miércoles, 30 de septiembre de 2015

San Sebastián: la modernidad era esto

Un par de películas vistas en San Sebastián sirven para hablar de ese concepto etéreo que es la modernidad cinematográfica: H story, de Nobuhiro Suwa, y Un día perfecto para volar, de Marc Recha. 


La primera está construido con las ruinas del intento de un director de cine japonés (sí, un tal Nobuhiro Suwa, interpretado por el mismo Nobuhiro que dirige el film) por rodar un remake de Hiroshima, mon amour con...Beatrica Dalle, una loca que garantiza el fracaso de cualquier proyecto, aunque tal vez las razones haya que buscarlas en que Suwa (los dos, el real y el de la ficción) hayan nacido en Hiroshima. Incomprensible si no se conoce el film de Resnais/Duras, H story propone un juego en espejo en el que el film que se intenta rodar se va a la porra pero Beatrice Dalle acaba viviendo una versión entre descabalada y chanante de la peripecia de su personaje, con un lío con uno de los actores que no sabe ni papa de francés o inglés, con lo que los dos acaban deambulando por Hiroshima sin poder comunicarse. Suwa intentaría algo parecido en su siguiente película, la más conseguida Una pareja perfecta, en que se lleva Viaje por Italia a la Francia de nuestros días, si bien en ambos casos, al margen del sincero homenaje, le salen dos obras bastante más aburridas que los originales.


Un día perfecto para volar sólo se entiende por esa tontería que les entra a los hombres que deciden ser padres a los cuarenta y tantos y acaban embobados con sus hijos, pensando que el resto del universo va a caer rendido ante las genialidades del vástago. A pesar de durar sólo 70 minutos no recuerdo haber vivido mayor deserción en una sala de cine, el público se levantaba en manadas que se marchaban hablando en voz alta, decenas de personas que como un resorte, cada cinco minutos, enfilaban la salida de la sala del Kursaal. Aquí partimos de esa emblemática escena en que un padre cuenta un cuento a su hijo. La modernidad estriba en la exacerbada extensión de la escena, que ocupa todo el metraje, y en lo deslavazado del relato contado, una cosa con gigantes, arañas venenosas y cuevas que no se articula en nada con sentido. Hasta la figura paterna se desdobla, primero encarnada en Sergi (Sergi López), una especie de ángel de la guarda moderno (va disfrazado de parapentista), porteriormente transmutado en Marc Recha, el verdadero padre de la criatura, su hijo Roc. Como todos los que fuimos a la sala vimos la peli entre cabazadas adujimos diferentes razones para la metamorfosis, razones que probablemente aparezcan en ese texto clave para comprender cualquier film contemporáneo: la sinopsis de la nota de prensa. 

martes, 1 de septiembre de 2015

Los hijos perdidos



Como la Filmoteca da vacaciones al personal en agosto y no tiene infraestructura para organizar ciclos o subtitular películas dedica las tardes de agosto a las reposiciones, con lo que los asiduos nos dedicamos a repetir cosas que nos gustaron o a repescar alguna que dejamos ir en su día por pereza o desconocimiento. Generalmente uno descubre que hizo bien dejando pasar ese trozo de celuloide, y como agosto es un mes en el que no se tiene mucho que hacer, tampoco lamenta malgastar un par de horas en la sala oscura. 

El caso de Prisoners es algo distinto: todo el mundo parecía haberla visto, y guardar buen recuerdo de ella..., pero nadie recordaba el argumento (me ha pasado con tres personas). Yo la seguí con interés, y me quedé desconcertado cuando vi que no había descubierto lo que resulta obvio (aquí spoiler total):

que la mala es la madre, y eso que la película no deja de emitir señales hacia ese punto, con todas las carencias imaginables en el campo de la figura del padre, lo que indefectiblemente señala un punto: figura materna loca a la vista.

En este sentido el comienzo es extraordinario: aquí la magnitud de la palabra/función paterna está extremadamente marcada: tras el rezo del padrenuestro vemos a un padre guiando a su hijo en su primera experiencia con un arma de fuego. Más tarde, en el coche, ese mismo padre transmite a ese mismo hijo la que considera la enseñanza más importante recibida de su propio padre. Y, sin embargo, algo raro pasa, algo siniestro circula en esa palabra, en el discurso paterno, tal vez la señalada presencia del cervatillo abatido, una presencia sublime al comienzo que deviene resto excrementicio a causa de la violencia masculina, tal vez el tinte paranoico de la instrucción que pasa de padres a hijos en esa familia.

Esas fallas de la figura paterna se irán haciendo visibles a lo largo de la película (que transcurre significativamente, aunque no se haga hincapié en ello, en un ambiente de fundamentalismo cristiano): descubriremos que ese primer padre que transmitió a su hijo tan memorable enseñanza se suicidó, que el policía que protagoniza la trama (interpretado por Jake Gyllenhaal, lo cual quiere decir que está loco) es huérfano, que uno de los sacerdotes que ejerció de padre para él era un abusador...

Al final queda un paisaje arrasado en el que la madre impone la no ley del odio a Dios y, en consecuencia, se secuestran niños para romper la cadena simbólica e impedir la donación de una palabra paterna (que, en cualquier caso, estaba ya habitada desde el principio por la locura).