Encuentro por casualidad este artículo de El País sobre Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, en el que se habla del supuesto retrato demoledor que La red social hace del mismo. La idea que ha quedado es esa, que la película de Fincher (que a mí me parece estupenda) realiza una descripción muy negativa del genio que levantó Facebook. Yo creo que Fincher ha filmado un autoretrato a través de ese desclasado genial que a la vez es un autista emocional, incapaz de empatizar con sus semejantes y completamente negado para las relaciones sociales.
La red Social comienza con una secuencia magistral, en la que vemos al protagonista meter la pata de todas las maneras posibles con una chica, y en la que se anotan todas las heridas (sociales, culturales, sexuales) que trazan un agujero negro en su subjetividad, agujero negro que es el que intenta rellenar compulsivamente con ese invento que le permite estar en contacto con millones de personas sin tener que pagar el peaje emocional que implican las relaciones interpersonales.
Y, desde luego, Zuckerberg es cualquier cosa menos un trepa obsesionado con el sexo (que es lo que sería si fuera un joven normal). En el film renuncia a todas las posibilidades de ascensión social y éxito sexual que se le ofrecen, más bien se diría un monje que renuncia a todo lo que no sea su opus magna, aunque el film conecte esa obsesión con la herida narcisista de la separación primordial (primordial en la película, quiero decir, que es la escena con la que abre).
En cualquier caso, el protagonista es alguien que cede a la tentación diabólica de gobernar el mundo: al igual que el Diablo a Cristo en los Evangelios, el creador de Napster tienta a nuestro héroe con tener el mundo a sus pies, pero al contrario que aquel, éste no encuentra razones para resistirse. Fincher, que parece saberlo bien, nos cuenta el precio que se paga por ello.
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