miércoles, 27 de octubre de 2010

Inside job


En Providence Juan Francisco Ferré incluye unas reflexiones muy interesantes acerca del carácter totalitario del cine, un arte volcado en la captura absoluta de la atención (especialmente de la mirada) del espectador. Si bien esas consideraciones no sirven para todo el cine (parte de la modernidad cinematográfica ha trabajado contra ese afán totalitario), describen bien la posición de lo que se considera el discurso dominante, o sea, el cine de Hollywood; y ese afán totalitario puede rastrearse en una línea que une El nacimiento de una nación con Lo que el viento se llevó y Avatar, para mi gusto el texto más totalitario de la historia del cine, sin que esto tenga que entenderse en un sentido esotérico: Avatar es una película que aspira a ocupar todas las pantallas del planeta y niega el espacio al resto de la producción.

Pues bien, Inside job puede considerarse el Avatar de los documentales, un texto pretendidamente épico sobre la crisis financiera de la presente década que no deja espacio para: a) otros discursos sobre el mismo asunto, y b) una reflexión del espectador sobre la información que le bombardea desde la pantalla. Esta información le llega de manera muy didáctica y ordenada, pero ya está en el principio del proyecto: las cosas son así y la función del rodaje y, sobre todo, del picadísimo montaje no tiene nada que ver con la búsqueda de la verdad sino con la ilustración de una tesis: la crisis financiera fue provocada por la avaricia desmedida de unos depredadores económicos que se aprovecharon de la progresiva desregularización del sistema financiero norteamericano, comenzada en la época de Reagan.

La tesis probablemente sea cierta, pero Ferguson acota las declaraciones de los implicados de tal manera que sólo les concede brevísimos momentos en cada intervención, en muchos casos un simple titubeo o un gesto de desconcierto o incomodidad, mientras que los "buenos" pueden articular sus argumentos al menos durante 15 segundos, que es lo máximo que el documental considera que un espectador puede aguantar a alguien hablando.

Otro aspecto de Inside job que considero bastante obsceno es el pastizal que ha costado. Criticar el despilfarro mediante una película que ha costado una burrada de millones de dólares y está producida por... ¡Sony! no parece la manera más honesta de conseguir credibilidad. Nada parece resistírseles a los creadores del film: todos los espacios son accesibles (fábricas en China, ministros en Singapur, profesores en Islandia), la cámara vuela a velocidad de vértigo sobrevolando el mundo, las pocas personalidades que se negaron a participar son vilipendiados explícitamente.

El transfondo puritano que subyace en el documental resulta extraño a la mentalidad europea. Los "culpables" no sólo son atacados por haberse enriquecido sin trabajar "honradamente", la película dedica un tiempo considerable a contar que, además de empobrecer al país (y, aunque esto no tenga tanta importancia, al resto del mundo), los altos ejecutivos de Wall Street toman drogas y se van de putas (¡Y encima muy caras!), y hasta se sugiere que este comportamiento "incorrecto" debería ser utilizado en su contra. Una vez aleccionado el espectador sobre las maldades de los muchos pecados capitales de los especuladores, Ferguson termina con una arenga llamando a la movilización contra estos desmanes ilustrada con una sonrojante imagen de la Estatua de la Libertad. Más le hubiera valido mostrar una guillotina.



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