes (obviamente sobre el sexo y la muerte). A pesar de encontrarnos en un paisaje netamente femenino, la película traza una precisa cartografía del lugar del padre (una tarea que en el cine contemporáneo parece que sólo interesa a las cineastas) como aquel que es capaz de aguantar en el punto más alto de la ola más poderosa (evidentemente, aquí estamos hablando del goce), que por algo es surfero el padre de la heroína.  

lunes, 27 de abril de 2015

Consideraciones tan intempestivas como majaderas


   Sacrificar la humanidad como masa al óptimo desarrollo de una sola especie de hombre más fuerte; esto sí que sería un progreso...


(La genealogía de la moral, Segundo tratado, 12; Gredos, trad. de José Mardomindo)


   Hay que ver el bueno de Fede, tanto despotricar contra las bienintencionadas opiniones de sus contemporáneos para acabar en manos de estas fantasías apocalípticas de adolescente, sometido a una lógica sacrificial de sociedad de masas que poco tiene que ver con la función del sacrificio en las culturas tradicionales. Si nos escandaliza un poco la boutade es porque hemos asistido a varias tentativas de sacrificios en masa que no han venido a alumbrar más que barbarie y el goce más siniestro que el mundo ha conocido, lejos de esos valores "aristocráticos" tan horteras que a Nietzsche le privan.

   Amplío la cita:

   La magnitud de un "progreso" se mide incluso atendiendo a la masa de todo lo que se le haya tenido que sacrificar; sacrificar la humanidad como masa al óptimo desarrollo de una sola especie de hombre más fuerte; esto sí que sería un progreso... Resalto este punto de vista básico de la metodología histórica tanto más cuanto que en el fondo va en contra precisamente del instinto y los gustos dominantes en estos tiempos, que tolerarían mejor la absoluta contingencia, incluso el sinsentido mecanicista de todo lo que sucede, que la teoría de una voluntad de poder que estuviese en juego en todo lo que sucede.

   Ay, ay, ay; tanta propopeya para organizar funerales de estado al dios patriarcal para acabar recuperando por la puerta de servicio a esa especie de sustancia metafísica de segunda división garante del sentido de "todo lo que sucede" que vendría a ser esa truenitronante "voluntad de poder".