El Gatopardo (película) y El Gatopardo (novela) comienzan con una escena coral en la que la familia Salina reza el rosario. En el film nos enteramos a continuación, por medio de un mensajero, de varias noticias alarmantes acerca de la situación política. Fabrizio (Burt Lancaster) toma medidas enérgicas, rápidas. Sus órdenes son acatadas de inmediato. Se diría que estamos en la apoteosis del orden patriarcal. Una de sus instrucciones perentorias se refieren a un viaje inmediato a Palermo, para lo que reclama la compañía de un sacerdote, tratado como un lacayo más. Para estupor del espectador (por lo menos mío, que no recordaba la escena), el super pater, en esos momentos de crisis, se va de putas. He esperado para escribir esta entrada a releerme la novela, por ver si el comienzo era similar. Y sí, en el libro también Fabrizio decide marcharse de turismo sexual en el momento en que el orden feudal que encarna y representa está a punto de venirse abajo, si bien Lampedusa tiene más tiempo para justificar las erupciones libidinales de su protagonista.
Es curioso que un libro tan gozosamente amateur como éste contara con unos guionistas tan buenos y profesionales para su adaptación a la pantalla, que casi no se dejaron reflexión alguna fuera del film, insertándolas muy inteligentemente en diálogos de todo tipo. Hace poco hablaba con Susana de la mitología perfeccionista que rodeaba al rodaje, con las obsesiones de Visconti para que los calzoncillos y las cucharillas fueran de época, aunque luego se tuviera que traer a Burt Lancaster para hacer de protagonista, y a Alain Delon de partenaire, que como se sabe son dos sicilianos de pura cepa.
De todos los temas que aparecen en la novela, el único crucial al que tuvo que renunciar la adaptación fue a la relación del Príncipe con la astronomía. Si bien aparecen numerosos telescopios en alguna secuencia, que da pie a imaginar su interés por los astros, en el libro las reflexiones sobre el devenir de las estrelas son claves para entender al personaje, por un lado su vertiente "ilustrada", que lo hace un poco marciano entre sus iguales, por otro su visión del cosmos como una estructura ordenada, que responde a leyes matemáticas; una "música de las esferas" que se opone radicalmente al caótico devenir humano, donde predominan el azar y la arbitrariedad. En este sentido, Fabrizio es un personaje netamente romántico, y participa de ese sentimiento de ruptura definitiva entre los órdenes angélicos y humanos que se vivió en el romanticismo, cuando los dioses dejaron de comunicarse con los hombres. Un momento en que el cosmos tenía todavía rasgos del Medievo y, sobre todo, del Renacimiento, esa época en que los médicos estudiaban astrología porque se pensaba que entre el macrocosmos y el hombre había una relación especular.
Hoy las cosas han cambiado, y vuelve a haber relación entre los órdenes cósmico y humano, si bien esto más se debe a que nuestras ideas sobre el universo han cambiado completamente: el cosmos ha devenido el lugar donde el caos y la violencia tienen su lugar de residencia privilegiado, y todos los días estallan entrellas, o implosionan, o agujeros negros se tragan galaxias enteras, y hemos convertido el cielo en un trasunto de nuestro inconsciente desmelenadamente pulsional.
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