miércoles, 28 de septiembre de 2016

Dos hombres y una mujer

The horse soldiers (1959) está situada justo en el centro del arco temporal que va de The searchers (1956) a El hombre que mató a Liberty Valance (1962), y aunque está lejos de gozar del prestigio de estas dos últimas, a día de hoy los dos filmes fordianos que más alto aparecen en los top 100, dispone de una tan refinada como selecta corte de admiradores (yo mismo, Straub...) que la consideran equiparable a las obras mayores de la etapa de madurez de su director. Si las pongo juntas es porque las tres trazan un periplo sentimental parecido, en el que una mujer está enamorada de un hombre pero acaba casándose con otro, y tan fascinantes resultan los parecidos como las variaciones. 

Si en The searchers contemplamos, por así decir, las cenizas de la antigua pasión y tenemos que deducir las razones por las que Martha acabó casándose con Aaron en vez de con su hermano Ethan, de quién está tan descaradamente enamorada, las otros dos películas muestran el proceso por el que John Marlowe y, sobre todo, Tom Doniphon (todos ellos interpretados por un descomunal John Wayne) se quedan sin su objeto de deseo, una mujer que como marido acaba eligiendo a partenaires más integrados socialmente (un médico, un abogado, un granjero -si bien en The searchers el papel que interpretan William Holden y James Stewart se reparte entre Aaron y el marshal predicador), aunque tanto Kendall como Stoddard tienen una vertiente heroica, y no es la menor el que acepten casarse con una mujer en calidad de pálido reflejo del verdadero deseo de ésta, de alguna manera una variación sobre el mito cristiano de San José.

Y es que (retomemos The searchers) una de las características del héroe fordiano es una peculiar inhabitabilidad del espacio que transita: de ahí que Martha Edwards acabe aniquilada (como Sémele) cuando Ethan regresa y ella le dé paso a su casa/cuerpo/espacio interior. Las posteriores heroínas fordianas parecieron aprender la lección. También es cierto que la pobre Hannah Hunter no tuvo oportunidad de elegir: lo más que consigue es que su caballero andante le quite el pañuelo que lleva en la cabeza en uno de los mejores primeros planos de la historia del cine, en el que su inmovilidad transmite el deseo de que continúe desvistiéndola y su mirada la tristeza de saber que eso no ocurrirá nunca. Cuando él se aleja y vuela el puente que hay entre ellos Hannah se protege del sol poniéndose la mano sobre los ojos para verlo mejor, repitiendo el gesto de Martha al comienzo de The searchers, en este caso cuando Ethan se aproxima, una de esas rimas que puntean la obra fordiana y que a sus admiradores nos dejan en éxtasis. La película se cierra con ella y Kendall entrando en la cabaña donde han quedado los heridos, y su historia en común sería ampliada en El hombre que mató a Liberty Valance,    

lunes, 26 de septiembre de 2016

Del antagonismo como una de las bellas artes

Sería hermoso poder decir que leemos los tomos del Salón de pasos perdidos para disfrutar de las brillantes y bucólicas descripciones que Trapiello hace del paisaje extremeño cuando pasa las vacaciones en un terreno que tiene cerca de Trujillo. Pero a quién vamos a engañar: los highlights de esa potencialmente infinita novela en marcha son dos: las hilarantes descripciones que hace de algunos actos sociales del mundillo literario, saraos como conferencias, entregas de premios o cenas con escritores, y los despellejamientos que hace de sus enemigos, frecuentemente escondidos tras una transparente X que los lectores de las bibliotecas se han dedicado a identificar. Trapiello mantiene fobias asentadas (Javier Marías -al que llama de vez en cuando el pijo volatinero- probablemente por encima de todas -con la excepción tal vez de Sánchez-Ostiz-, Goytisolo, Valente & Tapies, Ginferrer) a los que dedica páginas en todos los volúmenes, mientras que a los críticos (Echevarría, Bértolo, Conte) los suele despachar en una entrega y a otra cosa mariposa. A veces le coge cariño a algún antagonismo de nuevo cuño y lo incorpora a la nómina de damnificados, y eso ha ocurrido con Vila-Matas, con el que coincidió en un viaje a México y para qué queremos más. He aquí un fragmento del último volumen publicado, Seré duda, que corresponde a 2005:

   En el campo las cosas acaban teniendo mucha más gracia, hasta el periódico resulta más cómico. Hoy, domingo, en la contra de El País, venía una entrevista con don Preferiría No Hacerlo, el hombre acaso más activo en eso que se llama con seriedad "mi carrera", o sea, "la carrera". Destacan una de las frases que sin duda consideran de una gran hondura: "Yo soy optimista, pero sin duda las cosas siempre acaban mal". Con frases así rellena luego unos frascos de frascaseína, que vende como elixir de la modernidad a todos los pijos yupis de por ahí, que se lo toman para hacer la digestión del caviar gauche que es en ellos el pan de cada día.

Aquí la entrevista de marras...

sábado, 24 de septiembre de 2016

Tiburón, o el shock de la escena primaria

Estas últimas semanas me he estado viendo películas norteamericanas de los años 70, una década para mí desconocida, ya que apenas era un niño entonces, y en los 80, cuando comencé mi carrera cinéfila, me convertí en un snob (cosa que, afortunadamente, no he dejado de ser) que se negaba a ver nada que no fuera rarísimo. Por primera vez me he visto El exorcista, Marathon man, The driver, Carrie, Gloria (bueno, esta es que no me acordaba de nada) y Tiburón. Aparte de un pesimismo casi metafísico que parece impregnar todo lo hecho en esa época, resulta curiosa la extraña postración ante lo que se podría llamar (tics del) cine europeo: se ve que el cine norteamericano andaba tan en crisis como su sociedad y se dedicaba a copiar las ocurrencias de sus primos del otro lado del charco, con mención honorífica para Walter Hill, cuyos actores van permanentemente con tal cara de palo que a su lado los de Bresson parecen que están de fiesta continua.

Tiburón es otra cosa. De entrada ya Spielberg dejó claro su lado puritano: al margen de que es obvio que nunca pisó una playa con unos colegas hippies, el celebérrimo comienzo de Jaws muestra lo que opinaba sobre el libertinaje sexual, si bien siempre se podrá discutir si la joven es devorada por mor de su desenvoltura erótica o por culpa de la torpeza de su partenaire masculino.

Lo siguiente que salta a la vista es que el director no estaba casado en esa época, ya que ese matrimonio con niño parece más una ensoñación idealizada de un joven que creció en un hogar monoparental (léase madre separada) que la puesta en escena de una vivencia personal (por poner un ejemplo de otra película vista recientemente: La semilla del diablo es la obra de alguien que sabe lo que es el matrimonio, aunque sólo sea por la sordidez -que parece de primera mano- que transmiten algunas de las escenas de pareja). Ese niño asiste a una escena que le provoca un enorme impacto: ve como la enorme boca de un tiburón se zampa a un bañista que está a pocos metros de él, en la laguna interior de la playa de la isla donde transcurre el film. Spielberg dedica una larga secuencia a mostrar el trauma provocado por esta visión, secuencia que introduce un cambio argumental en la película, ya que es a partir de ese momento, y a demanda expresa de la madre, cuando el padre parte en compañía de los otros dos protagonistas masculinos a cazar al monstruo en la parte más Moby Dick de Tiburón, parte que vamos a dejar de lado para centrarnos en la secuencia citada. El hecho de que transcurra en una laguna interior, podríamos decir maternal (aguas tranquilas y protectoras, ausencia de peligro, ninguna amenaza de lo real exterior) nos da la pista de lo que el niño ve: una escena primaria en la que la delicada imago materna deviene un monstruo (de goce) devorador, una vagina dentata enorme que aniquila de un bocado a la figura paterna. 

jueves, 22 de septiembre de 2016

La filosofía o la vida

Dos de las películas que más me han gustado de las estrenadas en nuestro país en los últimos meses tienen como protagonistas a profesores de filosofía, es más, a profesores de filosofía...parisinos. 

Lucas Belvaux, que es belga, apenas puede disimular la tirria (por lo que sé, compartida por toda la Europa francófona) que le tiene a los parisinos en general, y al protagonista de Pas son genre en particular, que incluso parece que podría ser redimido de su parisinidad por su maravillosa partenaire Émilie Dequenne/Jennifer (uno de los grandes personajes femeninos de los últimos años), pero ya se sabe que los hombres fallan inevitablemente en el cine contemporáneo, y más si son franceses, y más si además son de París, y si le dan a la filosofía ya ni te cuento.

L'avenir es otra cosa, y para empezar se nota que Mia Hansen-Love ha respirado el mismo aire que sus protagonistas, una pareja de profesores de filosofía que llevan a cuestas 25 años de matrimonio, detalle este biográficamente importante para el que esto escribe porque yo también llevo 25 años casado y puedo dar fe del éxito a la hora de poner en escena una relación de tantos años, y esto es todo lo que cuento del argumento, que la peli se estrena mañana y es probable que alguno de los diez o doce lectores de esta entrada no haya visto la película, y celebrar que su directora haya podido desarrollar una carrera continuada (35 años-5 películas) que ha girado, en cierta manera, sobre el carácter epigonal de la cultura de nuestro tiempo, encarnado en personajes de alguna manera periféricos a la creación: profesores, DJ, productores de cine...


martes, 6 de septiembre de 2016

Nostalgia de la carne

Resulta curioso descubrir cómo el cine va anticipando la realidad. Viendo Depredador (Predator, 1987), probablemente una de las últims películas de aventuras interesantes que nos ha dado el cine americano (y ya va para los 30 años...) me di cuenta de que los Estados Unidos ya daban por ganada su guerra con Rusia (por aquel entonces Unión Soviética): el descubrimiento y asalto de la base guerrillera tutelada por asesores rusos ya no daba apenas ni para un corto, y para vender un antagonista a la altura del poderío norteamericano al gran público había que traerlo del espacio exterior, un sitio muy socorrido porque puedes adjudicarle las características que te dé la gana (si hay algún lector joven de este blog le cuento que por aquellos tiempos Reagan sufragaba a manos llenas a los integristas islámicos en Afganistán, así que los árabes radicalizados no habían entrado todavía en el imaginario colectivo como los malos para todo).

Para los chavales de hoy, Depredador debe de entrar en el mismo saco que Beau geste o Las cuatro plumas, narrativa de abueletes de la época del Imperio: los americanos mandan drones vacíos a hacer los trabajos sucios, las versiones actuales de Dutch/Swarzennegger tienen menos chicha y más tecnología (Tom Cruise, Matt Damon, ellos ya también en declive), los Bourne, Bond, Hunt se mueven en entornos urbanos del mundo entero, Stallone fracasa estrepitosamente al intentar reintroducir la fisicidad (geriátrica) con su serie de Los mercenarios, la jungla ha sido abandonada por el cine mainstream y ha sido colonizada definitivamente por el cine "de autor": Lisandro Alonso,
Apichatpong...

Irónicamente, un remake actual creíble sólo sería posible "desde el otro lado": hoy día son los rusos y, sobre todo, los iraníes los que tienen comandos operando en zona de guerra y combatiendo a grupos armados asesorados en muchos casos por militares norteamericanos.