jueves, 14 de octubre de 2010

La ferocidad y la gracia



Descubro en la página dedicada a Carmen Laforet que toda su obra narrativa está disponible, que cuenta con reediciones en los últimos años, aunque no se recoje la publicación por Menoscuarto de sus relatos largos, Siete novelas cortas (Menoscuarto, 2010), que es el libro que estoy leyendo ahora. Eso, imagino, quiere decir que la escritora sigue contando con lectores.

Siete novelas cortas cuanta con un prólogo de Álvaro Pombo, prólogo sospechosamente alicorto: sospechoso porque es evidente la similitud temática entre alguna novela de Pombo (El metro de platino iridado) y el universo de estos relatos, especialmente en lo que hace a la exploración de la experiencia de la bondad. Pombo se entretiene con unas soporíferas consideraciones acerca del catolicismo de Laforet, que parecen más bien encaminadas a borrar huellas o a ocultar paralelismos,y se empeña en recordarnos que el paisaje de sus relatos es el de la posguerra, como todos los glosadores de la escritora.




Y se olvida de conectar su obra, por ejemplo, con la de otras escritoras anteriores y posteriores que han transitado terrenos parecidos, como Simone Weil, Clarice Linspector o Marguerite Duras, tan dadas a describir experiencias radicales de despojamiento, si bien hay que decir que las heroínas de Carmen Laforet no son unas descerebradas, o por lo menos no lo son en el grado al que nos han acostumbrado la brasileña o la Duras. En cualquier caso esa especie de santidad inocente en el que habitan las protagonistas de estos relatos, don gratuito que en muchos casos viven casi como una maldición o una extraña culpa, se desarrolla en un ambiente en el que los hombres fallan de todas las maneras posibles, algunas bastante sutiles: en el primer relato, El piano, el marido de la protagonista, un proyecto escritor con la cabeza a pájaros, cae enfermo cuando el hijo de ambos incuba una meningitis potencialmente mortal. Es en esos momentos de crisis cuando las mujeres laforetianas encuantran una fuerza sobrenatural que las hace elevarse a una dimensión casi mítica, para retornar al gris fluir de la existencia cuando los conflictos se solucionan, o se disuelven más bien: en algún caso, lo único que varía es el punto de vista ético sobre el entorno o la situación personal. Por otro lado, la mirada de Laforet sobre esa gracia (en el sentido teológico) que habita a sus mujeres está exenta de toda blandeguería: como muestra, esa escena descomunal, de apenas página y media, de la citada novela corta, El piano, en el que la protagonista atraviesa en trance la ciudad para dirigirse al domicilio de una mujer que acaba de perder a su hijo, y a la que tiene que arrancar, prácticamente, lo que le ha sobrado de medicina para que su propio hijo puede tener alguna posibilidad de sobrevivir: ahí Laforet se asoma a un abismo de ferocidad inhumana, previa a toda socialización, en el que una mujer se vuelve devastadoramente egoísta por amor a su hijo, una escena que serviría para justificar la existencia de toda una obra literaria.

1 comentario:

Susana dijo...

Estoy impresionada con esta entrada. No sé qué hago, que no corro inmediatamente a localizar un ejemplar