miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sirk!


En vez de reunirse con ese novedoso fantasma que recorre la España virtual, y que recibe el nombre de "internautas", el megalómano Álex de la Iglesia podría enclaustrar a los miembros de la Academia de Cine en el Círculo de Bellas Artes y obligarles a ver alguna de las películas de Sirk con que nos regala estas navidades. Sin duda los realizadores españoles saldrían ciegos de allí, como Pablo de Tarso camino de Damasco, fulminados por esa sobredosis de belleza, inalcanzable para sus pobres entendederas, y hasta es posible que dejaran de perseguir imaginarios piratas informáticos (¿pero de verdad Gerardo Herrero piensa que alguien, alguna vez, en algún lugar del mundo, se ha tomado la molestia de descargarse una peli suya?)

martes, 28 de diciembre de 2010

Celebración, de Pinter





A priori uno piensa que las parejas que están cenando en el restaurante/escenario acabarán sacando los platos sucios y echándose los trastos a la cabeza. Pero no, Pinter nos ahorra el trayecto y desde el comienzo los comensales se tratan de puta para arriba. Pero es que la agresión verbal es la manera convencional de tratarse, así que cada diálogo es un listado ritualizado de insultos.


Así contado, la obra puede parecer agotadora, porque por ese camino no se llega lejos, pero, aparte de que apenas dura una hora, la representación se adereza con unas cuantas canciones (en directo) y con demenciales intervenciones de los camareros y responsables del local, cuyas educadas (y delirantes) aproximaciones pueden disparar las consecuencias más extravagantes.


A mí me pareció bastante divertida, pero hubo pareceres dispares.

lunes, 27 de diciembre de 2010

El discurso del Padre


Un hombre recibe unas palabras de su padre para que las pronuncie en público, y ante la multitud se queda mudo, incapaz de articular ni la frase más sencilla y trillada. Podría ser el comienzo de un sueño de Kafka o de una película estupenda, pero ha caído en manos de un incompetente que ha llevado a cabo un espanto titulado El discurso del rey, que parece ser que está nominado a muchos Globos de Oro o a alguna bisutería similar.

Además de un uso feísimo del gran angular, focal peligrosísima que sólo debería estar permitida a directores de acreditado talento, Tom Hooper hace gala de una incompetencia pasmosa para entender la historia que tiene entre manos, para filmar una amistad masculina o para hacer creíble el entorno cotidiano del poder.


Pero bueno, fuimos un montón de personas a verla y al resto le gustó, así que algo eficaz tendrá la película, que cuenta las dificultades de un hijo para ocupar el lugar del padre, especialmente en el campo de la palabra. El padre es un Padre con mayúscula, el rey de Inglaterra, y el hijo está atravesado por una curiosa fractura: no es el heredero al trono pero es aquel al que todos destinan a ese lugar (un lugar muy curioso). Así que, en cierta manera, se siente como un impostor: su problema no son las humillaciones infantiles o la falta de confianza del padre. Al contrario, lo que le abruma es la designación paterna como la persona adecuada para llevar a cabo la ingente misión que le espera.


Por descontado, el sujeto se considera siempre incapaz de colmar el espacio que sociosimbólicamente le está destinado; y en cierta manera es este déficit entre la miseria de cada individuo concreto y las cualidades que se le exigen el que funda la subjetividad. En todo cuento de hadas hay un momento en que el héroe afronta la prueba que demuestra su idoneidad para el puesto que le espera, y no deja de ser sintomático que en muchos casos haga "trampas" para superarla. En El discurso del rey también las hay, y para que fluya el discurso heroico Jorge VI (encarnando esa voz que articule un relato sublime que genere la suficiente energía colectiva como para hacer frente al enorme potencial de goce siniestro que la voz de Hitler moviliza) debe modular las elevadas palabras con triviales melodías populares y mezclarlas con los términos más soeces del idioma.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Consejos sociales


Para lograr una buena conversación es preciso, por así decirlo, pasar la mano de una forma bastante profunda, ligera, soñolienta, por debajo del asunto que se pretende tratar, uno lo eleva entonces de una forma asombrosa. Si no, uno se rompe los dedos y no piensa en otra cosa que en su dolor.

Frank Kafka, Diarios, febrero de 1912

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Tristana + Tristana


El tándem formado por Tristana/Galdós y Tristana/Buñuel tiene la no muy corriente virtud ser (todavía) mejor en conjunto que tomando sus elementos por separado. Se podría decir que Tristana(G) + Tristana(B) no es tanto dos Tristanas como Tristana al cuadrado.


Las dos obras comienzan con esa figura paternal completamente incestuosa que es don Lope (en un rasgo de genio, Galdós nos informa de que, en realidad, su nombre es Juan López Garrido, pero que se hace llamar con ese otro nombre más sonoro, anotando ya desde el principio cierta falla simbólica en su figura). Las dos, a su vez, apuntan el secreto que esconde este don juan siniestro: don Lope es impotente. Lo que hace tan sórdida su relación con Tristana no es tanto que la viole como que no lo haga. Buñuel retrata un entorno deteriorado en que nada del orden del falo se yergue, y Galdós no deja de dar pistas sobre el declive real de su personaje. La repugnancia física que siente Tristana por su tutor indica que hay sometimiento sexual del todo volcado hacia la humillación, pero donde parece imposible que circule algo del orden del goce.


Así, la amputación de la pierna indica una forma de castración (o de ablación) brutal. Es toda posibilidad de goce lo que desaparece con esa extirpación (es obvio que esa pierna es uno de los elementos que llamó la atención de Buñuel, la prótesis de Tristana ya había aparecido en Ensayo de un crimen, una de las películas mayores de su etapa mexicana).


Es en la segunda parte donde se acumulan las divergencias: la deriva de Tristana es completamente diferente en los dos casos, dos formas complementarias de locura. Pero es en la dispar relación entre don Lope y Horacio, el (insuficiente) enamorado de la trágica protagonista, donde se pueden rastrear pistas que indiquen el origen del interés de Buñuel por esta estupenda novela. En Galdós don Lope "seduce" a Horacio, prácticamente lo hipnotiza y lo reduce a nada sin esfuerzo. Buñuel, sorprendentemente, lo convierte en un antagonista hecho y derecho que se enfrenta heroicamente al padre incestuoso, y si desaparece de la vida de Tristana es porque ésta se lo quita de encima.


¿De dónde saca el director aragonés esta figura tan poco abundante en su cine? La respuesta tal vez se pueda rastrear en las películas que Buñuel hizo tras Tristana en Francia, más blanditas, desde luego, en las que la Alta Cultura (francesa) rendía homenaje al venerable surrealista mientras éste se dedicaba a repetir sus números transgresores más reconocibles, componiendo películas que no están mal, pero que parecen precedentes de Muchachada nui o La hora de José Mota. Pero había espacio para repartir claves, la más evidente es la reaparición de don Lope/Fernando Rey en Ese obscuro objeto del deseo, donde la impotencia del personaje es el motor nuclear del territorio delirante del texto. O los recurrentes gags incestuosos de El fantasma de la libertad. O, sobre todo, ese recuerdo/pesadilla que narra un personaje de El discreto encanto de la burguesía, en el que el fantasma de la madre muerta se aparece al narrador cuando era niño para ordenarle que asesine a su padre, mucho mayor que ella (la misma diferencia de edad que hay entre don Lope y Tristana, y que había entre los padres de Buñuel); un padre anciano y detestable que no sería el verdadero padre, sino el usurpador y asesino del real, el autántico objeto de deseo de la madre, un joven viril y atractivo como Horacio.

martes, 21 de diciembre de 2010

Diarios III: La gallina ciega


"Nadie sabe quién es a menos que haya vivido todo su tiempo en el mismo sitio y dormido en las noches de su vejez en la cama de sus padres."

Max Aub estuvo en España en el 69 haciendo, entre otras cosas, entrevistas para un libro sobre Buñuel que nunca llegó a terminarse, y entremedias se dedicó a visitar amigos, conocidos y familiares, y a codearse con la intelligentsia del momento, que casi, casi, es la misma de ahora, con las bajas de rigor.

Al escritor exiliado le pone furioso todo lo que ve, y sobre todo la amnesia e idiocia que percibe por todas partes y en todos los elementos, el conformismo más o menos monstruoso (según la edad y la condición del contertulio) que parece aplastar a todos los españoles que se encuentra.

Pero lo más sorprendente es la minuciosidad con que transcribe los diálogos. O Aub tenía una memoria prodigiosa o iba a todas partes con una grabadora. El caso es que se hace con material para llenar 500 páginas con los aconteceres de una estancia de apenas 10 semanas (a las que hay que habría que añadir las conversaciones sobre Buñuel, que están publicadas en otro sitio).

Un libro muy divertido para echarse a llorar.

Recomendaciones


Ayer estuve con mi mujer y con un amigo viendo Uncle Boonmee. Mi amigo me dijo, muy risueño, que era la película más aburrida que había visto en su vida, y que no había entendido nada. Mi mujer me comentó que, a partir de la primera hora, no veía el momento de que aquello acabase. Otras tres personas que se han acercado a verla siguiendo mis recomendaciones me han pedido que les explique lo que habían visto, porque no se habían enterado de nada.

No voy a volver a recomendar nunca una película.

Voy a ir al cine siempre solo.

Globalización

Esta mañana, en el metro, una joven (probablemente rumana, probablemente gitana) se ha puesto a pedir limosna... ¡en francés!

sábado, 18 de diciembre de 2010

Más listas


Jonathan Rosenbaum
Critic, USA


Certified Copy (Copie conforme)
Abbas Kiarostami, France / Italy / Belgium

Kiarostami’s much-improved remake of his first (and weakest) fiction feature – Report (1977), about the break-up of his own marriage – has its share of linguistic and touristic irritations, along with many thoughtful and beautiful moments. It seems like a necessary first step for a filmmaker who can’t expect to go on making films in Iran.

Film socialisme
Jean-Luc Godard, Switzerland / France

Like many friends, I’m still figuring this one out — in my case, with the special assistance of Andréa Picard’s brilliant defence of the film in Cinema Scope — and the effort has already been well worth the trouble. Even when Godard’s pet notions are unduly solipsistic, which also happens in Histoire(s) du cinéma, the work (and play) with sound and image are too dazzling to ignore.

The Forgotten Space
Allan Sekula & Noël Burch, Netherlands

I feel a special affinity for films that heroically attempt to say and do ‘everything’, even when they (inevitably) fail. The most obvious example is Jia Zhangke’s I Wish I Knew. But it seems more useful to cite this much less-known essay film by Allan Sekula and Noël Burch about sea cargo, which has taught me even more.

The Social Network
David Fincher, USA

I’m suspicious of instant classics, even when I’m immensely entertained by them, and I suspect that an important part of the popularity of this bittersweet Fincher-Sorkin comedy is its facile, cynically jaded fatalism about the corruptions of big business — a backhanded celebration, as in Citizen Kane and the first two Godfather films. Though I learned far more from Zadie Smith’s review of the film than I did from the film itself, it still has an undeniable flash.

Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives (Lung Boonmee raluek chat)
Apichatpong Weerasethakul, Thailand / UK / France / Germany / Spain / Netherlands / USA

Apichatpong’s breakthrough smash has the uncommon virtue of trusting its audience to furnish its own commentary and explanations — a virtue made possible by its magical realism.


Me encuentro esta lista de Rosenbaum en Sight and Sound, que sería la mía sino fuera por The forgotten space, que no conozco de nada. Las otras cuatro películas se pueden ver todavía, por lo menos en Madrid.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Acontecimiento cósmico en Madrid







Hoy coinciden en la cartelera madrileña las últimas películas de Kiarostami, Apichapong y Godard (aunque ésta la estrenan casi de tapadillo), Pedro Costa estará en el Reina Sofía y nos quedan dos meses para ver la exposición que este mismo museo dedica a Val del Omar, a quien Días de Cine dedicó ayer un extraordinario reportaje realizado por Alejo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Le trou como manifiesto destroyer


Le trou es la última película que hizo Jacques Becker, y si hacemos caso a su discurso pesimista, la última película que se hizo en condiciones en Francia, antes de que una panda de patanes arrogantes, caprichosos e incompetentes hundieran el cine con su torpeza técnica, su pobreterío visual, su banalidad argumental y su trivialidad narrativa, que así se puede contar esta (extraordinaria) película, la historia de un joven inmaduro, torpe, vulnerable y traidor que le jode la vida a unos hombres hechos y derechos, viriles y hábiles.

Porque una de las cosas que más molan del film es ver la pericia con que sobre todo Roland acomete todos sus trabajos, y Becker debía de temer lo que se le venía encima al cine francés con las nuevas generaciones de ignorantes sabelotodos. Luego el resultado no fue tan desastroso (si bien los encendidos elogios de la nouvelle vague suelen venir de gente que, con un poco de suerte, se han visto À bout de souffle y Los 400 golpes), aunque hay que decir que Le trou me parece mejor que casi todo el cine francés de los 60.

A destacar (entre muchas cosas destacables) el comienzo del film, en el que uno de los personajes (significativamente un mecánico) mira a cámara y reivindica la historia de la película como propia, narrada por "su amigo Jacques Becker". El director francés comenzaba la que sería su última película recordando a las nuevas generaciones que el cine no es (necesariamente) una forma de masturbación.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Diarios II: Pepys


Los diarios de Pepys pertenecen a esa curiosa rama de la literatura escrita en clave, y que ha debido ser descifrada para ser conocida por los lectores (destino que, en principio, el autor no tenía en mente para estos papeles, aunque no lo tengo yo muy claro, ya que tiempo para tirarlos a la basura tuvo de sobra). El caso es que estos diarios durmieron el sueño de los justos durante más de siglo y medio hasta que un reverendo, en 1825, dedicó tres años de su vida a "traducirlos", y no sé si se quedó tan pasmado como nosotros al ver como se las gastaban sus no tan lejanos ancestros, y no tanto por la "liberalidad" de las costumbres sexuales (Pepys se cepilla todo lo que se le pone a tiro con desarmante naturalidad, a pesar de tener una mujer joven y muy atractiva, con la que también, por supuesto, se "divierte" a menudo, y no parece que la suya sea una actitud excéntrica, ni mucho menos), como por párrafos como éste:

Me fui a Charing Cross a ver ahorcar, arrastrar y descuartizar al mayor general Harrison, lo que se hizo. El mayor general mostraba el mejor humor que puede tener un hombre en semejantes circunstancias. Lo cortaron en pedazos, y su corazón y su cabeza fueron exhibidos. El pueblo dio grandes gritos de júbilo. (...) La suerte ha querido que yo haya visto decapitar al Rey, y que ahora vea, en Charing Cross, verter la primera sangre para vengarlo.

Tras este reconfortante espectáculo el bueno de Pepys se fue a tomar ostras con unos amigos, para acabar peleándose con su mujer por desordenada. A lo largo del año 1660 se suceden las ejecuciones de los firmantes de la sentencia de muerte de Carlos I, lo que debió de ser un motivo de entretenimiento bastante popular.

martes, 14 de diciembre de 2010

La desaparición del original


Este sábado en Documentos TV repiten un reportaje sobre las falsificaciones que se fabrican en toda Asia, y en donde uno puede descubrir que el (¿o la?) viagra es el medicamento más falsificado del mundo o que hay falsificaciones que no tienen original, como unos fluorescentes que viajan con marca Philips aunque esta empresa no produzca ese tipo de lámparas.

En una batida que se hace en diversos puertos de África se encuentra que el 80% de los contenedores investigados corresponden a falsificaciones, lo que incluye todo tipo de mercancía, desde playeras hasta alimentos o electrodomésticos.


Pero lo más curioso tiene lugar en China (y lo más dramático en Camboya, donde la cuarta parte de los medicamentos que circulan en el mercado "legal" son falsos): allí no hay conciencia de falsificación: varias fábricas y comercios aparentemente legales venden abiertamente "copias", y hasta se extrañan del empecinamiento de los investigadores para hacerse con piezas "originales". En grandes centros comerciales se venden baterías para móviles de todas las marcas, con la posibilidad de llevarse también los adhesivos de la compañía original, e incluso los hologramas que prueban la "autenticidad" del producto. Un gran momento del documental llega cuando uno de los rastreadores pregunta si no habrá algún problema en la aduana china para enviar al extranjero miles de baterías "falsas" (un concepto que, como digo, parece incomprensible para la mentalidad china). Las chicas que gestionan los envíos se echan a reír espontáneamente, como si la idea de que las autoridades aduaneras pusieran trabas a la exportación de cualquier cosa fuera completamente absurda.

La impresión con la que uno se queda es que el producto "de verdad" ha desaparecido de la faz de la tierra para pasar a engrosar la nómina de las intangibles Ideas Platónicas. Lo que circula por nuestros mercados no serían otra cosa que intentos más o menos torpes de aproximación a ese ideal que, en la era de la reproducción infinita, ha pasado a mejor vida.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Harvard I: La red social


Encuentro por casualidad este artículo de El País sobre Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, en el que se habla del supuesto retrato demoledor que La red social hace del mismo. La idea que ha quedado es esa, que la película de Fincher (que a mí me parece estupenda) realiza una descripción muy negativa del genio que levantó Facebook. Yo creo que Fincher ha filmado un autoretrato a través de ese desclasado genial que a la vez es un autista emocional, incapaz de empatizar con sus semejantes y completamente negado para las relaciones sociales.

La red Social comienza con una secuencia magistral, en la que vemos al protagonista meter la pata de todas las maneras posibles con una chica, y en la que se anotan todas las heridas (sociales, culturales, sexuales) que trazan un agujero negro en su subjetividad, agujero negro que es el que intenta rellenar compulsivamente con ese invento que le permite estar en contacto con millones de personas sin tener que pagar el peaje emocional que implican las relaciones interpersonales.

Y, desde luego, Zuckerberg es cualquier cosa menos un trepa obsesionado con el sexo (que es lo que sería si fuera un joven normal). En el film renuncia a todas las posibilidades de ascensión social y éxito sexual que se le ofrecen, más bien se diría un monje que renuncia a todo lo que no sea su opus magna, aunque el film conecte esa obsesión con la herida narcisista de la separación primordial (primordial en la película, quiero decir, que es la escena con la que abre).

En cualquier caso, el protagonista es alguien que cede a la tentación diabólica de gobernar el mundo: al igual que el Diablo a Cristo en los Evangelios, el creador de Napster tienta a nuestro héroe con tener el mundo a sus pies, pero al contrario que aquel, éste no encuentra razones para resistirse. Fincher, que parece saberlo bien, nos cuenta el precio que se paga por ello.

Diarios I: Irène, de Alain Cavalier


Estoy leyendo los diarios de Pepys y La gallina ciega, de Max Aub, diario de su estancia en España en el año 69 para escribir un libro sobre Buñuel, pero antes de escribir sobre ellos me dedicaré a Irène, un diario filmado sobre la imposibilidad de poner en imágenes un antiguo diario del director, en el que se habla de su relación con la Irène del título, muerta en un accidente de automóvil 35 años atrás (en el 71).

Cavalier se tropieza con sus cuadernos de entonces y fabula la posibilidad de llevarlos a la pantalla (con Sophie Marceau de protagonista!), pero pronto se da cuenta de la imposibnilidad de encontrar un cuerpo/actriz que de materialidad a ese fantasma que le acompaña.

La película está rodada en primera persona (si eso es posible) con una cámara digital pequeña, y una voz en off del propio Cavalier que nos va desgranando recuerdos y nos acompaña por escenarios vacíos donde en el pasado tuvieron lugar acontecimientos cruciales en su vida.

Este retorno al pasado no resulta incruento: al inicio del film, al poco de "tocar" los diarios, Cavalier contrae un ataque de gota; aproximándose a punto esencial de su relación con Irene (el momento y el lugar en que se conocieron), se cae de unas escaleras mecánicas y casi se mata; a las pocas semanas un herpes le deja la espalda en carne viva, como si el director fuera castigado por intentar "revivir" el pasado. Como buen espectador que soy, yo también empaticé con esa "malaise": en un momento crucial del film, en el que Cavalier cuenta como su nacimiento fue extremadamente complicado, y a raíz de él su madre no pudo tener más hijos, lo que le permite relacionar su propio origen con un aborto al que se sometió Irène en su adolescencia tras quedarse embarazada de una relación con un estudiante, y que también la dejó estéril, me mareé y tuve que salir de la sala (y me quedé sin saber si al final llamaba a la Marceau).

Y es que hay cosas que es mejor no tocar.


(La Filmoteca anuncia para el año que viene un ciclo de este director, uno de los autores contemporáneos que se han pasado al digital "pequeño")

domingo, 12 de diciembre de 2010

Madres incestuosas


Si bien uno piensa inmediatamente en Hitchcock cuando se habla de madres invasoras, apabullantes, aniquiladoras y todo lo que se quiera, esa figura femenina no aparece en el momento en que el cine clásico norteamericano se resquebraja para dar lugar a las escrituras modernas en los años 50. El cine clásico también las conoce, por supuesto. Lo que más bien desaparece en el cine de la modernidad es la figura masculina del padre/héroe, aquel que frena, o se hace cargo de la pulsión de la madre.


Río Grande es un ejemplo perfecto de relato de filiación simbólica, y de las enormes tensiones emocionales que anidan en la estructura familiar. Nada de rollos de serenidad fordiana. El protagonista es un Teniente Coronel que, tras la Guerra de Secesión, comanda un destacamente de caballería en una región fronteriza azotada por los indios. Un día, entre los reclutas, aparece su hijo, al que hace muchos años que no ve, ya que se separó de su mujer 15 años atrás (a raíz de un acontecimiento que daría para mucho juego teórico que dejaré para otro día).

A continuación aparece en el campamento la madre, una Maureen O'Hara espectacular, que es inverosímil que sea la madre de ese joven, al que apenas lleva una docena de años, pero ahí radica una de las genialidades del film: la Sra. Yorke comparece como quedó fijada en el inconsciente de Teniente Yorke en el momento de su separación, como ese objeto de deseo perennemente fascinante. Mientras que el héroe anota toda la erosión del paso del tiempo y de los duros trabajos acometidos, la mujer luce absolutamente resplandeciente (en el campamento todo el mundo parece reconocerla, a pesar de los muchos años pasados).



La madre, por supuesto, viene a llevarse a ese hijo que considera que le pertenece. Asistimos, así, a dos secuencias asombrosas: una en que lleva a cabo una escena pasmosa de seducción incestuosa con el hijo (que se le resiste), y a continuación otra en la que propone un intercambio de cuerpos al padre: ella se llevará a aquél que considera de su propiedad (pues la madre siempre piensa que el hijo es una prolongación de su cuerpo), y pondrá el suyo a disposición sexual del padre (pues, a pesar de los años de separación, el deseo todavía circula entre la pareja: ¿qué otra cosa que el deseo de la madre puede guiar al hijo hasta el padre?).

Si bien John Wayne reconoce que la oferta es muy tentadora, también sabe que aceptarla supondría la aniquilación del hijo. Ese rechazo provoca la furia desatada de la madre. ¿Cómo? Justo en este instante entran en escena los indios como pulsión arrasadora. La comunidad civil es evacuada de la zona, y en ese momento es atacada. Significativamente, los indios sólo se llevan a los niños, a los que trasladan a un espacio "prohibido", el lado "inaccesible" del Río Grande del título, que marca una frontera que está vetada para la caballería (o sea, para el padre y la Ley que representa), y -del otro lado- para los mexicanos, pero que, en el relato, puede ser atravesada por esos indios que están del lado de la pulsión materna.



La labor del hijo será, por descontado, adentrarse en ese espacio para llevar a cabo la tarea encomendada por el padre y que le acreditará como digna encarnación de su Nombre. Hay que decir, sin embargo, que ese espacio indio/materno está lejos de ser (exclusivamente) aniquilador o diabólico. Todo lo contrario. Ese territorio se enuncia en el film como explícitamente sagrado (en un sentido, curiosamente, próximo a Bataille): los niños son guardados en una iglesia, y será a esa iglesia adonde tendrá que acceder el hijo para rescatarlos. Obviamnete, el padre sostendrá en la distancia esa labor (y tendrá que pagar su precio por ello, un flechazo muy similar al que el mismo héroe, ya más cansado y todavía más solitario, recibirá unos años después en The searchers, película que radicaliza varios presupuestos aquí presentes), pero a la postre la labor la realizará solo (con un par de ayudantes).



Aunque esta entrada ya me ha quedado muy larga y pretenciosa, no quiero dejar de señalar la quiebra de esta estructura narrativa en los 60: en muchos casos, el hijo acaba destruido, y como ejemplo pondré esa obra maestra impresionante de Otto Preminger que es In harm's way, con una historia similar, en la que el hijo es completamente arrasado en su confrontación con la prueba de lo Real.





sábado, 11 de diciembre de 2010

Un mes con Pepys


Esta entrada sólo la va a entender Susana: me he sacado (por fin) de la biblioteca la antología que de los diarios de Pepys publicó hace unos años la refinada Renacimiento.

viernes, 10 de diciembre de 2010

La imposible violación de la diosa inaccesible



Generalmente se presenta Salammbô como un proyecto desmesurado y fallido de Flaubert (un poco como el Persiles de Carvantes), y a su protagonista como una encarnación de cierto eterno femenino erótico; que no hay cuadro que no la saque con la pitón que le hace compañía.

Y, sin embargo, Salammbô es una casta y piadosa joven que se diría perteneciente a la estirpe de las heroínas vírgenes como Antígona. En la novela aparece como objeto de deseo de varios hombres, pero cierta falla en el entramado del mundo simbólico que el libro retrata le impide articular adecuadamente los vagos sentimientos que la invaden.

Así, alrededor de esta figura fascinante (y a la vez frágil cuando accedemos a su subjetividad) se mueven Mathô, prestigioso jefe de una sección de los mercenarios, absoltumanete fascinado por la joven desde su primera aparición; Schahabarim, sacerdote de Tanit, eunuco y tutor espiritual de Salammbô, a la que tortura ante la imposibilidad física de poseerla, y Amílcar, padre de Salammbô y eficiente militar, a la par que enormemente rico, al que las fuerzas vivas de Cartago miran con desconfianza aunque necesiten de su competencia. Este cuarteto podría articularse adecuadamente tras las peripecias narrativas de rigor: un padre que entrega a su hija al aguerrido héroe extranjero que ha probado su valor, bajo las bendiciones de la autoridad sagrada que tiene la potestad para ello.


Pero la novela pertenece a una época en la que esta sutura simbólica de los deseos de los protagonistas ya no es posible. Tanto el sacerdote como el padre son incapaces de renunciar a sus pulsiones incestuosas que les unen a Salammbô, esta no tiene una madre a su lado que la guíe en su deseo, por lo que es incapaz de entender los sentimientos que Mathô le inspira, el mercenario adora como una diosa a esa imago fascinante, a la que le parece imposible acceder. La inalcanzable articulación de estas líneas pulsionales se manifiestan en la novela en la inviable concordia entre la civilizada Cartago (marcadamente decadente) y la pulsión potencialmente arrasadora de los mercenarios. Los enfrentamientos entre estas dos fuerzas se repiten a lo largo del libro de una manera hiperrealista y alucinatoria: como si entráramos en un bucle, miles de cuerpos se entregan a constantes orgías de mutilación que parecen definitivas, pero que por arte de magia se repiten una y otra vez.

Sobre el fondo se dibujan dos fantasías: el imposible acceso carnal a Salmmbô, y su correlato narrativo, la "violación" de Cartago (identificada explícitamente con el cuerpo de Salammbô y con Tanit, la diosa lunar y marcadamente femenina de la ciudad) por parte de las hordas bárbaras. En uno de los asedios, los mercenarios logran elevar una torre de asalto enorme, descrita por Flaubert como un imponente falo llamado a destruir las murallas de la ciudad. Sin embargo, en cuanto se acerca a la urbe, ese falo abrumador se derrumba estrepitosamente.

Obviamente, Salammbô se lee contra el fondo de la histórica aniquilación de Cartago a mano de los romanos. En ese sentido, es una novela de anticipación apocalíptica sobre la desaparición de una civilización. A mí me ha parecido una obra maestra total; incluso su fracaso a la hora de presentarnos una cultura desaparecida tiene más que ver con lo imposibilidad de ese acceso antes que con carencias del (impresionante) novelista.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Retrato de Carmen Balcells en el 69


Anda, va, viene, corre, sube, baja, pone el coche en marcha, insulta al chófer vecino, impugna, niega, reniega, ataca, discute, arguye, redarguye, se opone, propone, rechaza, piensa, organiza, siempre tiene qué decir, apenca, adelanta, clama al cielo, pone en el disparadero, reclama, pierde, encuentra, come, bebe, tercia, paga el pato y la cuenta. Se enfada, se alegra, o, al revés, según el día o la hora, logra su utilidad y sus ventajas y las de los demás, con impulso, vehemencia, lamentaciones, interrupciones, telefonazos a diestro y siniestro.


Max Aub, La gallina ciega

El imperio contraataca


¿Tienen algo que ver los recientes elogios de Benedicto XVI al preservativo con que a Julian Assange le hayan detenido, aparentemente, por follar sin condón?


¿Por qué sorprendente coincidencia el mapa de los países que han anunciado que no asistirán a la concesión del Premio Nóbel de la Paz a Liu Xiaobo retrata a los principales productores de petróleo?

sábado, 4 de diciembre de 2010

El león crucificado


Caundo Raúl Ruiz me comentó en la entrevista que le hice en San Sebastián que estaba preparando una adaptación de Salambó me habló de dos imágenes muy poderosas que aparecían en el libro. La primera es la de un león crucificado, que posteriormente da paso a todo un campo lleno de cruces. Yo no había leído la novela de Flaubert entonces (cosa que, por supuesto, no le conté al director chileno), y ayer me encontré con ese fragmento, de un hiperrealismo alucinatorio.

Era un león atado a una cruz por las cuatro patas como un criminal. Su enorme morro le caía sobre el pecho, y sus dos patas delanteras, medio ocultas bajo su espesa melena, estaban ampliamente abiertas como las dos alas de un ave. Las costillas se le marcaban una a una bajo su piel tensa; las patas de atrás, clavadas una contra la otra, levantaban un poco; y una sangre negra, que corría sobre su pelaje, había acumulado estalactitas en la punta de la cola, que colgaba completamente recta a lo largo de la cruz. Los soldados se divirtieron a su alrededor; le llamaban cónsul y ciudadano romano y le tiraron piedras a los ojos, para espantar las moscas.

Cien pasos más adelante aparecieron otros dos, después una larga fila de cruces que sostenían leones. Algunos llevaban tanto tiempo muertos que de ellos no quedaba contra la madera más que restos de sus esqueletos; otros, medio corroídos, retorcían el morro haciendo una horrible mueca; los había enormes, el árbol de la cruz cedía bajo su peso y se balanceaban al viento, mientras que sobre su cabeza bandadas de cuervos revoloteaban en el aire sin parar.

(Manejo la edición de Cátedra, traducción de Germán Palacios)

Aparte del carácter impresionante de por sí de la imagen de un león clavado en una cruz, para el lector occidental el referente obvio es el de Cristo, subrayado por la actitud de mofa de los soldados, que sin embargo no podían saber, en ese momento, que su desprecio prefiguraría el de los soldados romanos en el monte del calvario pocos siglos después. Flaubert juega aquí con un dato que su lector tiene, pero no sus personajes, y a la inversa: la actitud de los soldados muestra que para ellos esa imagen era reconocible, mientras que para el lector flaubertiano es inesperada. Sólo a continuación el escritor da la clave "verosímil" para entender esa imaginería: los leones crucificados funcionan como "espantaleones" medio mágicos de los agricultores de la zona.

Es sabido que Flaubert se documentó hasta la exasperación para escribir Salambó, que abunda en descripciones detalladas de, por ejemplo, el tipo de piedras que componen los collares con que se adornan muchos de los personajes; así que supongo que se encontró con este dato del trato poco respetuoso con los derechos universales de los leones africanos que tenían los lugareños cartagineses de la época (si bien tampoco es de descartar que en aquellos tiempos bárbaros también los leones se entregaran a actividades poco pacíficas con rebaños y pastores, que hay que ser consecuente y condenar toda la violencia allá donde se manifieste), y no perdiera tiempo en aprovecharla.

viernes, 3 de diciembre de 2010

¡Llegan las listas!


Diciembre, se aproxima(n) la(s) Navidad(es), y a la espera de que se publique el directorio con los nombres que se citan en los papeles de Wikileaks, más que nada para saber quién se ha quedado fuera y por lo tanto no cuenta ante los ojos de Dios Padre, empiezan a aparecer las listas de lo mejor del año, ritual más o menos vituperado al que, reconozcámoslo, todos somos adictos.

Quimera publica su convencionalmente cool listado de los 10 libros del año, y su director comenta que "esta vez no hablamos de mejores o peores, sino de revulsivos. ¿Creías que la lista de Granta era injusta, endogámica, sectaria, mezquina y arbitraria? espera a ver esto."

Y esto es que los críticos parecen haberse votado entre ellos, y a sus amiguetes. Aquí van los 10 revulsivos del 2010:

- El ladrón de morfina, de Mario Cuenca Sandoval

- El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, de Patricio Pron

- La luz es más antigua que el amor, de Ricardo Menéndez Salmerón

- Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac

- Los muertos, de Jorge Carrión

- Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao

- Eros, de Eloy Fernández Porta

- Mejorando lo presente, de Martín Rodríguez Gaona

- Autoría, de Julieta Valero


Y la apuesta más provocativa, ya que su inclusión modifica la percepción de toda la lista:

- Diario de un escritor, de Dostoievski

jueves, 2 de diciembre de 2010

Preparando el puente




He estrenado el ciclo de Woody Allen en la Filmoteca con El dormilón, comedia de las primeras que no había visto. He llegado pronto y he encontrado mesa libre en la cafetería, gesta mucho más complicada que encontrar disponible mi asiento favorito. El público era (muy) mayoritariamente masculino. Y aquí se acaba lo más interesante que puedo contar. El dormilón es tan aburrida que me he marchado a los veinte minutos, cuando se ha acabado el primer rollo.



De camino a casa me he pasado por la biblioteca, donde me he puesto muy contento al descubrir Cuentos carnívoros, libro del que hasta ayer no conocía su existencia, pero que tras leer la entrada que Eduardo Berti le dedicaba en su blog me ha parecido imprescindible para poder sobrevivir con dignidad el resto de mis días.


Como un puente tan largo más que largo parece infinito, como si aboliera el tiempo, y en el cupieran una cantidad ilimitada de actividades, he decidido que se lo voy a dedicar a Flaubert, y especialmente a Salambó, de la que Raúl Ruiz me contó en Sanse que estaba preparando una adaptación. Y he encontrado también en la biblio La bella mentirosa, que no he vuelto a ver desde su estreno, y que malo será no encontrar las tropecientas horas que dura.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El último caballero


Ponyo en el acantilado pertenece a ese género de los cuentos maravillosos en el que un ser (generalmente femenino) perteneciente a un mundo caracterizado por permanecer al margen de la temporalidad humana (y su correlato inevitable, la mortalidad) da el salto "ontológico" a la humanidad por amor a un hombre.


Ponyo es una princesa-pez, un ente divino (sin que ella lo sepa) que vive bajo la custodia de un desconcertante padre, a la vez inquietante y vagamente ridículo, una figura insuficiente en su marcada caracterización romántica (vive solo en el fondo del mar, aunque protegido por una burbuja de aire, ya que debido a su ineludible condición humana -de la que narcisísticamente reniega- es incapaz de fundirse realmente con el sublime fluir de la vida acuática). Este padre vive obsesionado por mantener a Ponyo encerrada en un limbo asexuado, en la típica estructura incestuosa paterna por la que se quiere mantener a la hija ajena al conocimeinto del goce.


En una excursión de nuestra princesa con cuerpo de pez y cara de niña por las peligrosas aguas del entorno humano se tropieza con Sosuke, un cariñoso y simpático niño de 5 años del que cae rendidamente enamorada. Lo más desconcertante de Ponyo en el acantilado es que, a pesar de (o tal vez debido a) que sus protagonistas son niños pequeños, las pulsiones libidinales que les habitan son extraordinariamente potentes. Así, la encarnación en cuerpo de niña de Ponyo, lejos de ser un acontecimiento apacible, desata una apocalipsis arrasador que a punto está de hacer desaparecer la tierra, apocalipsis que se visualiza en una espectacular imaginería de frenesí acuático, metáfora de un anhelo desatado de goce.


Como en la película se explica de manera muy precisa, Ponyo tendrá que someter esa pulsión destructora que habita en su interior (propiamente, el trabajo de construcción cultural del espacio humano) para poder vivir su historia de amor, para lo que contará como iniciadora a la madre de Sosuke, que significativamente trabaja cuidando ancianos en una residencia, una sutil manera de inscribir en la película el horizonte de mortalidad que le espera a Ponyo debido a su elección (por cierto, que para desesperación de nuestro Ministerio de Igualdad, Ponyo es el nombre que a la princesa le pone su amado, y a partir de ese momento reniega del apellido familiar y exige que se la llame con el apelativo con el que ha sido "marcada" por su objeto de deseo).


El salto que da Ponyo, por supuesto, tiene sus riesgos. Si yerra en su elección, esto es, si su objeto no está a la altura de su sacrificio, el destino que le aguarda a nuestra heroína es "convertirse en espuma de mar", la aniqulición del sujeto. Aquí, sorprendentemente, Miyazaqui "radicaliza" el cuento tradicional: las melusinas y ondinas de nuestra tradición solían regresar a la plenitud de su mundo submarino cuando sus partenaires inevitablemente incumplían las partes del acuerdo, aquí la apuesta de Ponyo es absoluta, no tiene vuelta atrás.


El único pero que se le puede poner a esta extraordinaria película es que cuando llega el momento de confrontar a nuestro heróe con la prueba que demostrará su capacitación para estar a la altura del desafío que se le propone, la escena se resuelve en un insustancial interrogatorio en el que Sosuke confirma que acepta a Ponyo aunque sea un pez, lo que parece poca cosa para acreditar al protagonista como heraldo del goce fálico y salvador de la humanidad (lo que vienen a ser las dos caras de la misma moneda).