sábado, 6 de abril de 2013

Vampiras en el harén



De un tiempo a esta parte se nos ha dicho hasta la saciedad que Jesús Franco (y Pual Naschy) era un cineasta de culto menospreciado en su país de origen pero con legiones de devotos en el extranjero, donde no paraban de hacerle homenajes y retrospectivas, aunque hasta la fecha del único del que sabemos que se ha visto más de tres películas del recientemente fallecido tío de Javier Marías es Tarantino, lo que no tiene demasiado mérito porque Tarantino se ha visto todo lo que se haya grabado alguna vez en un VHS.

Yo le he echado un vistazo a Las vampiras, que no sé si es de las más famosas, o de las mejores, o de las más significativas, pero es la que está en Filmin, y no creo que vaya a abalanzarme sobre el resto de su filmografía. Tiene un próogo en el que una pareja asiste a un espectáculo erótico de un lesbianismo de tres al cuarto, aunque con un punto amateur curioso y una protagonista bastante guapa. El caso es que la chica se queda fascinada con el número y con la danzarina, y lo que sigue debe de ser un sueño, una fantasía o un delirio (porque no tiene ni pies ni cabeza) en el que ella fantasea que protagoniza una historia de amor inmortal con la que imagina que es vampira eterna. Su novio es un panoli y la vampira la excita mucho más (al espectador también, desde luego). Imaginamos que, por motivos de producción, la acción transcurre en una Turquía donde todos hablan español, aunque tradicionalmente los vampiros pertenecían a estirpes cristianas que lucharon contra los otomanos.

Lo más interesante, o significativo, es la aparición del propio Franco haciendo de criado que aompaña a la rubiaca prota en un caserón, rubia que la saca cabeza y media. En escena posterior al personaje franquista no se le ocurre otra cosa que raptarla para jugar con ella, aunque el pobre hombre no da ni para hacerle cosquillas, y uno intuye que la valquiria lo aniquilará de un soplido (como así ocurre). Rodada a principios de los 70, podemos hacer sociología y conjeturar que la película esconde el verdadero secreto de las revoluciones sesenteras: para nada la liberación sexual sino el certificado de la aniquilación de la posición masculina en el encuentro sexual. Antes de que la figura del vampiro (antaño heraldo demoníaco del goce fálico) deviniera en el presente siglo otro animal gregario preocupado por sus cuitas comunales, tuvo que ceder el testigo del goce a sus descendientes femeninas

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