A priori uno piensa que las parejas que están cenando en el restaurante/escenario acabarán sacando los platos sucios y echándose los trastos a la cabeza. Pero no, Pinter nos ahorra el trayecto y desde el comienzo los comensales se tratan de puta para arriba. Pero es que la agresión verbal es la manera convencional de tratarse, así que cada diálogo es un listado ritualizado de insultos.
Así contado, la obra puede parecer agotadora, porque por ese camino no se llega lejos, pero, aparte de que apenas dura una hora, la representación se adereza con unas cuantas canciones (en directo) y con demenciales intervenciones de los camareros y responsables del local, cuyas educadas (y delirantes) aproximaciones pueden disparar las consecuencias más extravagantes.
A mí me pareció bastante divertida, pero hubo pareceres dispares.
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