miércoles, 25 de febrero de 2015

Sangre sobre la luna


Cuando Robert Wise murió poco antes de que el Festival de San Sebastián comenzara la retrospectiva que le había organizado pillamos a Bertrand Tavernier a la salida de algún acto y le pedimos de sopetón que nos hiciera una semblanza del cineasta. Yo sabía que el director francés era un enciclopedista de la historia del cine, pero no estaba preparado para la deslumbrante disertación improvisada en la que citó sin equivocarse decenas de títulos, ergarzados en un preciso discurso que giraba en torno a la idea de que Wise era un director brillante e infravalorado que había innovado en todos los géneros que había tocado.
Me acordé de esa entrevista (bueno, monólogo más bien) viendo Sangre sobre la luna, estupendo western del que no sabía nada hasta una reciente tarde de fiebre en que me la tropecé en filmin. Tiene un comienzo espectacular, con una estampida casi onírica que está a punto de llevarse por delante al bueno de Robert Mitchum. Al poco nos encontramos con un desafío fálico en el que el mismo Mitchum se las ve con quién será su antagonista Barbara Bel Geddes.



El desarrollo del film es un complejo entrecruzamiento de historias que permitirán desenredar este conflicto, aunque Barbara demostrará ser una chica muy moderna y depondrá el rifle muy avanzada la peli.

viernes, 13 de febrero de 2015

El último padre sobre la Tierra

   
   Uno de los muchos misterios de las modas cinéfilas es el choteo y escarnio con el que es recibida cada nueva película de Shyamalan, como si éste hubiera engañado a la comunidad crítica con su descomunal éxito en sus principios. Gente que se toma en serio ese mamotreto de los anillos al que cualquier aliento épico le es ajeno mira por encima del hombro Airbender, a mi juicio muy superior. Y la cosa se dispara con After Earth, en la que se suman las infamias de componer un relato de iniciación ortodoxo, proponer a Will Smith como héroe clásico y (al parecer) realizar una apología de la Cienciología.

   Como suele ser habitual en las películas de MNS, en After Earth hay un protagonista más o menos sumido en la melancolía por la pérdida violenta de un ser querido (aquí, signo de los tiempos, un objeto de deseo incestuoso, la hija). El ranger Cypher Raige (Will Smith) vuelca la culpa sobre su hijo, que procura de todas las maneras posibles ocupar el espacio dejado por su hermana. Pero como el bueno de Shyamalan se empeña en construir relatos clásicos en los que la diferencia sexual cuenta, el chaval tendrá que acometer una tarea de iniciación propiamente masculina, un trayecto en busca del objeto mágico sembrado de peligros, al final del cual nos encontramos con la iconografía mítica de la montaña, la cueva y el dragón.

   Lo más raro (y moderno) de la película ocurre al final, una vez cumplida la tarea y reconocido el héroe por el destinador simbólico, el padre: unidos en un abrazo deciden que tanto esfuerzo por mantener la dignidad del falo merece como recompensa...¡Volver al lado de la madre! Dios mío, si Ford levantara la cabeza...

martes, 10 de febrero de 2015

El Sur abolido


   No hay libro sobre Ford que no repita la cantinela de que El juez Priest es una película bucólica y nostálgica, aunque nunca quede claro qué nostalgia iba a tener el director del Kentucky de 1.890, que evidentemente sólo conocía por los libros. Particularmente lo que más me llama la atención de la película es la marcada ausencia de "masculinidad" que afecta a los protagonistas, ejemplificada en la interpretación de Stepin Fetchit, la asexuada pareja negra que se echa Will Rogers, en las antípodas de la iconografía fálica con la que Ford presentaría a Woody Strode en El sargento negro y El hombre que mató a Liberty Vallance. Ford nos muestra un Sur prácticamente castrado, tiranizado por las mujeres, absorto en su derrota mediante ritos satirizados en la película, como la famosa interpretación de Dixie por una improvisada orquestina de negros.


   Esta visión de un Sur "afálico" sería corroborada por ese extraño gag de El prisionero del odio (un par de años posterior al Juez Priest) en el que el padre de la mujer del protagonista, eternamente disfrazado de caballero sureño, se queja de la palabrería de los abogados para alardear de hombre de acción enarbolando su sable toledano (siendo la espada un emblema del falo que recorre toda la obra de Ford), un regalo de "Stonewall Jackson" (uno de los más brillantes generales de la Confederación), para a continuación soltar a su hija que le darán por él al menos 150 dólares, lo que inmediatamente degrada ese mismo sable de la condición de símbolo a la de mera mercancía, rebajando así también el estatuto del personaje (del que Ford, en cualquier caso, ya se ha molestado en señalar de varias maneras que no es más que un charlatán).

lunes, 9 de febrero de 2015

Rosas y Claveles

Para Gerardo Sánchez, devoto de El hombre tranquilo


Así luce el salón de los Thorton justo después de que Mary Kate lo acondicione a su gusto con los muebles que le corresponden por su dote, tan contenta ella que no puede menos que romper a cantar, aunque a estas alturas todavía le falta por conseguir la segunda parte de la misma, la crematística, que será la que le permita sentirse dueña de toda la casa (esto es, del lecho conyugal). En la composición destaca ese gran centro floral compuesto por claveles rojos, una elección significativa si tenemos en cuenta que las flores que han estado presentes durante todo el film han sido las rosas, desde la llegada de Sean a Innisfree identificadas con la figura materna. Con razón su mujer se muestra tan suspicaz cuando lo pilla plantando rosas en el huerto, en vez de nabos y patatas: nada puede temer más la ex-Danaher que un marido enganchado imaginariamente a la casa materna, tan fascinado por ese objeto absoluto de deseo que se venga abajo cuando descubra que esa mujer que le ha cautivado es una mujer real y (sobre todo) sexualmente deseante. De ahí que toda la trama del film gire en torno al enorme trabajo que Mary Kate Danaher/Thorton se toma para "entregarse" de una forma apropiada, para lo cual cuenta con la colaboración de un entramado social y simbólico enormemente denso, hasta el punto de que para el emigrante norteamericano que vuelve a casa resulte casi incomprensible. Pero ella sabe que parte de ese trabajo consiste en encarnar la sombra de esa imago materna, lo que queda denotado en ese ramo "domesticado" (así mismo encuadrado en la chimenea que alberga el fuego del hogar necesario para que la casa sobreviva, si bien anotando la posibilidad de que se expanda hasta un punto arrasador) que recuerda a la madre y a la vez marca la diferencia con ella, anunciando que el sujeto sobrevivirá al encuentro con su objeto de deseo.

viernes, 6 de febrero de 2015

La dama y la puta


   En la disposición espacial de los personajes de La diligencia el personaje más obsceno del film, el banquero que ha robado la nómina de unos trabajadores y que no deja de despotricar contra los impuestos a la vez que exige a gritos protección del ejército (y cuya detención final es celebrada con una especie de fiesta carnavalesca en la que participa todo el pueblo de Lordsburg) es el que separa a Dallas de la Sra. Mallory: un abismo social media entre ambas, pero es un abismo explícitamente habitado por la mentira. En cualquier caso esa frontera que casi todos los varones del film (salvo el héroe, Ringo Kid, y el doctor alcohólico) quieren apuntalar un tanto neuróticamente salta por los aires en cuanto la Sra Mallory emerge inevitablemente como cuerpo sexuado (esto es, cuando da a luz) y se impone la primaria identidad entre ambas mujeres. Esa explosión de lo real del cuerpo femenino se manifiesta narrativamente, por supuesto, con el celebérrimo ataque de los apaches; un ataque que, no conviene olvidarlo, ha sido convocado por otra mujer. 

miércoles, 4 de febrero de 2015

El regazo mortal


The informer es una de las películas más castañas de Ford, casi tan agotadora de ver como tuvo que ser rodar todos esos contraluces forzados y artistiquillos. De Victor McLaglen se podría decir que se pasó el resto de su carrera, al menos la fordiana, parodiando su interpretación de Gypo Nolan, tan sobreactuado que hasta ganó un Óscar por interpretar al guerrillero más cretino de la historia de Irlanda, que mira si sería tonto que hasta estaba convencido de que su amigo Patrick había muerto por su culpa tras haberlo delatado a las fuerzas británicas de ocupación, cuando resulta obvio que la palma por no tener otra ocurrencia que regresar a la casa/seno materno, que es el lugar más letal para el varón adulto que en el mundo haya. Al panoli de Gypo sabemos que le llega la hora en cuanto se recuesta en el regazo de su novia Katie cual si fuera un niño demasiado crecido, si bien tiene el detalle de palmarla tras pedirle permiso a la misma figura materna que va sembrando el film de cadáveres, que nada le gusta más a la madre/patria que ver como sus hijos se inmolan por ella.  

martes, 3 de febrero de 2015

Cuando despertó, la dinosauria todavía estaba allí


La saga Alien avanza hacia su obvio punto de destino, la identificación de la doncella fálica con la diosa materna aniquiladora, encuentro que tiene lugar en Alien resurrection, en la que Ripley se funde con la Reina Alien para dar a luz un híbrido de Alien y ET que manifiesta a la vez el carácter despiadado de los bichos alienígenas y el anhelo de una figura materna cariñosa, anhelo que, por descontado, es denegado, que buena es Ripley como para dudar en cargarse a su vástago feo. Lo que no aparecerá en ningún momento es un Alien macho, que si estas supermadres son invulnerables se debe, sin duda, a que no sufren carencia alguna: ningún falo les falta, que ellas solitas se buscan su goce. 

En el spin off Alien vs Predator se insinúa que esa versión masculina del alienígena que es Depredador puede tenérselas tiesas con los úteros asesinos; pero nada, el espectador adivina a los 30 segundos de peli quien será la San Georgina a la que le tocará lidiar esta vez con el dragón una vez que todos los falos sean, de nuevo, ridiculizados.

lunes, 2 de febrero de 2015

La Pulsión y la Ley



Wichita, además de ser probablemente el western más conocido de Tourneur y una de las variaciones más populares sobre ese personaje mítico que es Wyatt Earp, una especie de Cid Campeador a la americana, es una de las películas que más explícitamente plantea el irresoluble conflicto que en el capitalismo se da entre la pulsión y la Ley (bien, conflicto que subyace en todos los relatos, claro, pero que nuestra contemporaneidad ha hecho eso, irresoluble).

Aquí no hay vía para que el desmelene de los vaqueros redunde en beneficio de la polis: la destrucción durante sus desmanes se manifiesta en la aniquilación del hijo y de la madre, anticipando la desaparición de la cultura. Pero la propuesta del héroe, un Joel McCrea neuróticamente atildado, con una impecable camisa abotonada hasta ese cuello perennemente encorbatado, acabar con cualquier atisbo de goce festivo (una especie de castración, ya que lo que pretende es prohibir que se lleven armas), supone la defunción económica del enclave civilizatorio que tanto ha costado arrancar al desierto.