domingo, 29 de enero de 2017

Elogio de los mandamientos

Comenzaré esta entrada comentando que este fin de semana (viernes y sábado) la filmoteca ha proyectado un DCP de la versión restaurada de Los diez mandamientos. Aclaro que aquí somos fans de los DCP, y que cada vez que sale un iluminado en éxtasis (léase Jenaro Talens) porque se proyecta un Straub en 35 nos echamos a temblar, seguros de que el sonido será un desastre. Como somos tolerantes nos parece bien que los directores filmen sus pelis en 20.000 mm o a 400.000 fotogramas por segundo, pero no vamos a peregrinar al único cine de Sebastopol donde se va a proyectar la película "como la concibió su director". Yo fui con tiempo pensando que las masas sedientas de belleza se arremolinarían a las puertas del Doré para asaltar la sala, pero para mi sorpresa no llegábamos ni a media entrada.
Para explicar tamaña deserción voy a tirar de dos citas: mi madre me preguntó si era la peli antigua que ponen todas las semanas santas en televisión; Serge Daney comentaba que Los diez mandamientos en la tele era "superbe". Dado que Daney, como teórico, tiene más prestigio que mi madre, va a servirme como puerta de entrada para tirar de alguno de los muchos hilos que plantea este fascinante texto. Probablemente el bueno de Serge se sorprendió un día fascinado con la emisión televisiva de este film, y en una época en que las teles eran canijas y con pantallas curvas. La razón me parece evidente: las escenas realmente geniales del film son las íntimas, aquellas en que hay dos o tres personajes, y más concretamente, aquellas en que está Nefertari, la verdadera protagonista, con algún partenaire. 

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