sábado, 25 de junio de 2011

Cuerpo y justicia


El otro día volvía a ver El padrino en un cine (por cierto, la sala de los verdi estaba hasta arriba), y volvía a quedarme con la boca abierta de admiración ante este comienzo deslumbrante y perfecto, uno de los más memorables de la historia del cine.
Un primer plano que se va abriendo lentamente de un padre que narra una tragedia familiar, la hija idolatrada que ha sido violada por dos amigos, la justicia que se ha mostrado condescendiente con el abuso de un cuerpo "de segunda", la hija de un inmigrante italiano. A estas alturas sabemos que en el contracampo espera Vito Corleone, pero su aparición se hace esperar. Mientras tanto, sabemos que vamos a asistir al derrumbe de la mitología ilustrada acerca de la justicia y la igualdad, el último constructo mítico que Occidente ha articulado. La emergencia de lo real en forma de ese cuerpo destrozado ha bastado para designar como mascarada todas las promesas que representan los valores de EEUU. A partir de ahí, retrocedemos a formas más primitivas y pulsionales de relación, pero también más efectivas. Se renuncia al concepto de ciudadanía, que sólo garantiza un frágil e imaginario espejismo de igualdad, para recuperar los ancestrales lazos de vasallaje del feudalismo, que implican un espacio donde la subjetividad se mueve más a gusto, aunque impliquen una pérdida de libertad formal. La objetiva relación a través del dinero se sustituye por una deuda moral que no concluye nunca. La maestría de El padrino es contar este desplazamiento ético desde dentro, desde ese mundo de valores cuasi medievales que a la mayoría nos es ajeno y que, sin embargo, acabamos aceptando como lógico y racional.
Dos padres hablan de sus hijas en la secuencia, aparentemente en extremos opuestos en cuanto a periplos vitales, una ha sido brutalmente utilizada por su novio como cuerpo excrementicio, la otra resplandece como objeto sublime, exultante de felicidad, el día de su boda, justo al otro lado de la pared. Y, sin embargo, el destino de la primera parece contaminar el de la segunda, hasta que ambas se convierten en el mismo cuerpo golpeado: cuando vemos a la hija de Corleone con la cara hinchada por las palizas de su marido recordaremos esa primera chica violada con la que el film comienza su andadura.

El ángel violador



Aparece un ser volador con dos alas muy pequeñas, transparentes. Se abalanza sobre mí, y a pesar de su reducido tamaño, me tumba en el suelo, se coloca encima, y me sujeta los brazos con las palmas de la mano mirando hacia el cielo. Con sus uñas rasga la piel del interior de mis antebrazos y abre cuatro regueros de sangre. Después coloca su cara encima de la mía, muy cerca, y echa un chorro de saliva cristalina en mi boca.



Este es el sueño más erótico que he encontrado en el libro de Inka Martí, aunque destaca más su coloración vagamente siniestra.






viernes, 24 de junio de 2011

Sicilia!


La peculiar política de reposiciones estivales de los Verdi ha hecho que me haya visto casi seguidas dos de las películas más famosas de la historia del cine con sicilianos dentro, El Gatopardo y El Padrino, las dos restauradas por diferentes motivos, aunque algo me dice que la copia que proyectan del film de Visconti no es exactamente la suntuosa restauración que de la mano de Scorsese se presentó en Cannes el año pasado (en cuanto a la proyección digital de El padrino, la tecnología de los Verdi madrileños deja bastante que desear).



Las dos tienen un original literario de éxito detrás, si bien a día de hoy, e imagino que ya para toda la eternidad, la novela de Lampedusa le gana al best-seller de Mario Puzo en prestigio académico por goleada, y prueba de ello es que un snob irredento como yo se ha leído el libro del fundamentalista stendhaliano y nuca ha tenido interés por acercarse a la fuente escrita de la película de Coppola, que por otra parte tiene pinta de ser muy interesante. Otro elemento que tienen en común las dos películas es que sitúan en su centro una figura patriarcal a cuyo alrededor gira toda la trama, cuyo principal hilo conductor es la transmisión al heredero de toda una serie de bienes tangibles (posesiones, dinero) e intangibles (poder, prestigio social) que aquí resumiremos con el habitual y expresivo término de El Nombre del Padre.



También algunas características de ambos herederos son comunes: los dos poseen, inicialmente, una posición periférica en el denso cosmos familiar que se nos muestra: Tancredi (Alain Delon) es sobrino, y no hijo, de Don Fabrizio, mientras que Michel (Al Pacino) es el hijo pequeño de Vito Corleone, apartado de las actividades más siniestras de la familia y destinado a un futuro "blanco" en la política. El protorelato que nutre ambas narraciones es el del hijo pródigo, esa fascinante parábola evangélica que ilustra el paradójico hecho de que es el hijo rebelde y marginal el que está llamado a reproducir el orden patriarcal.


Dejo para otras entradas las notables y significativas divergencias que separan ambas películas, diferencias con las que, prácticamente, se podría contar la historia del cine.

jueves, 23 de junio de 2011

Aguilera visita a Jodorowsky

Para Amós, aficionado a Jodorowsky y a los caminos del héroe


miércoles, 22 de junio de 2011

Los restos del Naufragio (del relato)



Debo a la perseverancia de Alejo el haberme acercado a los Renoir a ver Naufragio (había otro marciano en la sala), segunda película de Pedro Aguilera. Naufragio puede entenderse de dos maneras (no excluyentes): como un acto de resistencia ante la erosión del relato, articulando un trayecto heroico mínimo con los mimbres que todavía perviven, o como un acto de reconstrucción de la posibilidad misma de construir un relato (en el sentido fuerte del término) a partir del grado cero en el que la narratividad se encuentra en Occidente.


Resistencia o reconstrucción, en Naufragio asistimos a la tarea emblemática del héroe, la restitución del Nombre del Padre, a través del periplo de Robinson, a la vez inmigrante ilegal y semidiós mítico que las aguas arrojan a una terra incógnita, cual Ulises contemporáneo. En su camino atraviesa pasaísos (cultivos en invernaderos) e infiernos (fábricas de explosivos) y se tropieza con ambiguos personajes. Sólo uno, el patriarca de los inmigrantes que lo acoge en su casa, intuye el destino simbólico del protagonista; como uno de los actantes de Propp será el encargado de donar al héroe el objeto mágico que le ayude a llevar a término su trabajo. El resto se mueve en el magma de la asignificación, hundidos en una cotidianeidad sin sentido. Contra ese abismo de insignificancia (de los textos contemporáneos) se alza el esfuerzo del héroe (y de la película) por dibujar una posibilidad de sentido.

jueves, 16 de junio de 2011

La imposible busca del arca perdida



El finde pasado ponían En busca del arca perdida en Antena 3 o la Sexta, en cualquier caso una de esas cadenas que siguen poniendo publicidad durante las películas. Vista a salto de mata y con interrupciones la película de Spielberg gana, o se hacen más visibles sus virtudes (sus abundantes defectos siguen en el mismo sitio).


El tándem Lucas/Spielberg muestran un anhelo infinito por recuperar cierto epos aventurero de su juventud, pero no hacen más que clavar el clavo definitivo del ataúd del relato clásico: se diría que Spielberg, consciente de la pérdida de la densidad del cine contemporáneo, tira por lo alto y se apunta a dos narraciones fundacionales del imaginario norteamericano: el último mito heroico que ha fabricado Occidente (la lucha contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial) y uno de los primeros, la elección del pueblo judío (que es como decir la protooccidentalidad) como pueblo elegido por Jehová, que ya se sabe que los norteamericanos están convencidos de que nunca un pueblo ha sido tan manifiestamente señalado por la divinidad como el suyo para llevar a cabo los designios de las alturas, convencimiento probablemente ayudado por una deficiente escolaridad.


Como suele ocurrir en estos casos, tan aparatosa acumulación deriva en kitsch algo hortera, y donde DeMille conseguía en Los Diez Mandamientos (explícitamente citada en Indiana Jones) un Egipto pleno de invención, aquí tenemos una especie de esculturas falleras de corte orientalista. Lo que no quita para que se pueda considerar la nostalgia de lo sagrado (paralela a la nostalgia del gran cine, igualmente inalcanzable) como una postura sincera en Spielberg.


Lo que no recordaba de mi primer y aburrido visionado de esta peli era la ecuación que enlaza lo sagrado que anida en los dos elementos que focalizan el deseo de los protagonistas: por un lado el arca de la alianza, que no sé si se explica las razones por las que está en una tumba egipcia, y por otro lado la mujer. Estos dos objetos de deseo son enlazados explícitamente en un momento especialmente feliz: parece ser que hay un medallón que permite el acceso al arca, medallón que se supone en posesión de la mujer. En un plano estupendo, vemos como efectivamente ella lo saca directamente de su interior, como si saliera de su regazo. A partir de ese momento, establecido el concepto de lo sagrado como un interior (el interior de la mujer, el interior del arca), queda claro que el héroe que sea capaz de acercarse adecuadamente a ese espacio sacralizado será el que triunfará en la tarea que marca el relato.


Lo curioso es que esa mujer no comienza en la posición habitual en los cuentos clásicos, como objeto fascinante de imposible acceso. Ex-amante abandonada de Indiana Jones, su lugar es el del objeto excrementicio. la labor aquí será, por tanto, volver a colocarla en el espacio del objeto sublime, de la misma manera que cada bando tiene un destino diferente para el arca sagrada: los alemanes pretenden darle un uso demoníaco (de la misma manera que sólo se plantean violar a la protagonista), el francés antagonista de Indiana parece sumido en una posición manifiestamente perversa, tanto ante la reliquia como ante la mujer, a la que disfraza de novia para entregarse a absurdas maniobras fetichistas. Sólo el héroe spielberiano parece capaz de operar más o menos adecuadamente en ese espacio, sin que las dudas le abandonen nunca (¿qué hacer con la mujer?¿qué hacer con el arca?).

Spielberg fracasa estrepitosamente en esa ridícula escena en que el arca es abierta y la emergencia de la Cosa Materna insoportable aniquila a francés y alemanes, y hasta Indiana hace el tonto pidiéndole a su chica que cierre los ojos, que mira que no saber a esas alturas que mujer y arca son lo mismo. Así, es castigado sin el premio que se merecen los héroes de los cuentos de hadas, la princesa. En el último plano, una cita de Ciudadano Kane, se muestra como Occidente esconde en su pulsión clasificadora y coleccionista su incapacidad para reactualizar un relato simbólico que permita un conocimiento no aniquilador sobre lo sagrado.

viernes, 10 de junio de 2011

Sobre la demencia que nos invade



¿No es cosa extraña ver con cuánta facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones y mentiras, sólo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus libros?



Si bien en un principio pensaba que sólo los cientos de profundos subnormales que habitan el submundo del hooliganismo madridista podían dar alas a las cretinadas del incompetente portugués que el mafioso Floro ha puesto al frente de esa excrecencia franquista que es el Real Madrid, la experiencia me ha hecho darme de bruces con sensatos cuidadanos que están convencidos de que los árbitros robaron al Madrid su merecido pase a la final de la Champion, a pesar de que decenas de millones de espectadores objetivos pudieron comprobar que, cuando los jugadores barcelonistas conseguían mantenerse en pie lejos de esas armas de destrucción masiva que fueron los pies de los mercenarios lusos que capitanea el siniestro y analfabeto Mouriño y que, tal vez aburridos de su imposibilidad de encontrarse con el balón, decidieron, para pasar el rato, hacer migas con las tibias y tobillos de los jugadores que vestían colorines diferentes, ofrecían un espectáculo de superioridad pasmosa sobre esa caterva cavernaria (que, por otro lado, en cuanto su multimillonario protector les dejó tranquilos tras perder todo lo perdible, se pusieron a jugar maravillosamente, metiendo goles a cascoporro a todo el que se les ponía por delante y demostrando que, en punto a mover un balón, y si el cretino que les daba órdenes no entorpecía con sus torticerías incompetentes, no tenían nada que envidiar a sus colegas catalanes) que ha paseado tristemente su estilo navajístico por los campos españoles y europeos. No debe de ser casualidad que Lady Macbeth Aguirre, experta en comprar tránsfugas, decapitar disidentes, espiar descontentos, torcer voluntades, crear entuertos, pagar intelectuales, adular chusmilla y engañar conciencias, haya premiado al Flo Pérez, siempre brillante constructor y animoso calumniador de glorias ajenas, padre putativo de toda esa escoria convencida de que el mundo conspira contra la grandeza madridista, en la que antaño nunca se ponía el sol, como hay basura sociológica que siempre afirmará que Zapatero y Rubalcaba madrugaron una mañana de marzo para ayudar a Juana de Chaos a colocar unas bombas en unos trenes de cercanías, y encima le echaron la culpa a unos moros inocentes que sólo querían agradecer a la santísima trinidad formada por Bush, Blair y Aznar de que los libraran de los malos de la película.

miércoles, 8 de junio de 2011

La Bella y el Reaccionario




Alguna vez he debido de contar por aquí que Inka Martí es probablemente la mujer más guapa con la que he trabajado nunca, con el añadido de que fue hace más de 25 años, cuando empezaba como cámara en TVE y ella tenía unos deslumbrantes 22 años. Además, siempre permanecerá asociada a uno de los recuerdos más memorables de mi periplo profesional (que también he narrado más de una vez), el día en que conocí a Zulueta, por aquel entonces mito absoluto de mi panteón cinéfilo adolescente.


Desaparecida del mundo mediático, Inka tiene cierta proyección pública como consorte de Jacobo Siruela, que para el público no lector es el hijo de la Duquesa de Alba que va de bohemio y de intelectual, y que en su día fundó Siruela, la deslumbrante editorial que cambió el panorama literario en España. Jacobo vendió Siruela y se retiró al Ampurdán a montar Atalanta, una versión doméstica de su antigua editorial, que había crecido demasiado, donde publica relatos fantásticos, clásicos de la literatura oriental y esos tratados sobre hermetismo y filosofía perennis que le deben de chiflar. Por el camino ha escrito un ensayo sobre el cosmos onírico, El mundo bajo los párpados, y le ha editado a Inka Martí una recopilación de sueños bajo el título Cuaderno de noche. El prólogo, algo paternalista, aunque interesante, es del mismo Jacobo, y en él se cuenta de manera somera el método de Inka para recordar y recopilar sus vivencias nocturnas:


"[Inka] siempre ha deseado conectar con el mundo onírico, y ello le hizo poner en práctica una forma de recordar major los sueños, que consiste en, nada más despertar -sin mover un pelo del cuerpo-, concentrarse (con los ojos cerrados) en tirar del hilo sutil de la mente hasta que acude el recuerdo del sueño. Luego, se retienen todos los detalles y se repasa mentalmente la secuencia antes de escribirlo en el cuaderno."


(Método que recuerda, por cierto, a los de las diferentes escuelas que han propuesto rigurosos ejercicios de examen de conciencia, sólo que aplicados al mundo de la vigilia, desde los pitagóricos a los jesuitas).




Como Inka firmaba su libro el pasado domingo en la feria del Libro me acerqué al Retiro a verla de nuevo, comprar su libro y contarle que tuvimos un pequeño pasado en común, del que ella no se acuerda en absoluto pero que a mí me hace mucha ilusión. Tiene la misma voz suave y baja que recordaba, y los mismos ojos. Le pedí que, en la dedicatoria, me recomendase algún libro que le gustaría que conociera un lector de su libro (que es lo que le digo siempre a los autores cuando pido que me firmen un ejemplar, porque no se me ocurre qué otra cosa decirles), y allí se presentó Jacobo el posesivo, pegado a su mujer, que levantaba la vista constantemente en busca de su aprobación. Los libros recomendados fueron:


- El fuego secreto de los filósofos, de Patrick Harpur


- Sueños, recuerdos y pensamientos, de Jung


- El hombre y sus símbolos, también de Jung


que alguien podrá decir que, como freudiano dogmático que soy, me lo tengo bien merecido, por palizas. Inka me lanzó una irresistible sonrisa, y me dijo que la había pillado de improviso, pero que le escribiese a la editorial, y que me recomendaría más, por lo que voy pregonando a los cuatro vientos que un idilio imparable se ha puesto en marcha, sin que hasta la fecha nadie me haya creído.


De paso me llevé los Textos de Nicolás Gómez Dávila, fascinante colombiano de reconocida militancia reaccionaria (una versión americana de Calasso, nada que ver con la chusma de la kale borroka fascistoide que puebla los canales marginales de la TDT) a cuya lucidez dedicaremos próximas entradas.

lunes, 6 de junio de 2011

El invierno ya se ha ido

Es lo que dice esta canción del grupo Zea Mays y que me gusta mucho: