viernes, 7 de agosto de 2015

La ley del deseo (conyugal)

   

   
   Hay una secuencia descomunal en El mundo sigue en la que la protagonista, Eloísa, se viste de maciza y se deja caer por el bar donde trabaja el pusilánime de su marido para que todos los clientes (así como los espectadores) se la coman con los ojos, única manera, intuimos, de activar el alicaído deseo conyugal. Y, efectivamente, ese primario mecanismo da resultado y poco después asistimos en el domicilio del matrimonio a uno de los encontronazos sexuales más ásperos e incómodos de la historia del cine español, una escena de una violencia bastante insoportable.


   Me acordé de la película de Fernán Gómez viendo F for fake en la filmo, en concreto el momento en el que Welles monta imágenes de Oja Kodar (o más bien de su exigua minifalda) paseándose lánguidamente por la calle alternando con numerosísimas imágenes de varones siguiéndola con la mirada, imágenes captadas, si hemos de creer a su director (que directamente se presenta como un estafador y un mentiroso, lo que hace que uno ponga en cuarentena todas sus afirmaciones) con cámaras escondidas.



   Dando por bueno lo que dice, uno se pregunta por las razones que llevan a un director de cine a plantar a su amada en medio de una horda de machotes con la intención de filmar las miradas en las que se manifiesta el surgimiento instantáneo del deseo, y lo único que se me ocurre es que era la única manera de que se despertase, por mímesis, su propio deseo. La escena tiene poco que ver con el grueso de la película, las andanzas de un famoso falsificador de cuadros y de su biógrafo, otro mistificador de cuidado (con los que Welles, obviamente, se siente muy identificado, aunque la distancia le permita mantener el tono jocoso a lo largo del film, sin que por otra parte sea difícil percibir la desesperación que circula por debajo), pero rima con la última parte, un relato de ficción bastante bonito en el que el que queda atrapado por la fascinación provocada por los andares de Oja ya no son vulgares automovilistas, sino nada más y nada menos que Picasso, que transforma ese sentimiento en lienzos. Y aunque se nos dice que esa parte es ficción, también podría haber sido cierta.


   Desconozco completamente como fueron las relaciones del director con Oja Kodar, pero a partir de este film puedo imaginar que no la hizo feliz, de la misma manera que La dama de Shangai basta para adivinar lo desgraciada que Rita Hayworth tuvo que ser junto a Welles.     

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