sábado, 13 de noviembre de 2010

Padres con hijas


Una de las hipótesis más célebres y pintorescas de la historia de la ciencia fue aquella que se formuló cuando Darwin volvió de su viaje iniciático con un montón de fósiles y una teoría exitosa para explicarlos, y que argumentaba que Dios había creado esos fósiles aparentemente antiquísimos para poner a prueba la fe de los científicos. La hipótesis hace aguas, sobre todo, en su segunda parte: Dios creó los fósiles para que Darwin formulase su teoría, pero sus celosos colegas no podían admitir tamaña preferencia.

Recordaba esta anécdota genial mientras ayer le ponía Vértigo a mi hija, que no la había visto (lo que ya de por sí ejemplifica el lamentable estado de nuestra enseñanza secundaria), ya que resulta evidente para cualquiera que haya visto la película más hermosa de la historia del cine que Dios, apasionado hitchcockiano, creó las secoyas (fundamentalmente) para que se pudiera rodar la memorable secuencia del bosque en el que Madelaine se muestra y se esconde ante la fascinada mirada de Scottie.

Aprovecho la ocasión para refutar la extraña leyenda urbana que asegura que el puente colgante de San Francisco ya estaba allí antes de que Hitchcock lo construyese para que reinara en el plano en el que Madeleine se suicida, leyenda tan inverosímil e imposible que no sé como a nadie se le ha podido ocurrir.

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