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El "héroe" del film es el doctor Yoshimura, un veterano tocólogo entregado a una cruzada contra el tratamiento agresivo que sufren las embarazadas en la medicina moderna, consideradas habitualmente como enfermas potenciales (recordaba viendo Genpin a Susana declarando contantemente que ella estaba embarazada y no enferma), e intentando articular un discurso que devuelva el carácter sagrado que la mujer embarazada ha tenido en todas las culturas, empeño cuya dificultad queda de manifiesto en la película por el carácter muchas veces naif, y rayano con el oscurantismo, que a menudo tienen sus palabras.
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Sin embargo, al igual que las palabras que el chamán de La eficacia simbólica pronunciaba en el momento de un parto difícil, los discursos de Yoshimura tienen un manifiesto efecto positivo en sus pacientes, cuyos rostros y testimonios persigue infatigablemente la cámara de Kawase. El doctor explica constantemente que un embarazo forma parte integral del sublime ciclo de la vida, y que lejos de ser un hecho traumático es el acontecimiento más hermoso que a un ser humano le es dado conocer. Así, pone a sus chicas a trabajar en huertos o a limpiar la madera, y tenemos esa divertidísima imagen de una embarazada fuera de cuentas que parte un tronco de un hachazo descomunal.
(Hay que decir en su descargo que, aunque se pasa la peli cantando las glorias de la vida natural, el protagonista está lejos de ser un chalado, y vemos como sus embarazadas son sometidas regularmente a chequeos con aparatos de avanzada tecnología, y que cuando un parto es complicado la madre es enviada a un hospital)
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Si bien es fácil tener prevenciones en el comienzo de Genpin, cuando todo parece maravilloso y los rostros expresan felicidad, la fina decantación de las apariciones de las protagonistas permite que, tras las primeras declaraciones de plenitud imaginaria, emerja el lado despiadado de lo real. Si la película comienza con mujeres que son incapaces de exponer la felicidad que las embarga, posteriormente será el dolor el que, en algunos momentos asombrosamente hermosos, quiebre sus palabras. Kawase alterna el sonido de la voz humana con la de la naturaleza, y como es habitual en ella integra el actuar humano en la cíclica evolución de la naturaleza (aunque sea en su vertiente más agresiva, como esa excavadora que arrasa una zona del jardín).
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Si bien es fácil tener prevenciones en el comienzo de Genpin, cuando todo parece maravilloso y los rostros expresan felicidad, la fina decantación de las apariciones de las protagonistas permite que, tras las primeras declaraciones de plenitud imaginaria, emerja el lado despiadado de lo real. Si la película comienza con mujeres que son incapaces de exponer la felicidad que las embarga, posteriormente será el dolor el que, en algunos momentos asombrosamente hermosos, quiebre sus palabras. Kawase alterna el sonido de la voz humana con la de la naturaleza, y como es habitual en ella integra el actuar humano en la cíclica evolución de la naturaleza (aunque sea en su vertiente más agresiva, como esa excavadora que arrasa una zona del jardín).
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Una de las cosas más desconcertantes de Genpin es la emergencia explícita, al final, de la propia voz de Kawase, que expone un elaborado discurso de apoyo a la filosofía de Yoshimura; todo lo contrario de un cierre definitivo de los testimonios o de la aparición de un amo del discurso que ancle el sentido de lo que hemos visto, más bien la necesidad o el impulso de participar, o acompañar, a las palabras que han circulado por el film: también el goce tiene derecho a un texto sublime que lo nombre.
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