Generalmente se presenta Salammbô como un proyecto desmesurado y fallido de Flaubert (un poco como el Persiles de Carvantes), y a su protagonista como una encarnación de cierto eterno femenino erótico; que no hay cuadro que no la saque con la pitón que le hace compañía.
Y, sin embargo, Salammbô es una casta y piadosa joven que se diría perteneciente a la estirpe de las heroínas vírgenes como Antígona. En la novela aparece como objeto de deseo de varios hombres, pero cierta falla en el entramado del mundo simbólico que el libro retrata le impide articular adecuadamente los vagos sentimientos que la invaden.
Así, alrededor de esta figura fascinante (y a la vez frágil cuando accedemos a su subjetividad) se mueven Mathô, prestigioso jefe de una sección de los mercenarios, absoltumanete fascinado por la joven desde su primera aparición; Schahabarim, sacerdote de Tanit, eunuco y tutor espiritual de Salammbô, a la que tortura ante la imposibilidad física de poseerla, y Amílcar, padre de Salammbô y eficiente militar, a la par que enormemente rico, al que las fuerzas vivas de Cartago miran con desconfianza aunque necesiten de su competencia. Este cuarteto podría articularse adecuadamente tras las peripecias narrativas de rigor: un padre que entrega a su hija al aguerrido héroe extranjero que ha probado su valor, bajo las bendiciones de la autoridad sagrada que tiene la potestad para ello.
Pero la novela pertenece a una época en la que esta sutura simbólica de los deseos de los protagonistas ya no es posible. Tanto el sacerdote como el padre son incapaces de renunciar a sus pulsiones incestuosas que les unen a Salammbô, esta no tiene una madre a su lado que la guíe en su deseo, por lo que es incapaz de entender los sentimientos que Mathô le inspira, el mercenario adora como una diosa a esa imago fascinante, a la que le parece imposible acceder. La inalcanzable articulación de estas líneas pulsionales se manifiestan en la novela en la inviable concordia entre la civilizada Cartago (marcadamente decadente) y la pulsión potencialmente arrasadora de los mercenarios. Los enfrentamientos entre estas dos fuerzas se repiten a lo largo del libro de una manera hiperrealista y alucinatoria: como si entráramos en un bucle, miles de cuerpos se entregan a constantes orgías de mutilación que parecen definitivas, pero que por arte de magia se repiten una y otra vez.
Sobre el fondo se dibujan dos fantasías: el imposible acceso carnal a Salmmbô, y su correlato narrativo, la "violación" de Cartago (identificada explícitamente con el cuerpo de Salammbô y con Tanit, la diosa lunar y marcadamente femenina de la ciudad) por parte de las hordas bárbaras. En uno de los asedios, los mercenarios logran elevar una torre de asalto enorme, descrita por Flaubert como un imponente falo llamado a destruir las murallas de la ciudad. Sin embargo, en cuanto se acerca a la urbe, ese falo abrumador se derrumba estrepitosamente.
Obviamente, Salammbô se lee contra el fondo de la histórica aniquilación de Cartago a mano de los romanos. En ese sentido, es una novela de anticipación apocalíptica sobre la desaparición de una civilización. A mí me ha parecido una obra maestra total; incluso su fracaso a la hora de presentarnos una cultura desaparecida tiene más que ver con lo imposibilidad de ese acceso antes que con carencias del (impresionante) novelista.
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