jueves, 12 de agosto de 2010

Digital



El otro día estuve viendo en la tele Miami vice, que en su día me perdí. El film dio lugar a que las revistas de cine pudieran rellenar páginas y páginas acerca del sesudo asunto del cine digital y su presente, futuro, evolución e influencia. La verdad es que no lei mucho acerca de ello (en realidad, nada), pero eso no quita para que yo vaya a verter aquí mis reflexiones sesudas acerca de la susodicha cuestión, si bien a día de hoy habría que empezar por el hecho de que haya algunos directores que siguen empeñados en trabajar sólo con celuloide (y hasta con moviolas de las de antes), como Tarantino, Kaurismaki o Coppola, y que en estos momentos son la excepción.


No fue tanto la peli de Mann como Exodus, de Otto Preminger, la que me ha movido a compartir con mis lectores mis apasionantes descubrimientos en este asunto clave de la digitalización de la imagen. Según los títulos de crédito, Exodus se rodó en Panavision y en 70 mm, un mega formato en el que se rodaron algunas superproducciones de los 60 (como Lawrence de Arabia), pero yo me la vi en mi casa en dvd, y como yo me imagino que el 95% de la minoría de los mortales que se interesa por la historia del cine. O sea, que nos vemos casi todas las películas en digital, lo que supone cambios en la textura de las imágenes, pero nada especialmente grave, salvo tal vez para el director de fotografía.


En la película de Michael Mann la digitalización supone que las imágenes son omnipresentes y extremadamente fluidas: cualquier rincón del planeta es accesible gracias a la cacharrería tecnológica, la biografía e identidad de cualquier individuo cabe en un pen y es infinitamente transportable y modificable. Esta "facilidad" de la imagen va en detrimento de la narración: Miami vice apunta en su trama a la detención de un narcotraficante de tintes míticos, pero debe renunciar a tamañas ambiciones (el lado épico de Collateral) y conformarse con la captura de un lugarteniente y un final abierto, como si el cine tuviera que renunciar a su vocación totalitaria en el ámbito audiovisual y reconocer su posición simplemente prestigiosa entre un mar de pantallas potencialmente infinitas (Mann intentaría aunar vídeo y épica en Public Enemies, sin que quede claro si lo consiguió).

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