jueves, 31 de diciembre de 2009

El día en que conocí a Iván Zulueta


(Esto creo que ya lo he escrito, o tal vez lo he contado tantas veces...)

Vi por primera vez Arrebato en el Cinestudio Griffith, en un programa doble que también incluía Eraserhead. Yo tenía 14 años y salí del cine como un sonámbulo, con los ojos como platos. Pensaba que mi vida ya nunca sería igual, con esa ingenuidad de la adolescencia. Yo ya era un cinéfilo compulsivo (el mundo de las drogas no me decía nada), y alguno de mis amigos de entonces recordará la paliza que estuve dando con esta película, en aquella época muy poco conocida.


Años después (siete en concreto) estaba haciendo prácticas de cámara en TVE, en un programa de sobremesa que presentaban, al alimón, Isabel Gemio y la hermosísima Inka Martí. Un día que llegué pronto al plató y me encontré a ésta última repasando el guión le pregunté por los invitados del día. Venían Iván Zulueta y (si mal no recuerdo) Ignacio García May. En 30 segundos le expliqué la absoluta fascinación que Arrebato había ejercido en mí y le pedí que me lo presentara. No hizo falta, Zulueta estaba sentado en una silla, esperando a que empezara su entrevista y sin nadie que le atendiera, y en un intermedio me abalancé sobre él y le repetí el mismo discurso. Él me interrumpía amablemente de vez en cuando para decirme que le encantaba lo que le decía, y yo me disculpaba, pensando que a su puerta habría masas de admiradores como yo soltándole las mismas alabanzas. Él sonreía y me decía que había conocido a alguno para quien la película también había sido importante, pero no tantos, y que le gustaba mucho que hubiera gente para quien la película significaba tanto.


Imagino que estaba en algún período de desengancha de la heroína; considerado el director maldito español por antonomasia, en sus apariciones públicas y entrevistas siempre se ha mostrado lúcido e inteligible, nada que ver, por ejemplo, con el malditismo profesional de Leopoldo María Panero. Tras su intervención en el programa me dijo que esa tarde podíamos quedar para ir al cine, yo le propuse Los sobornados y él me contestó que prefería algo más frívolo, Bitelchius. Me dio su teléfono, le llamé por la tarde, me dijo que me devolvería la lamada un poco después y nunca lo hizo.


Muchos años después supe por Gasset (amigo suyo y actor y guinista episódico en Arrebato) que vivía encerrado en la mansión familiar de San Sebastián, con su madre, viendo películas de dibujos animados sin parar. Recurrentemente se oían rumores sobre su vuelta al cine (de la mano de medem, por ejemplo), y de vez en cuando daba alguna entrevista que demostraba que seguía con la cabeza en su sitio. En una exposición de su obra gráfica, hecha a base de polaroids y rotuladores, leí que nunca se había atrevido con la pluma; tal vez eso le pasó con el cine, nunca se atrevió con el éxito que le cayó encima, y se refugió en la madre y en la heroína.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

La Contrarreforma sublime


Ya se ha contado muchas veces, en los sesenta un montón de directores con décadas de oficio a las espaldas dieron carpetazo a su filmografía entre la indiferencia generalizada, mientras la crítica y supongo que el público se rendían a las nuevas escrituras cinematográficas, que hoy nos parecen trabajos de parvulario.


Algunas de esas obras han ascendido a los altares, como Gertrud y el último Ford; otras, como Un gánster para un milagro o La condesa de Hong Kong, parece que tendrán que esperar un poco a que soplen tiempos más propicios (cito las que he visto en los últimos meses en el cine).


Hace unos meses se anunciaba a bombo y platillo el descubrimiento de una filmación amateur de Chaplin haciendo el chorra en un yate, o algo por el estilo, descrito en los medios como un hallazgo capital; por la calidad de la copia que pasaron ayer en la Filmo de La condesa de Hong Kong (A countess from Hong Kong; el artículo indeterminado del título original es clave) no parece que nadie se haya tomado la molestia de cuidar la última película del director, película que, si hacemos caso al programa de mano, no tuvo en su día elogios y se tuvo que conformar, en el mejor de los casos, con defensores.

A countess from Hong Kong es, por supuesto, magistral, melancólicia en su condición de autoconsciente emblema de un fin de raza (Chaplin, que se había despedido de su personaje en Candilejas y de su condición de figura pública en Un rey en Nueva York, sólo aparece brevemente como el veterano jefe de camareros del barco) y bastante altiva, orgullosa de mostrar como se hacía un cine que estaba en vías de saparición.




martes, 29 de diciembre de 2009

Cahiers

La lista de las 10 mejores películas del año de la redacción de Cahiers





1. Les Herbes folles , Alain Resnais



2. Vincere , Marco Bellochio



3. Inglourious Basterds , Quentin Tarantino



4. Gran Torino , Clint Eastwood



5. Singularités d’une jeune fille blonde , Manoel de Oliveira



6. Tetro , de Francis Ford Coppola



7. Démineurs , Kathryn Bigelow



8. Le Roi de l’évasion , Alain Guiraudie



9. Tokyo Sonata , Kiyoshi Kurosawa



10. Hadewijch , Bruno Dumont

lunes, 28 de diciembre de 2009

Avatar y otras derivas

Leyendo a A.G.Porta



"Como ella, hubiera querido ser escritor, pero no tiene ni voluntad ni perseverancia para invertir las horas necesarias"


Tradiciones navideñas


A mí me gusta la Navidad. Una de las tradiciones ancestrales de la familia es que la generación de mediana edad (antes éramos los hijos, pero ahora también somos padres) nos vayamos al cine el día de Navidad. La elección suele ser complicada, porque hay buscar una película de consenso que no haya visto nadie; a veces la elección es imposible y suele haber bajas. Este año la película era incuestionable, y 13 familiares entre los 10 años (mi hijo pequeño) y los 43 (yo) nos acercamos a los Ideal a ver el mega espectáculo de James Cameron.
Las cosas de la crítica
Aunque no leo crítica cinematográfica me han llegado ecos de cierta sorpresa ante la calidad del producto que ha manufacturado el director. No sé si es así, o qué esperaban ver. Por mi parte, me he encontrado con lo esperado, una obra brillante, megalómana y pretenciosa, como pasa siempre con Cameron, al que se le va la mano en el metraje y siempre cree que va corto. Cameron es el gran reciclador high-tech de relatos tradicionales y modernos (de La bella durmiente del bosque a Philip K. Dick y Ballard, para entendernos), y probablemente lo que le diferencia (y le pone por encima) de otros directores expertos en cacharrería como Bay y Emmerich es la honestidad y sinceridad que pone en su aproximación al material narrativo que utiliza, que se ve que le encanta.

La utopía New age


Un marine atormentado y paralítico se sueña aprendiz de ancestral guerrero en una cultura que podríamos considerar tradicional si no fuera porque descubrimos que el ministerio de la igualdad ha pasado por sus vidas y allí las mujeres son también guerreras y cazadoras, y ninguna se dedica a tener hijos. Esta tribu vive en comunión con la naturaleza a través de una deidad femenina, Eywa, una corriente de energía que se comunica a través de todos los seres vivos, a excepción, por supuesto de los falócratas y judeocristianos humanos, que sólo pueden salir a la jungla con prótesis para respirar y sólo observan la naturaleza a través de monitores y una óptica depredadora. Donde pone humanos hay que leer wasps, porque allí no hay negros y las escasas mujeres militan en el campo de los buenos, esto es, los humanos que quieren comprender y compartir el conocimiento de la tribu.

La trituradora narrativa


Hay quien considera el ecologismo de la peli de parvulitos, pero da la impresión de que Cameron se lo cree. Se le puede considerar la versión (todavía más) políticamente correcta de la Fuerza de Lucas, con su rollito femenino, pero el director ya apuntaba maneras en Abyss (que por otro lado es mi película favorita de Cameron). De todas maneras el director y guionista se nutre de infinidad de fuentes y se ve que se lo ha trabajado, porque consigue una fluidez narrativa de notable eficacia: en la sesión en la que estuve hubo que interrumpir durante bastantes minutos la proyección para atender a un espectador, justo cuando comenzaba el último acto, y nadie se movió de la sala aunque ofrecieron devolver el dinero de la entrada al que lo solicitara. Aún así, se le puede echar en cara (como hizo mi hijo mayor, que se quejaba de que la narración era en exceso previsible) que la trituradora haya pergeñado un producto demasiado apto para todos los públicos y casi sin aristas. Un ejemplo: como sabe cualquiera que haya leído un par de manuales de antropología, o haya visto Un hombre llamado caballo, los ritos de iniciación de cualquier tribu guerrera incluye el dolor físico y la inscripción del mismo en el cuerpo (vamos, que se acaba con cicatrices), experiencia límite que aquí se nos hurta. En su favor, decir que Avatar incluye lo más aproximado al derrumbe de las torres gemelas que el cine de ficción norteamericano se ha atrevido a representar explícitamente.


El padre ejemplar

Cuando a mis hijos les conté que un avatar en la mitología hindú hace referencia a la encarnación de una divinidad (Krishna es considerado el avatar más perfecto), mi hijo mayor se sorprendió de que supiera esas cosas: él lo había leído en wikipedia y le parecia extraño que se adquiriese conocimientos por otras vías. También les conté que la peli tenía bastantes referencias a las anteriores películas de Cameron, y en mi afán pedagógico pensé en enseñarles algunas (sobre todo Aliens y Abyss, que no han visto), pero como mi hijo mayor empezó a vacilarme con el hecho de que Alien era una antigualla y que no se creía las películas de ciencia-ficción viejas, decidí empezar por esa obra fundacional, y ayer les puse la cinta de Ridley Scott, que por supuesto les dejó pegados al sillón de casa y con la boca abierta. Alien es lo contrario de Eywa, también una deidad femenina pero en su vertiente más psicóticamente destructiva (que en el film tiene su "doble" cibernético pero igualmente letal e insensible en Madre, que es como se llama el programa informático que controla la nave y que ha dado la orden de que se sacrifique a la tripulación para preservar a su versión orgánica).

Las cifras

Como la principal publicidad que se ha hecho de Avatar es que es el film más caro jamás rodado (cosa que tampoco está clara), miro las recaudaciones a día de hoy: en 10 días lleva más de 400 millones de dólares en todo el mundo, la taquilla no desciende con el paso de los días, arrasa en el formato 3D (que a mí me parece una chorrada). Imagino que a estas alturas ya le han pedido a Cameron que vaya escribiendo la segunda parte (¿volverán los humanos a Pandora con mogollón de avatares avanzados, cual terminators de segunda generación?), aunque entre manos parece que tiene otro proyecto llamado Battle angel, que no tiene pinta de ser un proyecto indie precisamente. Es probable que Avatar anuncie el cine del futuro, o al menos el único cine que mueva a la gente a salir de su casa y gastarse una pasta en ver una película en una sala, pero está claro que es un cine que van a poder hacer muy pocos.


jueves, 24 de diciembre de 2009

Sólo hombres


Ayer estuvimos de velada familiar teatral en el Español, disfrutando del breve (80 minutos) montaje que Daniel Veronese ha hecho de la conocida obra de Mamet Glengarry Glen Ross, que James Foley adaptó para el cine con un reparto de relumbrón (no he visto la película). La verdad es que se pasa tan rápido que todo el público se queda desconcertado cuando los actores salen a saludar. Curiosamente, un par de días antes me había visto Reservoir dogs, con la que comparte el hecho de que está protagonizada exclusivamente por hombres, y en ambos casos éstos se dedican a destrozarse entre sí.

¿Cómo se nombra "Lo Mujer" en estas obras? En la pieza de Mamet hay una hija al que el personaje más patético es incapaz de cuidar, y está también la esposa de un cliente que reina despiadada sobre su vida. En Reservoir dogs nos encontramos con lo femenino en la celebrada primera secuencia del film, el desayuno en el que asistimos a una sucesión de teorías acerca de "Like a virgin" o, dicho de otra manera, a la interrogación acerca del goce femenino. No recordaba que la última palabra sobre el asunto la enarbola el propio Tarantino, que explicita aquí uno de los leit motiv subterráneos de su obra, el anhelo imposible de un falo que pueda hacer gozar a la mujer.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Derivas


Leyendo en el metro


(El primer libro de Eudora Welty que leo)



Goddard


Paulette Goddard es mi favorita entre el maravilloso elenco de actrices que acompañó a Chaplin en su filmografía. La copia que proyectaron ayer en la Filmo de Modern Times era impecable, repiten el próximo domingo.


Vintage


Llueve dos días en Madrid y ya estamos hartos del agua, después de añorar la lluvia durante todo el otoño. Saco mi gabardina del armario, donde lleva más de 10 años colgada (como la mitad de mi vestuario). En el metro me doy cuenta de que soy el único que sigue usando gabardina, ya definitivamente suplantada por el abominable anorak, como si viviéramos en el Polo Norte.

Constructivos

La exposición de Popova y Rodchenko en el Reina Sofía resulta apasionante, no tanto por las obras constructivistas que pueblan las paredes (y ante las que dudo que ningún visitante se vea acometido por el síndrome de Stendhal), sino porque nos recuerda la enorme energía e ilusión que despertó la Revolución Rusa, que fue vista como un nuevo amanecer para la humanidad, de una forma similar, aunque en otra clave, a como los primeros puritanos que arribaron al Nuevo Mundo soñaban con una tierra en la que no operase el pecado original (la exposición tiene un plus, el film que Boris Barnet realizó sobre los acontecimientos del 17, y en el que colaborá Rodchenko).

martes, 22 de diciembre de 2009

Derivas

"El dolor y la ilusión se abatten sobre el destino del hombre que no es consciente de la semilla que brota del deseo y de la acción"


(Comentario de Shankara a la Isa Upanishad)



Terminando de leer

Casi 20 años después

Vi Reservoir dogs en el primer pase del primer día de estreno, hace muchísimos años, claro, en el Alphaville, sin saber nada de ella, desde luego, ni idea de quién era Quentin Tarantino. El domingo me llevé a mi hijo mayor a la Filmoteca para volverla a ver, probablemente hasta la misma copia, la sala abarrotada de jóvenes que seguramente la veían por primera vez en pantalla grande, en cualquier caso ya no una mirada inocente después de tanto tiempo y tanto Tarantino. Yo me dormí, aunque lo que vi me gustó; a mi hijo supongo que también, porque ha seguido viendo películas del director.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Un rey en Nueva York




Chaplin puede considerarse el patriarca de la estimulante estirpe de actores-realizadores, estirpe que no tiene trazas de extinción. Lo ideal es que la obra de un actor-realizador se prolongue en el tiempo e incluya una reflexión sobre el estatus de su autor en su doble faceta. Eastwood parece más interesado en dar vueltas a su figura como icono del cine de género, aunque hace ya bastantes años que (al menos en Europa) cotiza más como director autoral, papel en el que no parece sentirse muy cómodo (a raíz de las entrevistas y ruedas de prensa en las que le he visto), mientras que Kitano da la impresión de haberse vuelto loco dándole vueltas a su rol como realizador de prestigio. A Woody Allen, sin embargo, parece que le divierte poner en solfa todas sus facetas, hasta la de viejo libertino.



A todos estos directores los hemos podido ver envejecer y deteriorarse, y asumir diversas renuncias a regañadientes, sobre todo en lo referente a las mujeres. En Un rey en Nueva York Chaplin no puede articular en clave sublime su habitual renuncia a su objeto de deseo (como en Candilejas o Luces de la ciudad), ya que la relación entre el príncipe Shahdov y la muy guapa Ann Kay no sale del coqueteo inocuo (nota para Mercedes, en la película hay un divertido gag que remite al leit motiv de Susana y los viejos, en el que la joven protagonista sí posa en el baño para seducir a sus maduros voyeurs, aunque en esta melancólica comedia parece que se nos indica que la mirada es la única actividad sexual que les queda a los protagonistas, Chaplin y su mayordomo).


La obra de Chaplin queda escindida por la llegada del sonoro y la necesidad de desembarazarse del personaje que hizo popular hasta extremos que nos resulta difícil imaginar. En los años 30 Chaplin consigue poner en pie dos obras totales en los que lleva al extremo las posibilidades del personaje de Charlot (Luces de la ciudad y Tiempos modernos), pero es evidente que no puede prolongarse su existencia basada en un arte a extinguir con la imposición del diálogo, el de la pantomima.

Entre Tiempos modernos y La condesa de Hong-Kong (un film tan poco valorado que ni siquiera aparece en el pack de 10 filmes que al parecer están muy bien editados por MK2 a partir de excelentes masters digitales, que es lo más parecido a la eternidad a lo que puede aspirar una obra humana, pack que no está claro si refleja o instituye el canon chapliniano) transcurren 30 años en los que el director consigue hacer cinco películas. Salvo en la citada condesa hongkonesa, en la que si mal no recuerdo Chaplin reduce su presencia a una escena, en el resto el director aprovecha para hablar por los codos y soltar soflamas que hay que leer como discursos que articulan directamente su pensamiento.

En Un rey en Nueva York Chaplin reflexiona sobre el rol del director venido a menos que ha perdido el favor del público (la revolución que lo expulsa del poder no está formada por aguerridos proletarios sino por pulcros burgueses de clase media, los mismos que luego veremos en la sala de cine o en la puerta del hotel solicitándole autógrafos no en tanto artista sino en cuanto celebridad) y que debe sobrevivir viviendo de los dividendos que le procura su fama, que no su arte olvidado, arte al que no se olvida de homenajear en una excelente secuencia en un restaurante en el que tiene que utilizar la mímica para describir a un ensordecido camarero los platos que desea consumir, y en un representación en que se pone en escena uno de los gags más conocidos de El Gordo y el Flaco.





Si el Vagabundo era un desharrapado que hizo millonario a su creador, aquí el personaje que interpreta es el de un monarca arruinado que vive en la opulencia. Chaplin se explaya en una sátira en el que dedica pullas a casi todo lo que le rodea, empezando por el scope y acabando por la educación "creativa", aunque lo más duro se lo dedica al Comité de actividades antiamericanas (Chaplin vivía fuera de EEUU en ésta época, casi exiliado; la película se rodó en Londres y tardó 25 años en estrenarse en Estados Unidos, según leo). En una de las secuencias más siniestras de su filmografía (que por otro lado tiene bastantes más aristas de lo que parece a simple vista) el hijo de una pareja de profesores acusada de simpatizar con el comunismo es conminado a denunciar a los amigos de sus padres, delación que dejará hundido anímicamente al niño (interpretado por el hijo del director, lo que añade espesura al asunto).

Por lo leído en los folletos que reparte la Filmoteca, la recepción los filmes "parlantes" de Chaplin denotan bastante desconcierto, un educado respeto y cierta decepción. La verdad es que he visto recientemente en pantalla grande Monsieur Verdoux y Candilejas, además de Un rey en Nueva York, y me han parecido películas enormes, y bastante sorprendentes; imagino que con el paso del tiempo habrá crecido su prestigio crítico, aunque dada la pereza del estamento académico tampoco lo daría por seguro. Espero poder acercarme a ver El gran dictador y La Condesa de Nueva York (que hace décadas que no veo) y confirman mi entusiasmo por el Chaplin parlante.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Judíos en Argentina






"No tengo reparos en admitit los celos que experimento ante ciertas vidas aventureras, mi profundo descontento por haberme encontrado siempre lejos de los campos de batalla y porque las circunstacias históricas jamás me hayan tenido en cuenta para actuar en los escenarios trascendentales"
Lázaro Covadlo, Las salvajes muchachas del partido



Cuando Daniel Burman presentó El abrazo partido en la Berlinale me contó, en los momentos previos a la entrevista que le íbamos a hacer para la tele, que en la rueda de prensa una periodista alemana le había preguntado como se le había ocurrido ese tema tan original de una familia judía en Argentina; sirva esto de consuelo al comprobar que la estulticia del periodismo cinematográfico no se reduce a nuestro país y está más extendida de lo que creemos.
Debo al consejo de Francis Black el haberme acercado a este escritor, que hasta no tener el libro en la mano no descubrí que era un veterano de obra considerable: habiendo publicado Candaya su última novela, Las salvajes muchachas del partido, lo hacía novel escritor de los colegas nocilleros. Covadlo es argentino y nació en 1937, aunque se vino a vivir a España (Sitges) en el 75 y ahí sigue, por lo que cuenta en el libro, que bajo una pátina autobiográfica traza un fresco de la vida de los judíos centroeuroperos recién aterrizados en América en los albores del sglo XX, huyendo de la miseria y progromos que asolaban sus frágiles y cerradas comunidades, que definitivamente fueron borradas del mapa en los años del nazismo.
Covadlo se vale para ello de una figura de status equívoco, su abuelo biológico, Baruj Kowensky, un aventurero anarquista que se apunta a todos los fregados hasta acabar en la Revolución Rusa, y que es un artilugio narrativo ideal porque sus características le hacen pasearse por todos los ambientes judíos de la época, desde los honrados artesanos que reproducen las estructuras sociales dejadas atrás en Europa hasta las mafias judías que se ocupaban del contrabando de objetos y personas, pasando por el efervescente magma de extremismo político que parece marca de la patria argentina.
Si hablo de status equívoco es porque el personaje en cuestión, aunque parece ser que existió, tiene todo el aspecto de ser un ente de ficción, una proyección de las fantasías de Covadlo y el huésped ideal para conocer un tiempo tal vez poco recordado (de ahí la anécdota que cuento al principio, parece ser que las nutridas comunidades judías latinoamericanas no son tan conocidas como las del Norte). En cualquier caso la figura es tan poderosa que aspira la narración, hasta el punto de que progresivamente (voy por la mitad del libro, que es apasionante) el autor abandona las pinceladas autobiográficas que salpican la narración para centrarse en la vida más o menos imaginada de su mítico abuelo.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Dos fotografías

What might have been is an abstraction

Remaining a perpetual possibility

Only in a world of especulation.

T.S.Elliot, Burnt Norton


Voy a la sala de exposiciones que tiene La Fábrica en la calle Alameda aconsejado por Mercedes, con la idea de ver una exposición de Marina Abramovich, excusa ideal para reencontrarme con un gran amigo de la adolescencia, que trabaja en la editorial, y que me desengaña: la expo de Marina se ha clausurado ya ("Da miedo en persona", me cuenta); se acaba de inaugurar una de Gregory Crewdson, del que no sé nada. En la sala que tienen a nivel de calle hay varias fotos de tamaño medio, espacios vacíos y desolados, en la penumbra del atardecer o de las primeras luces de la mañana. En algunas aparece un nutrido equipo de rodaje, así que aventuro que tal vez se trate de las fotos de un rodaje, las obras no tienen títulos. En el piso de abajo me encuentro con las fotos "de verdad". Tres enormes fotografías, con una textura pictórica, dos de ellas en exteriores, la otra la que está aquí colocada. Espectaculares, descubro que el equipo de rodaje es el que mueve el fotógrafo para su trabajo, que tiene un diseño de producción cinematográfico. La habitación de motel donde esa mujer madura descansa su desolación es un decorado. La referencia más clara es Hopper, claro, y Lynch, aunque lo primero que se me viene a la cabeza cuando la veo es el motel más famoso de la historia del cine, el de Norman Bates, y uno se imagina a Janet leigh esperando eternamente a ese amante esquivo que nunca llega o al aesino que no se atreve a traspasar la puerta.


Cerca de allí, en el Caixa Fórum, Hannah Collins presenta también fotos en formato grande, de índole diferente. La que me llama la atención es la que aparece a la izquierda, una estantería arrumbada que apenas se sostiene en pie pero que todavía alberga unos cuantos libros desparramados, bastante deteriorados por la humedad y con pinta de no haber sido abiertos en años, pero que tienen trazas de haber sido muy concurridos en sus buenos tiempos. Aquí es Pedro Costa y sus espacios devastados lo que se me aparece, hay algo de esperanzador en esa permanencia de la palabra humana en los ámbitos más improbables. El título cambia completamente la perspectiva de lo que leo en la foto. resulta que estamos en la casa natal de Nelson Mandela, convertida en Monumento Nacional, preservada (o reconstruida) su pobreza como recuerdo de un pasado ominoso y como homenaje a un héroe y como atracción turística políticamente correcta.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

En el comienzo de los tiempos




FILM IST. a girl & gun es un ejemplo de apropiación de lo que creo que fue nuestro querido Weinrichter llamó "metraje encontrado", y así se ha quedado en castellano para esa práctica de toda la vida pero que las facilidades tecnológicas de los últimos tiempos ha disparado como acción de vanguardia (y también como hobby casero, gracias a youtube), y que cosiste en remontar material previo para hacer algo nuevo o arrojar una mirada diferente sobre las imágenes de antaño.


Gustav Deutsch, del que no sé nada, tira sobre todo de películas mudas y de textos de Hesíodo, Safo y Platón (El Banquete), por este orden, para componer una especie de videoarte cósmico que lo mismo sirve para contar el oriogen del mundo como el del cine. Si Hesíodo nos cuenta como surgió el cosmos a partir del magma originario y el nacimiento de dioses,s y humanos (que, como todo el mundo sabe, surgen casi siempre de las aguas), Safo sirve para entrar en materia y contar que el cine es, sobre todo, un sitio donde los hombres miran, habitualmente con deseo, a las mujeres, que para eso se inventó el plano/



En el cine no sólo hay hombres que miran (tal vez una de las razones por las que hay más cineastas hombres que mujeres, eterna discusión con Mercedes acerca de la mayoría masculina en las artes visuales), sino que a menudo sus cuerpos comparten plano, y acaba pasando lo que suele pasar, con todos los grados de violencia imaginable. Hay porno, hay violencia, hay pistas falsas, que se ve que el director ha removido Roma con Santiago hasta encontrar lo que necesitaba.


Pero como indican los rótulos del film, no sólo de Eros vive lo Real, que también tenemos Thanatos, y entre encontronazo (sexual) y mirada (libidinosa) se nos brindan imágenes de la Primera Guerra Mundial, cañones y hombres afanados, cierto costumbrismo previo a la matanza.





Esta obra, cuyo título hace referencia a una de las más conocidas boutades de Godard, la de que una película es una chica y una pistola, y cuyo juego de palabras indica que es la primera de una serie (el último plano, uno de los pocos reconocibles, anuncia que la próxima se dedicará a las pistolas), se proyecta los martes de diciembre en La Casa Encendida, por si alguien se anima. A mí se me hizo un pelín pesada, que hora y media es mucho para una obra sin un hilo narrativo, pero tiene muchos momentos hipnóticos y divertidos y sorprendentes, y permite estar al día de una de los senderos que más destacan dentro las corrientes audiovisuales del siglo en curso.

martes, 15 de diciembre de 2009

Love exposure






Nada sabía de Love exposure, salvo la escasa información que daba el folleto de La Casa Encendida y el post de Daniel Quinn en el que la calificaba de peli de culto, evanescente calificativo que siempre me sugiere antros con marcianos disfrutando en secreto de filmes más marcianos todavía (nadie describe Vértigo o Centauros del desierto como películas de culto, supongo que porque gozan de una admiración abierta y consensuada), post que fue el que animó a acercarme a los sótanos del Centro Cultural de Cajamadrid a tirarme 4 horas (237 minutos, duración oficial) para entrar en el club de los elegidos, si bien tuve la precaución de sentarme muy cerca de la puerta de salida por si había que salir huyendo.
Bien, ya es hora de confesar que me lo pasé como los indios viendo este torrencial y delirante relato de iniciación, en el que el protagonista recibe, de manos de una hermosísima y adorada madre que, como en los cuentos de hadas, muere muy pronto, la misión de encontrar a su Virgen María (la mujer de su vida), misión para la que no tendrá ayuda alguna puesto que, película de nuestro tiempo, todas las figuras paternas están habitadas por las tendencias incestuosas o perversas (hay una escena hilarante en la que un maestro le inicia en el arte de... fotografiar bragas por debajo de las -cortísimas- faldas de las adolescentes niponas!, arte en el que nuestro héroe se mostrará un consumado maestro. hasta que abandone los devaneos fetichistas para enfrentarse al cuerpo real -el suyo y el de la mujer-).
En su duro periplo hacia la monogamia más estricta se las tendrá que ver con la súper mala de la película, una adolescente que quiere arrastrarle a las tentadoras aguas de la promiscuidad y de las falsas creencias. Mientras tanto, nuestro casí huérfano se enfrenta a la emergencia de la pulsión (una erección que se le dispara automáticamente cuando vislumbra la entrepierna de su objeto de deseo absoluto) sin ningún apoyo simbólico, hasta que recibe las palabras salvadoras: nada más y nada menos que el celebérrimo pasaje de la carta de San Pablo a los Corintios acerca del amor.
Y es que una de las razones por las que se puede calificar de posmoderna a esta película es por ese anhelo imposible de lo sublime que se transmuta en chanza irrisoria de lo que no se puede alcanzar. En cualquier caso, a pesar de que es descrita como iconoclasta e irreverente, más bien nos encontramos ante una epopeya cristiana (una especie de Persiles en tebeo) en el que se nos recuerda, aunque sea como un chiste, que la cruz y el falo están del mismo lado.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Wakefield & wife



Wakefield es el cuento más conocido y reverenciado de Hawthorne, no tanto la historia de un hombre que abandona su apacible y victoriana casa familiar para irse a una especie de exilio de la normalidad burguesa a la vuelta de la esquina, como las divagaciones a las que se entrega el autor al recordar vagamente esa noticia. Porque la modernidad del relato viene de que no se nos narra lo que pasa por la cabeza de Wakefiel y esposa (abandonada), sino lo que el autor supone que debió de ocurrir.

El cuento es muy bueno, y para el que no lo conoczca merece la pena leerlo (http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/hawthor/wakefiel.htm), y es notoriamente más breve que el Bartebly con el todos estamos tentados de compararlo.

Eduardo Berti inventa un artilugio igualmente literario para expandir el relato original hasta una novela que nos da paso a la experiencia del abandono desde el punto de vista de la mujer de Wakefield y del resto de los personajes domésticos que en el realto original no eran más que sombras. Este spinof narrativo no es novedoso (el ejemplo que se me ocurre en seguida es Ancho mar de los Sargazos, en el que Jean Rhys se pone de parte del personaje "tachado" de Jane Eyre, el de la esposa del protagonista encerrada en una torre) pero tiene gracia. Berti evita hacer un pastiche decimonónico y se vale del truco de que la mujer descubra en seguida que su marido se ha escondido en una fonda a tres minutos de su domicilio conyugal. La ampliación narrativa de pie a que Berti describa la suicida lucha que los tejedores llevaron a cabo contra la mecanización de la industria, que llevó en masa a los artesanos al paro y a la caída de salarios a prinicipios del XIX.
En el cuento de Hawthorne se nos informa de que Wakefield volvió a su casa 20 años después de haber salido de ella como si no hubiera pasado nada, no sé si en la ficción de Berti sus personajes se mostrarán sumisos a sus ilustres precedentes.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Sobre una teoría acerca de un cierto tipo de final suublime


Mis compañeras de blog conocen mi irrefrenable costumbre (prácticamente convertida en pasión) de elaborar teorías acerca de todo lo divino y humano, teorías que por extrañas razones suelen manifestarse erróneas cuando tienen que confrontarse con la realidad (predije con argumentos irrebatibles que McCain ganaría las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, y que la Nomenklatura chií no permitiría otro reinado del inefable Ahmadinejad, por poner ejemplos recientes).
La reflexión de esta entrada viene impulsada por la revisión de City Lights ayer tarde en una felizmente atestada Filmoteca, y da por supuesto que todo el mundo conoce la película (lo que la experiencia me dice que es mucho suponer), una de las mejores de la historia del cine.

Ayer me sorprendió descubrir el sustrato obsceno que tienen varios gags, que giran acerca de una posible homosexualidad de Charlot: esta imagen de la primera secuencia en que es "sodomizado" por una estatua, la mañana en que despierta en la misma cama que el millonario que sólo lo reconoce cuando está borracho, el boxeador que confunde sus atenciones con un intento de flirteo. En otras ocasiones es lo escatológico lo que se utiliza explícitamente (el protagonista trabaja en un momento dado recogiendo las heces de los animales de tiro que van por la calzada). Esta obscenidad socava el registro sublime en que se mueve la narración, aunque de lo que quería hablar era del final, probablemente el más célebre de la historia tras el de Casablanca.

Hay películas que se disuelven porque el relato alcanza una encruncijada narrativa irresoluble: una ley implícita a la narración obliga a un devenir que el mismo texto ha hecho imposible. En este caso tenemos a la Cenicienta que acaba de reconocer a su príncipe azul, lo que implica su aceptación como pareja, cosa que es imposible puesto dentro del film porque el principe ha resultado ser un sapo (el reconocimiento se produce cuando Charlot acaba de salir de la cárcel y está en el punto más bajo de su indigencia, sin camisa siquiera).

A pesar del registro memorablemente sublime de la escena (que según la leyenda Chaplin rodó cientos de veces), algo inquietante se filtra en cierta carga vagamente siniestra de la sonrisa del actor/director, sobre cuyo primerísimo primer plano se cierra en fundido la película, como si quisiera dejar claro su derecho de posesión sobre la narración. City Lights es un film sobre el sacrificio del narcisismo, ya que el personaje sabe que la ayuda que brinda a la heroína al devolverle la vista lo excluirá en ese mismo instante de su espacio libidinal, ya que él siempre le ha hecho creer que es un millonario y ella se dará cuenta en cuanto recobre la vista de que no es así, pero el director se muestra incapaz de renunciar a ese final en el que se inscribe como amo del mundo narrativo que filma, algo por otro lado acorde con lo poco que sé de la megalomanía de Chaplin y su control férreo del rodaje (por cierto, que algo ligeramente diferente ocurre con Clint Eastwood, que lleva años inscribiendo en sus finales su abandono definitivo del espacio de la ficción en cuanto actor -o más bien en cuanto icono-, llegando al extremo de lo operístico en Gran Torino, para volver a recaer una y otra vez en el mismo).

sábado, 12 de diciembre de 2009

Programa doble de los 70

Cockfighter (Monte Hellman, 1974) y Suspiria (Dario Argento, 1977) tienen varias cosas en común: están rodadas en los 70, la fotografía es en color y me las vi ayer por primera vez. No se me ocurre nada más, y supongo que esta entrada es la segunda y última vez que aparecerán juntas en un papel (electrónico), tras compartir espacio en el folleto de la programación de la Filmoteca.



A pesar del rollito erótico del cartel Suspiria sorprende por lo casta que es; en el año 77 una peli española ambientada en una academia de danza para señoritas nos las hubiera sacado duchándose y poniéndose el camisón con cualquier excusa. Aquí no, aquí las chicas van vestidas para la danza, en elegante ropa de calle o en victorianos camisones cuando las van a abrir en canal. Suspiria es una de las pelis más descabelladas que he visto nunca, y probablemente no vuelva a sentir algo así, dado que, aunque parezca increíble, es el primer film de Argento que veo, y todavía ando tan alucinado que no sé si me ha gustado o no, pero ya los siguientes no serán lo mismo.
Yo hubiera jurado que está rodada toda en plató, pero parece ser que no, que alguien dejó un palacio para que le pusieran papeles pintados de lo más extraño. Rodada a ratos con majestuosos travellings y a ratos con torpes articulaciones del plano contraplano, como si cada mañana el prespuesto del día fuera diferente y aleatorio, anoto el rasgo de estilo más curioso: en los momentos de tensión, una vez que ésta ha subido al máximo, de repente el film se detiene y el instante que precede al degollamiento (o lo qe le toque a la víctima) se dilata, creando una especie de burbuja de eternidad en la que la suerte ya está echada pero ésta no ha alcanzado a la vícima todavía.

Cockfighter podría pasar por una versión suecada de The lusty men en lo que lo suecado no fuera la peli si no el deporte, porque es difícil encontrar algo más soso y con fulleros más cutres que el mundo de las peleas de gallos, simpre según Hellman, que le echa un humor opaco a la historia de un "entrenador" de gallos que aspira a ganar la Bota de oro del mundillo, y hace la promesa de no hablar hasta que lo consiga. Más que una historia de perdedores es una de panolis (como será el asunto que el antagonista del prota, un estupendo Warren Oates, es Harry Dean Staton, el actor con más cara de pánfilo de la historia).
La clave del film es que está contado desde dentro de ese mundillo, como si los personajes y los combates tuvieran una aura mítica y asistiéramos a ordalías medievales, sin que al mismo tiempo a la cámara se le escape la cochambre pueblerina de todo el ambiente, rodado con un estilo documental muy de la época (y de Nétor Almendros, el director de fotografía).

viernes, 11 de diciembre de 2009

Estonia y el colapso de la URSS

Ayer me acerqué a ver todo lo que mis obligaciones paternopatriarcales me permitieron de Lituania y el colapso de la URSS, una curiosa obra de Jonas Mekas en la que edita todas las grabaciones que hizo de los reportajes que sobre la independencia de su país natal emitieron los informativos norteamericanos en aquellos días en que Gorbachov abría siempre el Telediario. Mekas grabó con una cámara infinidad de noticiarios (ordenarlos debe de haber sido una labor de chinos), y en la banda de sonido se cuelan los ruidos familiares, sobre todo niños que chillan, lo que le da un aire gracioso a lo que vemos, que por otro lado tiene una textura agotadora, si bien el artilugio da para que algún teórico se ponga las botas escribiendo toneladas de páginas, aunque a un profano lo que le queda es la desesperanzada trivialidad de los media ante los acontecimientos, mientras se tiene la sensación de que la verdadera partida se juega en otro lado (aunque tal vez no, quién sabe).
Lituania... me trajo a la memoria uno de mis recuerdos favoritos de la década en que trabajé como cámara en TVE; en el 92 estaba en Barcelona con el operativo que retransmitìa el ciclismo en pista, un deporte del que no sabía nada y que descubrí que tiene bastantes variantes. Resulta que en una de ellas destacaba, precisamente, un estonio, evidentemente un deportista que hasta ese año había tenido que competir con la bandera de la URSS.
El día de la final se destacaba el único estonio que debía de haber en la grada porque llevaba un enorme banderón que no cesó de agitar en todo momento. Al final el campeón báltico se hizo con el triunfo y, por lo tanto, en la entrega de medallas se izó la bandera y sonó el himno estonio, la primera vez que ambas cosas ocurrían en un montón de décadas, momento muy emocionante en el que el espectador se derrumbó completamente y se puso a llorar como una madalena, hasta el punto de que hasta el deportista se acercó a abrazarle y animarle.



Lo curioso (de la memoria) es que al buscar posible información en internet sobre este evento he descubierto que se trataba de una ciclista, Erika Salumae, que en esta foto acaba de recibir la medalla de plata en los Juegos de Seúl del 88, todavía con el equipo de la URSS (la de la izquierda), una leyenda en su país, supongo, atendiendo a la cantidad de medallas y premios que ha ganado.

Engachado a Chabon


" El rabino Heskel Shoilman es una montaña deforme, un postre gigante en ruinas, una casa de dibujos animados con las ventanas cerradas a cal y canto y el grifo del fregadero abierto. Lo armó torpemente un niño, una banda de niños, huérfanos ciegos que nunca habían visto un hombre en su vida. Pegaron la masa de cocinar de sus brazos y piernas a la masa de cocinar de su cuerpo y luego le encajaron la cabeza encima de todo."

De Michael Chabon no había leído más que las primeras páginas de su novela más conocida, Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, y no recuerdo por qué dejé de leerla (la verdad es que casi nunca termino los libros que empiezo). No sabía mucho del autor, ni siquiera que era tan atractivo, ni tampoco de El sindicato de policía Yiddish, su última obra publicada entre nosotros, por Mondadori (como es habitual desde Las asombrosas...) y traducida con la pericia habitual por el infatigable Javier Calvo, que debe de tener el monopolio de la literatura norteamericana contemporánea y aún tiene tiempo de publicar una abundante obra propia que no he leído.


Pues fue abrir esta novela y quedarme pegado a ella, y este comentario lo escribo en un descanso de mi lectura compulsiva, cuando ya se me echa encima la decepción de ver el final y percibir el adelgazamiento que inevitablemente sufren las novelas negras cuando se ven obligadas a ir cerrando las vías narrativas que han abierto.

El libro es una novela negra, como digo, y bastante ortidoxa en su desarrollo y con un respeto curioso a los arquetipos del género, empezando por el protagonista, un detective cuya vida personal se ha hundido a raíz de su divorcio y que intenta mantener un resto de ética a base de alcohol y desesperación. La trama está muy bien trazada y Chabon se dedica a dibujar un fino entramado de simetrías y ecos para demostrar que es un escritor serio pero que no se impone al lector.

Y el truco del libro (que yo desconocía antes de empezar a leerlo) está en que todo transcurre en una ucronía, un tiempo y espacio realista pero fruto de unos leves cambios en la Historia (bueno, no tan leves, sobre todo para los judíos) tras la Segunda Guerra Mundial. Como uno de los placeres del libro es ir descubriendo los paralelismos entre este mundo ligeramente desplazado y el que nos aparece todos los días en el Telediario detengo el comentario aquí.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Marx 2: Las uvas de la ira



Si mal no recuerdo, en el Manifiesto Comunista se dice que el capital ha arrasado con todas las relaciones sociales tradicionales, sin que quede muy claro si eso es algo positivo o negativo, si bien viendo la fascinación que Marx sentía por el capital lo más probable es que le pareciera estupendo. En Las uvas de la ira vemos una paráfrasis casi exacta del texto en boca de la matriarca del clan, sólo que aquí en forma de queja amarga: la depresión y la posterior rapiña por parte de bancos y latifundistas de las propiedades rurales han condenado a las fuertes estructuras familiares de la América agraria a la extinción.


Antes de centrarse en el periplo de la familia que lleva a cabo su travesía del desierto en pos de una improbable tierra prometida Ford se permite un prólogo curioso, en el que un ex convicto regresa al hogar familiar para encontrarse un lugar arrasado y habitado por peculiares fantasmas, un predicador que ha dejado de serlo y con el que mantiene una vagamente delirante conversación que el director rueda en su mayor parte en un sorprendente plano de fijo de casi cuatro minutos de duración y una especie de okupa que decide quedarse en sus tierras escondiéndose del asedio constante de la policía, que en esta película es retratada poco menos que como escuadrones de la muerte.
Este aire fantastique del comienzo se justifica narrativamente un poco después: las deudas y los bancos y la sequía han expulsado a los agricultores de las tierras que llevaban trabajando durante generaciones, y en su periplo por un país muy agresivo descubrirán que esa relación con la tierra se ha perdido ya para siempre. En un plano muy significativo, veremos que las granjas comparten con los campos de concentración la estética de las vallas y los guardias armados.




No sé como se sentiría Ford con este material narrativo, una historia en la que vemos como la autoridad patriarcal se derrumba, incapaz de hacer frente a la nuevas condiciones con el bagaje moral recibido, y en el que emerge como figura fuerte esa madre que se va haciendo con las riendas del relato y el espacio en el plano. En cualquier caso se muestra leal con la historia: en ausencia del padre, la relación de un estupendo Henry Fonda con esa madre progresivamente inmensa se va escorando hacia el lado incestuoso, e incapaz de inscribir su pulsión (en un ámbito político, por ejemplo) en una articulación plausible, acaba cometiendo un asesinato que le expulsará definitivamente del espacio familiar.
Gregg Toland se puso las botas con varios tours de force con iluminaciones de cerillas y velas, y maneja una paleta de grises que probablemente se ha perdido ya en nuestros días, por lo menos en celuloide (a pesar de lo que consigue el gran Lubtchansky con Garrel), y que en pantalla grande y una buena copia debe de ser de caerse de espaldas (el dvd que he visto está bastante bien).
Y un plano para la memoria, el travelling subjetivo de la familia entrando en el campamento que le devuelve en espejo una miseria todavía mayor que la suya.








miércoles, 9 de diciembre de 2009

Marx 1: Goytisolo



En un gesto de indudable valentía, me he hecho con un ejemplar del que se denomina (a sí mismo) como un escritor marginal y perseguido, y es considerado por sus exégetas como el último escritor insobornable y radical sobre la tierra (del castellano). Por extrañas razones no hay que buscar sus libros en las catacumbas de la edición semiclandestina, no: Goytisolo publica en Alfaguara, Mondadori, Seix Barral, Galaxia Gutenberg, y sus artículos aparecen en El País, eso sí, siempre haciendo alarde de lo minoritario que es. Tan es así que corren rumores de que hubo un año que se pierde en los anales de las eras míticas en que ninguna universidad de verano le dedicó un curso, leyenda ésta que alguno considera inverosímil, y otros que tal vez se refiera a la época en que Goytisolo todavía no había publicado nada, e incluso hay extremistas que susurran por lo bajo que la tierra ha conocido felices eones en que no se conocia El Curso de Verano de la Universidad, pero esos son los menos y no se atreven a dar la cara.
Pues como iba contando, aprovechando que mi hermana, que es la custodia de los sagrados textos goytisolianos en la casa paterna, está currando en el Cervantes de Pequín, he arramblado con el ejemplar de La saga de los Marx que andaba penando su existencia en el purgatorio de los libros-que-nunca-se-abren por casa de mis padres, y como siempre que me leo una novela suya esperaba encontrarme un texto radical, experimental, exigente, ilegible para un lector medio como yo, que casi se diría que no he abandonado ese extraño y denostado mito de "la novela decimonónica", que es el espantajo con que nos acosan los escritores que escriben sin puntos y sin poner nombre a los personajes.
Pues esta vez tampoco. La saga de los Marx es perfectamente legible, divertida a (bastantes) ratos y demasiado sarcástica para mi gusto, lo que obliga a Goytisolo (como le ocurre en otros libros) a hacerse presente en el texto enunciando en primer grado su pensamiento sobre el derrumbe del comunismo (la novela veo que está publicada en el 93) en un monólogo que ocupa en la edición que manejo (Mondadori) las páginas 198-201, en el que se ve en la necesidad de demostrar que, a pesar de ser un exigente trabajador de la escritura y aguerrido deconstructor de discursos gastados, es un escritor comprometido con los problemas sociales de su tiempo.
Lo que más me molesta es la inclusión como personaje del propio escritor en diálogo con un improbable editor (diálogo en el que se confiesa que la obra es fruto de un encargo sobre los Marx y la famosa caída del comunismo) en el que éste le exige que abandone sus pinitos experimentales y escriba una biografía "al uso", diálogo inverosímil porque dudo que nadie le tosa al marginal oficial de la literatura española, y que si acaso lo que le pidan es que quite los puntos para que aquello tenga el aire goytisoliano que todos esperamos.
Al final he dado más rienda suelta al cachondeo que me procura la imagen de Goytisolo y me he centrado en lo que no me ha gustado del libro, que está bastante bien, con cierto aire de guión de los Monty Python (la familia Marx mira en el salón de su casa las imágenes de la debacle de la Unión Soviética, y desgrana su biografía al hilo de entrevistas de todo pelaje).
(¿Por qué se sigue hablando del fin del comunismo cuando todo el mundo coincide en que en pocos años China, un país comunista, se va a convertir en la principl potencia del planeta?)