El tándem formado por Tristana/Galdós y Tristana/Buñuel tiene la no muy corriente virtud ser (todavía) mejor en conjunto que tomando sus elementos por separado. Se podría decir que Tristana(G) + Tristana(B) no es tanto dos Tristanas como Tristana al cuadrado.
Las dos obras comienzan con esa figura paternal completamente incestuosa que es don Lope (en un rasgo de genio, Galdós nos informa de que, en realidad, su nombre es Juan López Garrido, pero que se hace llamar con ese otro nombre más sonoro, anotando ya desde el principio cierta falla simbólica en su figura). Las dos, a su vez, apuntan el secreto que esconde este don juan siniestro: don Lope es impotente. Lo que hace tan sórdida su relación con Tristana no es tanto que la viole como que no lo haga. Buñuel retrata un entorno deteriorado en que nada del orden del falo se yergue, y Galdós no deja de dar pistas sobre el declive real de su personaje. La repugnancia física que siente Tristana por su tutor indica que hay sometimiento sexual del todo volcado hacia la humillación, pero donde parece imposible que circule algo del orden del goce.
Así, la amputación de la pierna indica una forma de castración (o de ablación) brutal. Es toda posibilidad de goce lo que desaparece con esa extirpación (es obvio que esa pierna es uno de los elementos que llamó la atención de Buñuel, la prótesis de Tristana ya había aparecido en Ensayo de un crimen, una de las películas mayores de su etapa mexicana).
Es en la segunda parte donde se acumulan las divergencias: la deriva de Tristana es completamente diferente en los dos casos, dos formas complementarias de locura. Pero es en la dispar relación entre don Lope y Horacio, el (insuficiente) enamorado de la trágica protagonista, donde se pueden rastrear pistas que indiquen el origen del interés de Buñuel por esta estupenda novela. En Galdós don Lope "seduce" a Horacio, prácticamente lo hipnotiza y lo reduce a nada sin esfuerzo. Buñuel, sorprendentemente, lo convierte en un antagonista hecho y derecho que se enfrenta heroicamente al padre incestuoso, y si desaparece de la vida de Tristana es porque ésta se lo quita de encima.
¿De dónde saca el director aragonés esta figura tan poco abundante en su cine? La respuesta tal vez se pueda rastrear en las películas que Buñuel hizo tras Tristana en Francia, más blanditas, desde luego, en las que la Alta Cultura (francesa) rendía homenaje al venerable surrealista mientras éste se dedicaba a repetir sus números transgresores más reconocibles, componiendo películas que no están mal, pero que parecen precedentes de Muchachada nui o La hora de José Mota. Pero había espacio para repartir claves, la más evidente es la reaparición de don Lope/Fernando Rey en Ese obscuro objeto del deseo, donde la impotencia del personaje es el motor nuclear del territorio delirante del texto. O los recurrentes gags incestuosos de El fantasma de la libertad. O, sobre todo, ese recuerdo/pesadilla que narra un personaje de El discreto encanto de la burguesía, en el que el fantasma de la madre muerta se aparece al narrador cuando era niño para ordenarle que asesine a su padre, mucho mayor que ella (la misma diferencia de edad que hay entre don Lope y Tristana, y que había entre los padres de Buñuel); un padre anciano y detestable que no sería el verdadero padre, sino el usurpador y asesino del real, el autántico objeto de deseo de la madre, un joven viril y atractivo como Horacio.
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