jueves, 23 de febrero de 2012

El baile


Debo a los elogios de Jesús Cortés y Sergio Sánchez el haberme acercado a esta excelente comedia de Edgar Neville, la penúltima que rodó si damos crédito al IMDB.

Cruce de comedia romántica y Beckett, el film nos ofrece en tres actos la vida de dos hombres que se entregan a la adoración sin límites y sin descanso de una mujer y al coleccionismo de insectos (sobre todo cuando la excesiva proximidad de la diosa está a punto de abrasarlos). En la primera escena del primer acto (el más divertido) se nos presenta a Julían, un amigo tan entregado a la idolatría de Adela que en su momento salió huyendo a Filipinas y le dejó la ingrata labor de irse a a la cama con ella a su mejor amigo, Pedro, lo que le ha permitido mantener su fascinación incólume a lo largo de los años. Si bien Adela se deja admirar por su marido y por su incondicional, en una estructura que repite y parodia la de la Dama en el Amor Cortés, también necesita respirar fuera de ese ambiente algo incestuoso, y así la vemos intentar, infructuosamente, asistir a un baile de disfraces, un poco en plan El ángel exterminador.

En el segundo acto, el mejor (entre otras cosas porque los actores tienen la edad de los personajes a los que interpretan), descubrimos prácticamente al mismo tiempo que Adela ha decidido dar el paso de abandonar ese espacio que es la casa familiar y el templo donde es venerada y que está aquejada de una enfermedad mortal, un castigo no tanto por su intento de huida como por no haberlo hecho antes. En un bucle estructural extraordinario, la pareja masculina decide ocultarle la noticia y dedicarse con mayor ahínco a ella en los meses que le quedan de vida; cuando Adela descubre fortuitamente lo que le espera decide seguir simulando inocencia y continúa con la ficción, convirtiéndose así en la verdadera heroína ética del film: no aquella que desvela lo que queda oculto por las apariencias (que sería la doxa convencional), sino la que carga con la ardua tarea de permitir que las máscaras se sostengan y así crear las condiciones de permanencia del espacio humano.

El último acto es el más extraño, en él vemos a los dos amigos ya ancianos, pero entregados en un sinfín de (simpática) locura a las dos pasiones de su vida, Adela y los insectos. En la última secuencia, Adela retorna como el fantasma recurrente que ha regido sus vidas: Pedro no se ha vuelto a casar, Julián renunció a un matrimonio para poder morir virgen y entregado a su obsesión sin cortapisas. Si bien la obra justifica narrativamente el retorno de Adela en la figura de una nieta, la escena es completamente alucinatoria, digna del mejor Buñuel, con los dos hombres atrapados en la repetición de la misma escena del primer acto, y Adela, el fantasma que se ha hecho completamente dueño de la situación, prometiendo que nunca los abandonará.

3 comentarios:

Roberto Amaba dijo...

Hola, qué tal,

Disculpen usted y el gran Neville el siguiente off topic, pero quería comentar una cosa que la verdad no sé si (te, os) corresponde. En cualquier caso lo dejo en genérico de la posible gente de rtve que tiene algo que ver con el cine.

El otro día cuando me levanté y vi la promo de "clásicos de la 1" creía que seguía dormido. Debían ser las siete y pico. No la comprendía, ¿una promo que no suelta caspa? ¿una promo sobre cine clásico que no te invita a sacar el brasero y la boina para poder verlo? ¿una promo de cine clásico que no te mete de fondo a Dimitri Tiomkin a toda castaña?

Vamos, que la pieza no es que sea la última frontera del audiovisual, pero es de los pocos intentos que recuerdo de "vender" el cine clásico con cierta capacidad para lo actual, esto es, ¡para lo clásico! Sin caer ni en lo de la boina, ni en lo modernillo repelente.

Por lo general no me emociona el rollo ese de gata callejera en celo de Lana del Rey, pero la canción queda bien, y el montaje no es el típico drag&drop de la edición perezosa. Tiene cierto sentido.

Solo eso, y disculpad el atrevimiento.

Un saludo.

Jesús Cortés dijo...

Algo buñueliano sí que tiene y es curioso que así sea porque ni la nostalgia ni el recuerdo, ni la fidelidad ni el coleccionismo (apegado a un espacio físico), ni la compasión ni la renuncia son temas muy afines al cine del de Calanda.
Será que esto es el verdadero surrealismo. Un propósito lo suficientemente alto y fuerte como para obviar lo que sucede y no gusta, la capacidad no para imaginar, sino para vivir otra vida.

abbascontadas dijo...

Roberto, no he visto la promo de la que hablas, ni siquiera sabía que la tele se haya sacado de la manga un espacio en la 1 para emitir clásicos (sí conozco a los que hacen El cine de la 2), algo que debemos al recorte del presupuesto: es mucho más barato emitir pelis de Sielznick que de Bruckheimer. Tenemos un departamento de promociones que se encarga de editar esas piezas, y me imagino que ésa le habrá caído a alguien a quien le gusta el cine y se ha tomado la molestia de hacer un buen trabajo. Si me acerco a la sección y les comento tus elogios te aseguro que se van a derretir de satisfacción, ya que no es una sección especialmente reconocida de puertas afuera (ni de puertas adentro).

Jesús, a mí me parece que en El baile se unen el amor de Neville por la comedia clásica y la influencia de las vanguardias, especialmente el surrealismo y el teatro del absurdo, de ahí los aires buñuelianos que le veo al último acto, el de la reapiración del fantasma de Adela, si bien aquí en una clave lejos de los tintes sarcásticos y/o siniestros que tiene en Buñuel (o en Hitchcock), de la misma manera que esa locura en que se instalan los protagonistas está lejos de la psicosis de los personajes de Beckett.
Por otro lado, el gesto de sacrificio de Adela, que renuncia a su última oporunidad de esplendor imaginario (brillar en el gran mundo como gran dama, entregarse a una última aventura) para repetir su viaje de bodas antes de morir tiene todo el peso de un verdadero acto ético.
Y repito mi agradecimiento por haberme dirigido a esta excelente película, muy pertinente tu comparación con Elena y los hombres, gran homenaje al eros de la mujer madura y experimentada, pero con menos aristas que El baile (supongo que, entre otras cosas, porque la relación de Renoir con Ingrid Bergman era diferente a la de Neville con Conchita Montes).