Hace unas semanas mi hermano me contó que había pedido unas entradas en el Ministerio de Cultura (donde trabaja) para el concierto que ha tenido lugar esta mañana en el Auditorio, a lo que las compañeras encargadas del reparto le contestaron: "Andá, si es la Mutter, pues lo llevas claro, porque para ver a ésta siempre hay bofetadas", aunque al final se ve que los abofeteadores tenían cosas mejor que hacer y pudo hacerse con dos butacas, lo que unido a que mi padre, previsoramente, se había agenciado una con anterioridad (porque mi padre ha resultado ser un asiduo fan de la Mutter, que es como la conocemos en la familia), ha permitido que yo me inicie en el culto a esta megacelebridad del violín, que como todo el mundo sabe, ya tocaba con Karajan a los trece años (dato cuyo conocimiento ha coincidido con la reseñada lectura de Muerte en La Fenice, donde un sosias del susodicho Karajan es descrito como un filo nazi y depredador sexual aficionado a las preadolescentes, lo que le ha dado un tinte algo siniestro a esta temprana colaboración musical, aunque aclaro que desconozco todo sobre la vida privada -y pública, la verdad- del director de orquesta alemán).
Mi mujer ha aprovechado para echarme en cara que fuera al concierto en su calidad de acontecimiento mediático-cultural y ha insinuado intereses inconfesables en mi insólito interés; así que en el metro me he entregado a sesudas reflexiones de corte situacionista aceca del circo de la alta cultura (desgraciadamente, el carácter inconfesable de una parte del interés que tenía en asistir al concierto hace que no lo pueda contar aquí).
¿Y el concierto? Pues ha estado bastante bien, dentro de lo que mi ignorancia en lo que respecta a la música culta contemporánea puede opinar. Constaba de dos obras de Sofía Gubaidulina, compositora rusa cuyo nombre he leído por primera vez en mi vida cuando me han dado el programa de mano y cuya música, dentro de mi cortísimo bagaje musical, puedo aproximar a Lutoslawski y al Bernard Herman hitchcockchiano más vanguardista.
Y he elegido esta foto porque la violinista luce en ella superbuena y me ha hecho gracia encontrarme a Soraya PP esta mañana en El Mundo también luciendo de mujer deseable (cosa que, sorprendentemente, conseguía), lo que abre perspectivas inagotables acerca de la imagen pública de mujeres que comparecen en el espacio social en ámbitos no marcados sexualmente (o sea, en este caso como políticos o virtuosos de un instrumento) y se atreven a mostrarse en un rol femenino no especialmente prestigioso para el feminismo políticamente correcto, esto es, como potencial objeto de deseo.
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