domingo, 12 de octubre de 2008

Francisca



Alentado por un comentario aparecido en el blog hice el esfuerzo de venirme de Segovia tras meterme un asado impresionante entre pecho y espalda para verme Francisca, la película que in illo tempore me descubrió a Oliveira. En la sala me encontré a Trinidad, que como yo recordaba nebulosamente la película. Las copias que están pasando son excelentes, que se ve que la Filmoteca portuguesa ha hecho acopio de restauraciones o, al menos, negativos en buenas condiciones.
Francisca viene ser un epígono del gran cine de la modernidad de los 70 (Syberberg sobre todo), con esos diálogos rodados frontalmente en largos planos secuencia y esos actores declamando sus textos lo más alejados posible del naturalismo. El hieratismo preside omnipotente toda la escena, y a lo que más recuerda la peli es a Gertrud, referencia que no tiene misterio porque la filmo proyecta el film de Dreyer como uno de los favoritos del director portugués (que sigue siendo, por lo que sé, un consumidor compulsivo de cine), aunque hay cosas que distancian estas dos películas, especialmente cierto choteo que en Oliveira parece a punto de materializarse a cada instante, aunque siempre se detiene al final: aquí los personajes no tienen exactamente diálogos, sino que parecen esperar su turno para soltar con infinita seriedad una serie de aforismos de corte desmelenadamente romántico (estamos a mediados del XIX entre escritores portugueses, todos compitiendo `por ver quién es más byroniano y más maldito) que basculan entre lo sublime y lo ridículo y que el maduro director parece contemplar con distancia, simpatía, envidia y regocijo, todo a la vez. La historia es simple como ella sola: dos amigos (de esos que ya no necesitan enemigos con lo que tienen) enamorados de la misma mujer, especialmente el que no la consigue, que asiste impotente a la desintegración moral de la pareja y física de los enamorados, más preocupados por sufrir mucho que por otra cosa. Para que Francisca sea identificada como oliveirana sin ninguna duda, añadir ese rasgo evanescente tan propio del portugués centenario de hacer que el espectador se rompa la cabeza intentando averiguar qué es lo que ha pasado entre escena y escena (para qué va a utilizar éstas para hacer avanzar la acción), información que suele esconder en algún imprevisto diálogo en cualquier rincón de la narración (o aquí en los rótulos, que a veces no dicen nada y a veces te cuentan la peli entera, que así de perverso en Don Manoel).
Y en seguida viene El zapato de raso, que es más de lo mismo pero a lo bestia.

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