jueves, 19 de mayo de 2016

De Godard a Apichatpong

El otro día me vi el fragmento de Histoire(s) du cinéma en el que salía Serge Daney diciendo cosas bastante interesantes (como casi siempre) mientras era interrumpido de vez en cuando por Godard farfullando banalidades incoherentes (también como casi siempre). Ya he comentado alguna vez el eterno desconcierto que me produce el arrobamiento con que suelen ser recibidas las palabras del director suizo, que en la mayoría de los casos no pasan de boutades sin sentido aptas, eso sí, para las exégesis más enrevesadas (afortunadamente, para sus muy hermosas películas tira a mansalva de citas ajenas). No deja de ser curioso que se recuerde menos una de sus confesiones más sinceras, cuando se definía a sí mismo como un director menor.

Entre sus aforismos más famosos se encuentra el que profiere en Notre musique acerca de la creación del estado de Israel y la entrada de los judíos en la ficción y de los palestinos en el documental, y al que se le pueden dar muchas vueltas, pero que aquí vamos a cruzar con el comienzo de Mysterious objet at noon, primer largometraje de A. Weerasethakul que ahora anda dando vueltas por España de la mano de Capricci, cuando la cámara, tras un largo paseo por alguna ciudad tailandesa, se detiene en un puesto ambulante y le pide a la joven que lo atiende que cuente una historia. La chica narra un momento realmente dramático de su vida, cuando prácticamente fue vendida por sus padres, que eran pobres, a un familiar. El interlocutor la interrumpe para decirle que eso está bien, pero que lo que ellos quieren es una historia de ficción, y así nuestra entrevistada se convierte en la primera narradora de la marcianada (en varios sentidos) que se irá desarrollando a lo largo de este film que ya tiene su pequeño culto.

Y esta escena fundacional se puede considerar una especie de manifiesto estético por el que el director reclama el derecho para (lo que solía llamarse) el tercer mundo a entrar en la ficción y no ser simplemente objeto de documental, esto es, sufrir la condena de no poder hacer otra cosa que articular una enumeración de penalidades e injusticias, como les pasa a los palestinos, eternas víctimas hoy algo preteridas por desgracias más mediáticas.  

1 comentario:

Sergio Sánchez dijo...

Ésa es una coincidencia que no he vuelto a encontrar con nadie más dadas las reacciones polarizadas que despierta Jean-Luc, pero coincido, sus declaraciones me sonrojan en no pocas ocasiones y sus pelis me encantan.