viernes, 14 de febrero de 2014

Los inescrutables designios de la belleza



Ninguneada en el Palmarés de Cannes y en las críticas del establishment más puritano, siempre dispuesto a torcer el gesto ante la megalomanía visual, La gran belleza se ha convertido en un inesperado éxito en nuestro país, donde lleva camino de convertirse en la peli más taquillera de todas las que se pasearon por la alfombra roja de la Riviera el año pasado, con los Coen a tiro de piedra y unos ingresos constantes que la van a hacer inalcanzable para Payne (que no ha tenido un mal estreno) y Ozon, cuyo insulso retrato de las cuitas libidinales de las adolescentes se estrena en marzo (Golem tiene en el cajón las últimas laureadas sin estrenar, Le passé y A touch of sin, ambas una decepción cuando las vi en el Festival).

Si La gran belleza ofrece una visión típicamente "europea" de la relación de nuestra contemporaneidad con toda la tradición sublime del arte occidental (esto es, la imposible religación con un pasado que nos abruma y ante el que es imposible estar a su altura, lo que provoca la parálisis creativa a la vez que genera un omnipresente cinismo como forma de supervivencia), el cine norteamericano plantea la misma cuestión desde coordenadas absolutamente opuestas en Monuments men, una película que se quiere heredera de la gran tradición del cine clásico y de uno de sus temas más importantes: la heroica del legado simbólico.

En la película de Clooney esa misma tradición que en el film de Sorrentino aplasta con su majestuosidad a sus protagonistas está a punto de ser destruido por la barbarie, por lo que la tarea de sus héroes es salvaguardarla para poder legarla a las generaciones venideras. Dada la imposibilidad de resucitar a Ford para realizar el film, uno se puede entretener las dos tediosas horas que dura este desastre imaginándose lo hermoso que podría haber sido en manos de Eastwood, sin duda el director ideal para llevar a la pantalla este relato ejemplarmente clásico que se va al garete por la incompetencia del guión y de la realización, que tienen a su alcance todos los elementos para tejer un gran texto y no saben qué hacer con ellos (nos hubiéramos conformado con Spielberg, que probablemente hubiera hecho una gran mitad de película).

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