lunes, 2 de agosto de 2010

Lecturas veraniegas II



La relación con la serpiente de aquellos que buscan la redención oscila entre la devoción cultural, la cruda aproximación sensorial y la sublimación. Como demuestran los cultos de los indios pueblo, esta relación fue, y sigue siendo hasta el día de hoy, una evidencia del proceso de transición entre la apropiación mágica e instintiva y el distanciamiento espiritual que convierte al reptil venenoso en el símbolo de las potencias demoníacas de la naturaleza, que el ser humano tiene que superar dentro y fuera de su alma.

Aby Warburg, El ritual de la serpiente (Sexto Piso, 2008, traducción de Joaquín Etorena Homaeche)

Este verano he estado viendo por las noches unas cuantas TV-movies, en esta estación en que las teles pasan los saldos y repiten capítulos de series y se lanzan como posesas sobre asuntos tan importantes como la prohibición de las cuatro corridas de toros que se celebran al año en Barcelona.

Las TV-movies son la serie B de antaño, películas de bajo presupuesto que reciclan sin pudor materiales (supuestamente) más elevados, y que permiten tomarle el pulso a los intereses narrativos de una época. El otro día pillé empezada una de aventuras, un grupo que viaja en una barquichuela en busca de una orquídea milagrosa que prácticamente garantizaría la inmortalidad de la humanidad. El problema es que las serpientes también se alimentan de las flores milagrosas, y los intrépidos aventureros se topan con enormes anacondas que se zampan humanos de un bocado.

La película estaba llena de tópicos curiosos (hay un héroe masculino que es la versión metrosexual del cachas hipermusculado de los 80), y remite visualmente a las pelis de aventuras de los 50 (para su desgracia, un par de días después también se pasó Mogambo, film que por extrañas conjunciones astrales se considera un Ford menor, aunque cada nuevo visionado me confirma que es una obra maestra absoluta; el abismo que se abre entre ambas obras, más que cualitativo es ontológico).

Lo gracioso es como en este modesto producto se agita un cóctel de temas míticos, la selva como paraíso virginal donde espera el árbol de la vida, las serpientes como guardianes primigenios del fruto prohibido, y hasta una cópula de serpientes descomunales, como la que según alguna cosmología hindú da como fruto el huevo cósmico que da origen a este universo. Lo (éticamente) obsceno del film es que el malo es el personaje que, contra viento y marea, se empeña en alcanzar las orquídeas que acabarían con los males de la humanidad: los buenos prefieren darse la vuelta en cuanto vislumbran el peligro de unas macroserpientes hambrientas, al resto del género humano que le parta un rayo.


El ritual de serpiente es una conferencia que Aby Warburg, el padre de la iconología, dio en el sanatorio mental donde pasó unos años tras la debacle del universo prusiano en la Primera Guerra Mundial (hospitalización de la que Adriana Hidalgo ha editado en castellano recientemente La curación infinita, recopilación de apuntes del propio Warburg y de uno de sus médicos). Se refiere a un ritual de los indios pueblo (indios que aparecen en otro libro que no tiene nada que ver con éste salvo porque también me lo he leído este verano y también está publicado por la maravillosa Sexto Piso, Lila, de Robert M. Pirsig, celebérrimo por su primera novela, Zen o el arte del mantenimiento de la motocicleta) al que asistió décadas antes, y que da lugar a un comienzo genial, digno de Kafka: el conferenciante anuncia que sus "posibilidades de brindarles una introducción realmente sólida acerca de la psique de los indios son ciertamente limitadas", ya que "no he podido refrescar y repasar adecuadamente los viejos recuerdos durante las pocas semanasa disponibles", "durante aquel viaje no me fue posible profundizar mis impresiones, porque entonces aún no dominaba la lengua de los indios", y "además, dado que este viaje estuvo limitado a unas cuantas semanas, no se dieron las circunstancias adecuadas para adquirir impresiones realmente profundas". Tras una descripción del citado ritual, que en algunos casos deja estupefacto al lector, Warburg se lanza a una exposición de las múltiples formas que adquiere el símbolo de la serpiente en distintas culturas, y no puede evitar terminar con un sentido requiem por la desaparición del pensamiento mítico: "El telégrafo y el teléfono destruyen el cosmos. El pensamiente mítico y simbólico, en su esfuerzo por espiritualizar la conexión entre el ser humano y el mundo circundante, hace del espacio una zona de contemplación de pensamiento que la electricidad hace desaparecer mediante una conexión fugaz."












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