sábado, 30 de julio de 2011

Las batallitas del abuelo


Ayer bajé a un Madrid axfisiante desde mi fresco exilio segoviano para preparar mi agosto laboral, en el que disfrutaré de la libertad del Rodríguez y dispondré del dvd para verme lo que me dé la gana y de mi sillón favorito para tirarme horas leyendo novelones o sesudos tratados mediavales de teología, como hacía Philip K. Dick, por cierto. Saqueé un par de bibliotecas y me compré una nouvelle de Levrero que encontré en la librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes, y resistí la tentación de llevarme la antología de Die Fackel que ha publicado Acantilado, uno de esas propuestas casi suicidas de la editorial, que uno se pregunta como es que no han publicado la integral de la revista del mítico y compulsivo calígrafo que era Krauss.

El caso es que me metí en la librería a hacer tiempo entre dos pases del ciclo de Minnelli que organiza el Bellas Artes para este fin de julio. Ayer ponían Dos semanas en otra ciudad y Como un torrente (Some came running), de las que creía tener un buen recuerdo, y digo creía porque resultó que la segunda no la había visto. Tal vez la vi de niño en la tele, pero es una película absolutamente adulta, cuyas tensiones sólo pueden entenderse si uno tiene cierta edad, lo que prácticamente la hacen inviable en nuestros días, cuando incluso las películas supuestamente realizadas para un público adulto tienen conflictos que parecen de preadolescentes.

Y aquí empieza mi filípica reaccionaria: Some came running es una obra maestra absoluta, fascinante, extraordinaria, maravillosa, hermosísima, de una sutileza que hace que uno se eche a llorar cuando ve las chorradas que los críticos se ven a obligados a elogiar en nuestros días (soy perfectamente consciente de que el valor teórico de este comentario es nulo). Pues bien, en la sala el espectador más joven casi era yo (que tengo 44 años). Había una pareja más joven y un padre heroico que había llevado a su hija adolescente. El resto estaba compuesto por hombres de la edad de mi padre y, mayoritariamente, por grupos de amigas entre los sesenta y los setenta, un sector omnipresente en todos los saraos culturales, ya sean exposiciones, conciertos, presentaciones de libros o ciclos de cine clásico.

¿Y qué pasa con los cinéfilos de nueva hornada? Pues deben de haber desaparecido. Que en una ciudad como Madrid, con Facultad de Imagen, Academia de Cine e innúmeros institutos y academias de cine y televisión y artes audiovisuales, lo que supone miles de estudiantes, ninguno se acerque a ver un film de esta categoría en pantalla grande (teniendo en cuenta, además, que está rodado en Cinemascope) es como para preguntarse por el bagaje de nuestros futuros cineastas. Por lo que me cuentan mis amigos que dan clases en esos institutos, quitando algún excéntrico, para el grueso de la cinefilia jovenzuela el cine comenzó con La Guerra de las Galaxias y Tiburón. No es que no hayan visto Ojos sin rostro, es que no han visto The searchers o Vértigo, dos películas de las que parte todo el cine contemporáneo.

(Bien, es cierto, como confesaba al principio yo tampoco había visto Como un torrente, así que toda esta diatriba está bañada por la contradición).

jueves, 28 de julio de 2011

Serie B veraniega


Uno de los guilty pleasures veraniegos es ponerse a hacer zapping después de cenar y encontrarse con algún producto mamporrero de serie B o Z que llevarse al coleto. A veces uno se encuentra con buenas películas, como ayer, que pasaban Los vikingos (como la 2 no tiene anuncios no pude prepararme un whisky, que es parte de la gracia), pero esa la dejo para otra entrada.

El otro día pusieron La isla, que era la historia de la expulsión del paraíso contada al revés, la pareja adánica se escapa y dios padre manda al ángel exterminador para cargárselos. La incompetencia de Michael Bay era tal que conseguía que los más que apañados Ewan McGregor y Scarlet Johanson lucieran más sosos que el casting de una serie de Telecinco (aunque también es posible que salieran así porque en la distopía en que viven no hay inscripción de la diferencia sexual, y el deseo está prohibido; tal vez en la segunda parte, cuando descubren el sexo y la muerte, la cosa cambia, pero ya no tuve paciencia para aguantar delante de la tele).

La isla pertenece de lleno a ese género philipkadickiano que se ha impuesto en la ciencia-ficción contemporánea, y que hace de la paranoia y el estallido de la realidad todo un espectáculo. Aquí aparece el subgénero teológico del alma de los robots (en este caso clones), de la misma manera que antaño la teología se preguntaba (en serio) si las mujeres poseían alma (o esta era de la misma calidad que la de los varones), o a raíz del descubrimiento de América los eruditos cristianos se rompieron la cabeza antes de afirmar que en el plan divino los nuevas razas también entraban en el saco de los redimidos por la muerte de Cristo (que parece que en el siglo pasado surgieron algunas dudas acerca de si los posibles seres extraterrestres también pertenecían al grupo de los llamados a la salvación eterna, o esos necesitaban un tratamiento especial). Por supuesto, a quien no le guste la terminología religiosa la puede sustituir por la más laica del psicoanálisis, y preguntarse por las posibilidades de existencia de un inconsciente para los androides, como acertó a formular K. Dick en el título de su conocido cuento sobre andoides que sueñan con ovejas eléctricas (porque sólo donde hay inconsciente puede haber un trabajo del sueño).

Para quién no haya visto La isla, la cosa va de una fábrica de clones para archirequetemultimillonarios que necesiten un órgano en un momento dado. A los clones los mantienen en un búnker donde imperan unas leyes que parecen diseñadas por el ministerio de igualdad y de sanidad de Zapatero: hay controles médicos constantes que dictaminan lo que comes en cada momento, psicoterapeutas a porrilo para solucionar cualquier disfunción psicológica y estrictas reglas que separan a los sexos, por lo que no hay agresividad sexual de ningún tipo (y nadie echa un polvo tampoco, claro).

La explicación de por qué los clones están vivos y hay que tomarse la molestia de implantarles recuerdos y unas excusas demenciales para justificar su reclusión, en vez de dejarlos en estado vegetativo hasta que se les quita el hígado o un riñón, es verdaderamente brillante: resulta que los cuerpos de los pacientes "vivos" rechazaban los órganos demasiado "puros" de esos clones incontaminados, y que para que fueran aceptados había que "deteriorarlos" con un mínimo de vidilla; nada; un poquitín de angustia vital, un mínimo de deseo, un punto ínfimo de frustración. Una excusa genial, a la altura de aquella explicación que daban en Matrix de por qué el mundo que el superordenador creaba era tan caótico y estaba tan lleno de sufrimiento, y resultaba que en el primer universo virtual todos los deseos se cumplían, y no había rencillas de ningún tipo, y tuvieron que cambiar sobre la marcha rápidamente porque aquello era un desastre y la gente se suicidaba a mansalva.



miércoles, 27 de julio de 2011

Infinitas formas de publicidad


Acabo de leer Los enamoramientos, una novela que parece trasladar a la narrativa el conocido axioma, o teorema, o proposición, geométrico de que tres puntos determinan un plano (o de que dos determina una recta). Aquí son cuatro textos los que "determinan" el libro:

- Una de las definiciones de "envidia" en el tesoro de la Lengua de Covarrubias.
- La escena de la ejecución de Milady en Los tres mosqueteros
- Un par de citas de Macbeth (lo de Macbeth tratándose de Marías podría darse por descontado)
- La novela El coronel Chabert

Al final de la narración, la protagonista, María Dolz (cuyas reflexiones se parecen en muchísimos casos a las que desgrana el autor en su conocidísima columna dominical), que trabaja en una editorial, cuenta que ha conseguido convencer al editor de que publique la novela de Balzac, acompañada de tres relatos para componer un volumen en tapa dura medio en condiciones, entre otras razones porque la última traducción publicada en nuestro país era muy mala.

Y resulta que Reino de Redonda, la curiosa y refinada editorial que el propio Marías dirige, ha publicado recientemente El coronel Chabert, acompañado de tres relatos (entre ellos La obra maestra desconocida, al que Pretextos dedicó no hace mucho un volumen con diversos ensayos, y que es el cuento que está detrás de La belle noiseuse).

Funambulista ha publicado este mismo año otra traducción de la misma novela, que hay que ver la demanda que hay en españa de los avatares del militar napoleónico, pero el comentario despectivo hacia la traducción no puede referirse a ella, sino, probablemente, a la de Mauro Armiño para Valdemar, realizada en la última década del siglo XX, e imagino que todavía accesible en las librerías.

(En la página de El funambulista se puede consultar íntegro el original francés y la primera traducción que se hizo al español, ambos ya de dominio público, obviamente)

viernes, 22 de julio de 2011

Lecturas de verano (III)

Primero un poco de cal y ahora viene la arena: más cómics recomendados pero cambiando de género. Del erótico al humor negro: El otro mundo, de Miguel Brieva, es un compendio de viñetas muy muy ácidas a todo color en el que los valores morales han sido suplantados por la necesidad de consumir, insuflada por la televisión.

Las calles de arena es una novela gráfica de Paco Roca que me regaló hace algún tiempo Susana, Borges y Lewis Carrol entremezclados en una historia onírica cuyo espíritu podría resumirse en este párrafo:

- ¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?
- Eso depende mucho de a dónde quieres ir - Respondió el Gato.
- Poco me preocupa dónde ir - Respondió Alicia.
- Entonces, poco importa el camino que tomes - Replicó el Gato.

Alicia en el País de las Maravillas





Y sí que va a entrar algo erótico, o medio porno, o llámalo X. El clásico de Nazario Ali Babá y los 40 maricones, que va ya por la tercera edición, y que rebosa alegría de vivir. La vida nocturna de la Barcelona de los 80 en un irrepetible fresco lleno de personajes entrañables y excéntricos.




Por último, como propósito de mis propias vacaciones, me gustaría leer la siguiente selección:

+ el último 'Texone'. El Oro del Sur, con guión de Antonio Segura y dibujo de José Ortiz. Unos súper clásicos de la historieta para la última aventura de Tex, a cuyas andanzas en el oeste americano soy aficionada.

+ Españistán, de Aleix Saló. La mejor explicación del timo del boom inmobiliario en clave de humor. El corto animado (http://www.youtube.com/watch?v=qc26QDAo2kw) es genial y me apetece leerme mucho el original en viñetas.

+ Tristísima ceniza, de Mikel Begoña e Ikañet, que recrea la historia de Gerda Taro y Robert Capa en el Bilbao de la Guerra Civil.



+ El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim. El Premio Nacional del Cómic 2010 narra la historia de un revolucionario que quiso volar con las alas de la ilusión y acabó estrellándose. Más guerra civil... pero nunca me canso.

Surgirán más cosas, pero esto es lo que tengo pensado. Estos días está en Gijón Melinda Gebbie, la dibujante de mi primera recomendación veraniega (Lost Girls), invitada en la Semana Negra de Gijón. Con ella, otros comiqueros como Miguelanxo Prado, autor del cartel. Además siguiendo esta moda erótica que invade el verano, se llevará a cabo una exposición dedicada a Guido Crepax y su Valentina, compuesta por 40 originales.



Lecturas de verano (II)

Otra recomendación erótica para pasar el verano. Esta vez se trata de una recopilación de historietas cortas escritas por la francesa Sibylline. Diversos dibujantes como Alfred, Capucine, Augustin, Vince o el norteamericano McKean se ponen al servicio de los guiones de Sibylline para contar estas Primeras veces (La Cúpula) que recrean desde una visita a un sex-shop hasta un intercambio de parejas, pasando por tríos, sodomía o una fantasía.

Desde el onanismo al sexo lésbico, Primeras veces describe situaciones de iniciación al sexo con las que la mujer puede sentirse identificada. "El sexo es ante todo un intercambio, un momento último de abandono donde hay que saber dejar a un lado todo pudor y toda angustia", escribe Sybilline en el epílogo, donde cuenta que el objetivo de estos relatos es "contar historias que recordasen que el sexo es hermoso y que dijeran que lo que para unos es exceso, para otros es normalidad".

jueves, 21 de julio de 2011

Lecturas de verano

Todos los periódicos de más o menos renombre aprovechan la torridez y el relajamiento de costumbres del verano para colar en sus páginas algún relato de contenido erótico, seudo erótico o sensual, así que yo no voy a ser menos y recomiendo para este verano como lectura interesante los tres tomazos de la novela gráfica Lost girls, de Alan Moore y Melinda Gebbie, editada en España por Norma.

La historia narra el encuentro, ya adultas de Alicia (de Alicia en el País de las Maravillas), Dorita/Dorothy (El Mago de Oz) y Wendy (Peter Pan). Los tres personajes se involucran en una serie de aventuras sexuales en el marco de una sociedad decimonónica muy reprimida.

Es de agradecer para los aficionados al género erótico que Alan Moore, el tótem de los guionistas de historietas (Watchmen, V de Vendetta, From Hell) nos haya dedicado estos libros preciosistas (e indisimulables en la playa, se advierte). El colorido exhuberante y los trazos sinuosos de Gebbie van acordes con la historia, un estupendo "what-if" para quien se quedó con las ganas de saber qué fue de las niñas de los cuentos.

lunes, 18 de julio de 2011

El descubrimiento de Carmen París



El viernes estuve en el concierto de Carmen París e invitadas y me gustó muchísimo, así que aquí rescato por cortesía de Youtube una de las canciones del show, interpretada en Pamplona pero en estilo e introducción prácticamente igual a la versión madrileña.

viernes, 15 de julio de 2011

Por una lectura trágica de El pirata



Proust dedicó cientos de páginas morosas a detallar el proceso por el que un rostro emerge del magma de deseo indiferenciado que supone el comjunto de potenciales objetos para la mirada masculina. Guerín explicó (también morosamente) en En la ciudad de Silvia como esa elección de objeto era la premisa básica para que pudiera surgir el relato. Minnelli y Kelly dedican el primer número musical de The pirate ha describir gozosamente ese errar del deseo entre un número potencialmente infinito de hermosas damas, indiferenciadas porque a todas Serafín/Gene Kelly llama igual, Niña (en español, que se supone que el personaje es un cómico madrileño), para evitar enojosas confusiones.

http://youtu.be/x4_IiHf8hCw



Como esto es una comedia musical, en seguida aparece la figura que emregerá de esa indeferenciación para fijar el anhelo del protagonista, un objeto con un rostro (el de Judy Garland) y, por supuesto, un nombre, Manuela. Manuela va a casarse con el alcalde rico de su pueblo, y antes de verse encerrada en un matrimonio de compromiso y en una hacienda lujosa se acerca, por última vez, a ver la vida de un puerto y el mar del Caribe, que aquí no aparece como esa playa pasadisíaca de los anuncios sino como unas olas pulsionales que arremeten contra un dique que apenas pueden frenarlas.


En su espectáculo Serafín hipnotiza a Manuela, y ésta se marca un baile orgiástico en el que emerge su oculto deseo, nada menos que ser raptada y violada por el mítico pirata Macoco. Un baile salvaje que levanta el entusiasmo entre el público y el terror en Serafín, que asiste impotente a la emergencia de esta pulsión desenfrenada. Manuela se siente bastante humillada porque su inconsciente se haya hecho tan público y huye a recluirse a su pueblo y a su plácido matrimonio por conveniencia.

http://youtu.be/lJWTRK2yObU


Esto sólo es el comienzo, porque el cómico y su troupe siguen a la dama hasta su villa, y Serafín se atreve a invadir los aposentos privados de Manuela. Cuando el alcalde, Don Pedro, lo descubre, la peli da un giro (todavía más) demencial: Serafín (y el espectador) descubre(n) que, en realidad, Don Pedro es el temido y buscado pirata Macoco, que retirado de sus aventureras fechorías se ha reconvertido en acaudalado y respetable cacique de provincias. Como en la canción del ramito de violetas, resulta que en la misma persona coinciden el tedioso marido y la anhelada figura romántica, si bien aquí las claves libidinales sólo las posee el cómico, que se mete en un disparatado juego de chantajes e identidades: se presenta ante el pueblo (y Manuela) como el verdadero Macoco y exige, para no arrasar la ciudad y pasar a cuchillo a sus habitantes, que le entreguen a la doncella que se iba a casar con el alcalde.


Aquí hay un par de escenas desternillantes en las que las fuerzas vivas se arrodillan ante la puerta de Manuela suplicando que se inmole en las fauces del monstruo para salvar a la comunidad, mientras al otro lado la Garland se pone sus mejores galas y se hace de rogar. Finalmente sale vestida de negro y pasea por todo el pueblo, lista para el martirio sexual, pero la pobre descubre en seguida que el supuesto amo de un goce salvaje es un fraude, que para eso Minnelli pertenece ya a la escritura postclásica, allí donde los hombres no están nunca a la altura de la demanda femenina. The pirate es un film donde abundan los decorados y las representaciones, y Manuela finalmente optará, cuando tenga la oportunidad de elegir, por el falso Macoco. Descartada ya la posibilidad de un goce verdadero, preferirá dedicarse el resto de su vida a hacer literalmente el payaso.



jueves, 14 de julio de 2011

Miscelánea




Ana Karina, en Made in USA, se queja de que en el sitema solar nunca pasa nada, mientras que en el resto del universo estallan galaxias todos los días.




En Érase una vez en América las amantes de Max (James Woods) son las mujeres que previamente ha violado Noodles (Robert de Niro).



Introducción de Manuel Vilas a su poesía reunida: Me gusta mi poesía, me da alegría cuando la leo, me pone de buen humor, me río, me mete caña, me entran ganas de vivir, me entran ganas de fiesta.



Reivindicación de un embarazo sublime: Vi la imagen de una mujer que tenía una forma humana íntegra encerrada en su vientre. Y he aquí que, por secreto designio del Supremo Creador, esa forma de hombre realizó un movimiento como señal de vida; entonces una esfera de fuego inundó el corazón de esa forma y, tocando su cerebro, es expandió a lo largo de todos sus miembros.
(Visión de Hildegarda von Bingen, recogida en su libro Scivias)

Para una teoría sobre el cine europeo


Hay un momento en El Gatopardo en el que Burt Lancaster se queda embelesado mirando a la pareja que forman los guapísimos Alain Delon y Claudia Cardinale bailar, y comenta para sí que ha llegado la hora del relevo. La reflexión puede entenderse como una utopía cinematográfica, una declaración de intenciones por la que se consideraba que el cine europeo, o el italiano, podía tomar el relevo de Hollywood como máquina de construcción del imaginario popular.


La cosa no llegó a cuajar, tal vez porque Europa no llegó a crear un cine global, dividida entre productos autorales que dan la vuelta al mundo en festivales y filmotecas, y que son degustados por una minoría elitista y películas populares que rara vez dan el salto fuera de las fronteras nacionales. El otro día pusieron una película de acción en Antena 3 que se titulaba Transporter 3, que lleva hasta el extremo la prácticas empresariales modernas, pues el protagonista es una especie de taxista muy eficaz al que subcontratan para trasladar secuestrados de punta a punta de Europa. Bueno, pues estaba claro que la peli era europea porque las persecuciones tenían lugar en desiertas carreteras de dos direcciones, y no en autopistas abarrotadas, que es por donde los policías americanos se empeñan siempre en perseguir a los malos (el otro dato que hizo la adscripción geográfica definitiva es que, en un momento dado, la chica se empeña en seducir al sieso del prota, y no se le ocurre otra cosa que exhibirse ante él haciendo pis, técnica escatológica que ningún estudio norteamericano hubiera dejado pasar en el guión).

Bien es cierto que, a veces, parece que los americanos se empeñan en exhibir su poderío de manera excesiva. Si resulta un misterio el por qué, por ejemplo, en todas las cafeterías filmadas por Godard sólo hay una mesa (a lo sumo dos), más inverosímil resulta que en Estados Unidos todas las cafeterías y restaurantes estén a todas horas a reventar, da igual que se trate de un restaurante de lujo, una taberna de barrio o una cafetería de aeropuerto.

miércoles, 13 de julio de 2011

Majaras de África


Para sorpresa y estupor de los cinéfilos españoles Golem se ha descolgado con el estreno de una peli de Claire Denis, lo nunca visto en este país. Es cierto que White material llega con un par de años de retraso, y que le han cambiado el título y la han vendido como un remake arty de Memorias de África, pero bueno, eso importa poco.

White material comienza con una casa que arde y una Huppert aferrada a una plantación de café en trance de abandono por el resto de ocupantes. Lo que en un principio parece una apuesta heroica se reconoce en seguida como una rasgo más bien de locura, si bien esto, más que con el lugar, se vislumbra en la relación, un tanto incestuosa, que mantiene con su hijo, que el espectador intuye al principio, y luego verifica, que está todavía más loco que la madre. Esta locura se expande en el film a través de la figura de una banda de rebeldes compuesta por unos niños soldados, encarnación de una pulsión sin límites que arrasa con todo lo que se tropieza por el camino.

Los chavales en cuestión van en busca de una figura carismática, el Boxeador, alguien que podría ocupar la posición del padre manifiestamente ausente, pero que nadie se asuste, que ya en el primer plano se nos muestra al Boxeador como cadáver, y para que quede claro que su muerte no es de las sacrificiales del cine clásico el último plano del film lo desmiente explícitamente.

White material es tan hipnótica como suelen ser las pelis de la Denis cuando le salen bien, está articulada a través de imágenes sensoriales, al borde de la asignificación, que sin embargo acaban trazando un relato, o al menos una posibilidad de relato, o una ruina de relato. A raíz de su estreno me he enterado de que la directora proviene de una familia de colonos africanos, lo que explicaría la verosimilitud en el trazo de los personajes, lo que a priori no parecería situarse entre los principales intereses de la autora. Como el film parece ser que no ha ido mal en taquilla, igual Golem deja de estrenar las chorradas a las que últimamente se dedica, o al menos deja un huequecillo para pelis buenas, que es algo que tampoco hace daño a nadie.

El patriarca y las estrellas


El Gatopardo (película) y El Gatopardo (novela) comienzan con una escena coral en la que la familia Salina reza el rosario. En el film nos enteramos a continuación, por medio de un mensajero, de varias noticias alarmantes acerca de la situación política. Fabrizio (Burt Lancaster) toma medidas enérgicas, rápidas. Sus órdenes son acatadas de inmediato. Se diría que estamos en la apoteosis del orden patriarcal. Una de sus instrucciones perentorias se refieren a un viaje inmediato a Palermo, para lo que reclama la compañía de un sacerdote, tratado como un lacayo más. Para estupor del espectador (por lo menos mío, que no recordaba la escena), el super pater, en esos momentos de crisis, se va de putas. He esperado para escribir esta entrada a releerme la novela, por ver si el comienzo era similar. Y sí, en el libro también Fabrizio decide marcharse de turismo sexual en el momento en que el orden feudal que encarna y representa está a punto de venirse abajo, si bien Lampedusa tiene más tiempo para justificar las erupciones libidinales de su protagonista.

Es curioso que un libro tan gozosamente amateur como éste contara con unos guionistas tan buenos y profesionales para su adaptación a la pantalla, que casi no se dejaron reflexión alguna fuera del film, insertándolas muy inteligentemente en diálogos de todo tipo. Hace poco hablaba con Susana de la mitología perfeccionista que rodeaba al rodaje, con las obsesiones de Visconti para que los calzoncillos y las cucharillas fueran de época, aunque luego se tuviera que traer a Burt Lancaster para hacer de protagonista, y a Alain Delon de partenaire, que como se sabe son dos sicilianos de pura cepa.

De todos los temas que aparecen en la novela, el único crucial al que tuvo que renunciar la adaptación fue a la relación del Príncipe con la astronomía. Si bien aparecen numerosos telescopios en alguna secuencia, que da pie a imaginar su interés por los astros, en el libro las reflexiones sobre el devenir de las estrelas son claves para entender al personaje, por un lado su vertiente "ilustrada", que lo hace un poco marciano entre sus iguales, por otro su visión del cosmos como una estructura ordenada, que responde a leyes matemáticas; una "música de las esferas" que se opone radicalmente al caótico devenir humano, donde predominan el azar y la arbitrariedad. En este sentido, Fabrizio es un personaje netamente romántico, y participa de ese sentimiento de ruptura definitiva entre los órdenes angélicos y humanos que se vivió en el romanticismo, cuando los dioses dejaron de comunicarse con los hombres. Un momento en que el cosmos tenía todavía rasgos del Medievo y, sobre todo, del Renacimiento, esa época en que los médicos estudiaban astrología porque se pensaba que entre el macrocosmos y el hombre había una relación especular.

Hoy las cosas han cambiado, y vuelve a haber relación entre los órdenes cósmico y humano, si bien esto más se debe a que nuestras ideas sobre el universo han cambiado completamente: el cosmos ha devenido el lugar donde el caos y la violencia tienen su lugar de residencia privilegiado, y todos los días estallan entrellas, o implosionan, o agujeros negros se tragan galaxias enteras, y hemos convertido el cielo en un trasunto de nuestro inconsciente desmelenadamente pulsional.

martes, 12 de julio de 2011

Días felices en instituciones públicas II



Dos mínimos reproches me dirige mi mujer cuando vuelvo de la biblioteca: que para qué me saco esos tochazos que es imposible que me lea antes de que los tenga que devolver, y que para qué me traigo más libros, con los que hay en casa sin leer (si los libros me los compro los reproches suben un poco de nivel, no sólo por el gasto sino porque hay que buscar un sitio permanente).


Siempre le contesto que el placer de escoger un libro es diferente (e independiente) del que procura su lectura, y si tengo ganas (o si las tiene ella) me extiendo un rato acerca de las características compulsivas del deseo humano, y me invento referencias a los comentarios de Freud acerca de la pulsión repetitiva (esta segunda parte no suele ser necesaria porque a mi mujer le aburre).


El caso es que varias veces al mes me paso por las bibliotecas que frecuento, y me enfrento ese pequeño momento abisal en el que tengo que tomar una determinación y elegir los libros que me llevo, y, sobre todo, los que abandono. ya he contado alguna vez como a veces obligo a toda mi familia a acompañarme, y me saco diez libros de una tacada, lo que no significa gran cosa, porque la relación entre lo que me llevo y lo que dejo atrás sigue siendo prácticamente la que hay entre cualquier número natural y el infinito.


Esta mañana he aprovechado una pequeña escapada a Madrid (con ocasión de unas gestiones burocráticas y, sobre todo, una quedada con mi hermano para ir a ver Érase una vez en América a los Verdi) de mis vacaciones bucólicas en la Segovia rural para acercarme otra vez a la María Moliner (que es como llamamos en casa a la excelente biblioteca de nuestro barrio -porque es su nombre, claro-), y me he decidido por Edén, de Alejandro Rossi, que el otro día me entraron ganas de leer algo suyo a raíz de una entrada de Francis Black. Si bien él escribía de El cielo de Sotero, me sacado éste porque estaba en Lumen y no en Anagrama, y me gusta más la tipografía de aquella, que además edita con tapa dura. Tenía en mente buscar El fuego secreto de los filósofos, de Patrick Harpur, libro que me había recomendado Inka Martí en su famosa dedicatoria (famosa para los que lean este blog, claro), y del que también cuenta maravillas Pedro Aguilera, director de Naufragio, pero algún ser depravado se lo ha llevado y no lo ha devuelto en su plazo correspondiente, así que he optado por otro libro del mismo autor (y editorial), Realidad daimónica. Y para terminar me iba a llevar los Sonetos a Orfeo, de Rilke, pero no he encontrado ninguna edición bilingüe, una manía que tengo para los libros de poesía, aunque haya olvidado todo el (poco) alemán que alguna vez aprendí, y como poco antes me había paseado por el blog de Manuel Vilas he acabado sumando al pack Amor, la recopilación de la poesía de Vilas que hace unos meses editó Visor.



Y aquí termina este relato minucioso y épico de las vicisitudes de un ratón de biblioteca, para ilustración de como funcionan los mecanismos mentales de un adicto a los libros.


Días felices en instituciones públicas I



Dos edificios públicos representan para mí las más altas cumbres de la civilización: la sala de proyección de la Filmoteca Española y la Biblioteca Pública María Moliner, que es la que está en mi barrio (acompañada por la Ruiz Egea, que es donde me aprovisiono de dvds). Las dos ofrecen alimento de primera calidad prácticamente por nada (la entrada de la filmo, en mi condición de patriarca de una familia numerosa, me sale a euro y medio, mientras que arramblar con tres libros y tres pelis sale gratis en la biblioteca).


La Filmo tiene en marcha un ciclo de Robert Aldrich, director que no me llama en exceso la atención, y tiene anunciada en su página próximos ciclos de Berlanga, Portabella, Jacques Demy, Raúl Ruiz, Tourneur y Nicholas Ray, más algo que llama O Dikhipen, que no tengo ni idea de lo que es. Y para agosto una retrospectiva de los estudios Mosfilms, donde con un poco de suerte podré ver alguna de esas películas rusas estupendas de las que de vez en cuando habla Jesús Cortés en su blog, y de las que no había oído hablar en mi vida.


El otro día hice un pequeño experimento sociológico y me llevé a mi hijo mayor a ver Doce del patíbulo, que yo había visto de adolescente, para ver qué le parecía a un espectador sin perspectiva histórica y acostumbrado a un cine de acción muy espectacular. Dirty dozen pertenece a un período en el que el relato clásico hacía aguas y empezaban a imponerse tendencias que se expandirían progresivamente; la pérdida de la densidad narrativa, la espectacularización de la acción, la emergencia de la figura del destinador obsceno (o la desaparición del arquetipo del padre simbólico, como se prefiera). Sospechaba que, situada a medio camino, la película se quedase en tierra de nadie y resultase insatisfactoria para el espectador de hoy. Bueno, a mi hijo le encantó, y a mí me sorprendió también la eficacia que el film mantenía. Todavía conservaba cierta densidad "clásica" a la hora de afrontar la narración de un acto heroico, y el clímax alargado en su resolución no responde a la economía de la pura fascinación escópica que arrasa en los interminables filmes de acción de nuestros días, sino que responde a un tempo con una lógica inherente a la acción que se nos muestra. Por otro lado, la ambigüedad moral con la que se retrata la guerra (la película cuenta el lado oscuro de una de las gestas más conocidas de la segunda guerra mundial, el desembarco de Normandía: unos condenados a muerte conmutan su pena por una acción suicida, que consiste en asesinar a los militares que asisten a una orgía en un castillo francés), muy acorde con los años sesenta, no deviene una indiferenciada apología de la obscenidad. Y, para finalizar, a Aldrich le dejaron tiempo para poder dotar de individualidad a sus personajes, nada que ver con esos ridículos estereotipos que pueblan el nunca suficientemente denostado cine de Bruckheimer.

De la imposible posición femenina


¿En qué forma, dada su difícil situación de mujer, podría revelarle sus verdaderos sentimientos?

Persuasión, Jane Austen


Tengo a Susana, fundamentalista austeniana, investigando el enigma de Persuasión, última novela escrita por Jane Austen, antaño novelista de culto para círculos refinados, y desde hace un par de décadas fenómeno de masas descomunal a nivel planetario.

El caso es que Persuasión iba para obra total, novela absoluta, y, sin embargo, imagino que por razones de salud, la escritora no remató el libro con el final apoteósico que tan meticulosa y magistralmente había preparado. Según se acerca el desenlace, y con todos los personajes con un mínimo de importancia residiendo en Bath (una ciudad de veraneo), se anuncia una reunión social a la que acudirán todos, con varias líneas de tensión en marcha, ya maduras para su resolución (desde luego, el definitivo colofón del eterno affaire entre el capitán Wentworth y Anne Elliot, pero también varias subtramas que esperan su resolución, sobre todo en lo que se refiere a Mr. Elliot).

Resulta evidente que Austen había planificado un tour de force para dar salida a todas esas historias, la escena de las escenas, pero se debió de ver incapaz de llevar a cabo tamaña empresa, a la altura de su talento pero se ve que no de sus fuerzas en ese moento de su vida. La novela, desde luego, está cerrada, pero da la impresión que de manera provisional, tal vez a la espera de que una mejoría trajera energía para la descomunal empresa que implicaba el ambicioso planteamineto en marcha. Una verdadera lástima, porque de otra manera estaríamos hablando no de una obra maestra, sino de una de las cinco mejores novelas de la literatura inglesa.



viernes, 8 de julio de 2011

Una cofradía de las que molan


El fin de semana del 15 al 17 de julio son las fiestas de Vallecas, y este año es la 30 edición de la celebérrima Batalla Naval. Todos los años tengo que oir a alguien que me dice que tal y como está el agua, el país y el mundo en general es un escándalo que se desperdicien cientos de millones de litros de agua en que se divierta la gente.

Y mi opinión es: que dado que no se gastan cientos de millones de agua sino un par de camiones cisterna pagados por los vecinos vallecanos, y puesto que es por el bien común de ocio laico e incluso reivindicativo, ¿no será eso lo que les jode? Y mientras, los campos de golf se siguen regando y las piscinas están a rebosar.


Ayer en la librería La Esquina del Zorro (http://www.librerialaesquinadelzorro.com) pude ver el cómic de Azagra que celebra la efeméride. La Esquina del Zorro es uno de esos milagros de cultura que florecen en algunas esquinas del asfalto capitalino, un proyecto de ilusión con mostradores llenos de libros, libros en papel, con los que se puede soñar.


Vallecas sigue siendo, por fortuna y esperemos que durante mucho tiempo, un barrio.

http://www.nodo50.org/cofradiamarineravk/

martes, 5 de julio de 2011

Un western melancólico


El jueves pasado asistí al preestreno de Blackthorn, la última de Mateo Gil. Es una apuesta arriesgada hacer una peli de un género tan extraño a la tradición cinematográfica española, por mucho que en nuestro imaginario las películas del oeste estén cercanas por la paletada de westerns que desde que se inventó el cine realizan los americanos, auténticos apasionados del género.

Pese a esto, la película de Gil es un western irreprochable en su factura: los paisajes, la puesta en escena, la caracterización... Todo respira calidad y consistencia. Es el guión el que, a fuerza de crepuscular y melancólico, se queda un poco flojo ante tanta belleza contundente del paisaje, los caballos, los indios bolivianos adustos como estatuas.

Mucho más modesta que "Sin perdón", pero rescatando ese duelo de contraste entre un veterano curtido en mil batallas y un joven imprudente pero arrojado, la historia adolece de cierta calma chicha y sólo al final, cuando las cosas se animan, parece el director tomarle el pulso a la dinámica del género.

Aún así la película se visiona bien, y sólo desde el principio se atraganta ese Eduardo Noriega increíble, en el sentido literal. Por muy bien que pronuncie el inglés, no consigo imaginármelo más que luciendo palmito en la portada de una revista de moda. Sam Shepard y Stephen Rea, sin embargo, parecen haber nacido con las espuelas y el sombrero puestos. Y aunque también salen mujeres, no encontré ni la sombra del personaje de madre castradora tan caro a Enrique. Es una historia de hombres solos, y como tal me recuerda a los cómics de Tex, que descubrí de pequeña y de los que sigo siendo una devota fan.

lunes, 4 de julio de 2011

La medicalización


El proceso de victimización culmina con la administración de fármacos, sin diagnóstico, fórmula victimizadora por excelencia. ¿Por qué si a la frase "Me duele todo" la respuesta es "Usted no tiene nada", entonces le recetamos un fármaco o un psicofármaco? ¿Por qué medicalizar en lugar de escuchar y diagnosticar?

Cuando hablamos de medicalización hablamos de consumismo, de excesos; cada vez se consumen más fármacos, con o sin receta, en nombre de la prevención o de la calidad de vida en los países donde se pueden pagar. Porque para que las enfermedades reales y bien reales de los pobres no se investiga nada que no salga rentable.
Es evidente que la evolución de la farmacología, la introducción comercial de las sulfamidas en el año 1935 y de los antibióticos después, con la comercialización de la penicilina hacia el año 1942, han contribuido a mejorar la esperanza de vida al evitar las muertes por infecciones, neumonías y sepsis, que eran la primera causa de muerte prematura (...). Pero de no tener fármacos, hemos pasado a un exceso de administración en los países llamados "desarrollados" que los pueden pagar, para tratar problemas sociales o situaciones de estrés, y a convertir en enfermedades procesos fisiológicos, como la menopausia y el parto. Fenómenos que son procesos de la vida se convierten en enfermedad, como la pobreza, la precariedad laboral y la soledad. Estamos medicalizando a los pre-enfermos.

Lo que determina la medicalización en Occidente es la misma industria farmaceútica y su tendencia a obtener beneficios vendiendo todo tipo de productos aunque no sean necesarios. Es clásica la frase de Henry Gadsen, director de Laboratorios Merck, en declaraciones a la revista Fortune en 1976: "Es una pena que los únicos clientes de los productos de mi compañía sean los enfermos. Si pudiera conseguir producir medicamentos para los sanos, entonces podría vender a todo el mundo". El objetivo de tratar a personas sanas se incardina en una cultura desarrollada como la occidental, que considera los medicamentos, sean del tipo que sean, como fórmulas de soportar la incertidumbre de lo que pasará y superar la angustia ante lo desconocido. También la cultura de la pastilla da lugar a la sociedad de la prisa, que no tiene tiempo de incubar correctamente un resfriado o una gripe, guardando cama dos o tres días, y quiere pastillas para acabar antes.

Carme Valls-Llobet: Mujeres, salud y poder. Ediciones Cátedra, 2010

Un sueño que se cumple

Teddy Bautista a disposición judicial tras el registro de la sede de la SGAE

http://www.elmundo.es/elmundo/2011/07/01/espana/1309511681.html

sábado, 2 de julio de 2011

Elogio de lo público



He estado unos días en la playa de Conil, en la costa de Cádiz. La zona es preciosa, y según mi hermana, que vive en Algeciras, no está más explotada porque el viento puede ser infernal durante días y arruinar unas vacaciones, lo que impide un desembarco masivo de capital, siempre tan conservador para según qué cosas.



En cualquier caso la playa es preciosa, y perfectamente accesible. Como ha hecho bueno había bastante gente. En los anuncios, que son los textos de la cultura de masas más caros y cuidados, siempre aparecen los protagonistas en lugares exclusivos y solitarios. Si en algún momento se ven atascados por la multitud, es sólo para poder escapar mejor gracias al objeto mágico que se anuncia. No entiendo ese prestigio popular de la exclusividad. Lo divertido de un lugar público es que haya mucha gente, desconocidos que coinciden en un momento dado en un mismo punto.



Nada más deprimente que un cine, un teatro, una biblioteca, un museo, un bar, un tren, una playa y hasta una iglesia vacía. Siempre hay exquisitos que se pirran por calas desiertas, restaurantes recónditos o clubes exclusivos, pero ese afán es el lado más vulgar de los discursos de nuestros medios de comunicación.



Ayer Ignacio Echevarría publicaba un artículo en El cultural de El Mundo señalando que la aparición de autores supuestamente prestigiosos en las listos de libros más vendidos podía ser indicio de una asimilición de las técnicas literarias de los best-sellers, a los que el nombre del escritor (citaba a Javier Marías) daría una pátina de prestigio. El artículo en sí era de una pobreza teórica pasmosa, pero lo gracioso es que el crítico lo publicara desde una tribuna tan políticamente barriobajera como es ese periódico, entregado compulsivamente a excitar los bajos instintos de sus lectores.