domingo, 23 de enero de 2011

La canción de Bernadette


Debo a Jesús Cortés y a su excelente entrada el descubrimiento de este extraordinario film de Hanry King acerca de una de las visionarias más modestas de la historia del cristianismo. Como las (muchas) virtudes de la película están glosadas en el artículo de Jesús y en los comentarios que le siguen, paso a comentar los elementos más sorprendentes y desconcertantes de este texto clásico que, sin embargo, está atravesado por un montón de contradicciones que lo convierten en un film apasionante y muy productivo teóricamente.


Y es que siendo un relato clásico La canción de Bernardette está construido con elementos textuales nada propicios para narrar un periplo de iniciación de ese corte. Más bien al contrario. Ya en la magistral escena de comienzo vemos un hogar familiar en el que no hay separación entre el dormitorio de los padres y los hijos. Pero lo primero que vemos en este espacio potencialmente incestuoso es a la madre arrojando al padre de la cama (un padre designado como parado, sin trabajo, inútil) y conminándole a que busque empleo. Tras ser despachado de una tienda, el padre acabará en un basurero entre deshechos, quemando la basura de un hospital. Así que lo primero que sabemos sobre la familia de Bernardette es que, desde luego, el deseo no circula entre sus padres (posteriormente veremos a la madre trazando para su hija un futuro matrimonial con una voz lúgubre y un rostro ensombrecido, en el que el despliegue de una vida junto a un hombre y unos hijos más parece la descripción de una pesadilla que el retrato de una existencia feliz).




Si bien el padre mejora algo a lo largo del metraje y es capaz de alguna intervención acertada, no perderá en ningún momento esa aura de insuficiencia patética. Su lugar será ocupado por el deán del pueblo, que pasará de ser una figura paternal autoritaria a un verdadero padre al evitar que Bernardette sea siniestra y científicamente violada por el antagonista principal en el film, ese fiscal imperial interpretado por Vincent Price y cuya postura aparentemente racionalista frente a las apariciones acaba emergiendo como un goce antirreligioso marcadamente demoníaco (no es casual que este personaje aparezca al final marcado por una dolecia física en cierta manera paralela a la de Bernardette, una misma inscripción corporal de ese goce que anima a ambos, aunque de corte radicalmente opuesto, y que en el momento de su derrumbe la película se permita un audaz encadenado que funde en la imagen a ambos personajes).

Y, sin embargo, ese mismo deán no carece de aristas: en su primer encuentro con Bernadette a propósito de las visiones le exige que pida una prueba de la "veracidad" del milagro. Como todo el mundo sabe, esta es una postura que el cristianismo establece como diabólica en su mismo texto fundacional: es lo mismo que el Diablo le pide a Jesús en la célebre escena de las tentaciones, y el mismo Jesús no para, en los evangelios, de denostar a aquellos que exigen pruebas para creer.



Y, finalmente, será el propio deán el que trace el destino de Bernardette, apartándola de la vía "convencional" para entregarla a un convento (la escena en l aque Bernardette se despide de su enamorado a la salida del pueblo, y que cierra su vida de "civil", es tan absolutamente hermosa que sólo por ella merece verse La canción de Bernadette. Pero también el personaje de Antoine tiene sus dobleces: ¿no manifiesta esa promesa de no casarse - y por lo tanto renunciar al encuentro sexual con una mujer- cierta carencia de su lado?¿No había comentado previamente que Bernadette resultaba tan hermosa que no se atrevía a tocarla, situándola en la posición de la Dama en el amor cortés? -cosa que la protagonista para nada desea: como le deja bien claro al deán, Bernardette tiene muy claro para qué quiere un marido, que no es precisamente para que la ponga en un altar-).

Si lo normal es que ahí Bernardette hubiera encontrado cierta paz, la película da otro giro inesperado y nos encontramos a nuestra protagonista, que ha conseguido escapar a las maquinaciones del poder terrenal, en manos de una psicópata bollera que la tortura sin piedad, una monja anegada en el delirio (también obsesionada por pedir pruebas) que acaba fascinada por la visión del cuerpo en descomposición de Bernardette, lo que transforma sus impulsos sádicos en una devoción sin límites. En el primer movimiento del convento, incluso, se le despoja de su nombre (como es normal cuando se abraza la vida monástica), pero se le impide elegir un nombre que pueda articular su vivencia espiritual. En vez de adquirir un nombre de más peso, el que le ponen tiene menos consistencia.






Así que nos encontramos con un texto cuyo elementos apuntarían más bien a ese trayecto del sujeto femenino que acaba en la aniquilación, y que tanto abundan en el cine contemporáneo (pensemos en Lynch o en -el infame- Von Triers). Sin embargo, resulta evidente que La canción de Bernardette no participa de esa lógica. Incluso se haya en el campo opuesto de El espíritu de la colmena, donde también se narra la "visión" de una niña cuyo espacio familiar está oscurecido por la falta de deseo. Si el trayecto de Bernadette "cae" del lado de lo sublime es porque su experiencia acaba dotando de sentido su vida, y le permite sobrevivir a sus adversidades, aunque sea a costa de forzar la narración. No es de extrañar que lo más débil de la película sea la visualización kitsch de las apariciones (parece ser que King se oponía a mostrar lo que la joven veía). El heroísmo ético de la protagonista radica en la fuerza con que se adhiere a su experiencia, en oposición a todos los poderes de la tierra. Teniendo por único bagaje esa experiencia, permanecerá fiel a ella hasta la muerte. Bernadette pertenece a la línea heroica femenina que en Occidente representa Antígona (resulta muy interesante la escenografía completamente árida y desolada en que el director sitúa la visión, en una cueva tan inhóspita como aquella en que Antígona sería enterrada viva), la línea podríamos decir clásica, por oposición a Medea, la heroína "loca" tan del gusto contemporáneo.
Por otro lado, la autenticidad de la experiencia de Bernadette se demuestra de manera estrictamente materialista en el último plano del film, en el que se muestra el santuario de Lourdes, el legado material de aquella experiencia, aunque probablemente el milagro más hermoso sea el que hizo posible el film: según cuenta la leyenda (imagino que cierta), Werfel, autor del libro y judío, escuchó en la radio que los nazis lo habían asesinado precisamente durante su estancia en Lourdes cuando escapaba de Alemania. Allí conoció la historia de Bernadette, e hizo la promesa de "componer" su canción si conseguía escapar de la persecución

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