Para mis compañeras de blog, que no habrán visto ninguna de estas películas.
Paul ama a sus hijos pero no sabe comportarse como padre ni como marido.
(Carátula del dvd El nacimiento del amor, editada por Intermedio)
No suelo ver películas en casa, porque mis hijos monopolizan la televisión, y yo soy un espectador de cine a la antigua usanza: necesito tranquilidad, silencio y obscuridad para sentarme a ver un dvd, pero he empezado a esquilmar la videoteca del Instituto Francés, y tras un fallido intento de ver algo en el cine un sábado por la tarde me he dado un atracón de sesión doméstica bastante interesante.
Ya había visto El nacimiento del amor, pero me apetecía repetir; me levanté a las cinco de la mañana para asegurarme de que nadie competiría por la tele, pero en esto que mi mujer se desveló, leyó la carátula del dvd y la frase de arriba, decidió que era una descripción exacta de mi persona y se sentó a verla conmigo. Estaba convencido de que pronto saldría de su error y de que al cuarto de hora se cansaría. Pero no: se la tragó entera, con ojos como platos, completamente convencida de que veía nuestra vida en una pantalla (de hecho luego hablábamos, no de los personajes, si no de ella y yo en la pantalla).
Lo último que se me había pasado por la cabeza es que yo pudiera ser un personaje de Garrel, con esas pulsiones autodestructivas que los habitan y esa cara de palo atormentado que tienen todos; aunque realmente lo más extraño a mi vida de esta peli es la escena en que el hijo llama a gritos a su padre cuando éste se pira/huye de su hogar familiar: tuvimos que reconocer los dos que si nos fuéramos, nuestro hijo mayor no movería el culo del sillón ni apartaría la mirada del ordenador por tan poca cosa.
Además de Lou Castel, que hace de Garrel en la peli, sale Jean-Pierre Leaud interpretando a un intelectual que parece importado del universo Rohmer, el típico merluzo que no para de hablar para ocultar su indolencia, aunque transplantado al mundo Garrel, o sea, con cara más que seria todo el rato. Si lo señalo es porque (algo inaudito en Garrel) tras perder a su chica consigue recuperarla; como tampoco nadie muere de sobredosis ni se suicida, casi la podemos considerar una peli optimista: total, ideal para iniciarse con este director.
Cuando mis compañeras iban con trenzas a EGB, Godard montó un escándalo considerable con esta adaptación a nuestra época del mito de la Virgen María. Las proyecciones en el Alphaville estaban custodiados por la policía, y siempre había gente rezando el rosario en la acera de enfrente y amenazas de bombas en los pases. Es un misterio el por qué al calvinista de Godard le dio por filmar este relato megacatólico, pero en aquel tiempo las páginas se llenaron de ataques y, sobre todo, defensas del filme, con un nutrido grupo de imbéciles que, en estos casos, acaban diciendo que la peli es un rollo (quiero decir que no son imbéciles porque les aburra, si no porque en una discusión de este tipo no es la experiencia subjetiva lo que cuenta).
En realidad, lo que la peli narra es el asombro de una chica que se queda embarazada, que vive el acontecimiento como algo absoluto y cósmico, y que le produce todo tipo de temores y anhelos. Si resulta hoy escandalosa es porque aparece un personaje (al final resulta un poco farsante, pero bueno) enunciando lo que ahora llamamos diseño inteligente; la defensa de la castidad que aparece convierte a Benedicto XVI en un libertino.
Que yo sepa, Godard no ha hecho nunca una película de época. En nuestros días, José trabaja de taxista, y María lleva la gasolinera de su padre y juega al baloncesto. El arcángel Gabriel está mayor y algo gagá, se le olvidan las frases que debe pronunciar, y para eso le acompaña una niña, supongo que un ángel becario. Es una especie de clown, personaje que solía interpretar el propio Godard, aunque aquí no podía porque el arcángel tenía que ser algo mamporrero, y el enclenque del director no daba como para apalizar a San José cada vez que intentaba meterle mano a María. Como en todos los filmes de Godard, aquí hay citas a porrillo; como ya han pasado dos milenios de cristiandad (aunque, claro, Cristo todavía no ha venido al mundo) tiene donde elegir. Lo más cargante resulta la banda sonora: trozos de Bach que irrumpen constantemente, un poco a la buena de Dios. También hay profusión de desnudos de las jolies femmes que en esa época poblaban sus películas, aunque formaban parte del paisaje, ya que da la impresión de que le encantaba filmar todo: bosques, ciudades, edificios, mujeres.
Y aunque no se suele citar, acompañando al Je vous salue hay un mediometraje de Anne Marie Meiville, El libro de María, que yo recordaba estupendo y, efectivamente, lo es.
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