jueves, 26 de noviembre de 2009

Leyendo a Amat



"Formaba parte de la etiqueta amorosa de los amantes de Extremo Oriente que apenas el hombre había llegado a casa, después de su encuentro nocturno con la amante, debía escribirle una nota con un poema y mandársela de inmediato a través de un mensajero. Sin esperar al día siguiente.

La respuesta de la mujer también debía ser inmediata."


Nuria Amat, Deja que la vida llueva sobre mí.


Desconozco si esta refinadsima costumbre se dio ciertamente en algún código de amor cortés oriental; me gusta pensar que sí, aunque tampoco es improbable que Nuria Amat lo haya inventado como utopía donde deseo y palabra se encuentren. Más adelante leemos


La carta crea un lazo de amor indestructible.


La letra y el amor se construyen mutuamente.


Esta es la primera novela de Nuria Amat que leo, el deseo de hacerlo surgió al leer unas declaraciones de Goytisolo en las que la elogiaba considerándola el mejor escritor español del momento, sin que faltara la imprescindible coda goytisoliana de que estaba marginada por el establishment, en este caso por ser mujer.


Pero al leer la cita inicial recordé que ese mismo texto lo había leído Beatriz Blanco en la presentación de su libro de poemas Poemas del día siguiente, compuesto precisamente por las cartas que se envían la protagonista del libro (una geisha) y sus sucesivos amantes, y ya entonces me quedé prendado de las palabras.


Siendo un libro descaradamente autobiográfico, es curioso como se adapta a la clásica estructura (familiar) de un cuento de hadas: una madre que muere siendo ella ninña, una madrastra malvada que va echándola del espacio familiar, un padre adorado pero demasiado débil para imponerse. El crimen más terrible que cometerá la madrastra será, precisamente, quemar las cartas que escribió el padre, un agujero en el terreno de la palabra que impulsará la escritura (un precioso dibujo de Frederic Amat, el padre de Nuria y una especie de genio discreto y pusilánime -probablemente la meanera más elegante de ser un genio- aparece en la portada de la edición).


A los amigos que se han ido apartando de nuestro lado los seguimos necesitando, pero, ahora, de otro modo. Queremos verlos, con la condición de que sepan mantenerse un poco alejados de nosotros y no vengan a meterse en nuestras vidas con la misma alegría con la un día desaparecieron.


Por más que intentemos recordarlo, el antiguo amigo es sombra que el tiempo ha situado en un lugar más próximo a la muerte que del mundo real en el que pretendemos seguir viviendo.


Si bien el libro está muy elaborado y pulido, el personaje que se dibuja es el de una mujer habitada por la furia (o las pasiones, empezando por la de la escritura y la de la soledad, o al menos la independencia). así que me ha sorprendido encontrarme con esta sonrisa al buscar una foto para ilustrar la entrada.

martes, 24 de noviembre de 2009

300 años de sueños felices

Las afinidades electivas y Atrapa un ladrón tienen un comienzo similar, un hombre (del que según avanzan las obras veremos que algo deficiente en su estatura moral) que lidia entre flores. Dos directores de la Champion League, Chaplin y Godard, se fotografiaron también floridos en sendas películas que ponían en entredicho su estatus mediático (Monsieur Verdoux y Nuestra música). Así que resulta normal la cara de cuadro que se le queda a Maureen O'Hara en El hombre tranquilo cuando su recién adquirido marido le dice que va a plantar rosas en el jardín, con lo que no le queda más remedio que decirle que mejor sería que sembrara patatas. Y es que nada más inútil para una mujer que el ensimismamiento narcisista masculino, siempre encantado de fabricarse mundos imaginarios con tal de no afrontar lo real.


The quiet man es tal vez la más perfecta representación de la historia del cine del paraíso primordial de la primera infancia, ese espacio de felicidad absoluta en el que la figura de la madre llena todo y cubre todas las necesidades (como puede atestiguar Susana). En ese espacio emerge la imago deslumbrante del objeto absoluto de deseo (en este caso, Maureen O'Hara). Como Ford era un cineasta clásico, en El hombre tranquilo aparecen una serie de destinadores al lado del héroe que le recuerdan que ni Irlanda es tan maravillosa como él piensa, ni, sobre todo, la mujer es ese ser dulce dispuesto a colmar todas las carencias del sujeto; más bien al contrario, es un cuerpo real cuya demanda de goce puede resultar arrasadora para la comunidad, por lo que toda ésta es capaz de conspirar para que la relación se lleve a buen término en las mejores condiciones posibles, lo que requiere, desde luego, la mediación de bastantes reglas sociales.




En Hitchcock, por ejemplo, el acceso al cuerpo femenino es mucho más complicado, desde luego, para no hablar de la relación con la madre. Es significativo que en sus películas los personajes masculinos no suelan tener compañeros, amigos, figuras paternas o, simplemente, mayordomos (esa figura clave del cine clásico). En cualquier caso en ambos cineastas las mujeres son las reinas absolutas de los espacios interiores, si bien un abismo separa a las siniestras mansiones hitchcockianas de los acogedores (aunque habitualmente frágiles y precarios) hogares fordianos, allí donde Mary Kate sueña con colocar toda la memoria histórica (femenina) de su linaje, esos muebles que representan "300 años de sueños felices".












lunes, 23 de noviembre de 2009

Lo infame y lo sublime



Este fin de semana preparé una sesión de cine en casa para que mi hija viera El hombre tranquilo, siguiendo el sabio consejo de Belmondo en Pierrot le Fou, que consideraba que nada mejor que el cine clásico para educar a los adolescentes (en su caso Johnny Guitar). Total, que me hice con la edición de Sogemedia, y para mi sorpresa y desconcierto descubrí que no tenía subrítulos en español (ni en nada) y que la imagen tenía una calidad que ni en las peores épocas del vhs: difuminada, sin nitidez, con los colores apagados. El doblaje era de los que se cargan la banda de sonido, y así y todo nos lo pasamos en grande viéndola.
Tengo dos preguntas que hacer: ¿existe alguna edición en condiciones de El hombre tranquilo?¿en alguna parte se está organizando un comando para quemar sogemedia y pasar a cuchillo a todos sus responsables?

Lo sublime y lo mostrenco

Mercedes me pasó el cómic de Jordi Costa y Darío Adanti Mis problemas con Amenábar, del que tanto se ha hablado estos días, y que es un ajuste de cuentas del crítico de cine con el director en el plano tanto personal como cinemtográfico. El cómic tiene truco, y es que Costa se presenta como el único adalid que se enfrenta a la apisionadora Amenábar, que ha dejado el cine español comvertido en un erial del que el goce está ausente, mientras que el resto de la humanidad se ha rendido a los encantos de este maestro de la simulación, cuando la verdad es que el mundo está lleno de espectadores a quienes las películas de este chico les traen al pairo. Quitando eso, el cómic es muy divertido, y tiene la virtud de describir desde dentro un universo tan casposo como ególatra, el del mundillo de los festivales de cine y las miserias que lo rodean (sobre todo en una industria tan raquítica como la nuestra). Y como muestra, Costa/Adanti ponen como ejemplo de bajísimo nivel de nuestra crítica de cine la famosa anécdota del año en que en Venecia ganó Still Life, de Jia Zhang-Ke, una de las mejores películas de la década, y que nadie vio porque se pasaba por la noche y (mayor escarnio) a la hora del aperitivo, y cuyo premio fue despachado como una extravagancia del Müller y sus secuaces, siempre empeñados en ensalzar chinos desconocidos y raros.


Total, que el sábado me hice con Monstruos modernos, otro volumen del dúo en el que recogen las colaboraciones que durante meses escribieron/dibujaron para el On Madrid, el suplemento con la letra más chica del panorama periodístico español, y gracias al cual he descubierto que Costa comparte mi fobia a los expertos en enología.
Costa se muestra como el más acabado enciclopedista de la cultura de masas, y es capaz de, en un párrafo, acumular nombres y datos acerca de la voz que finalmente pusieron a Popeye cuando el personaje fue creado en los años 30, o de citar con soltura fuentes y tendencias de lo más variopinto. A pesar de lo vehemente que es, y de que siempre se lo ha considerado uno de los más grandes teóricos del friquismo, me consta que (además de ejemplar padre de familia) el crítico atesora una cultura monumental y una honradez a prueba de bomba, lo que le lleva a entregarse a frivolidades como verse las películas antes de comentarlas en prensa, comportamiento este no muy extendido en su gremio.


Monstruos modernos me lo leí casi entero mientras hacía tiempo a que empezase la proyección de Los amantes crucificados, una de las películas más conocidas de la década prodigiosa de Mizoguchi, la de los 50 (a la espera de que se vayan redescubriendo las otras, por ahora pasto de iniciados, que cuentan que también están plagadas de obras maestras). A la salida entablé una animada controversia con mi mujer, que veía en la película la desesperación de una mujer que descubre que todo el mundo que le rodea, sin excepción, está habitado por la mentira, mientras que yo defendía que es la historia de una mujer que no renuncia a su deseo, lo que lleva a la destrucción de todos los lazos sociales, si bien habría que decir que cada uno se fijó en partes diferentes de la peli.

Creo que a Mizoguchi se le va la mano a la hora de pintar tan negativamente al marido: tacaño, irascible, infiel, acosador, egoísta, cobarde...Un punto de compasión renoiriana le habría venido bien al presentarlo como alguien que también está encadenado a un tejido axfisiante de convenciones sociales. Por lo demás, el film es otra pasmosa prueba de las alturas por donde se movía el director japonés, alguien que parecía tocado por la gracia divina para desarrollar el precepto baudeleriano de ser sublime sin interrupción.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Rumores sin fundamento

Como Televisión Española es una mezcla de periódico y ministerio, la rumorología es una de nuestras maneras favoritas de ocupar nuestra jornada laboral. Y con ese afán de generosidad que caracteriza al alma de los componentes de este blog, quiero compartir con nuestros lectores dos de los rumores más divertidos que he oído acerca de los motivos del cambio en la jefatura de nuestra querida casa.






El primero dice que las verdaderas razones del pire de Luis Fernández no tienen nada que ver con su desacuerdo con la nueva ley de la tele, que le prohíbe tener publicidad y espectadores, y que contraviniendo su supuesta función de servicio público le obliga a programar mogollón de cine español (cuando el único servicio público sensato sería prohibirlo), ni tampoco con su hartura de las intromisiones contradictorias de la inefable vicepresidenta del gobierno, una señora que tiene fama de buena política por la sencilla razón de que a su vera tiene a un incompetente; no, no es por eso: según cuentan su abandono de la televisión pública (siempre según esos infundados rumores que evidentemente no son contrastables) se debe a que en el chanchullo de la nueva sede de TVE andan metidos varios personajes de lo que los periodistas llaman el caso Gürtel, en concreto el famoso Correa y el alcalde de Pozuelo que tuvo que dimitir. Parece ser que Luis Fernández es muy amigo de Rubalcaba, que según opinión unánime es quien maneja el cotarro del dossier, y le habría "aconsejado" que se pirase antes de que la cosa salga a la luz.






El segundo se refiere a la elección incomprensible de Oliart (81 años) para sucederle. El otro día una redactora compañera de programa me contaba que le hizo una entrevista hace dos o tres años, y que aunque como entrevistado para la tele no valía (respuestas de varios minutos, imposibles de condensar en 15 segundos, que es lo máximo que en esta desdichada época dejan de testimonio para la tele, que si no el espectador se aburre), para pasar una tarde apasionante escuchando anécdotas y cotilleos de la transición era impagable. Pero no es para eso para lo que lo han "consensuado", sino para apañar de cara a la opinión pública el inminente paso de poderes reales de Rey Padre a Príncipe Hijo. Oliart es íntimo del rey (según me cuentan, claro, porque yo no tengo acceso alguno a esas altas esferas), y habría sido un apaño para esta tarea, que a mí se me antoja innecesaria (las monarquías son regímenes muy estables, mucho más de lo que pensamos, y para echarlas abajo se necesitan esfuerzos y cataclismos muy por encima de los que se perciben en el presente), pero que se deben considerar imprescindibles en estos tiempos de obsesión de encuestas y opinión pública, en la que según oigo Don Felipe va por muy por detrás de Don Juan Carlos.






Y termino con una anécdota que no tiene nada que ver con rumores ni con cosas importantes (suponiendo que algo de lo que suceda en la tele tenga importancia alguna). El otro día me acerqué a la calle Albarracín a solicitar un permiso de aparcamiento para las Unidades Móviles con las que vamos a grabar un concierto de Alejandro Sanz, cuya ceporrez ha causado sorpresa entre ingenuos miembros del equipo, que debían de pensar que cuando se gana tanta pasta cantando chorradas algún mérito habrá que tener (y probablemente así sea, pero no necesariamente en la cabeza), cuando el señor que está en la mesa de información, y al que ya conocía de otras veces, me dijo un tanto misteriosamente que cuando terminase las gestiones me contaría lo que había estado grabando, y que me iba a caer de espaldas. Yo pensaba que habría grabado un disco, pero no, lo que había grabado habían sido las más perfectas avistaciones de ovnis de la historia, y hasta las había colgado en you tube, cosa que es verdad, basta meter ovnis, españa, madrid, y te sale un vídeo en que se ve una lucecilla tras un matojo. Al parecer hay hasta 26, pero con uno yo tuve bastante para darme cuenta de lo solos que a veces estamos en este mundo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

La ruta del tabaco


Los de Fox han llenado la carátula de su edición de La ruta del tabaco con el muslamen y la cara de Gene Tierney, aunque está lejos de ser la protagonista de una de las comedias más marcianas de la historia del cine, una especie de jocosa ópera bufa acerca de un matrimonio analfabeto de agricultores que en plena depresión ve como el banco les va a quitar la granja donde han vivido toda la vida aunque hace años que no la trabajan, lo que les lleva a vivir al borde de la inanición. Con ellos conviven dos hijos límite, un chaval obsesionado por las bocinas que prácticamente es raptado por una fundamentalista bastante rijosilla y cantarina recién enviudada, y la Tierney, que hace de ninfómana boba que corre detrás de cualquier pantalón que se cruce por su camino, que suele ser el de su cuñado, un maltratador al que la pareja protagonista le ha vendido una hija adolescente que prefiere escaparse antes que sufrir las palizas del marido, ante lo que el padre opta por ofrecerle con una rebaja a la más talludita (la guapísima Tierney, que frisa la vejez con sus 23 años). El matrimonio ha olvidado cuantos hijos ha tenido, cuantos se han marchado y cuantos han muerto, y desde luego es incapaz de recordar los nombres de la mayoría. El hijo maltrata al padre, que le devuelve la moneda intentando robarle el coche y todo lo que pueda, y así toda la peli, que ni Solondz en todo su esplendor mugroso podría imaginar tamaño panorama (por no hablar de la indescriptible cabaña en la que viven todos apiñados).




Desconozco si la novela de Erskine Caldwell tiene el mismo tono, aunque según los títulos de crédito el film adapta la versión teatral de Jack Kirkland, que aparece también como productor, por lo que el film no estará muy lejos de las intenciones de la obra de teatro. El guión es de Nunnally Johnson, que también escribió Las uvas de la ira, que forma con La ruta del tabaco un díptico similar a lo que debían de ser las tragedias griegas con la obligatoria comedia que las acompañaba. Ford se lo debió de pasar bastante bien en un rodaje que, a priori, parece sencillo, con una soberbia fotografía en blanco y negro (predominantemente de exteriores) que llama la atención hasta en mi deficiente televisior.

martes, 17 de noviembre de 2009

Una de James Bond con el tío Robert

En una de las curiosas entrevistas que se encuentran en la edición de El dinero de Avalon y Fnac Bresson cuenta que se ha ido a ver un James Bond con sus sobrinas, y que le ha encantado y le gustaría repetir. El presentador de la tele se ve obligado a comentar que la entrevista la ha dirigido el propio Bresson, que él ha sido el que ha elegido el plano y ha hecho el montaje; aunque El dinero fue el último film que dirigió el director más jansenista de la historia del cine, seguían preguntándole lo de siempre, que si los actores no profesionales y cosas así, y como Bresson debía de saberse las respuestas de memoria, pues a contar lo de los modelos y demás, y que improvisaba todas las escenas en el momento de llegar al plató, lo que debía de poner de los nervios a los productores, porque aunque sus películas suelen ser bastante cortas tienen bastantes decorados, y además naturales.


En cualquier caso Bresson tenía un ojo infalible para encontrar modelos para sus personajes, no recuerdo ningún error de casting, aunque él comentaba que alguna vez se había equivocado. En una especie de fiebre bressoniana que me ha entrado, y que me ha llevado a ver cinco películas suyas esta semana, me he revisitado Lancelot du lac, que en su día me pareció un tostón incomprensible (si bien posteriormente me enteré de que en la Filmo habían equivocado el orden de los rollos, lo que hacía initeligible el ya resumidísimo relato del desmoronamiento del universo artúrico), y que ahora he encontrado apasionante.


Allí destacan los rostros "cansados" de Lancelot y Arturo, frente al angelical de Gawain y el de absoluto felón de Mordred. Lancelot du lac es un film bastante opresivo y pesimista, la historia de una sociedad en su últimos momentos, a punto de derrumbarse por la quiebra que provoca en su seno el deseo de la única mujer que la habita, Ginebra, el punto del relato que focaliza todas las miradas. Aunque siempre hablamos del estilo y la puesta en escena, Bresson era un gran guionista, la estructura de sus películas está muy cuidada y sus diálogos son magníficos y se mueven en todos los registros, desde lo más banal a lo más significativo.



La admiración que suscita Bresson entre sus colegas hace que sea uno de los directores más influyentes de la historia del cine; es posible rastrear sus huellas en productos de tercera categoría de gente que no conoce su obra, como en el relato de Borges se podría ascender por la cadena de influencias hasta dar con la sublime fuente. En cualquier caso Bresson estaba libre del tic de lo bressoniano, y sus secuencias muestran una libertad mayor de lo que uno suele suponer: desde luego no todo ocurre fuera de campo o metonímicamente (en el mismo principio de Lancelot vemos en un plano americano como un caballero le arranca la cabeza a otro de un certero mandoble, lo último que uno podría esperar en una de sus pelis). La verdad es que el director con quien más similitudes le encuentro es Hitchcock, opinión esta supongo que delirante, pero en la que me reafirmo cuando veo las películas de ambos.

Como plato único Bresson me parece peligroso, que es lo que me está pasando a mí, no aguanto ninguna otra cosa, que todo me parece retórico y ampuloso.

Artemisia Gentileschi


No sé por qué, tras leer la entrada de Enrique acerca de nuestra visita a la expo de Cristina Lucas, me acordé de esta pintora italiana de vida y obra fascinante.

Las dos pinturas e referencia, Judith decapitando a Holofernes (1614-20, Galería de los Uffizzi, Florencia), y Susana y los viejos (1610, Museo Stiftung Pommern, Kiel) poseen la violenta esencia que caracterizó al Barroco e interpretan, con una mirada no convencional, temas religiosos que otros artistas representan como anécdotas edulcoradas.

http://es.wikipedia.org/wiki/Artemisia_Gentileschi

Eros y Tánatos

Estos días podemos acercarnos por el Thyssen a ver esta exposición cuyo objetivo es explorar la íntima relación entre Eros y Tánatos, a través de las figuras mitológicas en un itinerario casi narrativo que avanza desde la inocencia a la tentación, de la tentación a los suplicios de la pasión, hasta la expiación y la muerte. La exposición se encuentra dividida en dos partes: la gratuita, en la Casa de las Alhajas (alias Fundación CajaMadrid), y la de pago, en el propio Museo.

http://www.museothyssen.org/microsites/exposiciones/2009/Lagrimas-de-Eros/vv/esp/index.html

jueves, 12 de noviembre de 2009

Cristina Lucas y el elogio del patriarca


La única obra que conocía de Cristina Lucas era esta fotografía, y no estoy seguro de si la había visto o simplemente recordaba la descripción que Mercedes me había hecho de ella. El caso es que en el recién estrenado Centro de Arte Dos de Mayo, en Móstoles (para los que nos leen al otro lado del Atlántico, que según indica un diabólico gadget que Susana ha puesto en el blog, son varios, aclaro que Móstoles es una ciudad dormitorio al sur de Madrid de varias decenas de miles de habitantes, cerca de Alcorcón, que es lo mismo pero con el recién estrenado prestigio de haber eliminado al Real Madrid de la Copa del Rey con un equipo de amiguetes) hay una exposición con varias instalaciones muy divertidas, aunque tal vez ninguna alcance el humor (hay quien dice que involuntario) que alcanza el comisario de la exposición en su comentario introductorio:


"Cristrina Lucas reúne vídeos, dibujos e instalaciones que escinifican actos perfomáticos en donde la propia artista, personajes, el mismo espectador o incluso animales, confrontan directamente los símbolos, mitos y metáforas de momentos fundacionales de la dominación patriarcal occidental. En su práctica artística, el uso de la sátira conlleva a una moral ambivalente, que a su vez, desestabiliza la victimización histórica de la visibilidad y movilidad social de las mujeres en la esfera pública. No obstante, la instancia crítica del trabajo de Cristina Lucas, se encuentra en la sobreexposición y literalidad en la representación estereotípica del significado de los signos de la tradición misógina y las agendas y genealogías del feminismo."
(He respetado el demencial uso de las comas del autor, aunque colocadas en su sitio tampoco conseguirían que este texto signifique nada)



Pues resulta que dos de los vídeos se centran en momentos fundacionales, pero no de la dominación patriarcal de occidente sino de uno de sus movimientos emancipatorios más emblemáticos, la revolución Francesa, a través de unos textos hilarantemente misóginos de Rousseau, que se acompañan de las imágenes de una verbena en la que mujeres de toda edad se dedican a poner a un busto del pensador ginebrino de cretino para arriba, y de un vídeo que reescribe de manera sarcásticamente siniestra el famoso cuadro de Delacroix La libertad quiando al pueblo.
Pero sí hay uno que se refiere a un símbolo, mito y metáfora de la civilización occidental, y uno de los más gloriosos, el Moisés de Miguel Ángel, que Cristina se aplica a destruir a golpe de maza. Uno de esos golpes se lleva por delante las tablas de la ley, y otro la cabeza del fundador del monoteísmo (Freud dixit), probablemente una manera de visualizar que la ley siempre es una ley patriarcal, y que la construcción de la diferencia sexual es algo que siempre está del lado de la ley, pero que la abolición (más o menos delirante) de esa diferencia siempre acaba mostrando su rostro arrasador.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Derivas


Ayer me cogí Nocilla Lab para leer en el metro, pensando que, como las anteriores nocillas, estaría compuesta de breves fragmentos, y me encontré con que el primer capítulo consistía en una larga y sinuosa frase a lo Bernhard de setenta y tantas páginas, frase/capítulo que me he leído de un tirón esta madrugada (el mejor momento para leer, antes de que toda la casa y toda la ciudad se despierte y llene el mundo de ruidos), porque anoche, cuando volví del trabajo y de una rápida visita a Susana para ver a su hijo de casi tres meses y que siempre llora cuando estoy delante aunque su madre me jura que con el resto de la humanidad se ríe muchísimo, cuando volví del trabajo y de la visita a Susana, decía (aunque me equivoqué de andén en el metro y lo cogí en dirección contraria y no me di cuenta hasta que llevaba varias estaciones pasadas, tan enfrascado estaba en la lectura del último Nocialla), me puse a escuchar la retransmisión del Madrid-Alcorcón junto a mi hijo mayor, ya que los dos somos colchoneros, igual que la mayoría de los compañeros del programa donde trabajo ahora, y que como todos los seguidores del Atlético estamos convencidos de que el Madrid no es un equipo de fútbol sino una entidad mítica e indestructible, y que siempre gana y nunca sufre derrota, y a pesar de que todos los años tenemos la prueba empírica de que esto no es así en cada ordalía se renueva esta creencia y pensábamos que esta vez sería igual y que el Madrid eliminaría al Alcorcón, así que para evitar decepciones no nos pusimos a escuchar el partido hasta avanzada la segunda parte, cuando ya era evidente que era difícil que los multimillonarios asalariados del multimillonario Florentino y su secuaz Valdano eliminasen a los proletarios del Sur de Madrid.


Antes de ayer, sin embargo, decidí verme una película a las seis de la mañana, no sé por qué elegí El proceso de Juana de Arco, que me había sacado de la biblioteca de mi barrio en el convencimiento de que no me la vería, una película que había visto hace mucho y de la que no recordaba nada, salvo que todo ocurría en una sala en la que una chica contestaba a lo que le preguntaban. La chica que interpreta a Juana de Arco se llama Florence Delay, y siempre se muestra insolente en el tribunal ante el obispo que la interroga y los siniestros ingleses que maquinan a sus espaldas, aunque en la soledad de su celda se derrumba y se echa a llorar. No hay retratos de Juana de Arco, aunque el cine ha elegido casi siempre actrices hermosas para interpretarla, Florence es guapísima y uno desea ser uno de esos soldados que la vigilan fascinados, o incluso el malvado inglés que la espía sin descanso y que, convencido de que la fuerza de arrastre de la futura santa y heroína idolatrada de los refinados y tumultuosos cenáculos del catolicismo francés radica en su virginidad, planea un complot para violarla. La película de Bresson es tan hermosa que uno desearía que durase siempre, o al menos lo que el famoso proceso duró en realidad, pero cuando Juana/Florence sube al cadalso y ves que la película va a terminar crees que no es posible, que sólo ha durado veinte minutos, aunque en realidad dura una hora, y eso que da para mucho porque Bresson impone un ritmo endiablado a los interrogatorios, que se suceden a velocidad de vértigo, filmados en unos precisos contraplanos que impiden que el espacio de la santa sea hollado por sus antagonistas.



Desgraciadamente no he visto el film de Rivette sobra Juana de Arco, ayer me pasé por el Instituto Francés a ver si lo tenían en dvd y no estaba, en su lugar me cogí el libro de Péguy Los misterios de la caridad de Juana de Arco. Péguy es un escritor poco leído en España, creo yo, sin embargo es una presencia constante en el cine del Godard de los últimos años (así como Simone Weil), un escritor obsesionado por la justicia, que dedicó mucha energía a defender a Dreyfuss, incluso cuando esté lo abandonó, de tan radical que era su postura. La figura del héroe injustamente condenado jalona la historia de Occidente, están sus héroes fundacionales, Sócrates y Jesucristo, dos maestros de la oralidad que no se tomaron la molestia de escribir nada, pero cuyo recuerdo, recogido por reverenciales discípulos, planea sobre nuestra cultura, ambos obsesionados por la justicia y muy insolentes también con los tribunales que les juzgaron, también los dos, como Santa Juana, acompañados de una voz divina que les merecía más respeto que la turbamulta que los condenó.

No es de extrañar la fascinación que esta doncella fálica ejerce sobre el imaginario de Occidente, una mezcla de San Jorge y de Antígona, la verdad es que viendo la película uno entiende que la Iglesia y el poder secular se deshicieran de ella para elevarla a los altares años después, nada más incendiario que el verbo de una doncella capaz de arrastrar masas por encima de todos los poderes de este mundo.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Elmer Gantry



La hoja informativa que facilita la Filmoteca nos informa de que esta película de Richard Brooks es "una visión del sueño americano despiadada y mordaz", "una virulenta crítica al fundamentalismo religioso" y "la radiografía más cáustica jamás vista en una pantalla del fundamentalista religioso y del preacher bribón", para acabar definiéndola como "el film más desencantado, nihilista de Brooks".
Tras verla, sólo me caben dos hipótesis: o los autores del libro escribieron de memoria y se confundieron al entrar en wikièdia y leyeron la reseña de la novela de Sinclair Lewis en vez de la que corresponde a la película, o (la hipótesis más probable) lo que antecede corresponde a los prejuicios de los autores y no a lo que se ve en la pantalla, si bien hay una explicación intermedia, y es que el encargado de escribir sobre Elmer Gantry se leyó el libro, al parecer bastante agresivo, y la impresión contaminó la recpción del film.
Porque la mirada de Brooks sobre el mundo evangelista es bastante limpia y honesta, si bien está claro que le parecen marcianos (de hecho, esa mirada está inscrita en el tejido del film mediante el personaje del periodista Lefferts, el clásico intelectual agnóstico que mira atónito y fascinado el espectáculo de la troupe evangelista, pero que siente una sincera simpatía -y compasión- por ellos). Y es que la vida que nos muestra la película está lejos de ser sencilla; si bien es cierto que los espectáculos bíblicos que vemos son bastante cirquenses, hay que recordar que la vida del circo no es sencilla, y menos debía serlo en los entornos rurales norteamericanos en los años previos a la gran depresión.
Brooks no esconde la avidez económica de los evangelistas, pero nos la muestra como una necesidad de supervivencia más que como una estafa. Por otro lado, si la predicación y el espectáculo se mezclaban, probablemente se debía a que esas obscenas sesiones tenían que cubrir todas las necesidades de unas comunidades aisladas y analfabetas: los evangelistas les proporcionaban chistes, diversión, espectáculo, y también palabras bellas y terribles.


Y lo mismo cabría decir del protagonista, Elmer Gantry, un viajantre embaucador y tramposillo que a la vez es bastanta ingenuo (o irresponsable), el típico sinvergüenza que cae simpático, a lo que ayuda, sin duda, la elección como intérprete de un volcánico Burt Lancaster, un actor que parece incapaz de transmitir un sustrato obsceno. El caso es que si Elmer se une a la pandilla de sinceros evangelistas se debe a la muy loable y comprensible intención de ligarse a una luminosa Jean Simmons, la Falconer carismática que se mueve como pez en el agua en territorio rural pero que se muestra aterrada cuando tiene que enfrentarse al babilónico público urbano, donde se precipita la tragedia final, que no voy a desvelar, claro (un ejemplo de gran guión, en cualquier caso).

La trayectoria de Elmer Gantry resulta similar a la del general de La Rovere, alguien que acaba descubriendo que la máscara que adopta es más "verdadera" que cualquier discurso "interior" que se cuente a sí mismo, lo que le permite acometer, finalmente, un improbable y verdadero gesto heroico y alcanzar la estatura de un héroe cristiano con su particular calvario (Brooks se toma la molestia de mostrar un plano detalle de un látigo para que la referencia quede clara).

domingo, 8 de noviembre de 2009

Las singularidades de Oliveira


(Advertencia: los que no hayan visto Singulardades de un muchacha rubia -y estén interesados en hacerlo, claro- se encontrarán con muchos datos del argumento)
La última película de Oliveira es un mediometraje de poco más de una hora que adapta un relato de Eça de Queiroz, al que se homenajea de varias maneras. Es de una sencillez tal que es probable que resulte complicada. Comienza con un plano de un tren en el que un revisor requiere amablemente los billetes. En una esquina de la imagen descubrimos a Leonor Silveira, durante muchos años actriz ineludible del director, pero desplazada en los últimos tiempos por actrices más jóvenes. Así que deducimos que tendrá un papel en la trama, pero no el principal (que, a raíz del título, suponemos que corresponderá a una muchacha joven y rubia). Y así es, tras el largo plano inicial pasamos a Ricardo Trepa y a Leonor, y entramos en materia por las bravas. Él, un desconocido, le pide permiso para contarle su historia, que será la que se desarrollará en el film.



A lo que asistimos es un pre o proto-relato, su mínima expresión: un joven descubre a una chica de la que se enamora, y tendrá que superar algunas pruebas hasta conseguirla. Para remarcar esta especie de primitivismo o esencialidad, Oliveira recurre a su afición a la frontalidad y al despojamiento retórico en las interpretaciones.




Hay una figura paterna (un tío) que se opone a los planes del joven héroe, lo que le obliga a hacerse a la mar para buscar fortuna, tendrá que enfrentarse al engaño de un amigo, pero su buen corazón y hacer le permitirá superar obstáculos y llevar a buen puerto sus designios.


Hasta ese momento la rapariga loira ha sido sobre todo una imgen fascinante, entrevista tras un abanico y dedibujada tras una cortina (la viva imagen del fantasma), pero es cuando la relación está a punto de consumarse (en el momento paradigmático de elegir el anillo que selle su compromiso) cuando emerge lo que de real y deseante hay en la mujer, la singularidad del título que no voy a desvelar, aunque tampoco hay demasiado suspense a propósito de ello (desde el principio se nos cuenta que es una historia desdichada). Con el típico humor oliveriano, que tanto nos mola a sus admiradores y tan incomprensible resulta a sus detractores (ellos se lo pierden), la peli se acaba en el momento en que el protagonista descubre la mancha en su objeto adorado y lo rechaza, de vuelta a la narración la cámara ha abandonado el tren, al que observa alejarse desde un puente, con la idea implícita de que la narración probablemente continuará, pero ya sin nosotros de espectadores.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Touch of evil




Ayer por la noche, aprovechando que éramos pocos en casa, y fiel a mi infatigable espíritu didáctico, le puse a mi hijo el comienzo de Sed de mal, uno de los planos (secuencia) más famosos de la historia del cine, que al margen de su espectacular complejidad técnica tiene la virtud de centrar los temas que desarrolla el film, ese juego de espejos y dobles obscenos que se inscriben mediante el motivo de la frontera y de los matrimonios interraciales. En el centro del plano y del film se encuentra la pareja de (muy) recién casados formada por la candorosa y optimista Susie (una guapísima Janet Leigh) y Vargas (un Charlton Heston más que estimable), probo, eficaz y honesto policía mexicano. Rumbo a su luna de miel, ya de entrada sufren la contaminación de la pareja formada por un industrial y una prostituta, que se cruzan con ellos constantemente según se acercan a la frontera. Como se recordará, es en el instante en que Susie se abalanza sobre su marido para besarle cuando esa otra pareja en espejo vuela por los aires. A partir de esa primera demanda en el campo del sexo de parte de la mujer, una catarata de males se derramará sobre ellos.


El caso es que Vargas sale corriendo abandonando a Janet leigh para zambullirse en un paisaje apocalíptico de llamas y chatarra retorcida. Es en ese momento cuando hace su aparición Quinlan/Welles, el desmesurado y obsceno policía del otro lado de la frontera que se postula desde el principio como más allá de la ley, una especie de sol negro a cuyo alrededor gira una cohorte de admiradores, a la que se suma el propio Vargas, que si bien se enfrenta a él no duda en abandonar a su mujer cada vez que Quinlan le requiere, que suele ser siempre que Susie le reclama. Así, camino de la famosa secuencia del motel, donde ella espera por fin comenzar o consumar su vida conyugal, un coche se cruza con ellos exigiendo a Vargas que se vaya con su doble norteamericano.
Y de esta guisa se queda la somnolienta Susie, medio dormida toda la jornada a la espera de su marido. No es de extrañar que en ese espacio onírico lo que haga su aparición sea el fantasma, no su honrado esposo mexicano sino una horda de adolescentes hispanos que, supuestamente, irán a violarla. Porque lo más extraño del film es que nadie parece ser capaz de atender la demanda en el campo del goce de esa fascinante mujer que se mueve en un espacio poblado por hombres. Hasta Grandi, el doble mexicano de Welles, el padre de la horda que domina a toda la familia y es el verdadero dueño del espacio de la frontera, cuya autoridad Vargas ha desafiado encerrando a su hermano, es incapaz de montar nada más que una mascarada de goce siniestro, un simulacro de orgía. A la postre, su aparente posición de omnipotencia se desenmascara como falsa y grotesca, ese rostro terrible de payaso que Susie se encuentra cuando despierta.




Si hago tanto hincapié en la figura femenina del film es porque creo que esa carencia en el campo del goce femenino está directamente relacionada con la insuficiencia de la postura del demiurgo Welles en su universo, de la que se habla mucho más. Hay un plano, hacia el final, bastante feo pero muy significativo: Quinlan aparece en un primer plano, pero el espacio está ocupado sobre todo por una enorme cabeza de toro disecada rodeada por banderillas. Esta visión megalómana de sí mismo como un ser mítico, un totem sacrificial, es la que puede estar en el origen de esa proverbial incapacidad de Welles para finalizar sus películas, lo que le ha dado un aura romántica que ha alimentado su leyenda pero que hace que siempre haya algo indefiniblemente insatisfactorio en sus películas (o al menos esa ha sido mi experiencia en las últimas revisiones que he hecho de La dama de Shanghai y de Ciudadano Kane); si bien aclaro que hablo de la Champion League cinematográfica: Sed de mal es fascinate y te deja clavado en el sillón, pero no llega a las alturas de Vértigo o Centauros del desierto, por poner ejemplos de películas que se hicieron por las mismas fechas por un director al que (según creo) Welles detestaba (Hitchcock), y otro al que admiraba muchísimo (Ford).


jueves, 5 de noviembre de 2009

Apología de Sócrates I, o el arte de buscarse enemigos


"Casi con certeza que con estas palabras me consigo enemistades, lo cual es una prueba de que digo la verdad"
Apología de Sócrates, 24 a
Con esta chulería terminaba Sócrates la primera parte del primer discurso que dirigió a la asamblea que debía votar acerca de su culpabilidad, en el que es uno de los juicios más famosos de la historia. Por lo leído, en Atenas no había jueces ni fiscales, cualquiera podía elevar una acusación (en este caso se conocen los nombres porque Sócrates los cita) y el acusado estaba obligado a elevar una defensa (debo obedecer la ley y hacer mi defensa, 19 a) ante un concurridísimo jurado de 500 personas.
La Apología consta de tres discursos, separados por una elipsis que corresponde a los dos refenrendums (ya estaba de moda lo de la segunda vuelta), de los que siguiendo las inquebrantables normas de este blog no daremos el resultado, aunque doy por hecho que todo el mundo lo conoce. La idea es leer el primero, hasta el momento en que Sócrates interroga a uno de sus acusadores, Meleto; un diálogo que dejaremos para la semana que viene y que es divertidísimo (yo me lo imagino como una entrevista de Caiga quien caiga).
En este comienzo Sócrates se defiende de los rumores que le prodigaban sus detractores (que debían de ser muchos, tantos como sus partidarios) y cuenta la anécdota que todo el mundo conoce, la del oráculo de Delfos que lo nombraba como el hombre más sabio de Atenas. Sócrates cuenta, con bastante sorna, como se puso a interrogar a los que consideraba (y eran considerados) sabios (hoy diríamos expertos), empezando por los políticos:
"Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios(...). Ahora bien, al examinar a éste(...) experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero que no lo era. A concecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes." 21, a-b
Tras agotar ese filón se dirigió a los poetas, de los que comenta que
"casi todos los presentes podían hablar mejor que ellos sobre los poemas que ellos habían compuesto." 22 b
Para acabar con los artesanos, que no salen mal parados pero que
"incurrían en el mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto de las demás cosas." 22 d
Y esto creo que es suficiente para animar a la lectura de Platón, apenas 10 páginas de nada.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los profesionales


Contaba Roberto Cueto en la presentación del libro que sobre Richard Brooks han publicado la Filmoteca Española y el Festival de Cine de San Sebastián que Los profesionales era un film de poderosa carga política, aunque el común de los mortales (la plebe, vamos) podía disfrutarla simplemente como un estupendo film de aventuras. La verdad es que sólo alguien como un crítico de cine o, ya puestos, un historiador de las ideas es capaz de tomarse en serio esta peli como un discurso político que vaya más allá del tebeo, si bien alguna paginilla se puede rellenar acerca del cambio de punto de vista que acerca de la revolución mexicana reflejó el cine americano en los sesenta. Cualquier espectador con dos dedos de frente se lo pasará pipa con esta revisitación del protorrelato por antonomasia, la princesa raptada por el dragón (o el ogro) y su rescate a manos del aguerrido héroe, bien rodeado de una fiel cuadrilla. Esto se cruza con una variación manierista del Tristán e Isolda (manierista porque a la postre el rey, en este caso hacendado acaudalado, acaba siendo el personaje más obsceno de la trama, o más bien lo es desde el principio, como se lo huelen los protagonistas y el espectador nada más verlo), y ya tenemos una agradecidamente compleja trama que suma géneros a cada tramo, y que asume con naturalidad las tensiones del cine de la época entre el agonizante clasiscismo y lo que se suele llamar las nuevas escrituras. Los profesionales prefigura Grupo Salvaje, sin que esto signifique subordinación alguna en cuanto a calidad.


Lee Marvin y Burt Lancaster se comen la pantalla y derrochan carisma en el papel de eficaces mercenarios y desencantados revolucionarios que no pueden evitar a última hora un postrer gesto ético. Brooks se toma mucho interés en mostrar que son verdaderamente competentes, y a cada rato nos los enseña (a ellos y a sus compañeros de fatigas) limpiando meticulosamente las armas u ordenando los avíos o almacenando comida o montando un campamento.



El papel femenino estrella, la princesa del cuento, le cae a la algo insulsa Claudia Cardinale, que sale de esta guisa, perennemente escotada y marcando pecho, y bastante sudada siempre, que eso tiene el desierto. Su partenaire es un Jack Palance que tampoco desmerece en sosería, lo que es una pena porque se hubiera necesitado alguien con más chicha para llenar su papel, el de un mítico revolucionario aparentemente reconvertido en delincuente y al que los profesionales admiran abiertamente (y con el que combatieron en los días románticos de la revolución).

Otro de los valores del film es su fisicidad, como transmite la tortura implacable del sol del desierto, de los bruscos cambios de temperatura, la incomodidad de los campamentos al aire libre, lo agotador de las marchas. Brooks se trabaja también la ambientación, creando un mundo a la vez nuevo (los ferrocarriles hollando tierras vírgenes) y desgastado, como ese campamento tan precario que parece el grado cero de una comunidad, o esos héroes que parecen huérfanos de una causa, y andan empantanados en el cinismo para ocultar su melancolía.

martes, 3 de noviembre de 2009

Platon on line


La reciente lectura de la Apología de Sócrates y el Critón (diálogos tan amenos como breves), junto con la confesión epistolar de Susana de que dejó de interesarse por la filosofía en COU, me ha llevado a la iniciativa de organizar un grupo de lectura de Platón en la red, empezando por los diálogos que giran en torno a la muerte de Sócrates.


El primer diálogo será la Apología (que más que un diálogo es un monólogo, con una divertida excepción). Para mañana dejo las pautas, la idea es escribir una entrada semanal, en la que se fije el fragmento que se vaya a leer (nunca muy largo), y escribir comentarios sobre la lectura. Debo aclarar que yo soy un absoluto principiante en el tema, y que la información la sacaré de las ediciones que manejo (Gredos) y de wikipedia; y no hace falta decir que está abierto a todo el mundo.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Aforismo(s)

"El misticismo es el secreto de la cordura"

(Chesterton, Ortodoxia)


(Hace unos años, en algún bar de, según recuerdo, Gijón, durante la celebración del Festival de cine, en animada charla con Carmen Jiménez, en aquel entonces jefa de prensa de Alta, le comenté que los hijos te anclan en la cordura, frase que le gustó tanto que, desde entonces, siempre que me presenta a alguien me introduce como el autor de esa sentencia, que se ve que le gusta repetir -de hecho, considerándola una especie de modesto regalo, yo no la he vuelto a utilizar-. Con la esperanza de que la frase cobre vuelo por sí sola, anoto aquí su procedencia en la esperanza de pasar a la posteridad como el maestro oral con la obra más exigua de la historia)