Ayer asistí a un modesto y divertido ritual escolar en el que premiaban los relatos que los alumnos del colegio de mi hijo pequeño habían escrito en torno a la biodiversidad y la conciencia ecológica. El acto incluía la lectura de los cuentos premiados, cuyos autores se movían entre los seis y los once años, por lo que se pudo apreciar la progresiva complejidad de las estructuras narrativas, si bien la falta de todo tipo de "malicia" literaria era la nota común.
En cualquier caso, el genio de la literatura, al igual que el espíritu evangélico, sopla donde quiere, y a lo largo de la tarde surgieron imágenes sorprendentes, al margen, evidentemente, de cualquier pose autoral de sus creadores.
En el primer relato leído, escrito por una niña de seis años, un basurero sufre una depresión por el poco prestigio social que tiene su trabajo, por lo que deja de recoger la basura, provocando un apocalipsis doméstico: los animales enferman y "los niños y los adultos dejan de salir de casa" (imagen notablemente premonitoria del aislamiento social que provoca la progresiva fealdad del nuestro entorno urbano). Al honrado y deprimido empleado público se le convence de que retorne a sus labores, explicándole lo importante que es su labor. Lo genial del cuento es que la institución pública encargada de convencerle es... la Policía!!! con lo que inmediatamente el reconocimiento público de la labor basurera se ve contaminada por la sombra de la coacción, si bien otra lectura alternativa puede ser que el descrédito absoluto de todos los actores públicos, desde los políticos hasta los jueces, ha llegado incluso a los niños más pequeños, y sólo se les ocurre confiar en los policías para labores importantes.
En el otro relato premiado del primer curso de Primaria, otra niña de seis años descubre el curioso periplo paralelo de una niña (de ocho años, que probablemente para la autora es la edad de la maldad) y de una bolsa de pipas que arroja a una alcantarilla. La bolsa viaja por el espacio ("por los cinco océanos") y la niña por el tiempo ("cumplió 25 años"), momento en que se reencuentran en una playa de Canarias. Lo divertido del relato es que la bolsa (la mancha de la culpa original) reaparece en el viaje de bodas de la joven, como si fuera esa misma mancha que reaparece en el momento del encuentro con el sexo, el de la culpa "adulta".
1 comentario:
me encanta todo lo que he leido, y esos niños deberían sustituir a los guionistas a los que se les premia con subvenciones del icaa
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