martes, 5 de julio de 2011

Un western melancólico


El jueves pasado asistí al preestreno de Blackthorn, la última de Mateo Gil. Es una apuesta arriesgada hacer una peli de un género tan extraño a la tradición cinematográfica española, por mucho que en nuestro imaginario las películas del oeste estén cercanas por la paletada de westerns que desde que se inventó el cine realizan los americanos, auténticos apasionados del género.

Pese a esto, la película de Gil es un western irreprochable en su factura: los paisajes, la puesta en escena, la caracterización... Todo respira calidad y consistencia. Es el guión el que, a fuerza de crepuscular y melancólico, se queda un poco flojo ante tanta belleza contundente del paisaje, los caballos, los indios bolivianos adustos como estatuas.

Mucho más modesta que "Sin perdón", pero rescatando ese duelo de contraste entre un veterano curtido en mil batallas y un joven imprudente pero arrojado, la historia adolece de cierta calma chicha y sólo al final, cuando las cosas se animan, parece el director tomarle el pulso a la dinámica del género.

Aún así la película se visiona bien, y sólo desde el principio se atraganta ese Eduardo Noriega increíble, en el sentido literal. Por muy bien que pronuncie el inglés, no consigo imaginármelo más que luciendo palmito en la portada de una revista de moda. Sam Shepard y Stephen Rea, sin embargo, parecen haber nacido con las espuelas y el sombrero puestos. Y aunque también salen mujeres, no encontré ni la sombra del personaje de madre castradora tan caro a Enrique. Es una historia de hombres solos, y como tal me recuerda a los cómics de Tex, que descubrí de pequeña y de los que sigo siendo una devota fan.

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